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Pedro de Arce Ibáñez

Biografía

Arce Ibáñez, Pedro de. Catadiano (Álava), 1560 – Cebú (Filipinas), 16.X.1645. Obispo y misionero agustino (OSA).

Nació en Catadiano, localidad del municipio de Coartango (Álava). Fueron sus padres Juan de Arce y María Ibáñez, quienes, con deseo de dar a su hijo lo mejor, le enviaron a Salamanca a estudiar la carrera de Leyes. Una vez en esta ciudad y, quizás por complacer a sus progenitores, cambió el porvenir que podía brindarle la librea de la abogacía por el deseo de misionar y, atraído por la vida ejemplar del convento de San Agustín de Salamanca, pidió y mereció ingresar en él, pronunciando los votos religiosos el 26 de junio de 1579.

Sin haber concluido aún los estudios eclesiásticos, se alistó en la misión preparada por el padre Francisco Ortega, saliendo del mencionado cenobio salmantino en compañía de otros ocho compañeros. Ya en Manila, concluyó la carrera eclesiástica y se ordenó de presbítero; al parecer, fue uno de los primeros o el primero de los ordenados en las islas Filipinas, pues llegó con el primer obispo de las mismas, el dominico fray Domingo de Salazar.

La primera vez que se halla mencionado su nombre en los Libros de Gobierno de la Provincia es en las Actas originales del Capítulo Provincial (Manila, 16 de mayo de 1584), en las que figura como conventual del priorato de Panay. Se sabe que el 6 de junio inmediato fue aceptada la parroquia de la villa de Arévalo, en la isla de Panay, siendo prior y ministro el padre Mateo de Mendoza “y por su conventual y Vicario de Jaro el Padre fray Pedro de Arce”. En los comicios siguientes (Tondo, 25 de abril de 1587) fue elegido prior del convento de Panay y también aparece su nombre en la lista de confesores y predicadores para todos los pueblos que regentaba la Provincia. Del priorato de Panay pasó al de Cebú según nombramiento hecho por un definitorio privado (Manila, 30 de agosto de 1588), siendo reelegido para el mismo oficio en el Capítulo Provincial (Manila, 17 de mayo de 1590).

Fue también prior de Oton y visitador provincial (Manila, 8 de mayo de 1593) y prior del convento de San Agustín de Manila y examinador de confesores (Manila, 15 de mayo de 1599). Finalmente, alcanzó el cargo de superior provincial de Filipinas, omnium Patrum consensu, en el Capítulo celebrado en Manila el día 27 de abril de 1602. Su mandato se prolongó hasta el 30 de abril de 1605. En contra de la costumbre tradicional de dejar al provincial saliente en el convento de Manila o en alguna casa próxima a esta ciudad, su sucesor fray Lorenzo de León lo destinó como residente al convento del Santo Niño de Cebú, se desconoce si por petición del interesado o por despecho por ser considerado opositor al nuevo mandatario.

Lo cierto es que el padre Pedro de Arce hubo de asistir como ex provincial a la Congregación Intermedia (Manila, 31 de octubre de 1606) y en esta magna asamblea logró la deposición del padre Lorenzo de León, se alzó con el cargo de rector provincial.

Conviene dejar constancia de los “buenos servicios” hechos por el padre Pedro de Arce en su calidad de provincial, al intentar alzarse los japoneses contra los españoles aprovechando la ausencia del gobernador Pedro Bravo de Acuña, que se encontraba en el Maluco.

El 9 de julio de 1606, el fiscal de la Audiencia de Manila, Rodrigo Díaz de Guiral, escribía al Rey español una larga carta en la que le notificaba este intento de sublevación, aunque silenciando la labor del padre Pedro de Arce y del rector del colegio jesuita de Manila, padre Pedro Montes, que convencieron a los japoneses para deponer las armas.

Con su segundo nombramiento como prior del convento del Santo Niño (Manila, 26 de abril de 1608) regresó a Cebú, donde le sorprendió su presentación para mitrado. El arzobispo de Manila, Diego Vázquez de Mercado, en carta al Monarca (Manila, 4 de mayo de 1614), proyectó una imagen peyorativa del padre Pedro de Arce, descubriéndole como bastante santo, pero “que no había estudiado facultad alguna ni jamás tratado en cosas de govierno ni de justicia, y en esto se hicieron muy grandes faltas por su parte, porque con lo poco que á tratado de estas cosas qualquier ruego le lleva a todas partes y tropéllanse unos negocios con otros”. Para desmentir tal informe basta reconocer que fue elegido como máxima autoridad de su Orden en el archipiélago magallánico y que durante su mandato fue valiente ante los poderes civil y eclesiástico, encontrando solución a temas de patronato- visitadores y consiguiendo en 1607 la deposición de un provincial indigno como lo fue su sucesor fray Lorenzo de León.

Fue el 20 de agosto de 1608 cuando la Cámara de Indias, por fallecimiento del dominico padre Gabriel de San Antonio, le propuso en segundo lugar para el obispado de Nueva Cáceres, juntamente con los también agustinos Diego de Guevara y Juan Zapata, que encabezaban y cerraban la terna. A esta consulta, el Rey decretó en la indicada fecha: “Nombro a Fray Pedro de Arce”. Teniendo en cuenta el mucho tiempo que el obispado de Nueva Cáceres había estado sin pastor, por cédula real (San Lorenzo, 17 de mayo de 1609) le mandaba Felipe III que, una vez recibida la cédula de nombramiento y mientras llegaban las correspondientes bulas, pasara a gobernar dicha diócesis “en las cosas que no son de orden”. Las bulas, sin embargo, nunca llegaron a despacharse por haber faltado la presentación regia. Y fue un acierto. Antes del despacho de las bulas del padre Pedro de Arce para obispo de Camarines y las del franciscano padre Pedro Matías para prelado de Cebú, Felipe III, previa súplica de los interesados, por cédula (Madrid, 20 de noviembre de 1611), accedió al trueque de diócesis entre ellos. La permuta fue acertada por haber sido el padre Pedro de Arce durante varios años misionero en las islas visayas y conocer la lengua cebuana, la cual desconocía el padre Pedro Matías, que no poseía otra que la bicolana. Fue preconizado en el Consistorio celebrado en Roma el 17 de septiembre de 1612.

No esperó a que llegasen las bulas para trasladarse a Cebú, pasando a ocupar aquella sede en 1613, aunque su consagración como obispo cebuano fue en 1615, con una asignación anual de quinientos mil maravedís.

La pobreza de la diócesis de Cebú fue por largo tiempo proverbial y la indigencia del padre Pedro de Arce de las más admiradas. En una Información hecha en Manila el 7 de junio de 1618 se hacía constar que en dicha iglesia no había más que un clérigo, cura de los españoles y los filipinos, y que cuando había enfermos era forzoso que el obispo acudiera en persona a sacramentarlos, porque, de no hacerlo así, morirían sin sacramentos.

A pesar de las características geográficas del territorio de su jurisdicción y la escasez de clero secular, se empeñó a fondo en su labor pastoral, que pronto tuvo que simultanear con la administrativa y de gobierno no sólo de su diócesis, sino de otras vacantes.

El 12 de junio de 1616 fallecía el primer deán de la catedral de Manila y tercer arzobispo de esta silla, Diego Vázquez de Mercado y, en virtud de un breve de Pablo V sobre las tres vacantes, entró a gobernar la sede metropolitana el padre Pedro de Arce, administrando esta archidiócesis desde el 12 de junio de 1616 hasta el 23 de julio de 1620, fecha en que se posesionó de la misma el agustino fray Miguel García Serrano. Nuevamente por óbito del arzobispo García Serrano (Manila, 14 de junio de 1629), el padre Pedro de Arce volvió por segunda vez a dirigir en calidad de gobernador eclesiástico la silla de Manila, muy en contra del parecer del gobernador Juan Niño de Tavora y del cabildo catedralicio, estando al frente de ella desde el 14 de julio de 1629 hasta el 15 de octubre de 1635, cuando tomó las riendas del gobierno otro agustino, fray Hernando Guerrero.

Finalmente, muerto éste en 1641, el cabildo archidiocesano le invitó a pasar a Manila para gobernarla por tercera vez, a lo que con suma delicadeza respondió el padre Pedro de Arce argumentando que no lo podía ejecutar por motivos de salud y edad muy avanzada. Nunca fue su deseo regir la sede manileña como apunta la oposición de gobernador y canónigos, pues desde la primera vacantía manifestó vivos deseos de recogerse en su diócesis y tratar de veras de hacer algún descargo en la estrecha cuenta que Dios le pediría de las almas a él encomendadas.

Con todo, en su largo pontificado de treinta y seis años, el padre Pedro de Arce pasó largas temporadas en Manila, intentando suplir con su virtud las deficiencias, actuando prudentemente y con rectitud en las más difíciles circunstancias, como fueron, por ejemplo, las que se produjeron con ocasión del asesinato del provincial agustino fray Vicente de Sepúlveda, ocurrido el 1 de agosto de 1617. Un triste episodio que refleja la crisis que atravesaba la Provincia agustiniana de Filipinas, donde se planteaba entonces con crudeza la pugna entre peninsulares y criollos. En la noche del 31 de julio al 1 de agosto, el madrileño padre Juan de Ocádiz y los diáconos criollos Ignacio Alcaraz, Juan de Quintana y Andrés de Encinas entraron en la celda y lo estrangularon. Descubierto el hecho a la mañana siguiente, se dio cuenta a las autoridades, entre ellas al padre Pedro de Arce, que gobernaba el arzobispado vacante. El prelado, a petición de los frailes, fijó su residencia en el convento para que su presencia y autoridad evitaran nuevos enfrentamientos.

Luego tuvo que actuar y cumplir el penoso deber de degradar a los culpables y remitirlos al brazo secular, que los condenó a la horca, sentencia que se cumplió. Sólo uno de ellos, fray Andrés de Encinas, logró escapar de la cárcel del convento y consiguió llegar a Roma.

El padre Pedro de Arce hubo de seguir adelante con su trabajo, su vejez y su austeridad. La pobreza de la catedral de Cebú en 1626 era grande, careciendo de lo más necesario como ornamentos, libros cantores, etc., según testimonio del propio obispo (Cebú, 30 de julio de 1626), para cuyo remedio suplicaba al Monarca que fuese servido hacerle merced de alguna limosna. Parece ser que las quejas del padre Pedro de Arce obtuvieron muy poco de la magnanimidad de Felipe IV. Según carta del obispo de Cebú, Juan Vélez, fechada en esta ciudad el 25 de febrero de 1667, la catedral de Cebú lo era sólo de nombre: su fábrica era sencillamente de cuatro paredes de piedra muy endeble y tosca, y cubierta de paja; por retablos tenía unas tablas pintadas, pero viejas, con dos santos de escultura, el uno viejo y comida la madera; los ornamentos, ordinarios, y si alguno era decente, era de limosna; no tenía lámpara el Santísimo, sirviendo para esto una linterna de madera vieja “con dentro una escudilla de loza”; no recibía de la Hacienda Real limosna alguna para aceite y vino para las misas, con lo que en otros tiempos se le solía acudir; finalmente, la pila bautismal era un plato grande colocado sobre una mesa cubierta de toscos paños. La sacristía era un lugar de maderas viejas sin seguridad alguna. No había cementerio señalado, y el campanario consistía en cuatro maderos viejos de los que pendían cuatro campanas pequeñas. Para remate de toda esta miseria había sólo un cura para ayudar al obispo. Terminaba diciendo al Rey el obispo Vélez que “esta necesidad es tan antigua en esta yglesia cathedral que comiença con ella y persevera hasta oy”.

Tales adversidades que asumió el padre Pedro de Arce no agriaron su carácter bondadoso, que puso de manifiesto en multitud de ocasiones, entre otras en sus buenas relaciones con los religiosos de las distintas órdenes. Siendo obispo electo de Nueva Cáceres, ya escribió al Rey pidiéndole socorros para el hospital que los franciscanos regentaban. En 9 de julio de 1617 la súplica es a favor de los dominicos, que vivían con mucha pobreza y estaban obteniendo grandes avances en la conversión de los naturales, por lo que pedía se enviasen más operarios evangélicos. Al año siguiente, el 27 de julio de 1618, informaba favorablemente sobre la labor apostólica de los agustinos recoletos, enumerando los conventos que tenían en la diócesis de Cebú y ponderando los frutos espirituales de su trabajo.

El 17 octubre de 1635, después de gobernar por segunda vez en la metrópoli, exclamaba: “En fin, el Señor á sido servido de quitarme la carga y dexarme la antigua de mis culpas propias, y assí me vuelvo allá [Cebú] con mucho gusto y contento a acabar mis días entre ellos, ayudándolos en cuanto pudiere, que han padecido mucho estos aún con el enemigo Mindanao y Joló, que son muy poderosos y con sus armadas hacían grandes correrías, abrasando pueblos, quemando iglesias”.

Pasaron diez años justos, y el obispo Pedro de Arce “falleció con grandes muestras de santidad el 16 de octubre de 1645, a los ochenta y cinco años de edad y treinta y cuatro de obispo, siendo sepultado en la iglesia del Santo Niño de Cebú, en el presbiterio, al lado de la Epístola”. Si algún epitafio hubiera que poner a su tumba, valdría éste: “Amó a todos y escribió bien de todos”.

Se conocen de él unas cincuenta y siete cartas, informes y memoriales, algunos inéditos y otros editados en publicaciones de historia filipina.

 

Bibl.: T. de Herrera, Alphabetum Augustinianum, vol. II, Madrid, Gregorio Rodríguez, 1644, págs. 270 y 572; G. de San Agustín, Conquistas de las Islas Philipinas, Madrid, Manuel Ruiz de Murga, 1698, vol. I, págs. 519-521; vol. II, págs. 45-49; M. Vidal, Agustinos de Salamanca, Madrid, 1751, págs. 151-152; J. de la Concepción, Historia general de Filipinas, Sampaloc, 1788, vol. IV, págs. 328-329; vol. V, págs. 71-79, 291-292 y 376-379; vol. VI, págs. 5-7 y 48-49; J. Montero y Vidal, Historia general de Filipinas: desde el descubrimiento de dichas islas hasta nuestros días, Madrid, Imprenta y fundición de Manuel Tello, 1887-1895; E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 23-24; B. Martínez Noval, Apuntes históricos de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas: Filipinas, Madrid, Hijos de Gómez Fuentenebro, 1909, págs. 72-79; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos, 1915, vol. I, pág. 195; vol. VIII, pág. 484; R. Ricard, “Arce, Pedro de”, en A. Baudrillart, A. de Meyer y R. Aubert, Dictionnaire d’Histoire et de Géographie Ecclésiastiques, vol. III, Paris, Letouzey et Ané, 1924, col. 1549; A. M.ª de Castro, Misioneros agustinos del Extremo Oriente, 1565-1780 (Osario Venerable), ed. de M. Merino, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1954, págs. 267-269 y 329; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, pág. 434; L. Díaz Trechuelo, “Episcopologio agustiniano en Filipinas”, en I. Rodríguez (ed.), Agustinos en América y Filipinas. Actas del Congreso Internacional. Valladolid, 16- 21 de abril 1900, II, ed. de I. Rodríguez, Valladolid-Madrid, Banco Atlántico, 1990, págs. 782-785; I. Rodríguez y J. Álvarez, Diccionario biográfico agustiniano. Provincia de Filipinas (1565-1588), vol. I, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1992, págs. 328-348; Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 277-279.

 

Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA