Moura y Corte Real, Manuel de. Marqués de Castelo Rodrigo (II) y conde de Lumiares (I). Madrid, 17.VIII.1592 – 26.I.1651. Embajador en Roma, consejero de Estado, teniente de gobernador y capitán general de los Países Bajos y mayordomo mayor de Felipe IV.
Manuel de Moura y Corte Real fue el último vástago de los hijos habidos del matrimonio entre Cristóbal de Moura y Távora, I marqués de Castelo Rodrigo, y de Margarita Corte Real y Silva, señora de las capitanías de Angra y San Jorge. Fallecidos sus hermanos mayores a edad muy temprana, Vasco y Luis de Moura, y tras el nacimiento de sus hermanas Beatriz, Catalina, Margarita y María, vino al mundo Manuel en Madrid el 17 de agosto de 1592. El joven heredero del mayor privado de Felipe II a punto estuvo de perder la vida durante un feroz ataque de viruelas en septiembre de 1598 al tiempo que el Monarca agonizaba en su lecho de muerte.
Entronizado Felipe III y asentada la privanza del entonces marqués de Denia, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, en breve I duque de Lerma, el otrora poderoso ministro portugués quedó despojado de sus atribuciones y responsabilidades de gobierno. Para hacer más llevadera su desgracia se le otorgó el marquesado sobre su condado de Castelo Rodrigo y sustanciosas mercedes económicas, conservó su plaza de consejero de Estado y se le destinó a Portugal con cargo de virrey y capitán general. A Manuel se le concedió el 26 de enero de 1599 un hábito de Alcántara, previa licencia por su escasa edad, al tiempo que se le confirmaba el privilegio de heredar a su padre en la encomienda mayor de la Orden. Durante el gobierno de su padre, Manuel residió en Lisboa hasta que en 1607 de regreso a la Corte fue honrado con el condado de Lumiares, que en adelante lo llevarían los primogénitos de la casa, mientras Cristóbal de Moura era honrado con la Grandeza de España. El 24 de junio de 1610 falleció la marquesa Margarita y tres años más tarde, el 16 de noviembre de 1613, el joven conde contrajo matrimonio en El Pardo con Leonor de Melo, dama de la Reina y hermana del conde de Tentugal.
La vida de Manuel cambió notablemente apenas mes y medio después, el 28 de diciembre, cuando su padre murió. Quedaba al frente de su casa y sin asiento en la Corte. Afortunadamente para él una de las promesas que se le hicieron a Cristóbal antes de fallecer le alcanzó en octubre de 1615 cuando fue designado gentilhombre de la cámara del príncipe Felipe (IV). Desde entonces, con habilidad se ganó la confianza del joven heredero, contándose entre los escasos servidores cuya presencia le agradaba, para desconcierto de un conde de Olivares celoso de la posición alcanzada por el portugués. Contrariado por la decisión regia de no prolongar sobre él la Grandeza de España concedida a su padre, Castelo Rodrigo se distanció del duque de Uceda. Olivares aprovechó el descontento de Moura con el valido para ganarse su amistad y su alianza política. En 1619 tomó parte en la jornada real que Felipe III realizó a Portugal en su condición de señor de vasallos y título de vecino reino. Tras la muerte de Felipe III en marzo de 1621, Felipe IV dejó en manos del comendador mayor Baltasar de Zúñiga y del sobrino de éste, el conde de Olivares, Gaspar de Guzmán, las riendas del gobierno, confirmándose la caída en desgracia del duque de Uceda y el clan de los Sandovales. Castelo Rodrigo fue honrado nuevamente con la llave dorada de gentilhombre de la cámara del Rey, aunque Olivares continuó recelando del favor que Felipe IV le dispensaba.
La primera causa de serio desencuentro entre ambos tuvo lugar en 1623, cuando Moura perdió a favor de Guzmán la encomienda mayor de Alcántara a cambio de recibir la mayor de la Orden de Cristo, de inferior cuantía y calidad.
El gobierno del conde duque no fue del agrado de Moura, como tampoco lo fue de otros muchos Grandes y títulos descontentos con la política emprendida por el valido. De hecho el propio Gaspar de Guzmán en su Gran Memorial de 1624 había manifestado al Rey la conveniencia de limitar la presencia de la aristocracia en la dirección política de la Monarquía.
Sus recelos y desaires acabaron por facilitar el fortalecimiento del bando que sostenía los restos del antiguo clan de los Sandovales y la constitución de facciones cortesanas en torno a los hermanos de Felipe IV, los infantes Carlos y Fernando. Hubo innumerables ocasiones públicas en las que los nobles descontentos pudieron demostrar su enojo y una de las más significadas aconteció durante la visita que realizó a Madrid, en el verano de 1621, el cardenal legado Francesco Barberini. Los duques de Alcalá, Maqueda, Lerma e Híjar y los marqueses de Villafranca y de Castelo Rodrigo se negaron a cumplimentar al embajador pontificio. Poco después una repentina enfermedad que postró de gravedad al Rey obligó a Olivares a tomar medidas con el fin de evitar que sus contrarios tomasen posiciones cerca del que hasta entonces era el heredero al trono a falta de descendencia, el infante don Carlos. En una medida sin precedentes, el conde duque prohibió la entrada de los Grandes en la cámara del Rey. Recuperado el Monarca, Olivares redactó un listado con una docena de sospechosos de conspiración, entre los que se contaban los duques de Híjar y Sessa y el propio marqués de Castelo Rodrigo. Finalmente, y para alejar a uno de sus más peligrosos adversarios, el conde duque alejó de la Corte a Moura, en 1628, enviándole a Lisboa con orden de aprestar una armada con la que acudir al socorro de la India, y con la que finalmente no zarpó. En 1630 estaba de regreso en Madrid, aunque por breve tiempo, pues se le había asignado la principal sede diplomática de la Monarquía, la embajada de Roma. Debía relevar al cesante cardenal Gaspar de Borja, que salía después de haber sido censurado por Urbano VIII. A la ciudad del Tíber llegó en 1632 y desempeñó su oficio hasta 1641.
En todo este tiempo hubo de enfrentarse a no pocos conflictos, muchos derivados de las agresiones sufridas por súbditos españoles en Roma y de las rivalidades por precedencias con el enviado francés. Proveyó de lienzos de Poussin, Lanfranco, Domenichino y Sacchi a las colecciones reales destinadas al palacio del Buen Retiro, recientemente construido en Madrid. Su erudición y reconocido gusto le convirtieron en un poderoso patrón que financió innumerables obras en la ciudad y que contó con los servicios del mayor arquitecto del momento, Francesco Borromini. En 1638 Felipe IV le nombró consejero de Estado aunque no pudo tomar posesión del cargo.
Sublevado el Reino de Portugal en 1640, Manuel de Moura mantuvo incólume su fidelidad al Rey, al igual que hicieron algunos otros Grandes lusos, como los duques de Caminha y de Abrantes, el conde de Torres Vedras y los marqueses de Vila Real y de Torrelaguna.
Los perjuicios para su patrimonio fueron abrumadores.
Fue considerado traidor por Juan IV, que le privó de sus señoríos sobre las villas de Castelo Rodrigo, Lumiares y Juan Ruiz. Igualmente, fue despojado de su imponente palacio lisboeta, de la quinta de Queluz, de la encomienda mayor de la Orden de Cristo y del patronato sobre el monasterio de San Benito de los Negros en donde reposaban los restos de su padre.
Conservó, no obstante, sus títulos y con el fin de recompensar su lealtad y reparar las pérdidas sufridas, Felipe IV le concedió en 1646 los ducados de Trani y Matera en el Reino de Nápoles. Desgraciadamente la oposición de los súbditos italianos a pasar a dominio señorial impidió que pudiera tomar posesión del ducado antes de morir y dificultó en extremo la percepción de las rentas de sus nuevas tierras.
Tras haber abandonado Roma en febrero de 1641, después de la llegada de su sustituto, el marqués de Los Vélez, Moura aceptó a regañadientes ser enviado a la Dieta imperial de Ratisbona como ministro plenipotenciario para iniciar las negociaciones de paz en la ciudad de Münster, conducentes a poner fin a la Guerra de los Treinta Años. Consideró un deshonor mantenerle alejado de la Corte, pues de aquella manera se cuestionaba su lealtad al Rey después de los sucesos de Portugal. Su labor diplomática, no obstante, reconocida en Madrid, le valió su designación posterior como virrey de Sicilia. Sin embargo, antes de ser firmada su cédula, se reconsideró su nombramiento y se pensó en un destino más acorde con sus capacidades.
Fue nombrado teniente de gobernador y capitán general de los Países Bajos en ausencia de Juan José de Austria, cargo que desempeñó entre agosto de 1644 y mayo de 1647. Sucedió en el gobierno de Bruselas al cesado Francisco de Melo, marqués de Torrelaguna, defenestrado tras la derrota española en Rocroi en 1643. En Flandes permaneció Castelo Rodrigo hasta 1648 cuando solicitó licencia para poder regresar a Madrid. En enero llegó a la Corte para tomar posesión de su asiento en el Consejo de Estado. El Rey le nombró, además, como muestra de reconocimiento y estima, su mayordomo mayor el 20 de abril de 1649.
Apenas pudo disfrutar el marqués de sus nuevas responsabilidades palatinas y de gobierno pues la muerte le sorprendió el 28 de enero de 1651.
De su matrimonio con Leonor de Melo había tenido varios hijos varones: Cristóbal de Moura, II conde de Lumiares, fallecido a los tres años de edad; Nuno Alvares, III conde, que murió prematuramente en 1637 en Alemania a consecuencia de un accidente de caza; y Francisco, nacido en 1621, que terminó sucediendo a su padre como III marqués de Castelo Rodrigo y IV conde de Lumiares.
Bibl.: A. Valcárcel, príncipe Pío, marqués de Castel-Rodrigo, Documentos de mi Archivo: la elección de Fernando IV Rey de Romanos. Correspondencia del III Marqués de Castel-Rodrigo, don Francisco de Moura, durante el tiempo de su embajada en Alemania (1648-1656), Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1929; G. Parker, El ejército de Flandes y el Camino Español, 1567-1659, Madrid, Alianza Editorial, 1991, pág. 332; J. H. Elliott, El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Barcelona, Crítica, 1991; J. Connors, “Borromini and the Marchese di Castel-Rodrigo”, en Burlington Magazine, CXXXIII (1991), págs. 434-440; V. M.ª Márquez de la Plata y L. Valero de Bernabé, El Libro de Oro de los Duques, Madrid, Prensa y Ediciones Iberoamericanas, 1994, págs. 260-261; F. Benigno, La sombra del rey. Validos y lucha política en la España del siglo XVI, Madrid, Alianza, 1994; R. Valladares, La rebelión de Portugal, 1640-1668. Guerra, conflicto y poderes en la monarquía hispánica, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998; C. del Pozzo, Il diario del viaggio in Spagna, ed. de A. Anselmo, trad. de A. Minguito, Aranjuez, Doce Calles, 2004.
Santiago Martínez Hernández