Nithard, Juan Everardo. Castillo de Falkenstein, Mühlviertel (Austria), 8.XII.1607 – Roma (Italia), 1.II.1681. Jesuita (SI), confesor real, consejero de Estado, inquisidor general, arzobispo y cardenal.
Pertenecía Juan Everardo a una distinguida familia alemana, como lo testimonia su escudo de armas, decorado con las águilas imperiales, solamente permitidas a las más ilustres casas, tal y como fue ratificado por un diploma del emperador Fernando III en la Dieta de Ratisbona el 18 de abril de 1654. Era Juan Everardo el más joven de los cinco hijos de Juan Nithard. A la edad de ocho años ingresó como estudiante de Gramática en el Gimnasio de la Compañía de Jesús de Passau. Dedicó sus primeros años de juventud a ayudar a su padre en la función misionera y de control de la herejía, que le había encomendado el Emperador. Fue encarcelado en Neuhaus y condenado por los herejes a morir de una forma bastante brutal: “Enterrándole asta la garganta le diesen muerte, jugando con unas bolas tiradas a su cabeza asta quitarle la vida”. Las tropas imperiales le libraron de tan terrible destino. Sirvió dos años en el ejército de la Liga Católica, y cuando pensaba en volver a alistarse, la lectura del libro de Tomás de Kempis, La imitación de Christo, le causó tanto impacto que decidió abandonar el ejército y trocar la milicia seglar por la religiosa, como hiciera Ignacio de Loyola, el santo fundador de la Compañía de Jesús.
Cursó estudios en la Universidad de Graz e ingresó en la Compañía de Jesús, en Viena, el 5 de octubre de 1631. Fue ordenado en Graz (c. 1639) e hizo los últimos votos en Viena el 8 de octubre de 1648. Desempeñó las Cátedras de Filosofía, Teología y Derecho Canónico en la citada Universidad de Graz (1641-1646) y cuando el emperador Fernando III pensó en nombrar maestro y confesor de sus hijos, los archiduques Leopoldo Ignacio y Maria Anna (Mariana), eligió como tal a Juan Everardo en 1646.
Acompañó a la archiduquesa Mariana cuando ésta se trasladó a España para contraer matrimonio con Felipe IV en 1649. Desde su llegada a la corte el 3 de octubre de ese año 1649 hasta la muerte de Felipe IV el 17 de septiembre de 1665, Nithard desempeñó su función de confesor de la Reina. Al llegar a España, se instaló en el noviciado de la Compañía de Jesús, gastando las limosnas y gajes que se le daban para adornar la iglesia del noviciado. Durante este tiempo, hasta la muerte del Rey, se le consideró como un entendido y prudente teólogo, de manera que formó parte de varias juntas, como la de Reformación de Costumbres o la de Medios y Reservas. Fue también uno de los nombrados para intervenir en las numerosas controversias sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, defendido ardientemente por el Rey y los jesuitas, que encontraban, sin embargo, una fuerte oposición por parte de los dominicos. Curiosamente, Nithard nació el día que quedó reservado para el culto a María bajo esa advocación (8 de diciembre) y las conexiones con la Inmaculada serían más que una coincidencia en su vida, y así, cuando fue desterrado a Roma en 1669 como embajador extraordinario, la Reina trató de llenar de contenido la embajada sugiriendo que se le enviase a la corte romana para tratar de los asuntos de la Inmaculada. La placa que en su honor se colocó en Viena está en la catedral dedicada asimismo a la Inmaculada. El 8 de diciembre de 1965, en la celebración de la Inmaculada Concepción, la placa fue consagrada. Felipe IV le tenía en gran estima y en ocasiones buscaba su consejo “fiado de sus letras, rectitud y desinterés”. Hasta el último momento estuvo al lado del Rey, quien se dirigió a él y como despedida le dijo que moría consolado, “viendo que dejaba al lado de la Reina su esposa, un sujeto tan de su satisfacción para dirigir sus aciertos”.
El hecho desencadenante de la aparición e influencia de Nithard en la vida política española fue la muerte de Felipe IV. El heredero del trono, el que sería Carlos II, contaba tan sólo cuatro años, por lo que Felipe IV dejó un testamento en el que nombraba a Mariana tutora de su hijo y gobernadora de todos sus reinos y señoríos hasta que el Rey cumpliera catorce años. Mariana había de gobernar en la misma forma y con la misma autoridad que el Rey, según rezaba la cláusula 21 del citado testamento, pero a la vez, y consciente el soberano de que su mujer necesitaría ayuda y asesoramiento, dejó una Junta de Gobierno que cumpliera esa misión. Él mismo designó a sus miembros y procuró que estuvieran en ella todos los sectores influyentes de la sociedad, representados por el presidente del Consejo de Castilla, el vicecanciller o presidente del de Aragón, el arzobispo de Toledo, el inquisidor general, un consejero de Estado y un Grande de España. Buscaba Felipe IV equilibrio en el ejercicio del poder entre las diversas fuerzas, a fin de dejar el gobierno de España a salvo de caer en manos de un valido.
La Reina resolvía con facilidad si las cuestiones eran claras o estaban bien fundamentadas por la Junta, pero cuando los informes eran enrevesados o dudosos, Mariana se perdía, de manera que tenía serios remordimientos de no cumplir fielmente sus deberes. Por ello, atribulada con los problemas de gobierno, para los que no tenía preparación ni experiencia, comenzó a consultar a la única persona que le inspiraba plena confianza: “Me pudro de todos estos trabajos de Estado, y no puedo echar mano ni confiarme de nadie sino de mi confesor”, dirá a una de sus damas que la vio llorando. Tanto Mariana como el confesor eran conscientes de que los temas sobre los que la Reina pedía consejo y asesoramiento no eran de confesión o dirección espiritual, pero por ayudarle, Nithard fue dando sus opiniones, de forma que la solución que él sugería era asumida de ordinario por la Reina, aunque la experiencia y los conocimientos en el tema de Nithard, y por ende la solución adoptada, no fuera totalmente idónea. Ahora bien, Nithard siempre actuaba con lealtad hacia la Reina y su causa, de ahí que Mariana contase cada vez más con su opinión. Por lo tanto, fue el deseo de actuar correctamente, de comportarse conforme a lo que de ella se esperaba en cada situación, lo que llevó a la Reina a elevar a su confesor a las más altas cotas de poder, y a que ya desde principios de 1666 todos considerasen, dentro y fuera de la corte, que era Nithard el que regía los destinos de la Monarquía.
Con esta premisa, Mariana llevó a cabo dos acciones sumamente inteligentes, que además eran jurídicamente intachables, para conseguir incluir a su confesor en los órganos de información y de gobierno, desde donde podría ayudarle a ejercer lo mejor posible como gobernadora, tutora y curadora del Rey su hijo. La primera medida fue introducir a Nithard en el Consejo de Estado y la segunda fue hacerle miembro de pleno derecho de la Junta de Gobierno, nombrándole inquisidor general. El 16 de enero de 1666, Juan Everardo Nithard se encontraba entre los siete notables fueron promocionados a consejeros de Estado. El nombramiento levantó ampollas entre los que esperaban ser nombradas y no lo fueron. Algunos recurrieron a la pluma y se divulgaron abundantes pasquines y sátiras, método que no era nuevo en el país, pero que fue aprovechado con extraordinaria profusión, especialmente por Juan José de Austria y sus partidarios para desacreditar a Nithard e ir conformando en su contra a la opinión pública.
La oportunidad de incluir a Nithard en la Junta de Gobierno la proporcionó el fallecimiento del arzobispo de Toledo Baltasar de Moscoso, a las pocas horas de morir Felipe IV. La Reina pidió al Consejo de la Cámara de Castilla que le propusiera las personas más idóneas para ocupar ese relevante puesto. El Consejo propuso en primer lugar al cardenal de Aragón, virrey de Nápoles e inquisidor general, quien siendo dignísimo candidato dejaba vacante la Inquisición, lo que resultaba idóneo para que Nithard entrase en la Junta de Gobierno, dada su condición de eclesiástico versado en Teología y Derecho Canónico. No fue tarea fácil para Mariana el nombrar inquisidor general a Nithard. Hubo varios inconvenientes y ninguno baladí. El primero fue su condición de extranjero, lo que según la cláusula 33 del testamento de Felipe IV le excluía del cargo. La única manera de obviar este problema era naturalizar a Nithard, pero ello, según las leyes de Castilla, sólo podían hacerlo las Cortes, estamento que estaba en franca decadencia y ya no se reunía. La solución fue pedir el voto favorable de las ciudades con voto en Cortes, lo que se hizo por Decreto de 9 de agosto de 1666. Manifestada mayoritariamente la anuencia de las ciudades, Nithard fue naturalizado español por Real Cédula de 20 de septiembre, y dos días más tarde la Reina le nombraba inquisidor general por Real Cédula de 22 de septiembre de 1666.
Sin embargo, no terminaron ahí las dificultades. La Reina hubo de vencer además una doble oposición al nombramiento. La del propio Nithard, que se oponía a aceptarlo por ser jesuita, dado su voto de no aceptar cargo ni dignidad alguna fuera de la Compañía si no había previamente mandato expreso del Papa, y la del general de la Compañía, Juan Pablo Oliva, que insistentemente trató de convencer a Nithard de que no aceptase el nombramiento. A pesar de todo ello, y gracias a las gestiones de la Reina, el 10 de noviembre se recibieron en Madrid, procedentes de Roma, dos bulas: una confirmaba el nombramiento de Nithard, la otra le obligaba a aceptarlo en virtud de santa obediencia, por lo que, contando con el beneplácito del Pontífice, y sin que hubiera ya ningún impedimento, se expidió la Real Cédula para que el Consejo de Inquisición le admitiera como tal inquisidor general el 11 de noviembre. Pasó entonces a residir en el palacio de la Inquisición y a tomar posesión como miembro de pleno derecho de la Junta de Gobierno el domingo 14.
Poco más de dos años duró la preeminencia de Nithard y su pertenencia a la Junta de Gobierno. El confesor hubo de abandonar sus puestos y su estancia en España el 25 de febrero de 1669. Los problemas exteriores —la guerra con Portugal y la guerra con Francia— que terminaron con notables pérdidas para España, así como la desastrosa situación interior, unidos a la firme oposición de la nobleza personificada en el ambicioso Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, y al poco aprecio que el jesuita despertaba en el pueblo, provocaron su caída y que la Reina se viera obligada a decretar su salida del país, que era exigida insistentemente por Juan José de Austria y que fue recomendada tanto por la Junta de Gobierno como por los principales Consejos. En la cédula de expulsión se le nombraba embajador extraordinario en Roma o en la corte de Viena, a su elección. Nithard eligió ir a Roma donde permaneció prácticamente en la oscuridad hasta que fue nombrado embajador ordinario sustituto del marqués del Carpio el 24 de septiembre de 1671, encargo que fue aceptado gustosamente por Nithard el 21 de noviembre siguiente.
Al objeto de servir la embajada con la dignidad requerida, dado que Nithard había renunciado a todos sus cargos y era en aquellos días tan solo jesuita, fue nombrado por el papa Clemente X arzobispo de Edessa in partibus in fidelium de 16 noviembre de 1671, y fue consagrado por el cardenal Federico Sforza en la capilla privada de la Congregación de los Nobles de la iglesia del Gesù de Roma el 24 de enero de 1672. Poco después fue nombrado cardenal in pectore, el 22 de febrero, nombramiento que se hizo público en el Consistorio del 16 de mayo. Se le consagró cardenal con el título de San Bartolomeo all’Isola el 8 de agosto de 1672 y, posteriormente, optó por el de La Santa Cruz de Jerusalén, el 25 de septiembre de 1679. Ejerció la embajada ordinaria hasta que el marqués del Carpio llegó a Roma el 13 de marzo de 1677. Asistió como cardenal al cónclave que eligió Papa a Inocencio XI (1676) y escribió sus memorias, veintiún libros en folio custodiados en la Biblioteca Nacional de Madrid. Murió en Roma a las once de la mañana del 1 de febrero de 1681 y fue enterrado el día 4 en la iglesia del Gesù a los pies del altar de San Ignacio como solicitaba en su testamento.
Nithard fue considerado en su época hombre honrado, de probadas virtudes y bien formado teólogo, pero inhábil, inexperto e incapaz gobernante. Concitó en su contra a la nobleza, al pueblo, a las órdenes religiosas, especialmente a dominicos y franciscanos, opuestos a la Compañía, al nuncio e incluso al Papa, Clemente IX, que siempre le fue hostil. No ha sido favorablemente valorado por los miembros de la Compañía de Jesús, ni por los historiadores, y a pocos ha merecido tan benigno juicio como a Cánovas, quien escribió de él: “El padre Juan Everardo Nithard aparece a los ojos de la crítica imparcial como un religioso austero y un gran carácter, que habiendo educado desde la niñez a la reina Mariana de Austria, vino a España a desempeñar el papel de padre y de director de su conciencia. Sostenedor del principio de autoridad que constituye la base principal de la compañía de Jesús, no autorizó jamás ni quebranto ni desdoro en la autoridad del poder real, y así pudo cumplir a la par la regla de su instituto en armonía con los deberes que le había impuesto el emperador de Austria al confiarle la defensa de su hija. Al abandonar España se marchó pobre y tranquilo de haber cumplido sus deberes, y hoy resulta una gran figura ante la historia”.
Obras de ~: Examen teológico de quatro proposiciones, de ciertos autores anónimos en que ponen achaques al culto, fiesta, objeto y sentencia pía de la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima Madre de Dios y al breve de Nuestro Santísimo Padre Alejandro VII que en su favor ha expedido a ocho de Diciembre de 1661. Hecho, de orden de N. Catolico Rey de las Españas è Indias Felipe IV que Dios guarde. Por el P. Juan Everardo Nidhardo de la Compañía de Jesús, Confesor de la Señora Reyna de España Maria Anna Archiduquesa de Austria Nuestra Señora, etc. Y de la Junta de la Inmaculada Concepción. Y le dedica y pone a los reales pies de entrambos Catolicas Majestades, por orden de su Majestad, en Madrid, a 24 de julio de 1662; Compilación de las Instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición hechas por Fray Tomas de Torquemada e por los otros Inquisidores Generales que después sucedieron, Madrid, por Diego Díaz de la Carrera, 1667; Copia de una consulta que hizo el Señor Inquisidor General, Confesor de la Reyna nuestra señora, respondiendo a una carta que escrivio a su Majestad el Señor don Juan, de Consuegra, en 21 de octubre de este año, satisfaciendo a los cargos, que haze en ella, Madrid, 1668; Memorias, c. 1677 (inéd.).
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María Carmen Sáenz Berceo