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Pablo Vincenzo Spínola Doria

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Biografía

Spínola Doria, Pablo Vincenzo. Marqués de los Balbases (III). Milán (Italia), c. 1632 – Madrid, 23.XII.1699. Consejero de Estado y de Guerra, gran protonotario del Supremo de Italia, mayordomo mayor de la Reina, gobernador de Milán, embajador en Viena y en París.

Nace en Milán a los dos años de morir su abuelo, el gran Ambrosio Spínola, fruto del enlace del II marqués de los Balbases, Felipe Spínola, y de Gironima Doria exponentes de dos de las más prestigiosas familias genovesas de la nobleza vieja al servicio de la Monarquía Hispánica. Paolo Spínola seguirá la estrategia adoptada por sus antecesores, consistente en reforzar sus vínculos con algunos de los más insignes miembros de la nobleza castellana y napolitana sin dejar por ello de mantener relaciones familiares con su lugar de origen. A la postre, se trataba de consolidar el papel de mediadores privilegiados jugado por la familia Spínola entre las necesidades de la Corona y las redes financiares y los servicios navales ofrecidos por la elite dirigente de la república desde su incorporación a la órbita españolas a principios del siglo xvi.

Siguiendo los pasos de su progenitor, con tan sólo diecisiete años se alista en un regimiento de caballería al mando del marqués de Caracena, gobernador del ducado de Milán desde 1648 y confidente y amigo del II marqués de los Balbases, donde participa en el momento más virulento del conflicto con Francia. Pasará largas temporadas junto a su padre tanto en Génova, desde donde supervisarán y asistirán al secretario de la embajada española Diego de Laura, como en la villa de campo que la familia poseía en Rossan a mitad de camino entre el ducado de Milán y la República.

Desde allí mediará en las transacciones efectuadas por los banqueros Andrea Pichenotti, Domingo Centurión y Juan José Spínola para cubrir las crecientes necesidades financieras derivadas de la ofensiva militar de Caracena en el norte de Italia que culminará con la toma de la estratégica plaza de Casale en 1652. Entrará en contacto, de este modo, con las más destacadas personalidades del ducado que, como el presidente Arese o el propio gobernador, realizaban constantes visitas a la casa de su padre en Rossan. Debido a los problemas de cataratas y a las graves crisis de gota de este último, se encargará de atender la correspondencia que el segundo marqués de los Balbases mantenía con las principales personalidades diplomáticas, militares y administrativas al servicio de la corona tanto en Madrid como en el resto del entramado cortesano que conformaba una monarquía multiterritorial e involucrada en los principales conflictos del momento.

Una vez adquirida una sólida formación militar y burocrática, su padre decidió casarlo con la hija del todopoderoso Marcantonio Colonna, príncipe de Paliano y de Isabela Gioeni, princesa de Castiglione. El matrimonio se celebró en Roma el 24 de febrero de 1653 dos años antes de que su padre fuera llamado por el valido, Luis de Haro, para servir en Madrid. El ascendiente alcanzado por el II marqués de los Balbases en la dirección de la política exterior de la corona hasta su muerte en 1659 y la red de contactos desplegada en la Corte facilitarán la promoción de su hijo en los órganos de gobierno de la Monarquía. La permanencia de su madre, Giromina Doria en Génova le permitirá disponer, a su vez, de una mediadora privilegiada para seguir actuando de puente entre la corona y los innumerables servicios que, a pesar del empeoramiento de las relaciones, ofrecía la república para el buen funcionamiento de entramado de poder hispánico. En el testamento redactado dos días antes de su muerte, el II marqués de los Balbases cedía a su único hijo varón todos los títulos y honores así como una cuantiosa herencia compuesta, entre otros bienes, por 455.651 maravedís de juros al quitar situados en diferentes rentas y servicios de Castilla como los millones de Córdoba, de Madrid o de Toledo, las salinas de Andalucía o los unos por ciento de Sevilla. Rentas a las que se sumaban otras muchos beneficios y cantidades adeudadas por la Corona a su familia y que se remontaban, en muchos casos, a los servicios ofrecidos al Rey por su abuelo. Pablo Spínola Doria recibía igualmente la encomienda de Carrizosa y el encargo de cubrir las necesidades de su madre y de satisfacer a su tía, Polissena Spínola, marquesa de Leganés, a su prima, Inés Dávila y Spínola, marquesa de Almazán, y al hermano de esta última, Ambrosio Spínola, que llegaría a alcanzar en 1669 el arzobispado de Sevilla.

El recién nombrado III marqués de los Balbases no tardó en acumular una serie de puestos de relevancia en la Corte en calidad de consejero de Estado, de Guerra y protonotario del Consejo de Italia y llegaría a convertirse en Caballero Trece de la Orden de Santiago en 1671.

Carrera de honores que culminaría en 1668 con su nombramiento como gobernador interino del Estado de Milán a la muerte de Luis Guzmán Ponce de León.

Posición que logró alcanzar gracias al sustento de su imponente red de contactos tanto en el ducado como en Roma desde donde su cuñado, el condestable Colonna, había presionado a la Corte de Madrid para que le pusiese al mando de la Caballería de Milán, paso previo para acceder al gobierno del ducado. Aunque su nombramiento provocó los recelos del maestre de campo, conde Galeazzo Trotti, que había casado a su hijo con una sobrina del cardenal Litta, arzobispo de Milán, el III marqués de los Balbases logró rebajar de manera notable durante su gobierno la tensión desatada entre el arzobispado y el anterior gobernador. En 1670 el duque de Osuna, que según informaba el enviado del Gran duque de Toscana en Génova, había estado a punto de retirarse a sus estados, tomó finalmente las riendas del ducado de Milán y licenció de manera inmediata a todos los familiares y clientes del marqués de los Balbases de los oficios ocupados durante su interinato.

Desde Milán, Pablo Spínola Doria pasó a servir en calidad de embajador a la Corte de Viena. A pesar de que el matrimonio en 1666 entre Leopoldo I y la hija de Felipe IV, Margarita Teresa, parecía reforzar los lazos consanguíneos entre ambas ramas de la dinastía Habsburgo, la inestabilidad en Hungría y la presión otomana, obligaron al Emperador a realizar un acercamiento con Francia que se tradujo, dos años después, en el primero de los tratados de reparto de la Monarquía Hispánica. Aunque el acuerdo se mantuvo en secreto, desde Madrid se efectuaron todo tipo de esfuerzos para revitalizar la tradicional alianza dinástica. En un principio el III marqués de los Balbases no fue capaz de evitar la firma de un tratado de neutralidad entre Viena y París en 1671 que dejaba el camino libre a Luis XIV para proceder, al año siguiente, a la invasión de las Provincias Unidas. La amenaza de la política expansionista francesa para la estabilidad de los Países Bajos españoles obligó a la corona a recurrir a toda clase de expedientes para sumar al Imperio a una gran alianza capaz de poner coto a sus crecientes exigencias territoriales. Además de presionar en la dieta de Ratisbona para que se incluyese a Flandes en la garantía del Imperio, Pablo Spínola contribuyó con sobornos a la caída del partido francés del ministro Lobkowitz y a su sustitución por Hocher lo que ayudó de forma notable a inclinar al emperador a favor de la política intervencionista propugnada por el barón de Lisola. El marqués de los Balbases dio pruebas, asimismo, de su capacidad para crear un ambiente favorable al entendimiento entre las dos ramas de la dinastía mediante la organización de toda una serie de fastuosas ceremonias festivas en la Corte que, como la celebración en 1672 del cumpleaños de la regente Mariana de Austria, hermana del emperador Leopoldo y madre de la emperatriz, culminó con la representación de una comedia que, bajo el título La Flecha de Amor, constituía todo un programa propagandístico sobre las virtudes de los Habsburgo. Pablo Spínola vio facilitada su labor gracias al envío desde Madrid de una serie de cuantiosos subsidios que junto a la llegada del habilidoso Pedro Ronquillo en calidad de embajador extraordinario permitieron comprometer al Emperador en la firma de un tratado de alianza entre Viena y Madrid el 28 de agosto de 1673 al que se incorporarían, dos días después en La Haya, las Provincias Unidas y el duque de Lorena.

Los sucesivos contratiempos militares de los aliados sumados al levantamiento de Mesina y al agotamiento de las Provincias Unidas, que no parecían mostrar demasiado interés por seguir financiando un conflicto que ya no se desarrollaba en el interior de sus fronteras, impulsaron la convocatoria de un congreso de paz en la ciudad de Nimega. El 15 de enero de 1676 el consejo de Estado otorgaba poderes de embajador plenipotenciario en dicho congreso al III marqués de los Balbases en calidad de jefe de una delegación compuesta por Pedro Ronquillo, junto al que había trabajado en Viena para formalizar la alianza contra Francia, y del borgoñón Jean-Baptiste Christyn. El acuerdo bilateral franco-holandés de agosto de 1678 y la presión ejercida por Inglaterra obligaron a la embajada española a firmar una paz separada con París el 19 de septiembre de ese mismo año a pesar de las ruidosas protestas del Emperador. La Monarquía se veía obligada a reconocer la cesión del Franco Condado y de nuevas plazas en los Países Bajos pero recuperaba Mesina y lograba el apoyo de las potencias marítimas para consolidar la existencia de una barrera protectora entre Francia y las Provincias Unidas. El marqués de los Balbases obtuvo igualmente un importante reconocimiento protocolario en un congreso marcado por los constantes altercados de precedencia. En el momento de la firma de la paz se situó una mesa entre dos puertas equidistantes desde las que hicieron su entrada en la sala al mismo tiempo los representantes de ambas delegaciones para sentarse simultáneamente y evitar los clásicos problemas de precedencia entre españoles y franceses.

Cuando aún se encontraba en Nimega, Pablo Spínola fue nombrado embajador ordinario en París como reconocimiento por la habilidad desplegada en las negociaciones de paz y porque disponía de los necesarios recursos financieros y diplomáticos para llevar a cabo con eficacia la delicada misión de alcanzar un acuerdo matrimonial entre Carlos II y María Luisa de Orleáns, sobrina del rey francés. Se le dieron instrucciones para que recogiese a su esposa, Ana Colonna, en Bruselas donde debía acordar con el gobernador, duque de Villahermosa, y con Pedro Ronquillo las posibles plazas flamencas que Francia podría restituir a la corona en calidad de dote por un matrimonio que debería tener por principal objetivo consolidar la paz entre ambas monarquías. Gracias a la mediación de la reina de Francia y a los lazos familiares que su mujer mantenía entre algunas de las figuras más influyentes de la Corte francesa, los Spínola pudieron instalarse en el emblemático palacio de Nevers que decoraron de manera suntuosa y que lograron convertir en un cosmopolita centro de reunión desde donde se ponía de manifiesto que, a pesar de la crisis financiera y militar demostrada por la Monarquía Hispánica en la última guerra, sus representantes contaban con los recursos necesarios para aventajar en buen gusto y mejores maneras a la moda francesa. Una vez acordadas las capitulaciones matrimoniales sin la pretendida devolución de plazas fuertes, Luis XIV acompañó personalmente al marqués de los Balbases a visitar las obras del palacio de Versalles para hacer gala del lujo y la primacía alcanzados por la Corte francesa en el continente. Ahora bien, el rey cristianísimo tuvo que observar con cierto recelo el hecho de que la fiesta organizada para celebrar el acuerdo matrimonial de su sobrina con el monarca católico no pudiese rivalizar, al igual que había ocurrido en su matrimonio en la isla de los Faisanes, con el exuberante boato de la recepción realizada en su palacete por el marqués de los Balbases el 7 de septiembre de 1679 en la que se llegó a gastar la impresionante suma de 10.000 ducados. La largueza exhibida por los ministros de Carlos II en París quedó confirmada la semana siguiente con la fastuosa entrada del duque de Pastrana en calidad de embajador extraordinario lo que permitió a Paolo Spínola abandonar Francia en compañía de la nueva reina católica en su viaje a Madrid.

Su llegada a la Corte española coincidió con el acceso al poder del duque de Medinaceli con cuya hija, Isabel María de la Cerda y Aragón, lograría casar a su heredero, Felipe Spínola Colonna, a finales de 1682. Con anterioridad, y en consonancia con la política de matrimonios mixtos practicada por su familia, el marqués de los Balbases negoció el matrimonio de su primogénita, Isabel, con Francesco Maria Spínola, hijo del príncipe de Molfeta.

Por su parte su segunda hija, Teresa, había casado en 1681 con Martín de Guzmán Niño de Mendoza, marqués de Montealegre y de Quintana, natural de Sevilla, mientras que su hija menor, Antonia, casaría en 1687 con uno de los principales miembros de la aristocracia napolitana, Marino Francesco Caracciolo, V príncipe de Avelino. Se constituía, de este modo y gracias a una adecuada política matrimonial, un complejo entramado de relaciones que reforzaba de manera notable el ascendiente de la familia Spínola en la Corte y que constituye una prueba elocuente sobre el papel determinante ejercido por la acaudalada nobleza genovesa en la conformación de una aristocracia de talante fuertemente cosmopolita capaz de servir como uno de los principales nexos de unión entre los heterogéneos territorios de la Monarquía.

La caída de Medinaceli y el ascenso de Oropesa supusieron un cierto desdibujamiento de su participación en las tareas de gobierno. Ahora bien, el nombramiento del marqués de los Vélez en calidad de superindente general de Hacienda en 1687 permitió a Pablo Spínola sustituirlo como Caballerizo Mayor de la Reina, uno de los cargos palatinos de mayor influencia en la Corte.

La muerte de su mujer, Ana Colonna, dos años después y las malas relaciones con la nueva reina, Mariana de Neoburgo, le impulsaron en 1694 a solicitar permiso para retornar a Génova y tomar el hábito de capuchino.

Al año siguiente recibiría órdenes sacras, sin renunciar a sus títulos y cargos, pero permaneció en la Corte de Madrid desde donde participó activamente en las reuniones del consejo de Estado relativas al espinoso asunto de la sucesión del cada vez más débil Carlos II.

En 1697 se decantaría, junto al cardenal Portocarrero y el marqués de Aguilar y en contra de la opinión del Almirante o del conde de Monterrey, por ceder la herencia del monarca Católico a Príncipe Elector de Baviera. A finales de 1699 el III marqués de los Balbases moría en Madrid dejando como heredero a su hijo, Felipe Spínola Colonna, que llegaría a convertirse en el último virrey de Sicilia bajo el gobierno de Felipe V.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Contaduría de Mercedes, leg. 1007, fol. 1; Estado, leg. 3380, leg. 3605, leg. 3606, leg. 3622, leg. 3636; Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 1637, leg. 1936, leg. 2813; Archivo de los Duques de Alburquerque, Cuéllar, Mss, Balbases, 91, leg. 1 y correspondencia con Pedro Ronquillo; Archivio di Stato di Firenze, Mediceo del Principato, leg. 1603, leg. 4261.

Flecha, La Flecha de Amor: Comedia con que el día que cumple años la Reina de España Doña Mariana de Austria festeja a las Cesáreas Majestades de Leopoldo y Margarita el marqués de los los Balbases embajador de España. En 22 de diciembre de 1672, Viena, Juan Baustista Hacqui, 1672 (Biblioteca Nacional de España sig. R/18195); Relación de la fiesta que el marqués de los Balbases dio a la reina Doña María Luisa de Borbón en París a 7 de septiembre de 1679, Madrid, en la Imp. de Bernardo de Villa- Diego s. f.; G. Maura y Gamazo, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Aguilar, 1911, 2 vols.; J. A. H. Bots, A. G. Weiler (eds.), La paix de Nimègue, 1676-1678/79. Colloque international du Tricentenaire, Amsterdam, APA-Holland University Press, 1980; A. Álvarez-Ossorio Alvariño, “Gobernadores, agentes y corporaciones; la corte de Madrid y el Estado de Milán (169-1675)” en G. Signorotto (coord.), L’Italia degli Austrias. Monarchi católica e domini italiani nei secoli xvi e xvii, n.º monogr. de Cheiron IX, (1993), págs. 183-288; M. Herrero Sánchez, El acercamiento hispano-neerlandés (1648-1678), Madrid, Biblioteca de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2000; G. Signorotto, Milán español. Guerra, instituciones y gobernantes durante el reinado de Felipe IV, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006 (1.ª ed. en italiano de 1996).

 

Manuel Herrero Sánchez

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