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Rodrigo Díaz de Guiral

Biografía

Díaz de Guiral, Rodrigo. Chillón (Ciudad Real), s. XVI – México, p. m. s. XVII. Abogado, fiscal de Audiencia, sacerdote.

Abogado, natural y vecino de Chillón, localidad de Ciudad Real pero adscrita a la jurisdicción de la diócesis de Córdoba durante la Edad Moderna. Hijo de Luis Sánchez Caballero e Isabel Moreno Guiral, se hizo bachiller en Letras y el licenciado. Téllez de Almazán, oidor de la Audiencia de Filipinas, lo llevó en su séquito como criado con la intención de promoverlo en Filipinas.

Llegó a México a principios de 1598 y en ese mismo año se embarcó para Manila, en donde comenzó a ejercer el oficio de abogado con gran eficacia. Pronto aparece considerado como hombre de prestigio en la pequeña comunidad de Manila, destacando por su mucha prudencia para arreglar cuestiones propias de su oficio, especialmente las relacionadas con pleitos civiles y desarreglos entre personas, cuestión nada fácil en Manila, donde todos se conocían estrechamente.

Las referencias le califican de persona noble y de calidad que trataba a su casa y familia con autoridad y gravedad. En los informes oficiales figura como un hombre afable que atendió legalmente a los desfavorecidos en sus asuntos judiciales. Contrajo matrimonio en Manila con Inés de Mendoza, criolla, y entre su descendencia hay dos hijos también criollos manileños, ambos clérigos. Uno fue carmelita descalzo, Francisco Luis de San Jerónimo, y otro, de nombre Cristóbal Díaz de Guiral, fue clérigo secular. Los dos regresaron a España; Cristóbal, a Córdoba, donde estaba asentado en 1663 y donde hizo testamento en 1692, a través del cual fundó una capellanía de misas perpetuas con 4.000 ducados de principal, procedentes de un juro de mayor cuantía sobre las tercias reales de Córdoba.

En 1605 murió el fiscal Jerónimo de Salazar y Salcedo y la Audiencia nombró a Rodrigo Díaz de Guiral para ocupar el cargo, que llevaba anejo el de protector de los naturales de Filipinas. Se conservan varias cartas del nuevo fiscal que reflejan su opinión sobre los asuntos de las islas, en particular los relativos a los sangleyes, pero también recogen su preocupación por alentar la fundación en Manila de un hospital para mujeres españolas y la atención a los niños huérfanos españoles. Con el nombre de sangleyes se conocía a los chinos que cada año iban a Manila en champanes desde los puertos de las provincias del sur, sobre todo de Fujian y Guandon. En Manila se celebraba una feria en la que los españoles compraban los productos chinos para embarcarlos en el galeón que anualmente salía para Acapulco, donde se celebraban las ventas, de las que los cargadores vecinos de Manila obtenían ganancias de más del cien por cien. Además, los sangleyes llevaban muchos géneros necesarios para el abastecimiento de la comunidad española de Manila, y muchos de ellos pagaban licencias al gobierno de Manila para quedarse a vivir, preferentemente en los contornos de Manila. Muy pronto dieron lugar al mestizaje con la población filipina.

El hecho fundamental que le tocó vivir en Manila fue el alzamiento de los sangleyes de 1603, que contuvo a duras penas y con graves pérdidas humanas el gobernador Pedro de Acuña. Guiral dedicó mucha atención a la cuestión de cómo armonizar la imperiosa necesidad que la comunidad española de Manila tenía de los sangleyes, tan plenamente insertados en el modelo económico que sin ellos se hacía muy cuestionable la continuidad de la presencia española, y el peligro que implicaba su presencia, puesto en evidencia en el alzamiento. Fue partidario de que en las proximidades de Manila se quedara un número reducido de sangleyes para atender los oficios y el abasto que necesitaba la ciudad, pero sin dejarlo crecer ni dispersarse por las provincias. El juicio de Guiral fue muy preciso y muy atinado respecto de la presencia china: “En rigor, la tierra puede pasar sin sangleyes, pero con ellos está mejor servida esta república”. Fue muy crítico con la Audiencia, en la medida en que, después del alzamiento chino, en 1604 y 1605, no le vio asumir su función de obligar a regresar a China a los que acudieron al comercio, con lo cual el asentamiento sin control de chinos en su barrio del Parián, extramuros de Manila, comenzó de nuevo su ciclo.

Además, la Audiencia había concedido licencias a muchos sangleyes para asentarse fuera del Parián, en lugares desde los que facilitaban la entrada en Filipinas, a los chinos que venían en los champanes, desembarcándolos antes de llegar a Manila o cuando regresaban a China después de vender sus mercancías en la feria. Ambas cuestiones fueron caballo de batalla constante en la política del gobierno de Manila con los sangleyes.

En julio de 1606, después de hacer referencia a otro informe que remitió al Rey tras el alzamiento de 1603, en el que advertía de la necesidad de tomar algunas medidas respecto de los sangleyes, Díaz de Guiral deja un testimonio de la rapidez con que se había vuelto a la situación anterior. “Después he visto que, como si no hubiese sucedido el dicho alzamiento, se ha ido continuando el dejar sangleyes en esta ciudad, dejándoles hacer habitaciones, casas y tiendas, de que ha habido mucha nota y murmuración.” La Audiencia, con la oposición del Cabildo de la ciudad, permitió que en 1604 se quedaran 457 chinos, que en 1605 se incrementaron hasta 1.648. Esto se debía a que, por una parte, los capitanes chinos cargaban en sus champanes más personas de las que estaban determinadas (doscientas para el navío más grande y habían llegado a cargar en ese año hasta quinientas en los medianos), y se arriesgaban a hacerlo así porque las penas que este delito implicaba eran demasiado leves, mientras que las cantidades que cobraban a los chinos que llevaban a Filipinas eran sustanciosas.

Por otra parte, estos capitanes distribuían a muchos de estos chinos llevados en demasía por la costa, en parajes seguros, donde otros los recibían y les ayudaban a asentarse. Aunque la entrada fraudulenta era evidente, la Audiencia les concedía licencia para que vivieran fuera de la ciudad, por donde se estaban repartiendo peligrosamente a juicio del fiscal.

Los datos de llegada de chinos a Manila son también muy explícitos de la rapidez con que se recuperaba la normalidad: en 1604 fueron pocos y había que rogarles que se quedaran, pero en 1605 llegaron 3.977 chinos y el año siguiente, 6.533; dos años y medio después de un alzamiento de gravísimas consecuencias había en Manila y las comarcas cercanas alrededor de 3.000 chinos asentados. Por otra parte, la recuperación se deja ver también en los datos aportados por Pierre Chaunu a partir del estudio de la fiscalidad de los sangleyes en concepto de almojarifazgo de entrada en Manila y por licencias, aunque la serie de licencias es menos completa.

Además, el fiscal Guiral realizó un padrón de las tiendas y habitaciones del Parián que contiene nombres y oficios. Había doscientas cincuenta y nueve tiendas y ciento treinta y una habitaciones y los oficios aparecen muy repartidos, con abundancia de sastres, zapateros y bodegoneros, pero dentro de una gama muy diversificada, en la que la mayoría de mercaderes es abrumadora. Aunque el fiscal hace apreciaciones de número, no resulta fácil realizar una estimación del total de sangleyes en el Parián, porque con frecuencia se cita a un oficial o mercader que es cabeza de un grupo del que se ignora cuántos lo componían, y el propio Guiral hace un comentario en el censo en el que se entiende que quedaron muchos por contabilizar: “Con lo cual se acabó la memoria y testimonio de las tiendas y viviendas altas y bajas del dicho Parián de sangleyes, que, demás de las referidas, había otras muchas pequeñas, todas ocupadas de sangleyes, y en las de suso referidas había mucho número de los dicho sangleyes”.

Los propietarios de las tiendas, habitaciones y viviendas eran casi en exclusiva sangleyes, tanto cristianos como infieles, más de los primeros. El padrón está fechado el 17 de junio de 1606 y expone también la distribución del barrio chino en cuadras y el importe de las rentas que se pagaban. Se trata de una aportación de extraordinario valor para el estudio de las relaciones de españoles y chinos en Filipinas, unas relaciones largas en las que hubo peligrosos momentos de tensión, pero que a fin de cuentas dieron lugar a fórmulas de entendimiento.

Rodrigo Díaz de Guiral enviudó en Manila, se ordenó sacerdote y solicitó a la Corona la merced de una dignidad en México o en Tlaxcala. Murió en México, desde donde hizo donación de un cáliz y una patena de plata recogidos en España por su hijo Francisco Luis de San Jerónimo.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Filipinas, 19, Díaz de Guiral al Rey, Manila, 30 de junio de 1605, 9 de julio de 1606; Archivo Histórico Provincial de Córdoba, Oficio 4, leg. 734, fols. 74-76v., Testamento de Cristóbal de Guiral, Córdoba, 5 de marzo de 1692.

P. Chaunu, “Étude des entrées, moyennes annuelles semidécadaires”, en Les Philippines et le Pacifique des Ibériques (XVI, XVII, XVIII siècles), Paris, SEVPEN, 1960, págs. 78-79 (tabla 1); A. García-Abásolo, “Relaciones entre españoles y chinos en Filipinas, Siglos XVI y XVII”, en L. Cabrero (ed.), España y el Pacífico: Legazpi, vol. II, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2004, págs. 231-250.

 

Antonio García-Abásolo