Ayuda

Rodrigo Díaz de Vivar Mendoza y Sandoval

Biografía

Mendoza y Sandoval, Rodrigo Díaz de Vivar. Duque del Infantado (VII). Madrid, 3.IV.1614 – 14.I.1657. Comendador de Zalamea, general de la Caballería de España, embajador en Roma, virrey de Sicilia y Grande de España.

Hijo de los condes de Saldaña, Luisa de Mendoza, primogénita de la casa del Infantado, y de Diego, segundo hijo del Francisco Gómez de Sandoval, I duque de Lerma. Fueron sus padrinos de bautismo el rey Felipe III y la infanta María Ana. En 1624, la muerte de Juan Hurtado de Mendoza, VI duque consorte del Infantado, y la de la condesa de Saldaña, inclinaron a Ana de Mendoza, VI duquesa del Infantado, a renunciar a todos sus títulos y mayorazgos en su nieto Rodrigo de diez años, a quien comprometió en matrimonio con Isabel de Mendoza, hija del marqués de Montesclaros. Con estas decisiones, Ana de Mendoza trataba de defenderse mejor en el pleito de tenuta del mayorazgo familiar que había presentado en los tribunales Diego Hurtado de Mendoza, nieto del I marqués del Cenete, en 1601, y aún no había obtenido sentencia definitiva. Al mismo tiempo, al elegir a una Montesclaros, la duquesa quería asegurar la sucesión ducal entre miembros del linaje Mendoza, con la ventaja añadida de que el marqués era un destacado miembro del régimen del conde-duque de Olivares, emergente privado de Felipe IV; además, la duquesa trataba de separarse totalmente de los lazos que habían unido durante dos décadas a los Infantado con los Sandoval, ahora caídos en desgracia. Pero la niña murió pronto sin que llegara a consumarse la unión, por lo que Ana de Mendoza hubo de buscar otra respuesta a los problemas sucesorios de su casa.

Optó entonces por formalizar una alianza duradera con la casa ducal de Pastrana, fundada en el siglo XVI por Ruy Gómez de Silva, poderoso hombre de confianza de Felipe II, y Ana de Mendoza, hija del conde de Mélito. La sangre compartida de los Mendoza y los Silva favoreció el acuerdo, que en 1630 se ratificó con la celebración de dos matrimonios: el de Rodrigo de Mendoza con María de Silva, y el de su hermana Catalina de Mendoza con Rodrigo de Silva, hermano a su vez de María. Una vez culminada la operación que aseguraba el futuro de su casa, Ana de Mendoza abandonó la corte y se trasladó con sus nietos y sus cónyuges a Guadalajara, donde se dedicó a tutelar la educación de los jóvenes y a una vida piadosa, que había sido su verdadera vocación. En 1632 dos acontecimientos aclararon el panorama para los intereses del Infantado, pues ese año el Consejo de Castilla sentenció definitivamente a favor de la duquesa la posesión del mayorazgo y murió Diego Gómez de Sandoval, con lo que se rompían los últimos lazos visibles de los Mendoza con los Sandoval.

En 1633, a la muerte de su abuela, Rodrigo de Mendoza pudo hacerse cargo personalmente de los destinos de su casa. Si bien la VI duquesa había tratado de desligarse del lastre que suponía, en el reinado de Felipe IV, su vinculación familiar y política a la privanza de Lerma, cuando el joven VII Infantado comenzó su andadura independiente no sólo no siguió esta línea de comportamiento, sino que reivindicó su sangre Sandoval como un instrumento de oposición al valimiento de Olivares. En principio, mantuvo una serie de gestos de orgullosa distancia con el valido, lo que le costó un primer destierro de la Corte en 1637.

Esta actitud giró en las Cortes de Castilla de 1638, cuando ya empezaba a declinar la estrella de Gaspar de Guzmán y cada vez se percibían más señales de descontento hacia su gobierno por parte de la aristocracia y las ciudades. En las Cortes, a las cuales asistió en calidad de procurador de Guadalajara, intervino públicamente para realizar un enérgico alegato en recuerdo de su abuelo el duque de Lerma y su tío el duque de Uceda. Con esta declaración era fiel a su sangre y, además, tomaba partido en el cambio de coyuntura política que parecía avizorarse. Olivares volvió a ordenar su destierro como castigo, lo cual hizo que Infantado ganase prestigio al distinguirse entre los perseguidos por un privado que concitaba odios en todos los sectores políticos. Rodrigo colaboró con los demás grandes en el último empujón que expulsó de manera definitiva a Olivares del poder, junto con su cuñado, el duque de Pastrana, y el de Medinaceli, con quien Infantado había concertado una concordia y el matrimonio del conde de Saldaña, su primogénito, con una hija de aquél. Así, en 1643, Rodrigo de Mendoza se encontraba entre los vencedores, triunfo que rindió frutos inmediatos, como la resolución judicial que le otorgó la posesión del mayorazgo de los Sandoval y los condados de Ampudia y Cea —aunque el título ducal de Lerma se reservaba para Mariana de Sandoval—.

Los años posteriores estuvieron dominados por un incierto panorama cortesano y político. Los grandes, entre ellos Infantado, una vez derribado el odiado tirano, se empeñaron en intrigas y movimientos para llenar el puesto vacío, con el telón de fondo de la grave crisis interior y exterior que puso a la Monarquía en trance de derrumbarse. En este escenario, el duque participó en las guerras de Cataluña y Portugal y llegó a postularse como candidato, aunque no de los más fuertes, a ministro principal de Felipe IV. Cuando se resolvió la pugna a favor de Luis Méndez de Haro, Rodrigo de Mendoza se vio obligado a salir de la Corte, solución consistente en aceptar la embajada extraordinaria ante Inocencio X en 1649. En Roma trató cuestiones relativas a la facción española del colegio cardenalicio, la Concepción Inmaculada —asunto que entrelazaba lo teológico con lo político— y supervisó la actividad de Diego Velázquez como agente cultural del Rey. En octubre de 1651 aceptó pasar de Roma al gobierno de Sicilia, con lo que seguía alejado del centro del poder de la Monarquía aunque mejoraba su estatus dentro de la Italia española. Por otra parte, la isla pasaba por un delicado momento político, aún calientes los rescoldos de las revueltas y en plena guerra contra Francia.

Desde el primer momento, el duque pudo comprobar las dificultades del cargo, condicionado por la rivalidad entre Palermo y Mesina, el entramado legal de los tribunales del reino donde se parapetaban los togati y el poder de los baroni. A ello hubo de sumar las exigencias del Gobierno de Madrid sobre la hacienda y los recursos agrícolas sicilianos y los problemas defensivos de la isla en el contexto de la guerra con Francia.

En realidad, el virrey Infantado no superó nunca los obstáculos a su gestión, y fue paulatinamente sintiéndose aislado tanto del gobierno central como de las fuerzas del reino. Desengañado y enfermo, en octubre de 1655 Rodrigo de Mendoza recibió la comunicación de su cese y regresó a Madrid.

En la corte, su nombre siguió sonando para cargos relacionados con el Gobierno de Italia, como el virreinato de Nápoles o la presidencia del Consejo de Italia —“sepultura de grandes”, en opinión de Jerónimo de Barrionuevo—, pero su mala salud y el juego cortesano le condenaron a esperar acontecimientos.

Murió en 1657 sin que le sobreviviera ningún hijo, por lo que el título ducal pasó a su hermana Catalina (1616-1686), casada con el IV duque de Pastrana.

Con esta sucesión se dio un paso más hacia la fusión de las casas de Mendoza y Silva, según el diseño que casi treinta años atrás había trazado la VI duquesa del Infantado, Ana de Mendoza.

 

Bibl.: C. Arteaga y Falguera, La casa del Infantado, cabeza de los Mendoza, Madrid, Imprenta C. Bermejo, 1940, 2 vols.; F. Layna Serrano, Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos xv y xvi, Madrid, Aldus, 1942, 4 vols.; A. Carrasco Martínez, El régimen señorial en la Castilla Moderna: las tierras de la casa del Infantado en los siglos xvii y xviii, Madrid, Editorial Complutense, 1991; Control y responsabilidad en la administración señorial: los juicios de residencia en las tierras del Infantado(1650-1788), Valladolid, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1991; “Alcabalas y renta señorial en Castilla: los ingresos fiscales de la casa del Infantado”, en Cuadernos de Historia Moderna (CHM), 12 (1991), págs. 111-122; P. L. Lorenzo Cadarso y J. L. Gómez Urdáñez, “Los enfrentamientos entre el patriciado urbano y la aristocracia señorial: Guadalajara y los duques del Infantado (ss. xv-xvii)”, en Norba, 13 (1993), págs. 127-155; M. Rubio Fuentes, “Los duques del Infantado y la ciudad de Guadalajara en el siglo xvii”, en VV. AA., Actas del IV Encuentro de Historiadores del Valle del Henares (Alcalá de Henares, noviembre de 1994), Alcalá de Henares, Institución de Estudios Complutenses, 1994, págs. 219-226; P. L. Lorenzo Cadarso, Los conflictos populares en Castilla (siglos xvi-xvii), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1996; A. Carrasco Martínez, “Los Mendoza y lo sagrado. Piedad y símbolo religioso en la cultura nobiliaria”, en CHM, 25 (2000), págs. 233-269.

 

Adolfo Carrasco Martínez

Personajes similares