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Jerónimo de Mendieta

Biografía

Mendieta, Jerónimo de. Vitoria (Álava), 30.IX.1525 – Ciudad de México (México), 9.V.1604. Misionero franciscano (OFM) de México, proyectista político-misional e historiador.

Fue el último vástago de un padre que, al quedar viudo sucesivamente de sus dos primeras esposas, contrajo matrimonio con una tercera, con lo que llegó a tener cuarenta hijos.

Puesto que el propio Mendieta afirma que perteneció a la provincia o circunscripción franciscana de Cantabria, es muy probable que ingresara en ella en el noviciado de Aránzazu y que cursara los estudios de Filosofía y Teología en el de Bilbao, cursos a los que él mismo alude, pero sin especificar concretamente ni las fechas ni los lugares, como tampoco especifica qué hizo una vez concluidos sus estudios, aunque es de suponer que se dedicara al apostolado popular, tarea propia de los franciscanos.

A finales de 1553, es decir, a los veintiocho años de edad, se incorporó en Alcalá de Henares a una expedición de treinta franciscanos con destino a México organizada por el también franciscano padre Francisco de Toral, los cuales se embarcaron para América en Sevilla el día 13 de diciembre de ese mismo año y desembarcaron en Veracruz el 24 de junio de 1554.

A su llegada a la capital mexicana fue destinado al Convento de Tlaxcala, al que permaneció incorporado durante tres años en compañía del célebre Toribio de Benavente o Motolinia, superior de la casa, y donde no tardó en poner en práctica su vocación de proyectista socio-religioso pues tan pronto como el 2 de enero de 1555 se dirigió ya al Emperador para informarle de la situación social de Nueva España, informe al que en 1557 añadió una primera carta al mismo Carlos V para pedirle que eximiera a los indígenas del pago de los diezmos, tema sobre el que volvería a insistir en 1564, ya fuera de Tlaxcala.

Para esta última fecha ya había estado evangelizando en 1556 en el valle de Toluca, personalmente y en náhuatl, en el que ya era “gran lengua”, a un sector de la población, y por medio de intérprete e incluso a base de gráficos y pinturas al sector poblacional de los matlanzincas.

En 1558 regresó a Toluca, donde se dedicó a congregar a los indígenas en poblados con el objetivo de facilitar su evangelización, para lo que fundó los poblados de Calimaya y Tepamachalco, en los que asentó a unos diez mil habitantes.

En 1564, encontrándose de nuevo en Tlaxcala, fue nombrado en el Capítulo o reunión oficial de la orden, celebrado en febrero en Puebla de los Ángeles, secretario del nuevo superior de su provincia del Santo Evangelio de México, fray Diego de Olarte.

Este nombramiento, que entonces solía durar tres años, le impidió dedicarse durante ellos a la evangelización de los indígenas, porque se veía obligado a acompañar al provincial en las visitas a los conventos de su jurisdicción y a tramitar cuantos asuntos le encomendase, lo que por otra parte no le impidió, en su situación de oficinista con residencia en la capital, dedicarse a dirigir numerosas cartas al rey y a las autoridades de México y de España para que pusieran en práctica lo que él mismo había solicitado ya en 1557, punto del que se había tratado en ese Capítulo de 1564, con lo que ahora no hacía más que cursar una decisión de la orden de carácter oficial.

Lo sorprendente del caso es que esa tramitación la llevara a la práctica con una rapidez verdaderamente, notable si se tiene en cuenta que no se trataba de un asunto urgente e indiscutible, aun cuando no dejara de ser importante.

En este sentido y en nombre del provincial, es decir, con carácter oficial y no como simple particular como lo había hecho en 1557, se dirigió sucesivamente a partir del día 10 de febrero a Felipe II, a Martín Cortés, al arzobispo de México, al Consejo de Indias en su conjunto, a su presidente, Francisco Tello de Sandoval, y al visitador de la Audiencia de México, para advertirles de los inconvenientes del nuevo sistema de tributos que se proyectaba implantar en Nueva España.

A todo ello, en 1565 añadió en carta a Felipe II fechada en Toluca una propuesta de veinticuatro puntos sobre el gobierno de Nueva España, respecto del cual expone su disconformidad y propone una serie de reformas concretas.

Como secretario del provincial Diego de Olarte, elegido a comienzos de 1564, su oficio no expiraba hasta comienzos de 1567, es decir, a los tres años de la elección, razón por la cual sorprende el hecho (sin que nadie lo haya explicado hasta ahora) de que en 1566 fuera nombrado profesor en el Convento de San Francisco de México, donde se dedicó “a aprovechar y leer [enseñar] lo poco que se lee [enseña] a los frailes mancebos de aquella provincia”.

Como signo de que su prestigio iba en aumento, en 1567, al dejar la secretaría provincial por agotamiento del trienio, fue nombrado superior del Convento de Tlaxcala, puesto en el que se mantuvo poco tiempo porque en ese mismo Capítulo Provincial volvió a ser nombrado secretario del nuevo provincial, padre Miguel Navarro, vascongado como él y procedente de su misma provincia franciscana de Cantabria.

Al repetirse las mismas circunstancias que en 1564, Mendieta repitió también su costumbre de dirigirse a Felipe II o al Consejo de Indias por tres veces en 1569, la primera para hacerle “ciertas peticiones”, la segunda para poner en su conocimiento “ciertas cosas que convienen para la paz y quietud de los ministros de la Iglesia” y la tercera para especificarle al Rey o al Consejo las necesidades de la orden franciscana en México.

Siendo todavía secretario provincial, en 1569 se le presentó una ocasión excepcional para volver a poner en práctica sus cualidades de proyectista reformador, ya que en ese mismo año llevó a cabo una inspección al Consejo de Indias, por orden del Rey, el licenciado Juan de Ovando, miembro del Consejo General de la Inquisición, quien llegó a la conclusión de que “en el Consejo no se tiene ni puede tener noticia de las cosas de las Indias sobre [lo] que puede y debe ser la gobernación”.

Esta conclusión lo indujo a ordenar a todas las autoridades de América que le remitieran una información exhaustiva sobre la situación política, social y religiosa existente en su respectiva circunscripción.

Ante la petición en este sentido enviada al provincial franciscano de México, su secretario, es decir, Mendieta, remitió a Ovando, en el mismo año de 1569, toda una serie de documentos en los que describía el estado y la actuación de su provincia de México con la minuciosidad propia de quien la conocía tan perfectamente como él.

Una vez concluido el provincialato del P. Navarro, es decir, en 1570, Mendieta se vio obligado (como él mismo lo confiesa) a viajar a España para asistir al Capítulo General de la orden programado para Florencia en 1571, lo que le permitió entrevistarse con Ovando en Madrid en septiembre de 1570, al que le entregó varios documentos (entre ellos, el de los veinticuatro puntos de 1565 suscrito oficialmente por la provincia), así como varios regalos, y del que recibió el honor de que le encargara de consignar por escrito el modo de fundar en México poblaciones de españoles sin perjudicar a los nativos.

Para descansar del viaje, tanto más duro cuanto que su salud ya comenzaba a flaquear, y además para reflexionar sobre la petición de Ovando y simultáneamente visitar a su familia, a comienzos de 1571 se trasladó a Vitoria, desde donde en ese mismo año respondió a la petición de Ovando reafirmándose en su postura, ya defendida anteriormente, de que “jamás harían buena cohabitación estas dos naciones”, debido a las extralimitaciones de los españoles.

Consecuente con este modo de pensar, arbitra una solución de carácter religioso y otra de índole civil, de las que la primera afecta, por una parte, a los obispos y, por otra, a los párrocos de indios.

Tras lamentar que los obispos no hubieran dejado en plena libertad a los religiosos para catequizar a los indígenas y administrarles los sacramentos, propone que el nombramiento de estos prelados se hiciera “según la distinción de las naciones”, es decir, designando obispos para los españoles y obispos para los nativos.

A continuación, desentendiéndose de los primeros porque no le interesaban, en el caso de los segundos exigía que sus titulares fueran siempre religiosos mendicantes y, además, especialmente selectos y conocedores de la lengua indígena, En realidad, estos obispos de indios seguían siendo religiosos, por lo que no tendrían catedrales ni canónigos, como tampoco podrían cobrar diezmos ni disfrutar de otras rentas distintas de la subvención anual de la Corona.

La realización de este plan entrañaría nada menos que seis ventajas: por una parte, la Corona cumpliría mejor su obligación evangelizadora y ahorraría gastos, mientras que por otra, los indios serían mejor evangelizados, tendrían misioneros más a su gusto, mejorarían “en lo temporal” y no pagarían diezmos.

Respecto de los que cabría denominar párrocos de indios, proponía que ese ministerio se reservara también para los religiosos, los cuales debían ser como en el caso anterior, especialmente selectos.

Ya en el terreno de las poblaciones, establecía el principio general de que en los pueblos de indios no se asentara ningún español, mulato o mestizo, mientras que en lo referente a la fundación de poblados españoles partía del planteamiento no menos revolucionario de que “sería gran yerro pensar que en general la población de los españoles en todas las partes de las Indias es cosa importante al servicio de Dios o al servicio del rey o al bien común del reino”.

Estos poblados no se podrían fundar en tierras ya pobladas o cultivadas por los nativos, tendrían que estar alejados de las aldeas indígenas y no se podría obligar a estos últimos a que trabajaran en las tareas de la fundación.

Sólo un año más tarde, en 1571, esta propuesta de Mendieta fue recogida sustancial aunque no literalmente y como una posibilidad en el Libro primero de la gobernación espiritual de las Indias, auténtico código de derecho canónico ovandino que no llegó a entrar en vigor.

En 1570 confiesa Mendieta que se encontraba en Vitoria dispuesto a volver a México si sus superiores se le ordenaban, sólo bajo la a condición de que se preceptuara que los religiosos tuvieran “paz y quietud y favor para poder doctrinar como conviene a aquellos naturales”.

Tras su descanso en Vitoria y desde 1572 en Castro Urdiales, en junio de 1573 Mendieta reemprendió viaje a México llevando consigo el mandato expreso del nuevo superior general de la orden, firmado en 1571, de que se le dispensara allí un trato especial debido a sus méritos y a la libertad que necesitaría para elaborar una historia de la orden en Nueva España, la que terminó en 1596 con el título de Historia eclesiástica indiana, pero que no tuvo tiempo de editar, por lo que permaneció inédita hasta 1870.

Tras este regreso a México su vida experimentó un vuelco total, pues tuvo que compaginar su labor investigadora con el cumplimiento de las tareas evangelizadoras que le confiaran sus superiores o de las que él mismo se responsabilizara, así como con el desempeño del cargo de superior de varios conventos: Xochimilco (1575, 1592 y 1597), Tlaxcala (1580, 1585 y 1591) y Santiago Tlatelolco (1581).

El 9 de mayo de 1604 falleció en la Ciudad de México, víctima de la pandemia de diarrea declarada en Xochimilco en 1601 y de la cual no pudo reponerse.

Independientemente de las tres obras de carácter monográfico, a su muerte dejó el extraordinario legado de 78 documentos de carácter personal entre cartas, memoriales y otros escritos, más otros 111 redactados en nombre de sus superiores y dos por encargo de las autoridades indígenas, la mayor parte de los cuales, al igual de lo que sucedió con la Historia, permanecieron inéditos hasta que J. García Icazbalceta recogió 289 de ellos en sus dos colecciones de documentos sobre Nueva España editadas en México entre 1858 y 1892.

A él pertenece también una lista y descripción de los 238 franciscanos que en 1570 integraban la provincia del Santo Evangelio, inédita hasta 1988.

Dentro del campo de las monografías, la Descripción de la provincia del Santo Evangelio, elaborada en 1585 en colaboración con sus compañeros Pedro de Oroz y Francisco Suárez, contiene datos sobre los 67 conventos que entonces integraban la provincia, así como la biografía de 33 religiosos.

Su contenido coincide en parte con el de la Historia, así como con la descripción que de esta provincia hace la obra De origine Seraphicae Religionis Franciscanae, editada en Roma en 1587 por el entonces ministro general de la orden, Francisco Gonzaga.

La Historia eclesiástica indiana relata el establecimiento de la orden en las Antillas, junto con sus comienzos y evolución en Nueva España, a lo que añade la descripción de los antiguos ritos idolátricos de los indígenas, su inserción en el cristianismo y la biografía de casi un centenar de evangelizadores franciscanos.

Él mismo, después de describir en 1570 a otros 238 franciscanos, resumió su propia biografía (por cierto la más detallada de todas, pero totalmente aséptica), consignando que tenía 44 años, que era confesor y predicador de españoles, aunque no les predicaba, confesor y predicador de indios en lengua mexicana, superior de conventos más veces de las que hubiera querido y, en ocasiones, compañero y ayudante de los sucesivos provinciales.

 

Obras de ~: Historia eclesiástica indiana (1596), 1870 (ed. facs. de J. García Icazbalceta, México, Porrúa, 1971; ed. de F. Solano y Pérez Lila, Madrid, Atlas, 1973, Biblioteca de Atores Españoles, CCLX y CCLXI); con P. Oroz y F. Suárez, Descripción de la provincia del Santo Evangelio que es en las Indias Occidentales, hecha el año de 1585, ed. de F. J. Chauvet, México, 1947 (Madrid, 1973); “Informe biográfico y lingüístico del P. Jerónimo de Mendieta, OFM, sobre los 238 franciscanos de la provincia del Santo Evangelio”, ed. de M. Castro y Castro, en Archivo Ibero-Americano (Madrid) 48 (1988), págs. 557-562.

 

Bibl.: J. Ruiz de Larrinaga, “Fr. Jerónimo de Mendieta, historiador de Nueva España (1525-1604). Apuntes bio-bibliográficos”, en Archivo Ibero-Americano (AIA), (Madrid), 1 (1914), págs. 290-300 y 488-498, 2 (1914), págs. 188-201 y 387-407; 4 (1915), págs. 341-373; F. F. Lopes, “Achega para a bibliografía de Fr. Jerónimo de Mendieta”, en AIA, 5 (1945), págs. 103-106; R. Iglesias, “Invitación al estudio de fray Jerónimo de Mendieta”, en Cuadernos Americanos (Sevilla) 4 (1945), págs. 156- 172; L. González Cárdenas, “Fray Jerónimo de Mendieta, pensador, político e historiador”, en Revista de Historia de América (México), 28 (1949), págs. 331-376; F. de Solano-Pérez Lila, “El conocimiento geográfico de América y el valor de Jerónimo de Mendieta como ilustrador”, en Anuario de Estudios Americanos (Sevilla), 29 (1972), págs. 171-186; J. L. Phelan, El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo Mundo. Ensayo sobre los escritos de Fr. Jerónimo de Mendieta, trad. de J. Vázquez de Knauth, México, Universidad Nacional Autónoma, 1972; J. L. Martínez, “Gerónimo de Mendieta”, en Estudios de Cultura Náhuatl (México), 14 (1980), págs. 131-195; D. Borobio, Evangelización y sacramentos en la Nueva España (siglo XVI), según Jerónimo de Mendieta. Lecciones de ayer y hoy, Murcia, Instituto Teológico Franciscano, 1992; F. Jay, Gerómimo de Mendieta. A franciscan view of the spanish conquest of Mexico, Levvingston, New York, 1997; E. Luque Alcaide, “Mendieta y el proyecto de Iglesia regular indiana”, en Mar Océana (Madrid), 11-12 (2002), págs. 175-192.

 

Pedro Borges Morán