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Ottavio Piccolomini y Aragón

Biografía

Piccolomini y Aragón, Ottavio. Duque de Amalfi (I). Florencia (Italia), 11.XI.1599 ‒ Viena (Austria), 11.VIII.1656. Gobernador de las Armas del Ejército de Flandes, teniente general del Ejército Imperial, príncipe del Sacro Imperio Romano.

Procedía de una de las más ilustres familias de Siena, antiguamente conectada con los intereses del Sacro Imperio Romano en Toscania, y que ya había dado grandes personajes históricos, entre ellos el famoso papa humanista Pío II (Eneas Silvio Piccolomini, 1458-1464). Ottavio descendía directamente de una rama ilegítima de la dinastía de Aragón en Nápoles, que siempre había estado asociada con los asuntos españoles en Italia. Su padre, Silvio Piccolomini (1543-1610), conocido por haber empleado y protegido a Galileo Galilei, peleó durante años contra los holandeses en Flandes bajo el mando de otro italiano de similar procedencia e intereses, Alejandro Farnesio, duque de Parma, y sirvió a la rama vienesa de los Habsburgo en sus guerras turcas en Hungría y Transilvania. Estas campañas, así como sus buenas relaciones con los Médicis, radicados en Florencia como duques de Toscana, habían acrecentado en mucho su riqueza y estatus. La madre de Ottavio, Violante Gerini, era de nobleza florentina y de ahí la conexión con Galileo, quien, casi seguramente, ejerció como tutor del joven.

A los dieciséis años se fue a servir con una pica en el Ejército español en Milán. Al estallar la Guerra de los Treinta Años en 1618, pasó a los Países Bajos, donde, junto con su hermano Enea, reclutó un Regimiento de coraceros y arcabuceros valones y participó en mayo del siguiente año en la defensa de Viena bajo las órdenes del conde de Bucquoy. Visitó por primera vez España ese mismo año para solicitar fondos y peleó en la famosa batalla de Montaña Blanca el 8 de noviembre de 1620 que acabó con la rebelión protestante checa. Prosiguió su carrera militar al servicio de los Habsburgo vieneses de 1621 a 1623 llegando a obtener los rangos de capitán de Caballería austríaca, caballero de la Corte Imperial y de enviado especial al príncipe de Transilvania, con el que negoció un armisticio.

En 1624 fue promovido a teniente coronel al llevar un Regimiento italiano a tomar parte en el sitio de Breda en Flandes. Al año siguiente volvió con sus tropas a Italia, donde tomó parte en encuentros armados con las tropas del duque de Saboya.

Tras permanecer en Italia por dos años y ascender a coronel, regresó de nuevo al Imperio, donde reclutó refuerzos para la guardia personal de Albrecht von Wallenstein, duque de Friedlandia, general en jefe de las fuerzas imperiales. De 1629 a 1631 Piccolomini osciló constantemente entre sus dos carreras, la militar y la diplomática. Como militar se perfilaba como un efectivo agente de reclutamiento para los Habsburgo y como diplomático se hacía ya evidente su amplia red de contactos familiares y personales en Italia y su talento negociador. También es cierto que podía ser poco escrupuloso en su trato con la población civil, al igual que otros militares de la Guerra de los Treinta Años, y llegó a ser acusado de extorsión.

Durante ese período se ocupó de afianzar los contactos políticos de Viena con los Estados del Norte de Italia, reclutó tropas adicionales en Alsacia y en 1630 se distinguió en el fallido sitio de Casale en la Guerra de la Valtelina. Su papel más importante fue el de representante del emperador Fernando II en los protocolos de la Paz de Cherasco, después de la cual sirvió de rehén en Ferrara y de garantizador del cumplimiento de los términos del acuerdo.

En 1632 se reintegró a las huestes de Wallenstein e inmediatamente se destacó en noviembre en la batalla de Lutzen contra los suecos del rey Gustavo Adolfo.

Allí capturó numerosas banderas y estandartes enemigos.

Herido cinco veces de bala, fue, sin embargo, uno de los últimos en retirarse del campo de batalla.

Su heroica actuación le valió el reconocimiento público de Wallenstein, además de jugosas mercedes monetarias. Después de otras victorias en 1633 el duque de Friedlandia lo elevó al rango de general de Caballería y lo hizo uno de sus más allegados consejeros.

Piccolomini se hallaba en una situación muy delicada, ya que secretamente se encontraba en profundo desacuerdo con las aspiraciones políticas de su patrón y superior. Personalmente Ottavio se identificaba con un “partido militar” dirigido por españoles tales como Baltasar de Marradas e italianos como Matteo Galasso y Rodolfo Colloredo en la Corte de Viena que estaba a favor de proseguir vigorosamente la guerra.

Tal “partido” se oponía a otro, liderado por Wallenstein, que buscaba, contra la voluntad del Emperador y de sus aliados en Madrid, una paz negociada con los protestantes en Centro-Europa. Wallenstein, mientras tanto, fiándose de su subordinado, le revelaba sus más íntimos planes, entre los que probablemente figuraba el de convertirse en un potentado independiente en Alemania.

El papel de Piccolomini en la muerte de Wallenstein sigue siendo algo misterioso. No cabe duda de que conspiró contra su jefe y reveló sus conversaciones privadas y contactos con los suecos a sus detractores en Viena y puede que incluso hubiera exagerado la evidencia contra el duque, a pesar de que éste le consiguiese el rango de mariscal de campo en febrero de 1634. Ya para esas fechas el decreto imperial de prisión o muerte contra Wallenstein había sido emitido y Ottavio, junto con otros en el séquito del duque, había sido encargado de llevarlo a cabo. Aunque no actuó directamente en el desenlace de esta intriga, el asesinato de Wallenstein el 25 de febrero desató, contra Piccolomini, las iras de los oficiales y cortesanos nativos que habían visto con gran celo su rápido ascenso. Sin embargo, el apoyo del Emperador, la llegada de un ejército español a cargo del cardenal-infante don Fernando y el papel clave que Ottavio tuvo en la gran victoria de Nordlinghen en septiembre reforzaron su posición. Piccolomini tomó el mando de las tropas imperiales enviadas a los Países Bajos en 1635 y permaneció allí combatiendo contra los franceses durante los próximos cuatro años. Al mando de tropas auxiliares tuvo gran protagonismo en la famosa ofensiva del cardenal-infante en Francia en el verano de 1636 y en el rescate de Saint-Omer en julio de 1638, pero el punto culminante de su carrera militar fue su aplastante victoria contra los franceses en Thionville el 7 de junio de 1639. Como recompensa Felipe IV le concedió el título de duque de Amalfi. Su reputación de general invicto creció enormemente. Al regresar al Imperio por orden de Fernando II en 1639, Amalfi prosiguió sus éxitos militares. En enero de 1641 protegió a la Corte imperial de Ratisbona de un ataque sorpresa sueco. A pesar de sus logros, o tal vez a causa de ellos, Ottavio seguía atrayendo los celos y hostilidad de cortesanos y oficiales alemanes. Como consecuencia entró en tratos con Madrid para integrarse formalmente al alto mando de los Tercios de Flandes. Su primer revés importante le vino tarde en la campaña de 1643 en la segunda batalla de Breitenfeld a manos de los suecos, un evento que sus enemigos en Viena aprovecharon para socavar aún más su posición.

Para escapar a estas circunstancias, Piccolomini aceptó el rango de gobernador de las Armas del Ejército de Flandes, segundo en la jerarquía al de capitán general. El Consejo de Estado en Madrid esperaba así restablecer la fortuna de los Tercios tras la terrible derrota de Rocroi en mayo de 1643. Antes de asumir su cargo pasó por Italia (donde Venecia y el Papa le ofrecieron el mando de sus tropas) y llegó a España en octubre. En conversaciones con la Corte en Zaragoza trató de obtener el título de gobernador general y completa autoridad militar y civil, pero sus gestiones fueron en vano ya que los consejeros de Felipe IV no se fiaban completamente de un italiano.

Se estableció en Bruselas a partir de mayo de 1644 y allí comenzó el período más frustrante e infructuoso de su carrera. La presión conjunta de franceses y holandeses y la creciente debilidad del Ejército real después de Rocroi produjeron en cuatro años una larga lista de plazas perdidas: Gravelinas, Mardyck, Courtrai, Dunquerque, Béthune, Lens, Hulst, etc. La situación en el alto mando era caótica y las provincias católicas llegaron al borde del colapso absoluto. El marqués de Castelrodrigo, capitán y gobernador general, desconfiaba de su capacidad y los medios materiales escaseaban. Los oficiales españoles y nativos hacían causa común contra Ottavio al que consideraban un intruso, se resistían a sus órdenes y la Corte de Madrid se negaba a afianzar su autoridad o a reemplazarle; el duque de Lorena, al mando de numerosas tropas auxiliares independientes y el marqués de Caracena, general de la Caballería, lo denigraban en cartas a Madrid y ante sus subordinados. Un cuadro de oficiales frecuentemente negligente e incompetente, encontró en Piccolomini el perfecto chivo expiatorio.

Sus habilidades estratégicas y administrativas se veían desbordadas por la crítica complejidad de estas circunstancias. Sus únicos logros en el gobierno fueron personales: en 1645 Felipe IV le otorgó su más elevado galardón nobiliario, la Orden del Toisón de Oro y en 1646 recibió la dedicatoria de una novela picaresca crucial en su género, La Vida y Hechos de Estebanillo González.

En 1647 Piccolomini abandonó su puesto y al año siguiente regresó a Alemania como teniente general del Ejército Imperial, a tiempo para combatir en la última campaña de la Guerra de los Treinta Años y participar en los acuerdos de paz y desmovilización de Westfalia y Nuremberg. Sus logros en estas gestiones le granjearon la dignidad de Príncipe Imperial en 1650.

En sus últimos años se dedicó a embellecer su castillo de Nachod en Bohemia (merced recibida en 1634 por su actuación en el asesinato de Wallenstein) y a coleccionar libros y magníficas obras de arte para sus palacios urbanos en Viena y Praga. Sus dispendios fueron tales que llegaron casi a arruinarle. Murió en Viena el 11 de agosto de 1656 y está enterrado en el espléndido Convento barroco de las Siervas de María que había ayudado a fundar. No dejó descendientes directos, pues su único hijo, Josef Silvio, había muerto a manos de los suecos en 1645. Sus posesiones pasaron a su mujer y después a su sobrino. Las tierras de Nachod estuvieron en manos de su familia hasta 1757 cuando se extinguió la rama de los Piccolomini austríacos.

El renombre de Ottavio Piccolomini no es solamente histórico sino también literario. Como correspondía a un vástago de familia humanista, fue siempre mecenas de las bellas artes y de la literatura, por medio de las cuales promovió una imagen muy positiva de su vida y carrera que historiadores de hoy en día han intentado revisar. El Estebanillo, una obra en la que Piccolomini aparece muy favorecido como personaje secundario, ha sido recientemente interpretada como una novela en clave financiada por el duque en defensa de su mandato en Flandes. Sin embargo, su mayor fama literaria deriva de su papel prominente en la trilogía trágica que el célebre dramaturgo romántico alemán Friedrich Schiller escribió sobre Wallenstein, particularmente en su obra central, Los Piccolomini (1799), donde Ottavio figura como epítome de la lealtad dinástica frente a la amoralidad y ambición del general alemán.

 

Bibl.: G. Priorato, Historie delle Guerre di Ferdinando III Imperatori e del Fe Felipo IV di Spagna, Venezia, 1640-1651; Estebanillo González (seud.), La vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, compuesta por él mismo, Amberes, Viuda de Juan Cnobbart, 1646 (ed. de A. Carreira y J. A. Cid, Madrid, Cátedra, 1990); J. Vincart, Relations des Campagnes de 1644 et 1646, Bruxelles, Société de l’histoire de Belgique, 1869; A. von Weyhe-Eimke, Octavio Piccolomini als Herzog von Amalfi, Ritter des Goldenes Vliesses, Deutsches Reichsf_rst und Gemahl der Prinzessin Maria Benigna von Sachsen- Lauenburg, Pilsen, Steinhauser & Korb, 1871; J. Vincart, Relación de la Campaña de Flandes en 1637, Madrid, ed. del marqués de la Fuensanta y J. Sancho Rayón, 1891; O. Elster, Piccolomini-Studien, Leipzig, G. Muller-Mann, 1911; T. Barker, “Ottavio Piccolomini (1599-1659): A Fair Historical Judgement?”, en Army, Aristocracy, Monarchy: Essays on War, Society and Government in Austria, 1618-1780, New York, Columbia University Press, 1982, págs. 61-111.

 

Fernando González de León

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