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Mariana Engracia de Toledo Portugal y Pimentel

Biografía

Toledo Portugal y Pimentel, Mariana Engracia deMarquesa de Los Vélez (V). Oropesa (Toledo), 1623 – Madrid, 1.VII.1686. Aya del rey y camarera mayor de la reina.

Hija de Fernando Álvarez de Toledo y Portugal, VI conde de Oropesa, y de Mencía María Alfonso-Pimentel y Zúñiga, recibió una educación nobiliaria selecta, especialmente en su faceta devota, algo que la marcaría toda la vida. En 1632, aún siendo una niña, fue comprometida por su tío Enrique Pimentel, obispo de Cuenca, con su primo hermano Pedro Fajardo y Alfonso-Pimentel, V marqués de Los Vélez, por entonces virrey de Valencia. Cuando alcanzó la edad necesaria, casó con este noble, pasando a vivir en la capital levantina, donde alumbró a su primogénito, Pedro Fajardo. En 1635 la pareja se trasladó a Zaragoza, por el nombramiento del marqués como virrey de Aragón, ciudad en la que aquel mismo año nació su segundogénito, Fernando, y, poco después, una hija, María Teresa Fajardo. En la capital maña Engracia Toledo fue aquilatando su acendrada devoción, fervor que creció cuando se trasladó en 1638 a Navarra, con motivo del nombramiento de su esposo como virrey, en cuyo cargo participó activamente en la campaña de Fuenterrabía, guerra que le generó una particular religiosidad.

Estas plegarias para salvar la vida de su esposo aumentaron cuando éste se desplazó como virrey a Cataluña para hacer frente al alzamiento armado, fechas en las que ambos residieron en el palacio que poseían los Fajardo en Barcelona. Allí la pareja sufriría el primer gran trauma, cuando el 23 de enero de 1641 el marqués fue derrotado en la batalla de Montjuic y era fulminantemente destituido de su cargo.

Alojados en Valencia, ambos padecieron la deshonrosa caída en desgracia ante su pariente, el conde duque de Olivares, quien aquel año destinaba al marqués a la embajada en Roma, aunque sin empleo ni sueldo. Durante su estancia romana, entre 1641 y 1643, Engracia aquilató definitivamente su piedad, adquiriendo la afición por coleccionar reliquias de santos y santas, gusto que le introdujo su pariente, el duque de Alcalá de los Gazules, en una visita que le hizo a la Ciudad Eterna. Finamente, y tras la caída del valido, en 1644 el marqués fue nombrado virrey de Sicilia, y fue en Palermo donde la marquesa dio a luz a su cuarto vástago, José Fajardo, desplegando en esta ciudad toda su acendrada vida devota por su repuesta y feliz vida familiar. Sin embargo, este panorama idílico se cortó cuando en la segunda quincena de octubre de 1647 la rebelión siciliana oscureció el gobierno de su esposo que, temeroso de volver a defraudar al conde-duque, cayó enfermo y falleció once días después de estallar la revuelta. Viuda desde el 3 de noviembre, en la Navidad de aquel año Engracia Toledo marchó a la Península y se recluyó con sus vástagos en el castillo de Vélez Blanco (Almería), villa de su esposo que en su día le entregó en dote.

Refugiada en la villa almeriense, y ante la minoría de edad de sus hijos, esta mujer dirigió con brazo firme el extenso estado de los Fajardo, a la vez que se sumergía en su peculiar fe religiosa que verdaderamente rayaba la superstición. Su vida se centró en resolver la complicada herencia del mayorazgo familiar para su segundo hijo, Fernando Fajardo, ya que su primogénito renunció a sus derechos nobiliarios, al ingresar en la Orden de los Carmelitas Descalzos bajo el nombre de fray Pedro de Jesús y María. Especial atención tuvo Engracia en iniciar un pleito con la Corona para que su segundogénito heredase el cargo de capitán general de Murcia, título que poseyó su esposo y sus antepasados como adelantados mayores de Murcia. En 1650, mientras se resolvía esta contingencia militar, su hijo adquirió la edad suficiente para recibir el título de VI marqués de los Vélez, si bien Engracia —dada la minoría de edad de éste— debió continuar ejerciendo la administración de todos los bienes del mayorazgo; toda vez que cerraba con el VI duque de Segorbe un compromiso nupcial ventajoso para que su hija casase con Fernando Fajardo y Toledo. Esta política matrimonial la arbitró para prestigiar de nuevo a la casa Fajardo, tan dañada por los acontecimientos sufridos por su desdichado marido. La marquesa-viuda de Los Vélez no dudó en realizar una delicada operación financiera para empeñar gran parte de la herencia familiar, suya y de su hijo, para alcanzar el nivel de renta económica que merecía la ocasión.

Al mismo tiempo que se preocupaba por sus asuntos familiares, Engracia marcó su personal visión religiosa en su estado, tanto que, además de sufragar los conventos de su jurisdicción, fomentó el desarrollo de otros, como la constitución en 1651 del Convento Franciscano de San Antonio de Padua, de la villa almeriense de Cuevas de Almanzora. Esta práctica común marcaría sobremanera el perfil religioso del territorio señorial, sobre todo por la introducción de objetos de culto de diferentes invocaciones. Así, cuando durante los primeros años de la década central del siglo XVII el sureste sufrió una mortal peste que le obligó a alejarse de su señorío y asentarse en Baza, la marquesa-viuda de Los Vélez se preocupó por cortar la enfermedad en sus estados desde su peculiar fe. Para ello regaló diferentes reliquias de su colección a sus villas más señaladas, tanto granadinas como murcianas: Santa Rosalía de Palermo, en Vélez-Blanco, y San Felipe Mártir, en Mula, piezas sagradas que rápidamente se sumarían al calendario festivo de la religiosidad popular de estas poblaciones. Mitigada la epidemia, a finales de 1653 la marquesa-viuda volvió a la capital velezana, donde apuró los preparativos de boda de su hijo con María de Aragón y Fernández de Córdoba, enlace que tuvo lugar en Lucena en 1654.

Tras la boda de su hijo, sola y con dos pequeños a los que buscar un porvenir, esta viuda abrió una nueva etapa en su vida para encontrar acomodo a su descendencia. Con el apoyo del primo hermano de su marido, el VIII conde duque de Benavente, logró que el valido, Luis de Haro, la introdujera como dama de honor en la Casa de la Reina. En el palacio del Buen Retiro, la marquesa-viuda de Los Vélez asistió a la desesperada carrera de Mariana de Austria por dar un heredero al Trono, faceta en la que se ganó la confianza de la Soberana, quien compartía común religiosidad. Poco a poco, Engracia fue escalando en el estratificado grupo de mujeres que rodeaban a la Reina, hasta llegar a convertirse en 1659 en su camarera mayor. Con este cargo, y como era costumbre en el servicio palatino, en 1661 fue designada para ser aya de la futura criatura que alumbrara la Reina, momento en el que debía dejar el cargo anterior. Esta designación en sí misma significaba el destacado papel que daba la Familia Real a esta persona que cuidaría de unos de sus miembros, mucho más por la infortunada vida de los pequeños infantes. El fallecimiento del príncipe de Asturias, Baltasar Carlos, convirtió al pequeño que cuidaría Engracia en el heredero al Trono, constituyendo para ella un ascenso enorme, especialmente por las expectativas que se le habrían, puesto que el Rey tan sólo tenía una hija y, dada su ancianidad, no se esperaba que dejase más descendencia.

La marquesa-viuda de Los Vélez, producto de estos infortunios reales, se convirtió desde finales de 1661 en una mujer muy influyente en el palacio del Buen Retiro, en cuya responsabilidad recaía el cuidado de la delicada salud del único hijo varón del Rey de España.

Esta posición de poder en el mundo áulico le permitiría concertar a finales de 1664 el matrimonio de su hija María Teresa Fajardo con el hijo heredero del influyente VII duque de Montalvo, enlace que, dada la posición cortesana de su consuegro, mayordomo mayor de la reina, se consideró una estrategia política en sí misma –el enlace fue aprobado por el duque de Alba– por los altos cargos palatinos que ambos ocupaban  . El enlace tuvo lugar en 1665 y estuvo cargado de la pompa y boato el status de las dos casas requería; reforzándose la influencia de Engracia a mediados de año, cuando moría Felipe IV y dejaba a su esposa como regente. A partir de este instante, y dada la amistad personal que le unía a Mariana de Austria, la aya del rey niño pasó a ser una figura clave en la cúspide del gobierno, mucho más por cuanto compartía una estrecha relación con el recién nombrado primer ministro, el jesuita Juan Everardo Nithard.

El 27 de octubre de 1665 fue la primera aparición pública del rey, presentándose el aya sentada sobre una silla y bajo dosel, sosteniendo al rey-menor en sus rodillas. En la etiqueta de palacio “dar la silla” era un privilegio sólo reservado a las altas dignidades, normalmente miembros de la familia real. La fórmula protocolaria no agradó a muchos, pero en el caso del embajador imperial, el conde de Pötting, observó la gran influencia que la marquesa de los Vélez estaba empezando a tener en los primeros pasos de la regencia. Desde este momento el emperador Leopoldo I vio en Mariana Engracia Álvarez de Toledo una vía de acercamiento a su hermana para acelerar la boda de la infanta Margarita de Austria. La marquesa viuda de los Vélez fue agasajada el 23 de noviembre de aquel año en su palacio por los embajadores imperiales, el conde de Pötting y el conde de Harrach, que le entregaron una rosa de diamantes como regalo de su majestad cesárea.

El hecho más destacado que resaltaba la vida pública que tendría la marquesa-viuda fue la responsabilidad que le dio la reina Mariana para que, en nombre del Rey niño, entregase en diciembre de 1665 el Toisón de Oro al embajador austríaco, el conde Fernando de Harrach. No tardó mucho en que estas mercedes también se extendiesen al resto de sus familiares, destacando su hijo, el marqués de Los Vélez, que en 1666 fue designado gobernador de Orán y Mazalquivir, primer destino de una importante y brillante carrera que tutelaría desde Palacio su madre.

Su fina comprensión de la política, llevó a que su palacio fuese visitado continuamente por embajadores y nobles, en busca de un acercamiento a la Monarca, siendo de especial relevancia las asiduas visitas del embajador francés y austríacos, todos buscando vías informales de contacto con la Regente. Y tanta era su ascendencia sobre Mariana de Austria que se la considera una de las responsables de aconsejar a la Reina que continuase en abril de 1666 la guerra con Portugal, fechas en las que la marquesa de Los Vélez participó activamente junto con sus familiares y consejeros afines, en las gestiones de una contienda que entendían que afectaba a la reputación regia. El claro influjo de Engracia sobre la Reina-viuda despertó los recelos de su camarera mayor, la marquesa de Villanueva de Valdueza, protagonizando severos choques de intereses que iban más allá del aparente despliegue protocolario establecido en sus oficios. El asunto de competencias entre ambas damas de honor fue llevado en 1667 al Consejo de Estado, primando la Regente a Engracia en las preferencias áulicas, lo que manifestaba públicamente la primacía que ésta ejercía en la vida cortesana.

Adepta total al pensamiento de doña Mariana y del padre Nithard, la marquesa de los Vélez encabezó el grupo de damas de honor partidarias de sus planteamientos (conocidas como nithardas, para diferenciarse de las seguidoras de Juan José de Austria, las austríacas). Sin embargo la Regente, fruto de la presión política externa a Palacio, en 1669 relegó del gobierno al privado, enviándole a Roma como embajador y sustituyéndole por Valenzuela. En esta conjura cumplió un papel fundamental su consuegro, el VII duque de Montalto. A pesar de su marcha, el jesuita y la Regente continuaron en contacto a través de una nutrida correspondencia que la marquesa-viuda de Los Vélez se preocupó en establecer discretamente entre ambos.

La entrada como valido del Duende de Palacio constituyó una inflexión en el poder de Engracia, circunstancia a la que se sumó en 1671 el cumpleaños del Rey, fecha en la que éste cumplió diez años y se estimó que su aya debía dejar de ejercer los férreos cuidados sobre él para rodearse de hombres. Esta cuestión significaba estar menos presente en la vida protocolaria del Buen Retiro, y elemento importante que jugó a favor de su enemiga, la camarera mayor, que a partir de entonces asumió un mayor protagonismo. Aún con todo, su posición era notable, manifiesta no sólo en haber conseguido que su hijo obtuviera en 1673 el cargo de virrey de Cerdeña sino diferentes mercedes para sus familiares y allegados. Sin embargo, la cada vez más creciente influencia de Valenzuela y la marquesa de Villanueva de Valdueza, terminan por cambiar la actitud de Engracia. Así, cuando a finales de 1675 —y ante la próxima mayoría de edad del príncipe para reinar— Mariana de Austria urdió prolongar dos años más la Regencia, la de Vélez optó por apoyar a sus detractores. La inminente desaparición del cargo de aya, y las posibles ventajas de estar al lado del niño que había cuidado tantos años, aconsejaron que ejerciera toda su influencia sobre el príncipe, para que éste declinase el documento que le presentaba su madre, como así ocurrió. La configuración de los cargos de la Casa del Rey favorecía a la marquesa, pues entre los agraciados estaban el duque de Medinaceli, sumiller de Corps, tío del hijo de doña Engracia, y el conde de Oropesa y el duque de Montalto, sobrino y yerno respectivos del aya, fueron gentileshombres de cámara. Sin embargo, a instancia de Medinaceli, antes de volver su sobrino de Cerdeña para ocupar un puesto en la corte como gentilhombre de cámara, resolvió nombrarlo virrey de Nápoles, alejándolo del alcázar. El alejamiento del marqués de los Vélez, contrario al deseo de su madre, conllevó serias protestas del aya.

Durante 1676 los hechos se precipitan en el Buen Retiro, enfriándose la amistad de la marquesa con la Reina, un distanciamiento que aumentó conforme progresivamente Engracia fue acercándose al partido aragonesista de Juan José de Austria. Finalmente, en 1677, éste se pronunció, permitiendo poco después que Mariana de Austria saliera del Palacio Real para instalase en Toledo, y que se desterrase a Valenzuela a las Indias. Asumida la Regencia por don Juan José, entre sus prioridades de gobierno estuvo el matrimonio de Carlos II, época en la que Engracia consiguió obtener cierta posición política, gracias a su cercanía al Rey.

Al igual que el valido, apoyó un enlace matrimonial del Rey con una princesa francesa, segura de que con ello se constituiría la casa de la Reina con damas de honor alejadas del posicionamiento de las austríacas, afectas a la Reina madre. La muerte inesperada, no obstante, de Juan José de Austria truncó sus expectativas, pues rápidamente volvió Mariana de Austria de su destierro, generándose un peculiar distanciamiento de Carlos II de su aya. Aún cuando la marquesa de Los Vélez consiguió estar incluida como dama de honor de la reina María Luisa de Orleans, no logró convertirse —como era su deseo— en camarera mayor. Este revés fue fruto de la presión ejercida por doña Mariana sobre su hijo, que logró introducir a la duquesa de Alburquerque —totalmente adepta a su causa— como cabeza de la recién constituida casa de la Reina.

En la vida áulica de los inicios de la década de 1680, la marquesa de Los Vélez quedaba relegada a un segundo plano, tanto por su eterna rival, la camarera mayor de la Reina-madre, como por la camarera mayor de la Reina. Aún con todo logró contar con las simpatías de María Luisa de Orleans, quien, a su vez, influía sobre el Rey; despertando la inquietud en el valido, el duque de Medinaceli, quien buscó medios para atraerse a Engracia a su línea política filo-francesa. En esta estrategia, no dudó en concertar secretamente la boda de la única nieta, y universal heredera de la Casa de Los Vélez, Catalina Moncada y Fajardo, con el duque de Fernandina, nieto de su enemiga mortal, la marquesa de Villanueva de Valdueza.

Consumada la boda, la marquesa de Los Vélez entró durante un tiempo en un estado depresivo profundo que la llevó a ensimismarse dentro de su mundo de reliquias, santones y sanadores y, en fin, de verdadera superstición. Repuesta de este duro revés, articuló toda una estrategia para escorarse al bando político contrario al del valido, ejerciendo su ascendencia sobre María Luisa de Orleans para noquear a Medinaceli. La inflexión tuvo lugar en 1683, cuando el VI marqués de los Vélez, ascendió a caballerizo mayor de la reina. Madre e hijo continuaron ejerciendo su influencia sobre la reina para destituir al valido, cosa que hizo efectiva en 1685. Aquel año la marquesa-viuda de Los Vélez, gracias a su ascendencia, consiguió que el Rey nombrase primer ministro a su sobrino, el VII conde de Oropesa, quien, a su vez, introdujo en el gobierno a su primo hermano, el marqués de Los Vélez.

Engracia viviría lo suficiente para ver cumplido su sueño de restaurar a la cúspide del poder a su familia, incluyendo la deseada descendencia de su linaje, ya que, fruto de la alianza de su nieta, nacería el heredero de la casa Fajardo, su biznieto Fadrique Vicente Álvarez de Toledo y Moncada. Esta dama falleció 1 de julio de 1686 en su palacio madrileño, enterrándose en el convento de Santa Ana de Madrid, de carmelitas descalzas, siendo amortajada “con el santo hábito de mi padre San Francisco, de cuia horden soy tercera y hermana y enzima el havito de Nuestra Señora del Carmen Descalzas”. En su última voluntad desplegó todo un legado religioso digno de su fervor, caracterizado por el gran número de reliquias y reputadas obras de arte religioso, entre las que había diecinueve pinturas de la primera época de Lucas Jordán, artista promocionado por el marqués de los Vélez, que fue un gran coleccionista de su obra. De los legados de la marquesa beneficiaron su larga parentela, numerosos conventos y capillas españolas y la Casa real, ya que la reina madre recibió una pintura de Nuestra Señora de la Pureza y otra de Santa Ana, obra de Jordán, así como Carlos II, a quien la finada le legó dos valiosas piezas artísticas.

 

Bibl.: V. Sánchez Ramos, “Sangre, honor y mentalidad nobiliaria: la Casa Fajardo entre dos siglos”, en Revista Velezana, 24 (2005), págs. 31-50; V. Sánchez Ramos, “El poder de una mujer en la corte: la V marquesa de los Vélez y los últimos Fajardo (segunda mitad del siglo XVII”, en Revista Velezana, 25 (2006), págs. 19-66; L. Oliván Santaliestra, “La dama, el aya y la camarera. Perfiles políticos de tres mujeres de la casa de Mariana de Austria”, en J. Martínez Millán y M. P. Marçal Lourenço (coords.), Las relaciones discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa: Las Casas de las Reinas (Siglos XV-XIX). Actas del Congreso Internacional, vol. III, Madrid, Polifemo, 2007, págs. 1301-1355; L. Vargas Peña y D. García Cueto, “Signos de poder en las testamentarías de don Pedro Fajardo Pimentel y doña María Engracia Álvarez de Toledo, V marqueses de los Vélez”, en V. Mínguez (ed.), Las artes y la arquitectura del poder, [Castelló de la Plana], Publicacions de la Universitat Jaume I, 2013, págs. 1665-1682.

 

Valeriano Sánchez Ramos

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