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Luis de Aliaga Martínez

Biografía

Aliaga Martínez, Luis de. Zaragoza, 1565 – 13.XII.1626. Religioso dominico (OP), inquisidor general y confesor real.

Hijo mayor de un comerciante pañero venido al mundo en el popular barrio zaragozano de las Boticas Hondas, Luis trabajó en el negocio familiar hasta ingresar junto a su único hermano, Isidoro, en la Orden de Santo Domingo, amparado por el prior del convento de Predicadores de Zaragoza y futuro confesor de Felipe III, fray Jerónimo Xavierre. Allí hizo su profesión religiosa en 1582, desarrollando, a partir de entonces, una fulgurante carrera eclesiástica bajo el patrocinio de su protector. Ocupó una cátedra de Teología en la Universidad de Zaragoza, impartiendo clases en ella hasta su renuncia en 1605, para dirigir el nuevo convento dominicano de esta ciudad, dedicado a san Ildefonso. Fue después provincial de la Tierra Santa de Jerusalén y visitador de Portugal de su misma Orden, calificador del Tribunal del Santo Oficio zaragozano y, desde 1607, del Consejo de la Inquisición. Una vez el padre Xavierre alcanzó el confesionario regio, le llevó consigo a la Corte en calidad de compañero y auxiliar. Aliaga se erigió rápidamente en confesor personal del entonces hombre fuerte del gobierno, el duque de Lerma, de quien se hizo incondicional.

En 1608 sustituiría al difunto confesor de Felipe III, y se valió de su nueva condición para fomentar la promoción de parientes y amigos, en concreto la de su hermano, que de la Orden dominicana pasó al episcopado, para ocupar en breve tiempo las sedes de Albarracín, Tortosa y Valencia; la de su sobrino Pedro Antonio, catapultado a una rica canonjía de la seo zaragozana; o la de los Villanueva, familia aragonesa de funcionarios reales agraciados con toda suerte de prebendas. Fray Luis fue nombrado consejero de la Inquisición algo más tarde, pues juró el cargo en 1614. Pocas cosas escapaban ya, por aquellos días, al poder del confesor, que pisaba fuerte en la Corte y se distinguía cada vez más como hombre de confianza del Monarca. Acabó convirtiéndose en una sombra insoportable para Lerma, cuya decadencia política comenzaba a ser tan patente como el simultáneo ascenso hacia la privanza de su hijo, el duque de Uceda, muy unido ahora al confesor. De esta alianza sacó pronto beneficio el religioso, ya que se le concedió, en 1618, la dignidad de archimandrita de Sicilia, si bien su definitivo encumbramiento estaba aún por llegar. En diciembre de ese mismo año, el Rey le confiaba el cargo de “inquisidor general apostólico de España y todos sus señoríos”, del que tomó posesión en enero siguiente. A la espera de obtener muy pronto el capelo cardenalicio, gracias a las gestiones iniciadas por la Corona ante la Santa Sede, la designación de Aliaga para la cúpula del Santo Oficio tuvo una gran resonancia en su Zaragoza natal, donde sería celebrada por todo lo alto. En los meses siguientes, el inquisidor general, imparable, consolidaría todavía más su posición de fuerza, ampliando su poder e influencia en la Corte y el gobierno de la Monarquía. Remató, para ello, la promoción de los suyos, elevando a su sobrino a la mitra ilerdense y a su joven protegido, Jerónimo de Villanueva, al protonotariato de Aragón.

Muy pronto, sin embargo, cambiaría la suerte de fray Luis, como consecuencia de la etapa abierta tras el fallecimiento de Felipe III, en marzo de 1621. La transición de reinados resultó horrible para el dominico, puesto que supondría el fin de los ministros y consejeros más estrechamente vinculados al difunto monarca. Los protagonistas del nuevo panorama político, Baltasar de Zúñiga y su sobrino, el conde de Olivares, entre otros, se apresuraron a deshacerse de las viejas figuras, con la intención de que les quedase libre el poder. Una vez hubieron eliminado al duque de Uceda, Aliaga fue el único estorbo para sus planes. A finales de abril de aquel año, el inquisidor recibía un despacho de Felipe IV, en el que le ordenaba que se retirara al convento de Predicadores de Huete, en Cuenca, hasta nueva orden. Allí se recluyó el religioso, conservando el cargo de inquisidor general durante algún tiempo, mientras en Madrid se multiplicaban las acusaciones contra su persona, su gestión y su círculo de colaboradores, a través de una demoledora campaña de desprestigio. Su hermano, el arzobispo de Valencia, hubo de interceder ante el Rey, implorando clemencia para quien tanto había servido a la Corona, lo que no impidió que el Santo Oficio abriera a Aliaga un proceso por proposiciones sospechosas de luteranismo y materialismo, que multiplicó hasta límites insospechados las denuncias contra el zaragozano, vertidas en memoriales, libelos y pasquines circulantes por toda la Corte. Se hablaba en ellos de un hombre ambicioso, sin escrúpulos, amigo de vicios, diversiones y corruptelas, devoto de magias y astrologías e indigno, por tanto, de vestir el hábito de santo Domingo. Imputaciones que merecieron la apertura de una investigación sobre el mandato de fray Luis al frente del confesionario regio y la Inquisición, extensiva a algunos de aquellos a quienes había favorecido particularmente el obispo de Lérida.

Consciente de su derrota, Aliaga no tuvo más salida que dejar vía libre a sus émulos, renunciando al cargo de inquisidor, que en febrero de 1622 iría a parar a manos de un íntimo colaborador de Olivares, Andrés Pacheco. A la espera de que el Monarca confirmara su futuro, el dominico, maltrecho y enfermo, conoció en los años posteriores nuevos destierros en Guadalajara, Velilla y Barajas, donde continuó siendo blanco de sus enemigos. Con la preceptiva autorización regia, en 1625 su hermano fray Isidoro lo acogía durante algunas semanas en el palacio episcopal de Valencia, que después del verano dejaba, por orden del Rey, con un nuevo e incierto destino. El progresivo deterioro físico de fray Luis llevó a la Corona a apiadarse finalmente de él, levantándole el destierro y consintiendo su establecimiento en el convento de Predicadores de Zaragoza, para curarse en él del mal de gota y otros desarreglos corporales. El religioso no lograría jamás recuperarse y falleció en 1626, a los sesenta y un años de edad, entre los muros del principal establecimiento dominicano de su ciudad natal.

 

Bibl.: L. Díez de Aux, Compendio de las fiestas que ha celebrado la imperial ciudad de Çaragoça por aver promovido la magestad cathólica del rey nuestro señor, Filipo Tercero de Castilla y segundo de Aragón, al ilustrísimo don fray Luys de Aliaga, su confesor, de su Real Consejo de Estado, en oficio y cargo supremo de Inquisidor General, Zaragoza, Inan de Lanaja y Quartanet, 1619; L. G. Alonso Getino, “Dominicos españoles confesores de reyes”, en La Ciencia Tomista, XIV (1916), págs. 374- 451; M. Canal, “El padre Luis de Aliaga y las controversias teológicas de su tiempo”, en Archivium Fratrum Praedicatorum (1932), págs. 107-157; C. Pérez de Bustamante, Felipe III. Semblanza de un monarca y perfiles de una privanza. Discurso leído el [...] 17 de diciembre, en su recepción pública [...], Madrid, Real Academia de la Historia, 1950; M. González Pola, “Aliaga, Luis de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 41; J. Navarro Latorre, “Aproximación a fray Luis de Aliaga, confesor de Felipe III e Inquisidor General de España”, en Estudios del Departamento de Historia Moderna, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1981; J. Martínez Millán y T. Sánchez Rivilla, “El Consejo de Inquisición (1483- 1700)”, en Hispania Sacra (Madrid), 36 (1984); F. Barrios, El Consejo de Estado de la monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; B. J. García García, “El confesor fray Luis Aliaga y la conciencia del rey”, en F. Rurale (ed.), I religiosi a corte, teologia politica e diplomazia in Antico Regime, Roma, Bulzoni, 1998, págs. 159-194; E. Callado Estela, Iglesia poder y sociedad en el siglo xvii. El arzobispo de Valencia fray Isidoro Aliaga, Valencia, Biblioteca Valenciana, 2001; E. Callado Estela, “Parentesco y lazos de poder. Las relaciones del arzobispo de Valencia fray Isidoro Aliaga con su hermano fray Luis Aliaga, confesor regio e Inquisidor General”, en J. Bravo Lozano (ed.), Espacios de poder. Cortes, ciudades y villas (s. xvi-xviii), t. I, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2002, págs. 123-138.

 

Emilio Callado Estela

 

 

 

 

 

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