Juan Manuel, Don. Escalona (Toledo), 5.V.1282 – ?, c. 1348. Regente, escritor, adelantado mayor.
Único hijo del infante Pedro Manuel y de Beatriz de Saboya, don Juan Manuel se convirtió en el noble más poderoso de su tiempo y en el creador de la prosa literaria en castellano. Estaba directamente emparentado con las familias que ocuparon el trono de Castilla durante varios siglos, ya que era nieto de Fernando III, hijo del infante don Manuel, sobrino de Alfonso X, primo de Sancho IV, tío de Fernando IV, tutor de Alfonso XI y padre de la que, por poco, pudo llamarse reina de Castilla, pero, pese a ello, no se le debe aplicar el título de infante, reservado para los hijos de los reyes. Muy pronto heredó de su padre, hijo de Fernando III y hermano menor de Alfonso X, diversas posesiones, ya que quedó huérfano cuando sólo tenía dieciocho meses. Sus territorios se localizaban en el sudeste peninsular en una posición estratégica entre Castilla, Granada y Aragón, lo que explicará sus relaciones con los tres reyes. Poco después, moría también su tío, Alfonso X, cuyos últimos años habían estado envueltos en una polémica sucesoria que tardó años en apagarse. La muerte del primogénito, Fernando de la Cerda, había creado un complicado problema. De acuerdo con lo que se lee en la Segunda partida, XV, II, parecen plenamente legítimas las aspiraciones al trono de los llamados infantes de la Cerda: “Si el fijo mayor muriesse, ante que heredasse, si dexasse fijo o fija, que oviesse de su muger legítima, que aquel, o aquella lo oviesse, e non otro ninguno”.
Sin embargo, este código, o más bien tratado político, no había entrado públicamente en vigor, lo que justificaba las pretensiones del segundogénito, el infante Sancho, avaladas por las vacilaciones de última hora del Rey Sabio.
Su padre, don Manuel, apoyó a su sobrino Sancho en sus aspiraciones al trono. Esto explica la estrecha vinculación que mantuvo éste, ya convertido en Sancho IV, con el joven don Juan Manuel, de quien era primo, padrino y, además, tutor cuando quedó huérfano.
Nada más nacer, le regaló Peñafiel, una de las posesiones que más estimó luego en vida y que se convirtió en refugio en sus años más amargos, después le confirmó en el cargo heredado del Adelantamiento del reino de Murcia, y finalmente le buscó un matrimonio ventajoso. La muerte de Sancho IV en 1295, cuando don Juan Manuel tenía doce años, supuso no sólo la desaparición de su protector, sino también el final de sus cordiales relaciones con la Monarquía castellana.
En la última etapa de su vida, cerca ya de la cincuentena, literaturizará en el Libro de las armas una larga conversación con el Rey moribundo.
Los disturbios dinásticos que se arrastraban desde la muerte de Alfonso X se reavivaron al morir Sancho IV, dejando como sucesor a un recién nacido, el futuro Fernando IV, y como regente a María de Molina, su esposa y madre del niño. A ello se sumaban las dudas acerca de la legitimidad del heredero, porque sus padres, que eran primos, se habían casado sin contar con la autorización papal. Finalmente, llegó la dispensa, pero ya los infantes don Enrique y don Juan habían insistido en su ilegitimidad. En 1296, Jaime II de Aragón, partidario de los infantes de la Cerda, entró en Murcia; los ayos de don Juan Manuel lograron una tregua, cuando ya atacaba Elche, que duró hasta 1300. Posiblemente, ello le sirvió al joven don Juan Manuel para calibrar la importancia de la Corona de Aragón y, para contrarrestar esta situación, quiso reforzar su posición buscando su apoyo. Sus dos primeros matrimonios se orientaron en esa dirección: en 1299 casó con Isabel, infanta de Mallorca, de la que quedó viudo en diciembre de 1301; y poco después, para afianzar sus alianzas con el rey de Aragón, le pidió por esposa a su hija doña Constanza. De esta manera, Jaime II se comprometía a defenderle contra el rey castellano, lo que indignó a Fernando IV, que hasta quiso matarlo. En 1304 se acordaron las paces entre Castilla y Aragón con la rúbrica del Tratado de Ágreda, por el que Alfonso de la Cerda renunció al trono; Elche se quedó para Aragón y don Juan Manuel cambió Alarcón por Cartagena y por la posesión de Villena. Dos años más tarde, firmó las capitulaciones matrimoniales con Constanza, de seis años de edad, con la promesa de ponerle en el Alcázar de Villena y no consumar el matrimonio hasta que ella cumpliera los doce años. Las paces entre castellanos y aragoneses animaron la reanudación de la reconquista.
En 1309 se celebraron las vistas de Ariza entre Fernando IV y Jaime II, con la asistencia también de don Juan Manuel, donde se decidió una nueva campaña granadina. Sin embargo, los recelos entre los integrantes del ejército cristiano la convirtieron en un fracaso. El propio don Juan Manuel, apoyado en su primo el infante don Juan, abandonó la lucha a principios de 1310, en parte por rencillas contra ambos monarcas y en parte por su escaso protagonismo en el campo de batalla. Fernando IV firmó la paz con el rey granadino, mientras ambos nobles se refugiaban en sus plazas. En marzo de 1311 Fernando IV, por instigación de María de Molina, perdonó a los vasallos rebeldes, les confirmó sus derechos y dominios y le concedió a don Juan Manuel la mayordomía del reino.
La situación se hizo más confusa a la muerte del joven Fernando IV el 7 de septiembre de 1312, al quedar como heredero un niño de un año, el futuro Alfonso XI. Hasta 1325, fecha en la que asumió el poder Alfonso XI con catorce años, transcurrió uno de los períodos más desastrosos en la historia política de Castilla. La reina madre María de Molina promovió una tutoría compartida, en la que participó ella misma junto con el infante don Juan y el infante don Pedro. Jaime II recomendó a don Juan Manuel que apoyara a su cuñado don Pedro, casado con doña María, hija del rey de Aragón, pero pronto se vio engañado por falsas promesas. Los tutores regios le quitaron el Adelantamiento de Murcia, argumentando que los murcianos no le querían, y nombraron a Diego Lope de Haro para sustituirle. Las relaciones entre ambos llegaron a tal punto que don Juan Manuel declaró en 1314 la guerra al regente, hasta que don Pedro se vio obligado al año siguiente a devolverle a su cuñado el Adelantamiento. Sin embargo, en 1317 todavía no había podido entrar en Murcia y debía ejercer sus funciones por medio de su vasallo Alfonso Fernández de Luna. En 1318, aprovechando un corto período de paz, los regentes decidieron reanudar la campaña granadina. Los inicios fueron triunfales, con la ocupación del castillo de Tiscar; sin embargo, en 1319, una incomprensible derrota supuso la muerte de ambos tutores. El moro Ozmín atacó la retaguardia, donde se encontraba el infante don Juan, quien murió de apoplejía, mientras, don Pedro, viéndose aislado y con su ejército huyendo en desbandada, sufrió otro ataque muy similar al de su tío. Don Juan Manuel, quien no había participado en la lucha por las treguas que Murcia tenía firmadas con el reino de Guadix, se encontró en primera fila y con la posibilidad de controlar el reino. Para ello, recorrió diversas ciudades en busca de apoyos y mandó asesinar a Diego García, ya que éste había logrado que los toledanos no le reconocieran como tutor. Todos sus esfuerzos dieron resultado. En 1320 consiguió, con María de Molina y su hijo don Felipe, ejercer la autoridad individualmente por áreas y, a la muerte de la Reina, continuó en una tutoría triple (con el infante don Felipe y don Juan el Tuerto, hijo del fallecido infante don Juan, nieto de Alfonso X y llamado así por su cuerpo torcido) hasta 1325. Durante los años de la minoría regia, las disputas nobiliarias llegaron a tal extremo que el papa Juan XXII hubo de enviar como mediador al cardenal de Santa Sabina.
En este momento, cerca de la cuarentena, se sitúa el inicio de su actividad literaria. Pese a los numerosos conflictos que afrontó, en los que llegó a temer por su vida, contó con un control sobre el poder que perdió cuando el Monarca asumió al trono, lo que quizá explique su afán por emprender una tarea intelectual que le permitiera asimilarse a la Monarquía.
Don Juan Manuel fue el primer escritor peninsular con tan clara conciencia de autoría, que enumera en un “Prólogo general” una lista con “todos los libros que yo fasta aquí he fechos, et son doze”. El que sea el propio autor quien facilite la lista de sus obras no elimina problemas. Por un lado, algunos de los libros mencionados no han llegado hasta hoy. Por otra parte, esta relación mantiene algunas diferencias con otra similar que figura en el mismo códice (Biblioteca Nacional de Madrid, ms. S, 6.376), pero en otro prólogo copiado al inicio de El conde Lucanor y al que se le suele llamar “Anteprólogo”. El cotejo entre ambas permite identificar las obras conservadas de don Juan Manuel y conocer, al menos, los títulos de aquellas que se dan por perdidas. Siguiendo el orden en el que se mencionan en el “Prólogo general”, las conservadas son las siguientes: 1) “El primero tracta de la razón por que fueron dadas al infante don Manuel, mio padre, estas armas [...]”, alusión al Libro de las armas, también llamado por la crítica, con mayor propiedad, Libro de las tres razones; 2) “Et el otro, de castigos et de consejos que do a mi fijo don Ferrando [...]”, que se identifica con el Libro infinido; 3) “El otro libro es de los stados”, llamado Libro del infante o Libro de los estados, ya que ambos nombres figuran al inicio de la obra; 4) “Et el otro es el libro del cauallero et del escudero”; 5) “Et el otro, de la cronica abreuiada”; 6) “Et el otro, el libro de la caça”. A esta lista hay que añadir otras dos obras conservadas: 7) Libro del conde Lucanor, posiblemente olvidado, ya que, aunque anuncia doce, sólo incluye once libros; 8) Tractado de la Asunción de la Virgen María, cuya ausencia se justificaría por ser la última obra escrita por el autor.
Por el contrario, otras obras mencionadas se han perdido, aunque los esfuerzos de la crítica se han centrado en identificarlas y en averiguar algo de su contenido.
El Libro de la caballería aparece citado en los dos prólogos y dentro del Libro de la Caza y, a su vez, extractado en los capítulos LXVII, LXXXVI y XCI del Libro de los estados. Con estos datos, se ha supuesto que se trataría de un resumen de la segunda Partida de Alfonso X. La Crónica complida fue identificada en el siglo pasado con un Cronicón latino, hipótesis hoy rechazada. Es posible también que se trate sólo de una lectura equivocada, y haya que suponer “Crónica abreuiada de la Crónica complida”, lo que llevaría a reducir el número de obras perdidas. El Libro de los engeños (o “ingenios”), también desaparecido, podría tratar de las máquinas de guerra, tema que interesaba a don Juan Manuel, como se deduce de la lectura del Libro de los estados (capítulo LXXVIII). El Libro de las cantigas quizá sea el mismo al que en el “Anteprólogo” llama Libro de los cantares. Aunque por el título pudiera pensarse en un libro de poemas, la crítica lo identifica con unos breves resúmenes de las Cantigas de Alfonso X, opinión avalada por estudios lingüísticos y estilísticos; estas prosificaciones en castellano sólo figuran en uno de los códices, el escurialense, y abarcan los veinticinco primeros poemas. Nada se sabe de las Reglas cómmo se deve trobar, y en cuanto al Libro de los sabios, sólo mencionado en el “Anteprólogo”, las hipótesis son discordantes. Podría identificarse con el Libro infinido o, incluso, tratarse de una alusión a las partes II, III y IV de El conde Lucanor.
Las diferentes listas no sólo divergen en el contenido, sino también en el orden de presentación, pero ninguna de ellas parece atenerse a una rigurosa cronología.
En el “Prólogo general” recuerda primero las obras que atañen a su familia (1 y 2), para continuar con aquellas que afectan a la educación del joven caballero, aunque el tiempo de la escritura fuera muy distinto. Gracias, sin embargo, a referencias internas ha sido posible reconstruir la datación de algunas de ellas. De ese modo es perceptible una clara evolución en don Juan Manuel, que ha llevado a establecer una distinción en dos etapas claramente separadas: La primera duraría hasta 1326 y se caracterizaría por su proximidad con la obra de Alfonso X. Corresponden a ella, entre las obras conservadas, la Crónica abreviada y parte del prólogo de Libro de la caza. Pero pertenecerían posiblemente también a este período el Libro de la caballería y el Libro de las cantigas (quizá también el Libro de los engeños).
La segunda comenzaría a partir de 1327, año en que don Juan Manuel se centró en la educación del joven noble y en los problemas éticos, y perfiló su propia forma de escribir. El Libro del caballero y del escudero, el Libro de los estados, El conde Lucanor, el Libro infinido, el Libro de las armas y el Tratado de la Asunción marcan esta plenitud.
Sus tres primeras obras, la Crónica abreviada, el perdido Libro de la caballería y el Libro de la caza, están unidas por varios nexos. La historia de España, la caballería y la caza eran materias básicas para la educación de los jóvenes vástagos de la nobleza, pero, a su vez, habían sido preocupaciones de su tío Alfonso X, a cuya sombra inició don Juan Manuel su labor literaria.
La primera es un resumen de una Crónica de España compuesta por Alfonso X, que mandó abreviar con el fin de aprenderla y retenerla mejor, es decir, prioritariamente “para sí”, aunque no se descarte la existencia de otros lectores. La obra debió de concluirse antes de agosto de 1325, cuando dejó de ser “tutor del muy alto e muy noble señor rey don Alfonso”, como se denomina en el prólogo. El Libro de la caza, aunque resulte más innovador, se sitúa desde el prólogo en la misma línea continuadora de la labor alfonsí, a la que también se podrían adscribir otras obras perdidas. Aunque la ausencia de alguno de estos testimonios obliga a ser muy cautos; sin embargo, a tenor de los conservados, se percibe un claro contraste con la producción manuelina posterior.
La mayoría de edad de Alfonso XI le supuso una considerable merma de poder que intentó evitar por todos los medios. El nuevo Rey renunció a los tutores y eligió como consejeros a Garci Lasso de la Vega, Álvar Núñez Osorio y a don Yusaf, judío, todos ellos enemigos de don Juan Manuel y de Juan el Tuerto.
Los dos primeros citados posiblemente habían sido los encargados de tenderle la trampa mortal de Villaóñez en 1322. Para contrarrestar esa situación, don Juan Manuel arregló el matrimonio de su hija Constanza Manuel con Juan el Tuerto. Pero el joven Rey, temiendo por esta unión, solicitó a la hija de don Juan Manuel en matrimonio. El enlace se sancionó en las Cortes de Valladolid y, si no se llevó a cabo, fue porque el Papa debía conceder una licencia especial. Era el momento de mayor gloria de don Juan Manuel, incluso situado en la frontera con el cargo de adelantado mayor, obtuvo su más famosa victoria militar al derrotar en 1326 al caudillo árabe Ozmín. Sin embargo, la fortuna resultó fugaz.
A partir de 1326 o 1327, don Juan Manuel utilizó sus obras para transmitir a los jóvenes su concepción de una sociedad tradicional y estática, con la intención de que así se perpetuara el sistema social; también con ellas creó un espacio literario en el que “don Johán” se convertiría en una autoridad incuestionable.
Desde el prólogo al Libro del caballero y del escudero, don Juan Manuel se presenta como “adelantado mayor de la frontera et del reino de Murcia” y señala que el libro fue comenzado “seyendo en Sevilla” y concluido “después que me partí dende”, por lo que puede situarse su escritura entre marzo y diciembre de 1326. El uso de la primera persona parece anunciar ya su renuncia a ser sólo un abreviador de las obras del escritorio regio. En esos momentos, don Juan Manuel comenzó, posiblemente con algunas dudas, a buscar refugio en la escritura. La muerte a traición de don Juan el Tuerto fue el detonante que enturbió las relaciones con el Rey, ya que don Juan Manuel le culpó de estar detrás de la trama asesina.
Como consecuencia de ello, Alfonso XI deshizo su compromiso matrimonial con Constanza y en 1327 la encerró en el castillo de Toro. La reacción del padre ante esta afrenta no se hizo esperar: don Juan Manuel se desnaturalizó del Rey y le declaró la guerra buscando el apoyo del rey de Granada y de su amigo don Jaime de Xérica. Éstos fueron los peores años de don Juan Manuel, en los que, incluso, a tenor de lo que dicen las crónicas, llegó a temer por su vida. Es difícil no ver una conexión entre estos graves sucesos y su labor literaria, que terminó siendo una vía para la reafirmación personal. Es el “doloroso et triste tiempo” en que escribió el Libro de los estados, según cuenta en el prólogo, cuya composición se puede fijar, por ciertos datos internos, entre 1327 y 1332. El núcleo de la obra se centra en las conversaciones entre un clérigo sabio y un infante, al que el maestro trata de explicarle cómo alcanzar la salvación sin renunciar a su condición social. Don Juan Manuel demuestra así lo que él hubiera podido hacer como protector de Alfonso XI. Sin embargo, la realidad es muy diferente a la ficción. La guerra entre el Monarca y su vasallo se prolongó hasta 1330, pero aunque firmaron la paz, don Juan Manuel volvió a desnaturalizarse en 1336, creyendo contar con el apoyo de los magnates castellanos y de los reyes de Aragón y Portugal. En realidad, le fallaron y la paz que firmó al año siguiente, el llamado Pacto de Madrid, que fue más bien una claudicación.
En estos años de gran tensión con el Rey, escribiría también su obra maestra, El conde Lucanor, finalizada en 1335, y comenzaría el Libro infinido, con consejos para su hijo don Fernando, aunque la obra se concluyó después del Libro de los Estados y de El conde Lucanor, ambas citadas en su interior, cuando don Juan Manuel contaba ya más de cincuenta años.
Esta última se editó dividida en cinco partes, reagrupadas a su vez en tres libros: “Libro de los ejemplos”, con cincuenta narraciones didácticas; “Libro de los proverbios”, con tres apartados que constan de unos cien, cincuenta y treinta proverbios respectivamente, y un breve “Tratado doctrinal”. Sin embargo, de los cinco manuscritos que la transmiten, sólo dos contienen la obra completa; otros tres únicamente reproducen el primer libro, al igual que hizo Argote de Molina en 1575. Este hecho, al margen de ser un dato importante para estudiar la recepción, puede indicar que, en un primer momento, se compusiera la primera parte y de ella derivaran algunas copias, hasta que en 1335, fecha del colofón, pudo completarse el resto. La unidad del conjunto viene reforzada por la presencia continuada de dos personajes, un gran señor, llamado conde Lucanor, y su consejero Patronio, por unas similares técnicas compositivas y por unos mismos principios didácticos. La obra se estructura buscando el progresivo oscurecimiento del discurso para aumentar el aprovechamiento del lector y jugando con la distribución de su contenido de acuerdo con la composición numérica. Desde los prólogos se reiteran, en términos análogos, los objetivos didácticos: ayudar al “saluamiento de las almas et aprouechamiento de sus cuerpos et mantenimiento de sus onras et de sus estados”. Este doble propósito, atender a los cuerpos y a las almas, vertebra sus cinco partes y es un reflejo tanto de la variedad del público receptor como de las preocupaciones estamentales de su autor. Pese a que ahora no se limitaba a escribir para jóvenes nobles, el libro también encierra un manual centrado en la figura del consejero y en el valor que los consejos deben tener en sí mismos.
Ya cerca del eclipse político, aún participó en algunas campañas militares, como la batalla del Salado y el cerco de Algeciras (1343-1344), y en 1340 consiguió que su hija Constanza se casase con el infante don Pedro, heredero al trono de Portugal. En los años posteriores a la batalla del Salado (1340) y cuando estaba ya alejado de la Corte, escribiría el Libro de las armas, claro ejemplo de literatura linajística, y el breve Tratado de la Asunción, especie de discurso- sermón sobre asuntos teológicos, con los que se cierra su producción. El primero, redactado posiblemente entre 1337 y 1342, es un claro testimonio del mesianismo familiar de don Juan Manuel, en el que, a partir de una combinación de datos históricos y tradición oral, exaltaba el linaje de los manueles y menospreciaba la descendencia casi maldita del rey don Sancho. El segundo es un breve tratado teológico, dedicado a probar la presencia de la Virgen en cuerpo y alma en el Paraíso. A la elección del tema no serían ajenos los dominicos, Orden con la que don Juan Manuel había mantenido siempre una estrecha relación. Pese a que en otras obras había expuesto de forma clara y sencilla ciertos temas religiosos, ésta es la única ocasión en la que escribió un breve tratado, íntegramente dedicado al desarrollo de unos argumentos teológicos.
Salvo la Crónica abreviada, las restantes obras de don Juan Manuel han llegado en un solo manuscrito. Sin embargo, de El conde Lucanor se conocen cinco, más la edición preparada por Argote de Molina, y publicada en Sevilla en 1575. Ello da claro indicio de que sólo una obra de don Juan Manuel disfrutó de gran popularidad, como lo confirman otros testimonios, que hablan de copias manuscritas y de un amplio círculo de lectores. La reina doña María, esposa de Alfonso V el Magnánimo, le pidió a Fernán López de Stúñiga un Lucanor y la misma obra figura en los inventarios de la reina Isabel la Católica. Sin embargo, su difusión no quedaría limitada a los ámbitos cortesanos. Según una curiosa querella religiosa, hacia 1485 los cristianos viejos se quejaron de que otros monjes leen a Boccaccio y el Lucanor. Otras copias manuscritas circularían entre los monjes del monasterio jerónimo de Guadalupe y entre los benedictinos de San Pedro de Arlanza. La gran popularidad de El conde Lucanor en los Siglos de Oro vino de la mano de la edición de Argote. La aparición del impreso sirvió a varios creadores, como Cervantes, Lope de Vega o Tirso de Molina, de fuente de inspiración para sus propias obras, e incluso Baltasar Gracián, pese a que cite, sobre todo, los cuentos, se habría servido más de los proverbios.
Don Juan Manuel legó a sus herederos un extenso patrimonio que se agrupaba en cuatro áreas geográficas: 1. Castilla la Vieja: Burgos (Ameyugo, Villafranca, Lerma, Lara y Aza); Valladolid (Torrelobatón y Peñafiel) y Segovia (Cuéllar). 2. Castilla la Nueva: Guadalajara (Galbe de Sorbe, Palazuelos, Ledanca, Cifuentes, Val de San García, Trillo, Brihuega, Salmerón y Alcocer); Toledo (Escalona, Maqueda y Santaolalla); Cuenca (Castejón, Torralba, Buendía, puerto Camdaljub, Villar del Saz, Huete, Montalvo, Zafra del Záncara, La Hinojosa, Puebla de Almenara, Castillo de Garcimuñoz, Alarcón, Belmonte, El Cañavate, Iniesta, El Provencio). 3. Señorío de Villena, que obtuvo en la Navidad de 1283. 4. Adelantamiento de Murcia, desde 1284 hasta 1339. La importancia de estos dominios le había permitido incluso tener una pequeña Corte, similar a la de los reyes de Aragón y de Castilla, con Cancillería propia. Este inmenso patrimonio, acumulado a lo largo de una centuria por don Juan Manuel y su padre, se dispersó pocos años después de su muerte, pues su hijo, Fernando Manuel, murió dejando sólo una hija como heredera.
Obras de ~: Crónica abreviada, c. 1325; Libro de la caza, c. 1325-1326; Libro del caballero y del escudero, c. 1326-1328; Libro de los estados, 1330; El conde Lucanor, 1335; Libro infinido, c. 1336-1337; Tratado de la Asunción de la Virgen María, post. 1335; Libro de las armas, post. 1337; Obra Completa I y II, ed. J. M. Blecua, Madrid, Gredos, 1982-1983.
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María Jesús Lacarra Ducay