Córdoba, Gaspar de. ?, c. 1542 – Valladolid, 2.VI.1604. Religioso dominico (OP), prior, provincial de la Orden, confesor del Rey y consejero de Estado.
Era hijo del marqués de Priego Diego Fernández de Córdoba, primer caballerizo de Felipe II (1556-1598), y sobrino de Francisco Pacheco y Córdoba, obispo de Málaga (1575-1587) y de Córdoba (1587- 1590).
Según la relación del embajador veneciano Ottaviano Bon (1602), el dominico Gaspar de Córdoba era una persona de bien, más capacitado para la vida frailesca que para el manejo de los asuntos de Estado y Hacienda. Su papel se veía limitado a aquellas cuestiones que podían afectar a la conciencia del Rey (política dinástica y familiar, reformas eclesiásticas, patronazgo real, fiscalidad, conflictos jurisdiccionales…).
Sin embargo, gozaba de gran influencia en la Corte, porque tenía acceso al Rey cuando quería y estaba estrechamente unido a la voluntad de su favorito, el duque de Lerma.
Simone Contarini, al frente de la embajada veneciana en España de 1602 a 1604, también veía a fray Gaspar de Córdoba como un fraile de buena intención, no muy hábil en los asuntos de Estado, pero dotado con suficiente criterio y mucha lealtad, siempre partidario de evitar nuevos conflictos y favorecer la paz. Y el secretario de la embajada florentina en la Corte española, Orazio della Rena (1593-1605), lo presenta como un religioso cuya austera y devota forma de vida le habían granjeado el favor de Felipe II para su elección como confesor del príncipe Felipe.
Sobre su carácter y costumbres, Della Rena informaba que era un hombre de pocas palabras, resuelto y deseoso de dar satisfacción a quien le trataba, pero resultaba difícil conseguir una audiencia con él y mucho más ganarse su apoyo de manera incondicional.
Añadía en su semblanza, que durante su estancia en Córdoba no se había destacado especialmente por su formación teológica y canónica, o por sus cualidades oratorias en el púlpito.
Una vez en la Corte y como confesor del príncipe, elaboró para Felipe II un informe bastante favorable sobre las capacidades del futuro Monarca, valoración que fue encomendada respectivamente a su ayo el marqués de Velada, a su principal ministro Cristóbal de Moura, a su maestro García de Loaisa y al confesor del Rey fray Diego de Yepes. Córdoba también colaboró con Yepes en confortar y asistir espiritualmente a Felipe II en los últimos meses de su enfermedad y estuvo presente a su muerte el 13 de septiembre de 1598 en El Escorial. Sobre esta asistencia al anciano rey convaleciente y moribundo véase el testimonio que Jehan Lhermite brinda en su Pasatiempos.
Por su parte, el testimonio del dominico fray Alonso Manrique subraya el gusto que fray Gaspar mostraba por llevar una vida de severa privación y mortificaciones.
Vestía tan pobre que viéndole un día el Rey tan remendado, dijo a su secretario que le diese de su parte mil quinientos ducados para hacerse un hábito nuevo, pero su confesor prefirió repartir esta suma entre los pobres. Aunque Felipe III quiso nombrarle inquisidor general o arzobispo de Sevilla con la retención del oficio de confesor, renunció a ambas dignidades y no consiguió licencia del Rey para retirarse por el aprecio que el Soberano le tenía. A diferencia del parecer de los observadores extranjeros antes mencionados, el padre Manrique afirma que esa extremada mortificación no le impedía ser uno de los hombres más doctos de su tiempo y un verdadero prodigio de memoria, pues dice que retenía cuanto leía y que, en particular, podía recitar de memoria la Suma Teológica de santo Tomás de Aquino. Había sido colegial de San Gregorio de Valladolid y enseñado Teología por espacio de veinticinco años. En 1597 su forma de vida ejemplar y ascética, su avanzada edad y su amplia experiencia religiosa le convirtieron en una magnífica elección para orientar la conciencia del joven príncipe y cultivar sus piadosas costumbres sin hacer peligrar la influencia de los nuevos privados en ascenso.
Valiéndose del velo de santidad que todos le atribuían, llegó a convertirse en un eficaz instrumento para ganarse la voluntad del rey Felipe III en la toma de decisiones conformándose lealmente y casi siempre con el parecer del valido. A su influjo se achacaban medidas reformistas tan polémicas y controvertidas como la mudanza de la Corte de Madrid a Valladolid en 1600-1601, que fue respaldada por un grupo de teólogos y letrados que pretendían “limpiar y expurgar la corte de vicios públicos”. Otra medida impopular impuesta a instancias del confesor real fue la de mantener la prohibición en la representación de comedias en la Corte, decretada tras la muerte de Felipe II y sólo levantada para la celebración de los festejos por las bodas reales desde febrero de 1599. Ya había intervenido junto a fray Diego de Yepes y a García de Loaisa y Girón en un Parecer sobre la prohibición de las comedias (1598), y como miembro de una junta de teólogos (1600) redactó una lista de condiciones para regular la actividad de los teatros públicos y las compañías de comediantes: que limitaban los contenidos adecuados para las comedias, excluyendo totalmente el uso de bailes, canciones o entremeses lascivos y vulgares, proponían la reducción en el número de compañías y familias dedicadas a esta profesión, prohibían representar a las mujeres, y restringían las representaciones tanto en el calendario como en los espacios destinados a ellas desaprobando las que se realizaban en lugares sagrados y universidades.
En el verano de 1599 empezó a acudir a las sesiones del Consejo de Estado en calidad de confesor real antes de ocupar una plaza ordinaria de consejero a partir de noviembre de 1600, y su presencia fue muy habitual hasta 1604 (con un total de 170 comparecencias).
Sus escasas ambiciones personales, su desconocimiento de los asuntos de gobierno y su fidelidad al valido, le granjearon un puesto privilegiado en el entorno del Monarca, donde llegó a participar en muchas de las principales juntas promovidas por el duque de Lerma y sus hechuras para analizar reformas de carácter fiscal, social, económico y de política internacional: junta de arbitrios, junta para el derecho de la molienda, junta de teólogos sobre la prohibición de la representación de comedias, junta de reformación de vicios y mudanza de la Corte, junta sobre los conflictos de jurisdicción eclesiástica, junta de hacienda, junta de hacienda de Portugal, junta del Desempeño General, entre otras. Con su participación, el valido no sólo se aseguraba un estrecho control sobre este cargo tan influyente para el monarca católico, sino que confería mayor solidez y autoridad a estas juntas de dos, tres o más ministros que diseñaban las líneas básicas de la política real, coordinaban la labor de los consejos y le asesoraban de una manera más segura, eficaz y constante. En la práctica, Lerma se servía de eclesiásticos como el confesor real fray Gaspar de Córdoba y su tío el arzobispo Bernardo de Rojas y Sandoval para reforzar el ascendiente moral de las decisiones que adoptaba Felipe III a instancias de su privado.
Gaspar de Córdoba tuvo que hacer frente durante el desempeño de su oficio a un período de especiales dificultades financieras, en el que se hacía preciso buscar nuevos expedientes fiscales que provocarían amplio rechazo, tales como la implantación de un impuesto general sobre la molienda, la acuñación y el resello de la moneda de vellón, el inventario y previsible incautación de la plata depositada en instituciones eclesiásticas y en manos de particulares, la petición de un donativo extraordinario a particulares, la renovación del servicio de millones, o la negociación de una contribución de los judeoconversos portugueses a cambio de una mayor libertad de movimientos.
En estas medidas, el apoyo del confesor real tuvo un papel especialmente relevante y sobre todo en las gestiones para conseguir las aportaciones personales de aquellos nobles, ministros, secretarios y altas dignidades eclesiásticas que participaron en el donativo extraordinario solicitado por Felipe III en el otoño de 1601. Dichas aportaciones en plata o en efectivo se depositaban en el convento de San Benito el Real y el confesor se encargaba de reconvenir a aquellos consejeros y ministros que se habían descuidado en colaborar en esta contribución con cuantías adecuadas a su estatus.
No es de extrañar que surgiesen pasquines contra el ambicioso valido de Felipe III y la connivencia del confesor real a sus abusos de poder: “Un rey insipiente y un duque insolente y un confesor real absolviente traen perdida toda la gente”, rezaba un pasquín colgado en las puertas del Alcázar de Madrid en 1603, que menciona el fraile escurialense Jerónimo de Sepúlveda el Tuerto en su recopilación de sucesos del reinado.
Esta participación directa y habitual del confesor real en absorbentes tareas de gobierno y finanzas constituía uno de los principales argumentos del memorial presentado por el patriarca fray Juan de Ribera (SJ) para limitar las atribuciones de su oficio y del nuevo consejo de conciencia que él ya había propuesto crear en 1602. Denunciaba la falta de preparación necesaria para orientar debidamente la conciencia del Rey en esas materias ajenas al verdadero cometido sacramental y moral de un confesor, pero también el descuido de su formación religiosa para entender de otras cuestiones nuevas que requerían una dedicación suplementaria. El patriarca Ribera aducía como ejemplo de esta impropia ocupación en los confesores reales al caso de fray Gaspar de Córdoba atareado constantemente en numerosas labores extraordinarias y sobre todo a su participación en la desafortunada experiencia de la Junta del Desempeño General, cuyos principales responsables el consejero Alonso Ramírez de Prado y el secretario Pedro Franqueza se hallaban procesados por un enriquecimiento personal ilícito y la artificiosa manipulación de los resultados contables de las medidas de desempeño aplicadas entre 1603 y 1606.
Aunque el anciano fray Gaspar de Córdoba falleció a las cuatro de la mañana del 2 de junio de 1604 en el convento de San Pablo de Valladolid por un infarto de corazón tras “una calentura continua y lenta que le dio”, no faltaron los rumores que atribuyeron su muerte a “cierta pesadumbre que dicen que tuvo con el Duque [de Lerma] sobre el negocio de la marquesa del Valle”, que había sido deshonrosamente apartada de su oficio como principal favorita de la reina Margarita y desterrada de la Corte. Esta dueña de honor de la Reina llamada Magdalena de Guzmán, designada aya de la infanta Ana, fue acusada de abuso de poder en su oficio y de conspirar contra el valido con el apoyo de ciertos nobles descontentos. Sus principales adversarias en el entorno de la Reina eran las mujeres de la familia Sandoval (esposa, hermana e hija del valido). El confesor real y el inquisidor general Bernardo de Rojas y Sandoval eran partidarios de que los propios soberanos interviniesen en su proceso y que fuese puesta en libertad y restituida plenamente en su reputación.
Según el padre Manrique, cuando fray Gaspar fue desenterrado dos años y medio después de su muerte, para trasladar sus restos mortales al convento dominico de Córdoba, que los reclamaba, se encontró su cuerpo “entero, blanco y tratable, y exhalando un suavísimo olor”.
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Bernardo J. García García