Enríquez, Pedro. Conde de Trastámara, Lemos y Sarria (IV). ?, s. XIV – Orense, 2.V.1400. Noble, conde pertiguero mayor de Santiago.
Hijo del maestre don Fadrique, hermano gemelo de Enrique II, y de la cordobesa Leonor de Angulo, hermana del célebre señor de Alizné. La primera referencia al personaje alude a su presencia en la aldea de Añastro, junto a Treviño, muy poco antes de la batalla de Nájera, y a su propia intervención en la misma, figurando en el séquito del príncipe don Enrique. En muy poco tiempo su estrella ascendió de forma vertiginosa, lo que parece se debió más a la predilección que por él sintió el nuevo Monarca, bajo cuya protección había quedado tras el alevoso asesinato de su padre en Sevilla, que a sus propias dotes o servicios. Pérez de Guzmán escribió de él que “en sus maneras e costumbres, concordábase con la tierra donde vivía, que es en Galicia”, añadiendo como apostilla que “fue hombre que amó mucho a mujeres”.
A comienzos de los años setenta don Pedro comenzó a figurar en la documentación adornado con el carismático título condal de Trastámara y Lemos, verdadera representación de la historia y la tradición de Galicia. Gracias a ello, este joven pariente de Enrique II logró convertirse en muy poco tiempo en el indiscutible abanderado de la nobleza gallega. El 29 de enero de 1372 el arzobispo Rodrigo de Moscoso le confirió, atendiendo a muy elevadas indicaciones, la codiciada pertiguería mayor de Santiago, que hasta poco antes había disfrutado el petrista Fernando de Castro. Y unos años después, en 1376, Enrique II le hizo merced de la villa de Sarria, que asimismo había pertenecido al de Castro. De esta forma, el personaje se situó en una posición de privilegio en Galicia, donde actuaría como representante de la nueva monarquía, rodeándose de toda una constelación de caballeros, entre los cuales empezó pronto a sembrar afectos y lealtades por medio de continuas y espléndidas donaciones. Esta política de gran señor de Galicia tuvo también sus contrapuntos. Destacaron, por ejemplo, sus abusivas exigencias como comendero de un buen número de monasterios gallegos o sus excesos con la iglesia compostelana y con toda la Tierra de Santiago, para cuya protección precisamente había sido nombrado pertiguero mayor. Pero esta posición de poder incontestable comenzó a tambalearse tras la muerte de su gran protector, Enrique II, ocurrida el 29 de mayo de 1379. La promoción al arzobispado de Santiago de Juan García Manrique, hasta entonces obispo de Burgos y canciller mayor de Castilla, arrojó tintes todavía más sombríos sobre su futuro. Al poco de su llegada a Santiago, el nuevo prelado promovió una detallada información sobre sus excesos y violencias al frente de la pertiguería mayor y seguidamente, en 1383, le privó de la misma.
A partir de entonces, el conde Pedro Enríquez volvió su mirada hacia la Corte castellana, seguro de recuperar allí un adecuado respaldo a su posición de gran señor de Galicia. Sin embargo, sus esperanzas se disiparon cuando la guerra con Portugal, donde las intrigas le llevaron a desertar de la hueste castellana, lo que provocó la confiscación de todos sus bienes, decretada por Juan I en junio de 1384. Por entonces fue, probablemente, cuando el conde Pedro Enríquez contrajo matrimonio con Isabel de Castro, hija de Alvar Pérez, conde de Arroyolos, y sobrina, por tanto, de Fernando de Castro, el anterior titular de la Casa de Lemos. Por este matrimonio, que de alguna manera legitimó históricamente la merced de su protector, Pedro Enríquez se introdujo en los círculos portugueses contrarios a las aspiraciones castellanas, desarrollando durante los meses siguientes una intensa actividad. Pese a todo, no tardó mucho en volver a sus lealtades castellanas.
A comienzos de 1385 se puso en marcha una conjura contra el monarca portugués y, por lo que parece, el conde Pedro Enríquez tuvo en ella una importante participación, contando con el apoyo de los Castro afincados en Portugal, parientes y allegados de su mujer, que defendían la candidatura a la Corona portuguesa de los hijos de Pedro I y de la infortunada Inés cuello de garza frente a la designación de Juan I de Avís en las Cortes de Coimbra. Tras el triunfo de este último, el conde Pedro Enríquez retornó a Castilla; pero aquí no fue bien acogido por Juan I, por lo que se vio obligado a buscar refugio en Francia. Al fin le llegó el perdón real y, con él, la reintegración de los patrimonios gallegos confiscados, a los que incluso añadió la villa de Paredes de Nava, que recibió en compensación por la de Alba de Tormes, cedida poco antes al infante Juan de Portugal.
Pese a todo, su regreso a Castilla no fue triunfal y durante los años siguientes debió aceptar un papel secundario en Galicia, controlada ahora por el arzobispo de Santiago. Pero en 1390 se abrió repentinamente un nuevo panorama: la muerte de Juan I y la corta edad del heredero, el príncipe Enrique, impuso de inmediato la formación de una regencia, en la que el conde encontró —al igual que los otros parientes del Rey— la oportunidad para su promoción a la cúpula del poder. Así ocurrió en los tres años siguientes, durante los que logró aumentar considerablemente sus asignaciones reales y, sobre todo, acceder al oficio de condestable, sin duda el de mayor peso e influencia de cuantos conformaban la Casa del Rey.
En agosto de 1393, tras la declaración de mayoría de edad de Enrique III, el conde Pedro Enríquez perdió sus rentas y también el oficio de condestable, que finalmente recayó en Rui López Dávalos. Nada consiguió después, en marzo de 1394, al mezclarse en la Liga de Lillo, que fue el último y desesperado intento de los parientes del Rey por controlar la situación. Aunque sí le resultó rentable su postrero sometimiento a la autoridad del Rey, que le hizo merced de dos antiguos e importantes dominios del infortunado duque de Benavente: las villas de Ponferrada y Villafranca de Valcárcel.
En los últimos años de su vida, con el declive del arzobispo García Manrique, el conde Pedro Enríquez volvió a reafirmar su poder hegemónico en Galicia, expresado muy bien tanto en su titulación condal de Trastámara, de Lemos y de Sarria, del Bollo y de Viana, como en el dominio señorial que incluía a un gran número de villas: entre las gallegas, Sarria, Monforte, Caldelas, Tribes, Viana del Bollo, Trasancos, Neda, Toldaos, Cedeira, Castro de Rey, Otero de Rey... y, mirando ya hacia Castilla, las de Ponferrada, Villafranca de Valcárcel y Paredes de Nava. De ahí, también, el renacer de su lucida corte de caballeros e hidalgos, entre los que volvió a repartir generosas mercedes y donaciones, y el recrudecimiento de la presión ejercida sobre la Iglesia gallega, interviniendo sus rentas y extorsionando el gobierno y la administración interna de la misma.
La larga y agitada vida del conde Pedro Enríquez, cargada de atropellos y violencias, tocó a su fin en la ciudad de Orense donde testó el 29 de abril de 1400. De él quedaron varios hijos legítimos y bastardos; entre los primeros figuran su heredero, Fadrique, que se tituló conde de Trastámara y duque de Arjona, y Beatriz, que casó con Pedro Álvarez Osorio y sucedió a su hermano en la Casa de Lemos.
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Eduardo Pardo de Guevara y Valdés