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Fernando Valenzuela y Enciso

Biografía

Valenzuela y Enciso, Fernando. Marqués de Villasierra (I). Nápoles (Italia), 1636 – Ciudad de México (México), 7.I.1692. Valido y primer ministro del rey Carlos II.

Nacido en una familia de militares, un antepasado suyo, Fernando de Valenzuela Baena, participó en 1485 en la conquista de Ronda, obteniendo como fruto de la campaña casa y tierras para asentarse en la ciudad andaluza. Años más tarde, el bisnieto de este militar, Francisco de Valenzuela, padre de Fernando, cometió lo que los documentos enigmáticamente califican de “una travesura” que le obligó a abandonar Ronda e instalarse en la ciudad italiana de Santa Agata, donde conoció a Leonor Enciso, con la que contrajo matrimonio. De esta unión nació a principios de 1636 en Nápoles su único hijo, Fernando, que fue bautizado en la iglesia de Santa Ana el 17 de enero del mismo año. En su partida de bautismo figuran como padres Francisco Valenzuela y Dianora Ávila de Arces, nombre de la madre que difiere del que aparecerá después —Leonor de Encisos y Dávila— en su nombramiento como caballero de la Orden de Santiago.

En los años siguientes, la desgracia no abandonó a la familia, pues en plena niñez Fernando Valenzuela quedó huérfano de padre, lo que llevó a su madre viuda, Leonor, a abandonar Nápoles y trasladarse a Madrid. Fernando entró al servicio de Rodrigo Díaz de Vivar y Hurtado de Mendoza, duque del Infantado, embajador en Roma y virrey de Sicilia que, a los dieciséis años lo nombró “paje de guión”. Cuando su protector retornó a España, Fernando intentó hacer carrera militar en Nápoles, pero tras fracasar, regresó finalmente a Madrid.

En la capital de la Monarquía, Valenzuela se vio inmerso en la vida cortesana, contrayendo matrimonio en 1661 con la camarera de la Reina, María Ambrosia de Ucedo, lo que facilitó que fuera nombrado caballerizo con el consiguiente acceso a los Monarcas. Convertido en acompañante y encubridor de las aventuras amorosas de Felipe IV, Fernando recibió en cierta ocasión un tiro en el brazo. Ayudado económicamente por la Reina, Valenzuela obtuvo su confianza, según atestigua un documento regio de la época: “Por atender a la seguridad de Valenzuela, no he querido premiarle como merece el particular servicio que nos ha hecho. Si acaso faltare antes de hacerlo y durante el gobierno de la Reina muriese el sujeto de quien a este mozo es necesario asegurarle, le encargo le premie, en correspondencia de su mérito, porque estoy con particular cuidado de no haberlo hecho, aunque ha sido por tan legítima causa”.

Tras la caída del padre Nithard, confesor de la Reina, ésta, abrumada por el peso del gobierno y la compleja situación política, decidió confiar en Valenzuela, a quien otorga numerosas mercedes. En 1671, mediante Real Cédula de 12 de diciembre, le concedió el hábito de la Orden de Santiago, asignándole el mismo año el puesto de introductor de embajadores. Por otra parte, la amistad entre la Soberana y su valido se prestó a muchos comentarios maliciosos. Durante estos años, Valenzuela disfrutó de libre acceso a las habitaciones de la Reina y se convirtió en su confidente, informándole de los secretos y comentarios de la Corte. Fue así conocido como “El Duende de Palacio”.

Durante la regencia, Valenzuela no disfrutó de cargos políticos. Su primer nombramiento, de primer caballerizo, se debió a un singular incidente. Cuando los Reyes salían en cierta ocasión en su carruaje, Valenzuela se acercó a recoger el estribo. Tal actuación, que no le correspondía, provocó la reacción del mayordomo mayor, resolviendo la Reina el incidente con la concesión allí mismo de ese puesto de primer caballerizo. En adelante, su carrera política se afianzó con otros nombramientos. En 1674 “El Duende” entró a formar parte del Consejo de Italia, limitándose, sin asistir a las sesiones, al manejo de los fondos. También entonces fue nombrado alcalde del castillo, montes y bosques de El Pardo en sustitución del marqués del Carpio, que había sido trasladado a Roma. Tal cargo le permitió ocuparse de los festejos palaciegos, divirtiendo a los Reyes con comedias, cacerías y corridas de toros. Las constantes fiestas ocasionaron cuantiosos gastos y un quebranto del erario, que Valenzuela pretendió equilibrar mediante la venta de cargos públicos. El 2 de noviembre de 1675 el favorito se presentó en Palacio con el memorial del nombramiento de marqués de Villasierra, que horas más tarde fue aprobado por el Consejo de Castilla y formalizado mediante decreto de 3 de noviembre de 1675. Por él se le nombró “Marqués en Castilla de la villa de San Bartolomé de Villasierra, que decís ser vuestra”.

La mayoría de edad de Carlos II marcó un cambio en la vida política del país y en la persona de Fernando. El 20 de noviembre de 1675 fue designado embajador en la República de Venecia. En 1676, con ocasión de diversos problemas en la Corte, Valenzuela fue nombrado capitán general del Reino de Granada en sustitución del conde de Santisteban, que había sido nombrado virrey de Cerdeña. La estancia del “Duende” en Granada hace ver una persona vanidosa y prepotente, que se instaló en la Alhambra atribuyéndose el cargo de alcalde y exigió ser tratado de “excelencia”, multando a quienes no le dispensaban ese tratamiento. Ordenó además al presidente de la Chancillería que le rindiera visita, y probablemente no actuó con muchos escrúpulos a la hora de enriquecerse.

La maltrecha situación económica de aquel año de 1676 hizo que se proyectara suspender la jornada de Aranjuez, si bien Valenzuela supuso que el verdadero motivo era el temor de la Reina a perder la protección de la guardia y a un golpe militar. En consonancia con ello, propuso unos reajustes cortesanos que facilitaron la marcha del real sitio, lo que facilitó una más estrecha amistad con el Monarca. La Reina, por su parte, nombró el 14 de junio a Valenzuela caballerizo mayor. Por entonces, ciertos forcejeos habidos con ocasión de constituir una Junta, en la que estarían Valenzuela, el duque de Medinaceli y el arzobispo de Toledo, originaron un clima de tensión en la Corte, y el hecho de que Valenzuela propiciara la sustitución del confesor del Rey, fray Tomás de Carbonell, por otro dominico llamado Gabriel Ramírez de Arellano, trasladando la Corte a El Escorial. Aquí Valenzuela intentó crear un ambiente tan festivo como el de Aranjuez, aliándose a este efecto con el prior, fray Marcos de Herrera, con quien entretendría al Monarca a base de música de capilla, algunas corridas y, sobre todo, con grandes cacerías, en una de las cuales Fernando resultó herido de un disparo hecho por el propio Rey. Semejante suceso dio pie a que Carlos II le anticipara la merced de Grande de España.

Disuelta la junta, Valenzuela parece que ejercía ya de hecho de primer ministro, aunque no se sabe si recibió título como tal. Disfrutando de tanto poder, crecieron sus enemigos cortesanos, y es probable que se hubiera atentado contra su vida cuando el caballerizo del Rey, Francisco de Ayala, fue tiroteado en la Casa de Campo por unos encapuchados que lo confundieron con él. Semejante suceso, y el tenso clima alrededor del favorito, ocasionaron que Carlos II ordenara su acomodo en el cuarto del Príncipe, lo que causó notable enojo en la nobleza. El Monarca ordenó, además, que los presidentes de todos los Consejos, excepto el de Castilla, despachasen sus asuntos con Valenzuela, a lo que trataron de oponerse el presidente del Consejo de Italia, duque de Osuna, así como el de Órdenes, conde de Peñaranda.

El 15 de diciembre de 1676 un grupo de Grandes de España firmó un manifiesto en el que exigían al Rey “separar totalmente y para siempre de la cercanía de S.M. a la Reina su madre, aprisionar a Don Fernando y establecer y conservar la persona del Sr. Don Juan al lado de S.M”. En pocos días, se constituyó así una liga nobiliaria con el propósito de que Juan José de Austria sustituyese en el gobierno a Valenzuela. A su vez, los Consejos de Estado y de Castilla acordaron en diciembre que el valido fuera hecho prisionero, lo que obligó a Fernando a solicitar protección del Rey, refugiándose en El Escorial. El 24 de diciembre, una Junta creada el día anterior, aprobó por unanimidad la prisión de Valenzuela, quien permanecía en el Monasterio acompañado de su familia, de su fiel amigo Alonso de los Herreros y de una escolta de veinte chambergos. A partir de ahí, Juan José de Austria ordenó su búsqueda para apresarle, y decidió asaltar el Monasterio con una fuerza mandada por Antonio de Toledo, hijo mayor del duque de Alba y el duque de Medina Sidonia. Ante el requerimiento de que les fuera entregado Valenzuela, el prior exigió una orden por escrito del Rey. Finalmente los atacantes entraron por la fuerza, Valenzuela fue detenido y pasó a prisión en el castillo de Consuegra.

El 27 de enero de 1677 el Rey decretó la nulidad de todas las mercedes concedidas al valido, con expresa mención de la Grandeza de España. Constituida una junta para resolver este asunto, uno de sus componentes, el licenciado Pedro de Ledesma, se querelló criminalmente contra Valenzuela ante un tribunal integrado por tres consejeros de Estado y otros tres de Aragón, Indias y Órdenes, que ordenaron investigar los cuantiosos bienes, joyas y dinero, que había acumulado. La tarea de interrogar a los testigos recayó en un alcalde de Corte, Juan Lucas Cortés, prestigioso historiador del Derecho. Por su parte el fiscal acusó a Valenzuela de múltiples cargos, entre ellos el de que “llegó a hacer en su casa audiencia pública como Primer Ministro, recibiendo memoriales en todo género de pretensiones”, lo que prueba también su consideración como primer ministro de la Monarquía. Fue acusado además de vender mercedes y amasar una gran fortuna, poner precio a dignidades eclesiásticas y otras irregularidades. Como castigo, se solicitó la pena de muerte y la confiscación de sus bienes, que deberían aplicarse al gasto público en compensación del daño ocasionado a la Corona.

Durante el tiempo que estuvo encarcelado, Valenzuela padeció una auténtica indefensión, reflejada en cierto memorial dirigido al Rey, en el que explicaba que, tras siete meses de prisión, todavía no le había sido comunicada la causa de su encarcelamiento. Se encontraba así “sin auto ni instrumento alguno judicial o extrajudicial, por donde le constasen causa o motivo para dicha prisión ni extracción violenta de la inmunidad, en que por orden de V.M. estaba”, no habiendo sido escuchado por tribunal alguno.

La detención de Valenzuela originó un conflicto de jurisdicción entre la justicia ordinaria y la eclesiástica. La violenta irrupción en el Monasterio de El Escorial fue considerada profanación de lugar sagrado, reclamando la Iglesia ser el órgano competente para resolver el litigio. El nuncio monseñor Mellini exigió la libertad del prisionero y el papa Inocencio XI designó al arzobispo de Toledo como juez apostólico para conocer la causa. Tras diversas fricciones, el Papa consiguió que el 6 de julio de 1677 Valenzuela fuera trasladado desde la cárcel de Consuegra a la iglesia del Tembleque, donde fue entregado al vicario general de Madrid. Resulta desde luego un tanto contradictoria la actitud de la jurisdicción eclesiástica, pues si en un primer momento fue solicitada la libertad de Valenzuela, más tarde el nuncio, sin sentencia condenatoria, requisó los bienes del valido y ordenó su destierro a las islas Filipinas por un período de diez años. Es así curioso que el promotor de la orden de destierro del ex primer ministro del gobierno de España, no fuera el propio Rey sino el nuncio de Roma. Por otra parte, y como complemento de esa orden del nuncio, Carlos II envió varias cédulas relativas al destierro: una dirigida al virrey de Nueva España, por donde Valenzuela había de viajar; otra al responsable del castillo de San Juan de Ulloa, en Filipinas, que había de custodiar al deportado; y una tercera al gobernador y capitán general de Filipinas.

Valenzuela salió de Consuegra el 2 de abril de 1678 rumbo a Cádiz, donde permaneció hasta el 14 de julio. Embarcó luego rumbo a Nueva España, hasta Veracruz, llegando al castillo de San Juan de Ulloa donde permaneció hasta el 20 de febrero de 1679. Cruzó luego México para llegar a Acapulco y tomar el galeón de las islas Filipinas hacia su destino final en el puerto de Cavite. El 29 de noviembre de 1679, más de año y medio después de haber salido de Consuegra, Valenzuela fue entregado en la fortaleza de San Felipe. El trato que recibió fue realmente indecoroso: durante el viaje se le impidió hablar con persona alguna; ya en el fuerte de San Felipe, le fue prohibido salir o hablar con alguien si no era en presencia de los guardias, debiendo acomodarse su sustento al salario que percibía un oidor de la Audiencia de Manila.

Transcurridos diez años en esa humillante situación, por cédula de 7 de junio de 1687 se declaró la libertad de Fernando. Fue embarcado entonces rumbo a Acapulco y trasladado desde allí a la Ciudad de México, adonde llegó el 28 de enero de 1690. Todavía el 4 de octubre de 1688 había escrito al Rey suplicándole que le permitiera ir a morir a España, al lugar de San Bartolomé de Villasierra. Lamentablemente iba a quedarse en México. Su aciago destino le reservaba una muerte violenta y fortuita, por la coz de un caballo que acabó con su vida en México el 7 de enero de 1692. Allí fue enterrado dos días después en el Convento de San Agustín.

 

Bibl.: L. Pfandl, Carlos II, Madrid, Afrodisio Aguado, 1947; H. Kamen, La España de Carlos II, Barcelona, Crítica, 1981; G. Maura y Gamazo, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Aguilar, 1990; F. Tomás y Valiente, Los validos en la monarquía española del siglo xvii, Madrid, Siglo Veintiuno, 1990 (2.ª ed. rev.); L. Ribot García, “La España de Carlos II”, en P. Molas Ribalta (coord. y pról.), La transición del siglo xvii al xviii. Entre la decadencia y la recontrucción, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España Menéndez Pidal, vol. XXVIII, Madrid, Espasa Calpe, 1993, págs. 61-203; J. A. Escudero, “El destierro de un Primer Ministro: Notas sobre la expulsión de Valenzuela a Filipinas”, en Administración y Estado en la España Moderna, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002 (2.ª ed.), págs. 620-635; J. Contreras, Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la corte del último Austria, Madrid, Temas de Hoy, Madrid, 2003; M. C. Fernández, Giménez, “Valenzuela: Valido o Primer Ministro”, en J. A. Escudero (coords.), Los Validos, Madrid, Dykinson, 2004, págs. 353-406.

 

Camino Fernández Giménez

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