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Gabriel Téllez

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Biografía

Téllez, Gabriel. Tirso de Molina. Madrid, ¿24.III.1579? – Almazán (Soria), ¿20?.II.1648. Mercedario (OdeM), predicador, cronista y autor dramático.

Han abundado los errores en torno a su vida: Blanca de los Ríos lo consideró hijo bastardo del duque de Osuna; se le creyó natural de Molina de Aragón y no faltó quien le supuso catalán, de la familia Tell, luego castellanizada en Téllez.

Hoy, por fortuna —aunque todavía con lagunas e imprecisiones—, gracias a competentes investigadores, singularmente, entre otros, del mercedario Luis Vázquez Fernández, se está pasando del “enigma biográfico” a una biografía cada vez más completa y documentada de Tirso de Molina.

Según tan autorizadas fuentes, su nacimiento probable fue el 24 de marzo de 1579 (fiesta litúrgica de San Gabriel), en Madrid, en una casa de arriendo de la calle de la Merced o de la Magdalena, y su bautizo, el 29 de marzo, en la parroquia de San Sebastián. Sus padres, Andrés López y Juana Téllez, de familia humilde, fueron criados de Pedro Mexía de Tobar, señor y luego conde de Molina de Herrera —oriundo de Villacastín (Segovia)—, con residencia en la Corte.

Su hermana mayor ingresó en el Convento de la Magdalena, de Madrid, de monjas agustinas, profesando con el nombre de Catalina de San José, el 21 de agosto de 1588, a sus quince o dieciséis años.

El futuro escritor ingresó en el Convento de la Merced de Madrid (entonces en construcción), en 1599, y allí vivió unos meses como prenovicio. A causa de tales obras, en enero de 1600, y para hacer el noviciado, pasó al Convento de Guadalajara, donde profesó el 21 de enero siguiente: su primera firma conocida es de 18 de noviembre de 1603.

En l604 convivía en el Convento de Toledo con el ilustre mercedario e historiador Alonso Remón y volvió a Guadalajara entre enero y junio de 1605, para regresar, en 1606, a Toledo, ultimando sus estudios de Artes, hasta que el 10 de abril de 1608 se hallaba en el Convento de Soria, donde el 26 de agosto del mismo año, debajo de su firma, figura su primer cargo en la Orden: “Padre Fray Gabriel Téllez, Vicario”.

Luego, viajó a Madrid, reuniéndose cinco días con los frailes del Convento de Segovia, en julio de 1610, año en que el autor teatral Andrés de Claramonte lo cita como “poeta cómico”, primera referencia —no mercedaria— a su calidad de dramaturgo.

De 1611 a 1616 aparece firmando con la Comunidad de Toledo: entre esas fechas escribió las comedias Cómo han de ser los amigos, Sixto Quinto y Saber guardar la hacienda, además de la Santa Juana —de la que, de sus tres partes, se conservan manuscritas las dos primeras y firmada solamente la tercera (1613)— y de estrenar La ninfa del cielo.

En 1615 estrenó Don Gil de las calzas verdes en el Mesón de la Fruta, teatro oficial de la capital toledana.

En 1616 fray Gabriel fue seleccionado para “prohijarse de la Provincia de Santo Domingo”, en cuya isla —la antigua Española— residió casi dos años, donde defendió el dogma de la Inmaculada y era lector de Teología tres sexenios, lo que le permitió que se reconociera la validez de su grado de lector para enseñar en Castilla. Falleció su padre, en Madrid, el 24 de agosto de 1618, y, dada su condición de pobre, lo enterró “de limosna” su señor, el que sería conde de Molina; por estas fechas, señor de Molina tan sólo.

Tirso se encontraba ya de regreso en Toledo a finales del mes siguiente y firmó en el “Registro de adhesiones al Misterio de la Concepción”. Viajó en noviembre y diciembre de ese año 1618 a Segovia, donde continuó, al siguiente, dando clases de Teología. Pertenecía aún a la provincia dominicana —pues se le llamaba padre “definidor”—, pero ya no volvió, reintegrándose a la provincia de Castilla tras la muerte de su madre, el 20 de febrero de 1620.

A partir de entonces y hasta 1625, transcurrió su etapa madrileña de creación dramática y de relaciones literarias. Solicitó y obtuvo de su Orden el título de “presentado”, por lo que Lope de Vega le dedicó Lo fingido verdadero y elogió su “fertilísimo ingenio”.

En el Convento de Madrid convivió con Remón y otros ilustres escritores de la Merced. Participó en el gobierno de su Orden a la vez de proseguir su creación literaria (Privar contra su gusto) y de representarse obras suyas como Cautela contra cautela, San Bruno, La milagrosa elección de Pío V, La romera de Santiago, Por el sótano y el torno y La fingida Arcadia; y, en 1624 se publicó la obra en prosa Los cigarrales de Toledo.

Pero se le denunció porque siendo fraile escribiera teatro y se relacionase con cómicos. La Junta de reformación de costumbres, en 1625, propuso a Felipe IV que por un tiempo se alejase de la Corte y dejara de escribir comedias. El Rey —que admiraba sus obras— dejó a un lado la denuncia, aunque sí pasó Tirso ese año en Sevilla. Parece ser —observa L. Vázquez— que antes había publicado la “primerísima” parte de sus comedias. Se puede afirmar que publicó cinco partes de éstas, si bien de la segunda, al decir del propio Tirso, “sólo 4 son mías”. La primera no se conoce, aunque, según Cotarelo, debió de salir en Madrid, en 1627.

Tirso siguió escribiendo y se representó, en 1626, su obra La huerta de Juan Fernández, y el 29 de mayo de ese año asistió al capítulo general de Guadalajara, siendo elegido comendador del Convento de Trujillo (Cáceres) para el período 1626-1629. Se guardaron, por lo tanto, las apariencias: ni destierro, ni tampoco residencia en Madrid. El año 1627 salió en Sevilla la primera parte de sus comedias; poco después, se imprimió El burlador, y allí también, en l629, escribió al menos las dos primeras partes de la trilogía de los Pizarro.

En Doce comedias nuevas de Lope y otros autores (Barcelona, G. Margarit, 1630) se incluye El burlador, de Tirso, no siendo ésta, como se ha creído, la primera edición de tan famoso drama, sino la ya citada de Sevilla.

Por entonces, Sebastián de Medrano incluye a Tirso en la primera reunión poética de la Academia de Madrid, que tendría lugar en la casa de Castillo Solórzano; pero, por su condición de mercedario —que le exigía no salir de noche— no pudo ser muy asiduo a tales sesiones.

En 1632 recibió el honroso encargo de “cronista general de la Orden”, como sucesor de Remón, y fue elegido, en el capítulo de Guadalajara, “definidor provincial de Castilla”. Se le encomendó completar la tercera parte de la Historia de la Orden; además, escribió las comedias Los balcones de Madrid y Amor no tiene peligro. El de 1635 fue, para él, un año fecundo: se imprimieron la segunda y cuarta partes de sus Comedias y Deleitar aprovechando.

El 11 de julio de 1636 se le otorgó el grado de maestro de la Orden, que, por un breve del pontífice Urbano VIII, se confirmaba un año después, pero fray Gabriel no dio clases en ninguna universidad, sino en conventos de la Merced.

El 25 de enero de 1638 el padre Téllez declaraba su edad —cincuenta y siete años— ante el Tribunal de la Inquisición de Madrid para testificar que conocía a los parientes del jesuita dominicano padre Valdecillo, dato que viene a confirmar la fecha —antes indicada— de su nacimiento; el 8 de marzo firmó en Madrid Las quinas de Portugal.

En 1639 terminó la Historia de la Orden; en 1640, la Genealogía de la casa de Sástago y la Vida de la santa madre María de Cervellón; en 1642 asistió al capítulo de Guadalajara; y en 1643 residía en Toledo.

En 1645 tomó parte en el capítulo de Castilla, asimismo en Guadalajara, donde se le nombró —el 2 de octubre— comendador del Convento de Soria; aunque tardó unos meses en posesionarse del cargo, hay pruebas evidentes de su estancia en Soria ya en 1646.

De camino a Madrid, falleció en el Convento de Almazán (Soria) el ¿20? de febrero de 1648. Murió, olvidado de casi todos, y tan sólo se dijeron unas misas en sufragio suyo en los conventos mercedarios de Castilla. Allí, en la iglesia del abandonado Convento de Almazán —aunque haya sido declarado monumento nacional— reposan sus restos.

Hasta casi dos siglos después de su muerte —en que comenzaron a rehabilitarlo Hartzenbusch y algunos eruditos— permanecería olvidado el gran Tirso de Molina. Hoy, por fortuna, como observa Blanca Oteiza, el estado de la investigación en torno a su vida y su obra es esperanzador. La creación del Instituto de Estudios Tirsianos (IET), los congresos que se celebran, las nuevas ediciones y trabajos que siguen apareciendo así lo proclaman plenamente.

Tirso de Molina escribió unas cuatrocientas obras, de las que se conservan cerca de cien, aunque algunas, y aun otras, hayan sido ya citadas, se deben destacar aquí sus obras más significativas, y, en primer término, las dramáticas.

Calificado de drama “fantástico”, fusión perfecta de lo sensual y lo teológico, El burlador de Sevilla y convidado de piedra es la primera obra en que aparece la figura de don Juan, sin ser superada en sus múltiples derivaciones. Parece indiscutible el origen español de este personaje, aunque Farinelli haya visto en él un tipo de la Italia renacentista o se haya querido presentarlo como originario de la tradición sevillana: no cabe pensar, por ejemplo, en don Miguel de Mañara, hermano mayor del Hospital de la Caridad de Sevilla, pues aún no había nacido cuando se deduce que Tirso redactó El burlador. Son más claros los antecedentes literarios. En el mismo título de la obra hay dos partes bien diferenciadas: el burlador —que significa la transgresión moral— y el convidado, su expiación. Del libertino hay precedentes en El rufián dichoso, de Cervantes, El esclavo del demonio, de Mira de Amescua, y La fianza satisfecha, de Lope; en cuanto a la expiación, en alguna conseja como la del joven irrespetuoso que tropieza con una calavera y la invita a cenar, y cuando aquélla le devuelve el convite, o perece el invitado, o se salva por la intercesión de la Virgen o de un santo.

Este famoso drama ha sido recreado más que ninguna otra obra, no sólo en la literatura española (Antonio de Zamora, Zorrilla, Córdoba Maldonado, Espronceda, López de Ayala, Echegaray, Unamuno, Villaespesa, Valle-Inclán, Martínez Sierra, los Machado, Azorín, Pérez de Ayala, los Quintero, Grau, Torrente Ballester), sino en las principales literaturas europeas: en la francesa (Molière, Dumas padre, Stendhal, Baudelaire, Maupassant, Lénormand, Merimée, Barbey d’Aurevilly, Bataille, Montherlant, Lilar); en la inglesa (Shawell, Byron, Shaw, Bennet); en lengua alemana (Hoffmann, Lenau, Frisch); en la literatura portuguesa (Guerra Junqueiro); en la italiana (Goldoni, Cicognini y Daponte, cuyo libreto origina la famosa ópera de Mozart, a la cual seguirán las de Gluck y Strauss); o en la literatura rusa (Pushkin). El Burlador —origen de don Juan— es el personaje literario de mayor universalidad.

El Burlador, en suma —como observa Arellano— es, con mínimas discrepancias, una obra eminentemente artística, nacida de la pluma de Tirso. Las interpretaciones de don Juan —nacido del personaje creado por Tirso— son múltiples: la de un arquetipo viril (Ortega y Gasset), la de un inmaduro sexual (Marañón) y, según otros, la de un irresponsable que goza con el placer de engañar. Respecto a su “convidado” de ultratumba hay antecedentes en el folklore europeo.

Considerado el mejor drama teológico de la literatura española, El condenado por desconfiado lo protagoniza el ermitaño Paulo, que vive como un santo en el desierto, pero que duda de su destino final. El Demonio —en figura de Ángel— le dice que su fin último es un tal Enrico, un espadachín depravado y sacrílego. Tal dualismo dramático viene a reflejar la polémica sostenida por entonces entre jesuitas (padre Molina) y dominicos (padre Báñez) acerca de la predestinación, la libertad y la misericordia. Tirso sigue el punto de vista de Molina: tanto Paulo como Enrico reciben por igual la gracia divina: Paulo coopera, mientras Enrico se resiste. Por encima de lo teológico, lo que confiere a este drama su universalidad es su sentido moral, al ensalzar la humillación del hombre ante los que supone inferiores, principio ético de todas las creencias y religiones. Se propone, además, Tirso en El condenado, como san Juan de la Cruz, oponerse a las revelaciones privadas. Entre sus restantes comedias religiosas, cabe citar El caballero de Gracia —basada en una leyenda devota—; las de carácter bíblico (El laberinto de Creta, La mejor espigadora —inspirada en la historia de Ruth—, La vida de Herodes y La venganza de Tamar) así como vidas de santos (La Santa Juana —trilogía, ya señalada, de 1613-1614—, Los lagos de San Vicente, La elección por la virtud), obras en las que suele irrumpir lo maravilloso.

De sus comedias históricas sobresale La prudencia en la mujer —una de las mejores del teatro español— sobre María de Molina, la reina regente de Castilla durante la minoría de edad de su hijo (Fernando IV, el Emplazado), donde resplandece el valor de doña María frente a tantas intrigas y a la actitud del valido Diego López de Haro, demostrando, junto a sus dotes políticas, la grandeza moral de una madre ejemplar; se documentó el autor en la Crónica de Fernando IV y en el padre Mariana; destacan, asimismo, Antona García, otro buen ejemplo, en este caso, de la mujer del pueblo, rústica y valiente, que se ve inmersa en las luchas entre Alfonso V de Portugal e Isabel la Católica; Las quinas de Portugal, exaltación del origen de la Monarquía lusa, basada en un episodio de la batalla de Ourique; las de historia americana (trilogía de los Pizarro y Amazonas en la India); y, en fin, El cobarde más valiente y La joya de las montanas.

De singular importancia es el numeroso grupo de las comedias costumbristas, de intriga y enredo, fiel reflejo de sus excelencias como dramaturgo. Aunque se la haya considerado “de carácter”, viene a ser “de capa y espada” Marta la piadosa, inspirada en los Evangelios (san Lucas, X, 38, y san Juan, XI-XII), ya que este símbolo bíblico de piedad y de amor al trabajo doméstico se presenta como una mujer astuta, disimulada y hasta mentirosa.

Cual un lejano antecedente de la comedia moderna se ofrece El amor y la amistad, cuya protagonista, Estela, es uno de los más bellos personajes de mujer creados por Tirso, quien poseía singulares aptitudes para penetrar en los sentimientos y repliegues del alma femenina.

De las comedias palaciegas destaca El vergonzoso en palacio, cuyo protagonista, Mireno, es un joven humilde y comedido, educado entre aldeanos y enamorado de Magdalena —hija del duque de Aveiro, del cual es secretario—, pero se muestra ante ella en exceso tímido. La obra —que tiene puntas de contacto con El perro del hortelano, de Lope— abunda en intrigas de salón y de jardín y anuncia ya no pocas comedias de Moreto y de Cubillo, anticipándose también a la atmósfera escénica del neoclasicismo así como a las óperas bufas de Mozart, por cuanto viene a elaborar una nueva teoría sobre la comedia cómica.

La más famosa entre las de intriga y una de las más conocidas de Tirso es Don Gil de las calzas verdes, que, entre sus graciosos enredos, trae acentos de lírica popular.

Don Gil es una mujer, que, abandonada por su prometido —quien busca un matrimonio más ventajoso— se propone reconquistarlo por medio de inesperadas estratagemas, cual la de disfrazarse de hombre, lo que al final consigue. En lo femenino, destaca por su gran intriga La celosa de sí misma.

Acentúan los rasgos de enredo otras comedias como Desde Toledo a Madrid, Los balcones de Madrid, En Madrid y en una casa y Por el sótano y el torno, plena de vitalidad y cuyo argumento demuestra que es inútil querer violentar los afectos naturales, lo que, más tarde, hará ver Moratín en El sí de las niñas; y algunas más como El celoso prudente, Cómo han de ser las mujeres, Amar por señas...

Otro grupo interesante es el de las comedias villanescas, así llamadas por la condición de sus protagonistas femeninas: La villana de Vallecas, en que dos aldeanas logran casarse con sus seductores; La villana de la Sagra, Angélica, una bella labradora a la que su padre quiere casar con un comendador a fin de tener nietos caballeros, y La gallega Mari Hernández, precursora de no pocas heroínas modernas de novela. En ella, recoge de la tradición oral una muñeira, traducida al castellano, acaso con algunos versos de su creación.

En cuanto a las obras no dramáticas, hay que destacar por su agilidad y buen estilo Los cigarrales de Toledo y Deleitar aprovechando, dos misceláneas compuestas por poesías, novelas y comedias. En la primera de las citadas —de estructura externa boccacciana— se incluyen la comedia El vergonzoso en palacio, la novela corta Los tres maridos burlados, cuentos, relaciones de fiestas, poemas breves de asunto pagano (como la Fábula de Pan y Siringa, tomada de Ovidio) y algunos romances descriptivos.

De análoga estructura, pero de fondo religioso es Deleitar aprovechando, que contiene autos sacramentales (El colmenero divino, Los hermanos parecidos y No le arriendo la ganancia), novelas —que son leyendas religiosas—, entre las que sobresale El bandolero, en torno a la vida de san Pedro de Armengol, espléndido ejemplo de la calidad de la prosa de Tirso como narrador, cuya exactitud descriptiva parece ya un anticipo de las novelas de Walter Scott. Podría decirse que Deleitar es como Los cigarrales en su estructura, pero “a lo divino”.

De sus obras históricas destaca la Historia general de la Orden de la Merced. Habiéndosele encargado un capítulo general para completar la historia de Alonso Remón, lo presenta al capítulo de Murcia que tuvo lugar del 9 al 14 de mayo de 1636; pero decide empezar desde el comienzo la historia de la Orden hasta 1639. Es la conservada, manuscrita, en la Real Academia de la Historia, de la que ha hecho una edición crítica el padre Penedo.

Reconocido unánimemente como una de las más grandes figuras de la literatura española, Tirso de Molina comparte con Lope de Vega y Calderón de la Barca la primacía del teatro español de la época áurea.

Pero es tan rica y de tal índole su poderosa personalidad que, en ciertos aspectos, incluso les aventaja, aunque diferenciándose siempre de ambos.

Situado cronológicamente entre los dos y si bien pueda aparecer al principio como un seguidor de Lope, Tirso es más natural de cara a la realidad psicológica.

Por otra parte, el dominio que posee del lenguaje le permite insuflar vida y espontaneidad a los personajes.

Menos nacional que Lope en los temas, es más popular; inferior —aunque no desdeñable— como lírico, le aventaja en comicidad y en humor.

Posee una capacidad, mayor y más sutil, para aproximarse al mundo de lo abstracto y lo alegórico, lo que le acerca más a Calderón —con quien le une superior percepción de las elaboraciones conceptuales—, si bien aventaja asimismo al autor de La vida es sueño, porque acierta a llevar el desarrollo escénico por cauces más intuitivos, acercándose con mayor facilidad al lector y al espectador.

Es Tirso, en suma, un autor “moderno”, que se anticipa en no pocos aspectos a lo que se escribía en su época; es un magistral creador de personajes, realista, psicólogo sagaz, que está muy bien compenetrado con el pasado histórico así como con los más diversos ambientes de su tiempo; es, a la vez, poseedor de una profunda conciencia dramática, capaz de sobresalir, ya en temas teológicos, ya en otros ligeros e ingeniosos en los que campean la comicidad y el juego amoroso. Otro de sus grandes aciertos es su tratamiento del tipo del “gracioso”, de agudo ingenio, que, con sus ocurrencias, acentúa si cabe el chispeante humor de sus comedias, imitadas algunas por Lope, Moreto y Calderón o por el francés Scarron, entre otros.

 

Obras de ~: Doce Comedias nuevas... Primera parte, Sevilla, Lyra, 1627; Segunda parte, Madrid, Imprenta del Reino, 1635; Tercera parte, Tortosa, Martorell, 1634; Cuarta parte, Madrid, Quiñónez, 1635; Quinta parte, Madrid, Imprenta Real, 1636; Comedias escogidas, Madrid, Ortega y Cía., 1826-1834, 4 vols.; Teatro escogido, ed. de J. E. Harzenbusch, Madrid, Yenes, 1839-1842, 12 vols.; Comedias escogidas, ed. de J. E. Harzenbusch, Madrid, Rivadeneyra, 1848 (Biblioteca de Autores Españoles, 5) [con 36 títulos]; Comedias, col. ordenada e ilustrada por E. Cotarelo y Mori, Madrid, Bailly-Baillière, 1906-1907, 2 vols. (Nueva Biblioteca de Autores Españoles, 4, 9 [con 45 títulos]; Obras dramáticas completas, ed. crítica por B. de los Ríos, Madrid, Aguilar, 1946-1959, 3 vols. [la más completa, con 82 títulos, a veces con textos poco fiables]; Poesías líricas, ed., intr. y notas de E. Jareño, Madrid, Castalia, 1969; Obras, ed., pról. y notas de M.ª del P. Palomo, Madrid, Atlas, 1970-1971, 5 vols. (Biblioteca de Autores Españoles, 236, 242); Historia general de la Orden de la Merced, intr. y ed. crítica por M. Penedo, Madrid, Revista Estudios, 1973- 1974, 2 vols.; Poesía lírica: Deleitar aprovechando, est., notas y comentarios por L. Vázquez, Madrid, Narcea, 1981; El vergonzoso en palacio; El condenado por desconfiado, ed., intr. y notas de A. Prieto, Barcelona, Planeta, 1982; El Burlador de Sevilla y Convidado de Piedra, ed. crítica, intr. y notas de L. Vázquez, Madrid, Estudios, 1989; El burlador de Sevilla, ed. de A. Rodríguez López-Vázquez, Barcelona, Altaya, 1996; Celos con celos se curan, ed. crítica, est. y notas de B. Oteiza, Kassel, Reichenberger, 1996; Cigarrales de Toledo, ed. de L. Vázquez, Madrid, Castalia, 1996; Don Gil de las calzas verdes, ed., intr. y notas de F. Florit Durán, Madrid, Bruño, 1996; Autos sacramentales, ed. crítica, est. y notas de I. Arellano, B. Oteiza y M. Zugasti, Pamplona, Instituto de Estudios Tirsianos (IET), 1998; Panegírico a la casa de Sástago (poema inédito), ed., est. y notas de L. Vázquez, Madrid, Revista Estudios-Pamplona, GRISO (Universidad de Navarra), 1998; Obras completas. Cuarta parte de comedias I, ed. crítica del Instituto de Estudios tirsianos (IET), dir. por I. Arellano, Pamplona, Universidad de Navarra-Madrid, Revista Estudios, 1999; La venganza de Tamar, ed. de F. de Cesare, Nápoles, Istituto Universitario Orientale, 2001; La villana de Vallecas, ed. crítica, est. y notas de S. Eiroa, Madrid-Pamplona, IET, 2001; La gallega Mari Hernández, ed. de S. Eiroa, Pamplona-Madrid, IET, 2003; Las quinas de Portugal, ed. de C. C. García Valdés, Pamplona- Madrid, IET, 2003.

 

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José Antonio Pérez-Rioja y García Sierra

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