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Gómez Dávila y Toledo

Biografía

Dávila y Toledo, Gómez. Marqués de Velada (II). Ávila, 1541 – San Lorenzo de El Escorial (Madrid), 27.VII.1616. Noble, mayordomo mayor y hombre de Estado.

Nieto y sucesor del que fue I marqués de la villa de Velada (Toledo) —Gómez Dávila, el Viejo, destacado comunero abulense—, Gómez Dávila y Toledo vino al mundo en la ciudad de Ávila en el infausto año de la derrota de Argel. Primogénito de Sancho Dávila y Juana Enríquez de Toledo, hermana de María Enríquez de Toledo, duquesa de Alba, se crió junto a sus hermanos bajo la tutela de su madre tras la prematura desaparición de su padre en 1546. A partir de entonces, tanto su abuelo como su madre dirigieron conjuntamente su educación como caballero, en la que, además de su formación física, hubo lugar para el estudio de las letras y la música. Dada la estrecha relación existente entre su casa y la de los duques de Alba, el joven Gómez Dávila pasó largas temporadas en los estados de sus tíos paternos (Alba de Tormes, Piedrahíta y La Abadía) para ampliar su instrucción y estrechar vínculos familiares con sus poderosos parientes, los Álvarez de Toledo.

Con apenas doce años, en 1553, fue enviado junto a dos de sus hermanos, Fernando de Toledo y Diego Enríquez de Guzmán, a servir en la Casa del príncipe don Carlos, primogénito del futuro Felipe II. Su estancia en la Corte se prolongó largo tiempo, aproximadamente quince años, durante el cual adquirió una gran experiencia cortesana y fama de prudencia, circunstancias que le valieron el reconocimiento de don Carlos, quien en dos ocasiones trató, sin éxito, de incluirlo entre sus gentileshombres de cámara. En aquellos años entró en contacto, gracias al patrocinio de su tío, el duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo, con otros jóvenes caballeros que como él emprendían su carrera cortesana al amparo de uno de los más significados mecenas y estadistas del momento. Junto a los que serían sus más íntimos amigos —Juan de Zúñiga, Cristóbal de Moura y Juan de Silva— compartió pendencias y entretenimientos en la alcobilla de la cámara del príncipe don Carlos, formando así parte de una de las más brillantes generaciones de cortesanos que ha conocido nuestra historia. Igualmente, frecuentó la Academia que presidió el duque de Alba, cuya nómina sorprendía por la calidad de sus miembros, y que acostumbraba reunirse en las casas que Juan de Silva tenía en Toledo o en las de su presidente; la más célebre de ellas fue la de La Abadía, loada por Lope de Vega. Durante estos años, Gómez Dávila maduró su gusto por los libros que fue adquiriendo a lo largo de su vida, hasta conformar una destacada biblioteca.

Alcanzada la titularidad de su casa como segundo marqués de Velada, al fallecer en 1561 su abuelo —a quien le había concedido el título Felipe II en 1557 en Bruselas—, tuvo que hacerse cargo de su hacienda bajo la tutela de su madre hasta la mayoría de edad.

En la corte, su situación cambió bruscamente tras el encarcelamiento y posterior muerte del príncipe don Carlos, en julio de 1568. No encontró acomodo en ninguna de las casas reales, desgracia que sufrieron otros muchos servidores del malogrado heredero.

Poco después, y tras servir, a petición de Felipe II, en la jornada de Andalucía (1570), decidió retirarse a sus estados. Su voluntario exilio se prolongó más de una década, tiempo que invirtió en construirse una nueva residencia rodeada de jardines, fuentes, estanques y abundante caza, en la que trataba de ahogar su decepción.

Tras haberse barajado su nombre en varias ocasiones para ocupar determinados cargos, como los de embajador en Roma y virrey de Navarra, finalmente en 1582 Felipe II le envió como representante suyo al Concilio provincial de Toledo, misión de la que el Monarca quedó muy satisfecho. Concluido el encargo, regresó a sus estados, adonde le llegó la noticia de que había sido propuesto para los virreinatos del Perú y la Nueva España. Sin embargo, todavía no era el momento de reanudar su carrera cortesana. Habría que esperar algunos años. Su inmediato futuro cortesano lo fraguaron entonces su hermano Fernando de Toledo y Cristóbal de Moura, quienes, gracias a su influencia sobre el Rey, consiguieron en 1587 el nombramiento del marqués como ayo y mayordomo mayor del príncipe Felipe y de su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia, apenas transcurridos unos meses después de la muerte de su efímero titular, el comendador mayor Juan de Zúñiga. Desde su nueva responsabilidad, abogó ante Felipe II por conceder al heredero una mayor participación en el gobierno de la Monarquía y lo consiguió en 1593, cuando se incorporó a la Junta de Gobierno y al Consejo de Estado al tiempo que lo hacía el príncipe. Su creciente influencia política y su cordial relación con el príncipe y su hermana le salvaguardaron de perecer durante los meses posteriores a la muerte del Monarca.

La gran mudanza cortesana emprendida por quien ya era Felipe III y su nuevo privado el duque de Lerma, acabó con la gran mayoría de los ministros del antiguo Soberano; solo a unos pocos alcanzó la clemencia regia.

Durante los más de quince años que vivió en el reinado de Felipe III, el marqués de Velada intentó mantener su antigua influencia apoyándose en una pequeña facción cortesana ajena al poder del duque de Lerma. Su posición en palacio estuvo permanentemente discutida y vigilada por el privado, que nunca aceptó la mayor dignidad del oficio palatino del marqués.

El aislamiento político al que fue sometido por Lerma obligó a Dávila a reconstituir sus alianzas cortesanas —muy maltrechas tras las desgracias padecidas por los antiguos ministros de Felipe II— acercando posturas con los descontentos con la política del valido, entre los que destacaron la reina Margarita de Austria y el confesor real Luis de Aliaga. Desde el comienzo del reinado reivindicó recompensa a sus servicios y los de su casa, merced que sólo disfrutó al final de sus días (1614), cuando el duque de Lerma accedió a concedérsela en unas circunstancias políticas adversas para él y en las que el respaldo de Velada, cuando no su neutralidad, le fue necesario.

Desde 1614 —año en que se le concedió la grandeza de España el 5 de mayo—, el marqués presidió las sesiones del Consejo de Estado como consejero más antiguo, tras la muerte de Juan de Idiáquez, participando activamente en la principal cuestión de Estado que por entonces preocupaba a la Monarquía hispánica: la alianza matrimonial con Francia. Los dobles casamientos que tuvieron lugar al año siguiente, y que enlazaron a Luis XIII con Ana de Austria y al futuro Felipe IV con Isabel de Borbón, permitieron al marqués y a su hijo Antonio lucirse en las celebraciones asistiendo a Felipe III durante la jornada.

El marqués de Velada falleció en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial dejando como heredero a su único hijo varón, habido de su segundo matrimonio con Ana de Toledo y Colonna, hija de los marqueses de Villafranca, Antonio Sancho Dávila Toledo y Colonna, primer marqués de San Román desde 1614 y III marqués de Velada.

Fue Gómez Dávila y Toledo ejemplo de cortesano culto y refinado que dedicó parte de su tiempo a desarrollar aficiones tanto literarias como artísticas, formando un biblioteca que debía de superar ampliamente el medio millar de libros, y llevó a cabo varios proyectos arquitectónicos (palacio, jardines y fuentes de Velada, convento y biblioteca conventual de San Francisco en Velada y capilla familiar en la catedral de Ávila, entre otros) y participó activamente en algunas de las nuevas academias literarias surgidas en la Corte al amparo de jóvenes mecenas, como la del conde de Saldaña. Relacionado con eruditos y cronistas, como Antonio de Cianca, Luis de Ariz, Justo Lipsio, Pedro de Valencia o Antonio de Covarrubias, se le consideró, como recordaba el cronista Esteban de Garibay, “mui afiçionado a las letras y a los profesores dellas”.

 

Obras de ~: Papeles del marqués de Velada, s. f. (Bibliothèque publique et universitaire de Genève, Collecion Edouard Favre, vol. XXXVII).

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca Nacional de España, Genealogía de la Casa de Velada, ms. 18544; Biblioteca Francisco de Zabálburu, Colección epistolar del marqués de Velada; Colección Altamira, carpetas 194-198; Instituto de Valencia de Don Juan, Cartas dirigidas y recibidas por el marqués de Velada, envíos 85-87, 93-96, 112, 114-115; Archivo Duques de Medina Sidonia, Correspondencia del marqués de Velada con el marqués de Villafranca, Fondo Villafranca, leg. 4392.

E. de Garibay y Zamalloa, Tomo octavo de las obras no impresas de Estevan de Garivay, Madrid, Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, sign. 9/2116; J. Martínez Millán (dir.), La Corte de Felipe II, Madrid, Alianza, 1994; S. Martínez Hernández, “La nobleza cortesana en el reinado de Felipe II. Don Gómez Dávila y Toledo, segundo marqués de Velada, una carrera política labrada al amparo de la Corona”, en Torre de los Lujanes, 33 (abril de 1997), págs. 185- 220; “Semblanza de un cortesano instruido: El Marqués de Velada, ayo del Príncipe Felipe (III), y su biblioteca”, en Cuadernos de Historia Moderna, 22 (1999), págs. 53-78; “Pedagogía en Palacio: El Marqués de Velada y la educación del Príncipe Felipe (III), 1587-1598”, en Reales Sitios, 142 (4.º trimestre de 1999), págs. 34-49; “La biblioteca del convento de San Francisco de Padua de Velada: origen y fortuna de la Librería Grande de los Marqueses de Velada”, en Archivo-Iberoamericano, LX (2000), págs. 35-68; A. Feros Carrasco, El Duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons, 2002; S. Martínez Hernández, “Memoria y escritura privada en la cultura nobiliario-cortesana del Siglo de Oro”, en Península. Revista de Estudios Ibéricos, Humaniores Litterae. Cultura e Literatura nos séculos XV-XVIII, 1 (2004), págs. 395-422; “Significación y trascendencia del género epistolar en la política cortesana: la correspondencia inédita entre la infanta Isabel Clara Eugenia y el marqués de Velada”, en Hispania, LXIV/2, 217 (2004), págs. 467-514.

 

Santiago Martínez Hernández

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