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Juan Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno

Biografía

Pérez de Guzmán el Bueno, Juan Manuel Alonso. Duque de Medina Sidonia (VIII). Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), 6.I.1579 – 20.III.1636. Consejero de Estado y de Guerra, capitán de las Galeras de España, capitán general del Mar Océano y Costas de Andalucía, gentilhombre de cámara y cazador mayor de volatería de Felipe III, caballero del Toisón de Oro y Grande de España.

Primer hijo del matrimonio entre Alonso Pérez de Guzmán, VII duque de Medina Sidonia, y Ana de Silva y Mendoza, hija, a su vez, de Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, duque de Pastrana y de Estremera, y de Ana de Mendoza, hija del conde de Mélito.

Sucedió en los títulos de la casa como VIII duque de Medina Sidonia, XI conde de Niebla y VI marqués de Cazaza. Su infancia transcurrió entre Huelva y Cádiz, las provincias donde se concentraban los señoríos de los Medina Sidonia, en años en los que la casa, una de las más ricas de la Monarquía, gozaba de un enorme poder. Este ascendiente fue reconocido por Felipe II cuando en 1588 nombró al VII duque capitán general las Costas de Andalucía, previo a su designación para dirigir la Armada que se preparaba contra Inglaterra. El desastre de la expedición a la isla supuso un cierto oscurecimiento del prestigio del duque, aunque no disminuyó sus responsabilidades en la defensa de las costas atlánticas de Andalucía y el sur de Portugal, así como las Canarias, pues en 1595 el Rey le designó capitán general del Mar Océano, con competencias en la vigilancia de las aguas del cuadrante suroccidental de la Península, región marítima decisiva en los tráficos indiano y africano.

En cualquier caso, al acercarse el final del reinado de Felipe II, Alonso Pérez de Guzmán maniobró para mejorar su posición en la Corte y entabló negociaciones para el matrimonio de su hijo Juan Manuel, conde de Niebla —título que ostentaba el heredero de la casa de Medina Sidonia— con Juana Lorenza Gómez de Sandoval y Rojas de la Cerda, hija mayor del marqués de Denia, que se adivinaba un personaje emergente por la amistad que había forjado con el heredero al Trono. Antes del verano de 1598 se firmaron las capitulaciones y así, el 16 de noviembre, dos meses después del comienzo del nuevo reinado, tuvo lugar la ceremonia nupcial en el Alcázar de Madrid, apadrinada por Felipe III y su hermana la archiduquesa Isabel Clara Eugenia. Una vez más, los Guzmán lograban entrar en el círculo más exclusivo del poder de mano de una alianza matrimonial con la que el duque de Medina Sidonia esperaba colocarse bien en el sistema de poder que se estaba inaugurando.

El marqués de Denia y I duque de Lerma, por su parte, necesitaba emparentar con los grandes linajes castellanos para consolidar su red; de ahí este matrimonio, primero de una serie de bodas entre sus hijos y los vástagos de los Grandes. Para el VII Medina Sidonia, el acontecimiento supuso un paso firme para recuperar su sitio en la Corte y rescatar su prestigio en el servicio real, tras la muerte de Felipe II. Es significativo que, entre las primeras decisiones del nuevo gobierno estuviera el nombramiento de Alonso Pérez de Guzmán para los Consejos de Estado y Guerra, y que éste pasara otra vez a ser tratado, en la correspondencia oficial, como “excelencia” en lugar de “señoría”, como había ordenado Felipe II que se le tratara tras el fracaso de la Armada de 1588.

Al mismo tiempo, Lerma influyó para que se cancelasen las cuantiosas deudas contraídas por la casa de Medina Sidonia con la Corona, para que el VII duque recibiera la rica encomienda de Habanilla, de la Orden de Calatrava, y para que el Rey le vendiese el sustancioso oficio de la escribanía mayor de la aduana de Sanlúcar de Barrameda. El recién casado conde de Niebla entró en la Corte, en ese momento con sede en Valladolid, como gentilhombre de cámara y, en continuación con los beneficios disfrutados al pertenecer a la facción dominante, fue nombrado en 1602 cazador mayor de volatería del Rey. Ese mismo año nació Gaspar, primer hijo de los condes de Niebla, que fue acompañado a la pila bautismal por Felipe III y el marqués de Cea, tío materno del niño.

En la rehabilitación política de los Guzmán tuvo importancia decisiva el giro que Lerma imprimió a la política exterior de la Monarquía, en la que cobraron importancia el Mediterráneo y África del norte y del noroeste. En efecto, fue elocuente que al comienzo del reinado se confirmara al VII duque en la Capitanía General de las Costas de Andalucía y del Mar Océano y que, desde entonces, el cargo pasara a tener mayor peso, a juzgar por el aumento de las comunicaciones con el gobierno. Más aún, en marzo de 1603 Juan Manuel Pérez de Guzmán obtuvo nombramiento de capitán general de las Galeras de España, cargo que había ostentado en el pasado su padre y que ahora se le hacía merced como recompensa por haber apresado dos galeras corsarias magrebíes con las que se topó en una singladura desde sus dominios onubenses hasta Sanlúcar de Barrameda. De hecho, desde este momento el conde de Niebla empezó a compartir con su padre las responsabilidades de la Capitanía General de Andalucía, cuando éste se encontraba en la Corte atendiendo a sus deberes en el Consejo de Estado. Gracias a su estrecha relación con el duque de Lerma, los Guzmán aumentaron sus responsabilidades en la defensa del cuadrante suroccidental de la Península, donde sus propios señoríos eran frontera marítima con los diversos poderes islámicos y donde, además, tradicionalmente venían desarrollando su política.

La defensa de la costa oeste de Andalucía, el control de las rutas de navegación trasatlántica, Marruecos y la costa occidental africana, constituían el espacio natural de los Medina Sidonia y, para la política exterior de Lerma, habían ganado importancia, con lo que se produjo una confluencia de intereses que se saldó con un incremento de la actividad de los Guzmán, que se convirtieron en los agentes de la Monarquía en la región. Desde su palacio en Sanlúcar de Barrameda se expedían patentes de corso a marinos cristianos, se aprestaban flotillas para luchar contra los piratas y corsarios berberiscos y, en general, se dirigía la política de una frontera religiosa y estratégica en la que se mezclaban intereses vitales para la Monarquía.

Desde su nombramiento en las Galeras de España, el conde de Niebla no sólo ayudó a su padre en la coordinación de la defensa de la región, sino que también asumió personalmente la dirección de operaciones.

El mismo año 1603 se puso al frente de su escuadra, reunidas en Cartagena, y partió hacia Mallorca, con la misión de prestar ayuda a Mulay Sheik, hijo mayor del recientemente fallecido Sharif Ahmed al-Mansur, rey del Cuco magrebí, pero no fue necesaria su intervención porque aquél logró imponerse sobre sus hermanos y se hizo con el poder. Juan Manuel Pérez de Guzmán regresó a la Península sin haber entablado combate, pero no cesó en sus tareas militares.

En 1608 colaboró con su padre el duque en la preparación de la conquista de Larache, uno de los más destacados puertos corsarios. No tuvo éxito la empresa ese año y se volvió a intentar otras dos veces en 1610, la definitiva gracias al apoyo del jerife de Marruecos. Los piratas se trasladaron más al sur y se instalaron en La Mamora, otro puerto apropiado para sus actividades, con el refuerzo de numerosos moriscos expulsados de España en 1609. Medina Sidonia y Niebla siguieron la lucha contra los corsarios, con el apoyo del bey de Marraquech, y aprestaron otra escuadra que, al mando del marqués de Los Vélez, conquistó La Mamora en 1614. Al año siguiente, cuando se encontraba empeñado en la fortificación de La Mamora, murió Alonso Pérez de Guzmán, por lo que el conde de Niebla se convirtió en VIII duque de Medina Sidonia y heredó, además de sus títulos y mayorazgos, la capitanía general de las Costas de Andalucía y el Mar Océano. En estos años, aunque la comunicación entre Medina Sidonia y su hijo fue constante por razones militares, puede observase un cierto enfriamiento de relaciones entre ambos, pues el conde de Niebla residía en el condado de Niebla (Huelva), lejos de la casa familiar de Sanlúcar. La razón del alejamiento pudiera estar en el incidente que en 1607 provocó el procesamiento de Juan Manuel Pérez, un asunto de contrabando y abuso de autoridad, que se saldó con una multa cuantiosa para el joven conde; a resultas de este pequeño escándalo, la irritación del duque habría obligado al hijo a alejarse.

A pesar del posible distanciamiento entre padre e hijo, que parece haber ensombrecido a los Medina Sidonia en los últimos años, el continuismo presidió los primeros pasos de Juan Manuel Pérez de Guzmán, centrado en los asuntos africanos. Así, hubo de hacer frente a los corsarios moriscos, que habían creado el principado corsario de Rabat-Salé tras ser expulsados de La Mamora. Siguió la táctica que a su padre le había dado tan buenos resultados, consistente en intervenir en las luchas internas por el poder entre los soberanos de las regencias y reinos, con intención de debilitar al enemigo. Por principio, el duque prefería el corso atomizado o la piratería dispersa como mal menor, antes que un poderoso Reino marroquí, respaldado por ingleses o neerlandeses. Y para ello recurrió a muy diversos medios, como el espionaje, el soborno, la diplomacia, el corso y la guerra. Según este diseño de la política africana, el duque suministró armas a los corsarios de Salé para mantenerlos fuera de la influencia del sultanato marroquí, y también cultivó las guerras intestinas en la propia república de Salé o en la de Tetuán.

En 1621, la muerte de Felipe III y el acceso al Trono de Felipe IV supuso un duro golpe para el duque de Medina Sidonia. En primer lugar, el reinado se iniciaba con claras muestras de deslizamiento de la política de la Monarquía que iban a afectar a su carrera militar y a su posición política, pues se avizoraba una fase de mayor protagonismo de los conflictos septentrionales y la reanudación de la guerra en Europa, lo cual haría descender la atención que hasta el momento se había prestado a la frontera sur.

Pero más allá de estas implicaciones para la carrera de Juan Manuel Pérez de Guzmán, la sucesión en el Trono trajo consigo el desmantelamiento del sistema de poder de los Sandoval y, sobre todo, su sustitución por un nuevo bloque de poder nobiliario, el de los Zúñiga-Guzmán-Haro. Aparte de su evidente compromiso con Lerma y Uceda, para Medina Sidonia el hecho de que su primo Gaspar de Guzmán, conde de Olivares y pronto I duque de Sanlúcar la Mayor, se erigiera con la privanza de Felipe IV era una mala noticia, porque significaba que en la cúspide del poder de la Monarquía se situaba un pariente que rivalizaba con él por la cabeza del linaje. Los roces entre primos comenzaron pronto, en relación con la persecución política y judicial a la que los nuevos gobernantes sometieron a los Sandoval y sus más conspicuos colaboradores. Medina Sidonia, haciendo ostentación de una independencia algo insolente, rompió el régimen de incomunicación al que estaba sometido su suegro el cardenal duque de Lerma en su confinamiento de Tordesillas y le hizo llegar provisiones y dinero a través de criados y, cuando murió su cuñado el duque de Uceda, ordenó la celebración de funerales y lutos en Sanlúcar de Barrameda que, sin duda, debieron provocar la irritación de Olivares.

Además, Juan Manuel Pérez de Guzmán heredó un pleito contra la banca sevillana de los Espinosa, quebrada en tiempos de Felipe II, de la que también era acreedora la casa de Olivares, y ello provocó choques entre ellos por la prelación en el cobro. En cualquier caso, todo parece indicar que el VIII duque de Medina Sidonia, pasado un primer momento de sonora exhibición de pequeñas desobediencias al poder de Olivares, se inclinó por una postura de orgullosa distancia, ejerciendo su autoridad en sus dominios andaluces como si nada hubiera cambiado y acudiendo a la Corte con una magnificencia y brillantez que resultara más elocuente que las palabras acerca de su primacía dentro del linaje Guzmán, estrategia con la que esperaba hacer daño a Olivares. Así, por ejemplo, en 1623 hizo traer a Madrid veinticuatro purasangres andaluces enjaezados con un lujo desbordante para regalárselos al príncipe de Gales, durante la visita de éste para pedir la mano de la infanta María. Más significativo había sido un año antes, en mayo, la firma de las capitulaciones matrimoniales para el enlace entre el conde de Niebla, Gaspar, que contaba entonces veinte años de edad, y su tía Ana de Guzmán, de quince, la hija más pequeña del VII duque de Medina Sidonia, una manifestación del repliegue de la casa ducal sobre sí misma ante el valimiento de Olivares. La boda se celebró en noviembre de 1622, un matrimonio entre tía y sobrino en el que Juan Manuel Pérez de Guzmán se convirtió en el suegro de su hermana.

En 1624 se produjo otro acontecimiento que puso de manifiesto en grado sumo la tensión entre las dos ramas de los Guzmán. Fue con motivo de la jornada de Andalucía de Felipe IV, que incluyó una breve estancia cinegética en el Coto de Doñana, dominio de los Medina Sidonia vecino a su capital sanluqueña.

Ya en 1619 el anterior Monarca había manifestado su intención de acudir al Coto para cazar, pero la enfermedad impidió la celebración y dejó en nada los cuantiosos gastos que Juan Manuel Pérez acometió para alojar el ocio de Felipe III. Ahora, en febrero de 1624, con apenas tres semanas de antelación, recibió el duque la noticia de que la Corte pasaría tres o cuatro días en Doñana. Medina Sidonia se lo tomó como un reto y abordó la hercúlea tarea del acondicionamiento de las instalaciones del Coto con la intención de impresionar a Felipe IV y, sobre todo, a Olivares. Las diversas crónicas que relatan el acontecimiento insisten en la magnitud de las obras emprendidas para levantar una verdadera ciudad de la nada, al lado del modesto pabellón de caza que había construido años atrás el VII Medina Sidonia. Una flota de todo género de embarcaciones se encargó del transporte de los materiales y las provisiones, interminables caravanas de carretas tiradas por bueyes vadearon sin descanso el Guadalquivir aguas arriba, centenares de vasallos trabajaron luchando contra las inclemencias meteorológicas y lograron, en un tiempo récord, construir pabellones para la muchedumbre que acompañaba al Rey y darle alimento durante los tres días que la Corte se detuvo en Doñana.

Asimismo, trajo de Sevilla compañías de comedias y músicos, y organizó entretenimientos y espectáculos, incluidos toros y fuegos artificiales, que hablaron alto y fuerte de la magnificencia de los Medina Sidonia. Por su parte, Juan Manuel Pérez actuó esos días con calculado desapego, usando como excusa su quebrada salud. De ahí que no acudiera al palacio del Aljarafe a recibir a Felipe IV y Olivares, sino que envió a su hijo Gaspar, conde de Niebla, con el marqués de Ayamonte y demás parientes, y tampoco apareció por Doñana durante los días de cacería. Cuando la Corte levantó el campo y cruzó el Guadalquivir con rumbo al puerto de Bonanza, prestó sus galeras, pero él se limitó a esperar al Rey junto con la duquesa Juana en la escalera del palacio. Una breve entrevista con el Rey, en presencia de Olivares, saldó el encuentro.

La Corte reemprendió la marcha poco después hacia El Puerto de Santa María para pasar la noche y posteriormente siguió camino, pasando por la villa de Medina Sidonia, donde otra vez se hizo patente la hospitalidad ducal con festejos y agasajos. En recompensa por su desprendimiento, Medina Sidonia fue nombrado consejero de Estado y Guerra y se le concedieron varios hábitos para que los distribuyera como merced entre los criados principales que le habían ayudado a organizar los festejos. Pero las consecuencias de la jornada de Doñana para la hacienda ducal fueron nefastas. El duque hubo de pedir nuevos préstamos, incluso a sus propios vasallos, y poner a censo, con licencia real, más rentas de su mayorazgo.

Ese mismo año de 1624 contempló la muerte de la duquesa Juana y, en seguimiento de su línea de concentración en los asuntos internos de su ducado, Juan Manuel Pérez intensificó la actividad de patronato eclesiástico y mecenazgo religioso. Así, fundó el Convento de los Capuchinos en la Huerta del Desengaño, de su propiedad (1624), terminó la iglesia de la Merced (1625), hizo posible el establecimiento de la Compañía de Jesús en una casa-colegio sanluqueña dedicada a la enseñanza de letras menores y de Gramática en 1627 y dotó el Colegio de la Santísima Trinidad en la iglesia del mismo nombre (1628).

Cada vez con mayor intensidad se iban a sentir sobre la hacienda ducal los requerimientos dinerarios del conde duque, enrareciendo aún más las relaciones de Medina Sidonia con el Gobierno. Las exigencias militares con que Olivares le acuciaba, como hacía con los demás Grandes, aumentaron en los años siguientes.

La responsabilidad de la capitanía general de las Costas de Andalucía y del Mar Océano se convirtió, más que nunca, en una gravosa carga para las arcas ducales, en un ambiente de recelo auspiciado por Olivares, que dudaba del verdadero empeño de su primo en cumplir con sus deberes militares en la región a su cargo. De ahí que cada ocasión de ejercer sus competencias se convirtiese en un conflicto, como sucedió en 1625, cuando los ingleses atacaron Cádiz, o la orden de que fortificase, a su costa, el baluarte de San Salvador, en el puerto de Bonanza (1627), y la construcción en 1635 de un castillo en la barranca del Espíritu Santo. La contribución militar exigida por Olivares a los Medina Sidonia no se limitó a la defensa de la frontera andaluza, sino que también se amplió a los compromisos militares en el continente europeo que, con creciente intensidad, estaban atenazando a la Monarquía. Así, los dos grandes señores de la Andalucía occidental, los duques de Medina Sidonia y de Arcos, financiaron las armas de dos mil infantes. Por este servicio, Juan Manuel Pérez obtuvo en 1629 el Collar del Toisón de Oro y un título nobiliario acompañado de una encomienda para su primer nieto. Y en 1635 reclutó y pagó quinientos hombres para la guerra con Francia, parte de las exigencias que Olivares había dirigido a todos los Grandes y que encontraron resistencias prolongadas de éstos, debidas en parte al general estado de endeudamiento de la aristocracia y en parte a la oposición que se estaba formando contra el privado del Rey. Sin embargo, ante todas estas gravosas órdenes venidas de su primo, Medina Sidonia respondió con escrupuloso respeto a sus deberes militares y nobiliarios, e incluso se avino a concertar el matrimonio de su hija Luisa Francisca con el duque de Braganza, desposorio sugerido por Olivares y que formaba parte de los intentos del valido por evitar el distanciamiento de la aristocracia portuguesa, cada vez más alejada de la Corona. En 1632, primero se celebró la boda por poderes en Sanlúcar, en la iglesia de Nuestra Señora de la O, contigua al palacio ducal, y posteriormente la novia viajó a Portugal acompañada por su hermano Gaspar hasta la residencia de los Braganza en Villaviciosa.

Juan Manuel Pérez de Guzmán murió al año siguiente, en 1636.

 

Bibl.: L. I. Álvarez de Toledo, Historia de una conjuración (La supuesta rebelión de Andalucía en el marco de las conspiraciones de Felipe IV y la independencia de Portugal), Cádiz, Diputación, 1985; J. H. Elliott, El Conde-Duque de Olivares, Madrid, Editorial Crítica, 1991; L. I. Álvarez de Toledo, Alonso Pérez de Guzmán, general de la Invencible, Cádiz, Universidad, 1994, 2 vols.; F. Benigno, La sombra del rey. Validos y lucha política en la España del siglo xvii, Madrid, Alianza, 1994; B. García García, “La guardia del Estrecho durante el reinado de Felipe III”, en E. Ripoll Perelló y M. A. Ladero Quesada (eds.), Actas del II Congreso El Estrecho de Gibraltar, t. IV, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 1995, págs. 247-258; B. García García, La Pax Hispanica. Política exterior del duque de Lerma, Lovaina, Universidad, 1996; A. de Ceballos- Escalera y Gila (dir.), La Insigne Orden del Toisón de Oro, Madrid, Palafox & Pezuela, 2000, págs. 320-321; M. Á. de Bunes Ibarra y J. A. Martínez Torres, “La república de Salé y el duque de Medina Sidonia: notas sobre la política atlántica en el siglo xvii”, en VV. AA., IV Centenario de ataque de Van der Does a Las Palmas de Gran Canaria (1999), Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 2001, págs. 187-203; L. Salas Almela, Colaboración y conflicto. La Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía, 1588-1660, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 2002.

 

Adolfo Carrasco Martínez

 

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