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Rodrigo Álvarez de Asturias

Biografía

Álvarez de Asturias, Rodrigo. Señor de Noreña. Asturias, ú. t. s. XIII – ?, c. 1334. Adelantado mayor de León y Asturias, merino de Galicia.

Rodrigo Álvarez de Asturias es uno de los personajes más representativos de la nobleza castellana de la primera mitad del siglo XIV y, sin duda, el más poderoso aristócrata de la Asturias bajomedieval. Nació en el seno de una noble familia arraigada en la zona central de Asturias, cuyos orígenes conocidos se remontan a mediados del siglo XII. Sus antepasados habían destacado por su fiel servicio a los monarcas; primero, como oficiales encargados de la administración del territorio asturiano, y después, en las campañas militares que los reyes castellanos dirigían contra los musulmanes de la frontera meridional. Con ello, su patrimonio y su influencia se ampliaron hasta permitir que el padre de Rodrigo, Pedro Álvarez de Noreña, pudiese acceder al círculo cortesano de la máxima confianza del rey Sancho IV. En el agitado panorama político de finales del siglo XIII, la fidelidad del noble asturiano al infante Sancho en los momentos de mayor tensión fue recompensada con el puesto de mayordomo mayor. Su creciente fortuna debió de permitir también que Pedro contrajese matrimonio con una dama de las más linajudas familias de la nobleza castellana, Sancha Rodríguez de Lara.

La prematura muerte de Pedro Álvarez, en 1286, truncó una prometedora carrera política. Quedaban de él dos jóvenes hijos varones, Pedro y Rodrigo Álvarez, y sobre ellos cayeron generosamente las recompensas del monarca a los servicios de su padre. Así, en los primeros años de su orfandad frecuentan la corte como vasallos del príncipe heredero Fernando, destacando entre la más alta nobleza del reino y, sobre todo, beneficiándose de la gratitud del monarca expresada en rentas y propiedades repartidas por todo el reino. Su corta edad les apartaba en estos años del ejercicio directo del poder; en la última década del siglo XIII, Suer Alfonso Beltrán actúa como tutor suyo y protector de sus intereses, y otros oficiales aparecen al frente de la administración del territorio asturiano.

Dos circunstancias permitieron un rápido ascenso familiar y político del joven Rodrigo; por un lado, el temprano fallecimiento de su hermano Pedro, en 1298, le deja al frente de la cuantiosa herencia familiar, tan incrementada en los años anteriores. Con ello, la caótica situación en que se sumió al reino a la muerte de Sancho IV (1295) constituyó el ambiente ideal para la acelerada promoción política de Rodrigo Álvarez de Asturias.

Heredaba el reino Fernando IV, tan sólo un niño en el momento del fallecimiento de su padre, y como de costumbre la menor edad del rey desató las ambiciones de la nobleza y extendió el desorden por los confines del reino. En ese contexto, Rodrigo Álvarez mantuvo su influyente posición en los círculos cortesanos y se convirtió en el árbitro de la situación política en territorio asturiano, donde se concentraba la mayor parte de sus propiedades territoriales. Pronto tuvo ocasión el magnate de involucrarse en las luchas políticas de aquellos años: en 1298, los seguidores del infante Juan, encabezados por el propio Rodrigo Álvarez, tratan infructuosamente de tomar al asalto las villas de Oviedo y Avilés. Su fracaso provocó que Rodrigo perdiese parte de las rentas regias de las que venía beneficiándose; pero su preeminencia era ya tal que los monarcas no podían prescindir de su apoyo.

En los tiempos difíciles, la ambigua fidelidad servía a los grandes para atraer sobre sí mercedes y privilegios que anudasen su afección, y la madre del joven rey, María de Molina, sólo lograría atraerse a Rodrigo —como a tantos otros nobles— a cambio de sustanciosas concesiones.

Así fue como incorporó a su ya extenso patrimonio algunas de las más importantes villas fundadas en Asturias en el siglo XIII: Gijón —que sería luego, con la casa fuerte de Noreña, principal centro de sus dominios—, Allande, Llanes, Siero y otra no identificada le fueron dadas con todos sus derechos por el rey Fernando; además completó sus dominios con la compra de la puebla de Colunga a su antiguo tutor, Suer Alfonso Beltrán. La jurisdicción sobre todas estas pueblas y concejos, la posesión de los castillos de Noreña y Gijón y el dominio de algunos importantes puertos, como los de Gijón, Ribadesella y Llanes, aseguraban a Rodrigo Álvarez el control sobre la zona centro-oriental de Asturias y lo convertían en el titular del más poderoso señorío laico de la región. Él mismo emulará a reyes y obispos al promover definitivamente la constitución de una cabecera urbana en una de sus jurisdicciones que aún carecían de ella y al permitir, en 1310, que los habitantes de la tierra de Siero constituyesen definitivamente la Pola de este nombre.

Junto a la apropiación de amplios territorios y la gestión de sus dominios particulares, Rodrigo Álvarez también ejercerá en esos años amplias competencias en la administración de los territorios reales. Desde los primeros años del siglo XIV aparece como adelantado mayor de León y Asturias, cargo al que pocos años más tarde incorporará el de merino de Galicia. Con ello se convertía en la autoridad clave de todo el noroeste del reino de Castilla.

La temprana muerte de Fernando IV en 1312 generó un nuevo clima de tensiones por el poder, al quedar de nuevo un niño como heredero del Trono. En esta ocasión, Rodrigo Álvarez se inclinó por el bando del pequeño Alfonso XI, pero tampoco le faltaron problemas para imponer su autoridad en todos los territorios cuya administración le estaba encomendada.

La ciudad de León se resistía al bando del señor de Noreña, que llegó a ocupar temporalmente su fortaleza. En Asturias, la situación de base también se caracteriza por el desorden, pero aquí le resultó más fácil imponer su autoridad. Son muy numerosas en estos años las noticias de altercados y desórdenes en todo el reino: la lejanía de los monarcas y la ineficacia de sus oficiales generan una situación de impunidad en la que los nobles locales crean el mal y dan el remedio, al protagonizar múltiples abusos y ofrecerse al mismo tiempo como protectores de las iglesias o los concejos. Muchos de ellos se unirán en hermandades fundadas con el objeto de ofrecerse mutuamente apoyo y defensa; más frecuentemente terminarán recurriendo a la protección de los nobles de la tierra, o directamente pidiendo tregua a los mismos responsables de aquellos abusos.

En esta situación de crisis, Rodrigo Álvarez pudo ofrecer su protección a los municipios e iglesias amenazados y supo hacerse acreedor de la confianza de concejos, como el de Oviedo, y monasterios, como el de Valdediós. Su poder e influencia le servirán para hacer frente a los abusos del obispo ovetense Fernando Álvarez, cuyos hombres cometían toda clase de tropelías desde el estratégico castillo de Tudela; en 1316, los soldados de Rodrigo pondrán cerco a los bandoleros que desde aquel castillo atemorizaban la comarca. La acción armada venía respaldada por una resolución de las Cortes promovida por Rodrigo Álvarez contra el obispo ovetense, y en el ambiente cortesano la influencia del señor de Noreña no hará más que crecer.

La historia oficial del reinado de Alfonso XI registra con frecuencia su presencia en los episodios más sobresalientes de estos años, siempre al lado de los individuos más influyentes de la alta nobleza y de los tutores y parientes del joven monarca: participa en 1318 en los preparativos de la campaña contra la frontera meridional, protagoniza en 1320 el pacto que garantizaba la estabilidad en la tutoría del rey niño, y como recompensa a sus fieles servicios obtiene en ese mismo año el cargo de mayordomo mayor del rey, el mismo que había desempeñado su padre al final de su vida.

Los años siguientes, mientras Alfonso XI aún no había alcanzado la mayoría de edad, son tiempos de gran agitación en el reino. La presencia pacificadora de Rodrigo Álvarez en Asturias y León atrajo, sin embargo, una mayor estabilidad a estos territorios.

En 1318, el rico concejo de Avilés recurre a la protección del magnate como había hecho años atrás el de Oviedo; dos años más tarde, ambos municipios llevan sus diferencias al juicio arbitral de Rodrigo, reconocido como autoridad incontestable en la región.

En 1321, el concejo de León se dirige al noble asturiano en demanda de instrucciones para su guarda en el momento crítico de la muerte de la reina madre, María de Molina. finalmente, los propios obispos de Oviedo terminarán recurriendo a su protección y encomendándole la defensa de algunos de sus dominios frente a los eventuales ataques de la nobleza local o de los concejos. Pocos años después, en 1329, los caballeros de la orden de Santiago le confiaron la tenencia de los castillos de Gozón y Sobrescobio. Su preeminencia en los territorios de Asturias y León iba a la par de su importancia en la corte.

En 1324 se le reconoce como adelantado mayor de la Frontera, y desde 1325 protagonizará algunos de los más destacados episodios del principio del reinado efectivo de Alfonso XI: le acompaña a las bodas de la infanta Leonor con Alfonso IV de Aragón; participa decisivamente en la victoriosa campaña dirigida contra los musulmanes en 1329 y colabora en la pacificación de los últimos rescoldos de anarquía nobiliaria, bien mediando entre los rebeldes y el rey, bien atacando a los que se resistían a su autoridad.

En el cenit de su carrera, la alta posición política de Rodrigo Álvarez en el Reino de Castilla le capacitaba para convertirse en cabeza de un linaje nobiliario de primer orden en la región asturiana y en la totalidad del reino. Sin embargo, la falta de descendencia legítima se lo impidió. No tuvo hijos de su esposa María Fernández, y sólo consta la existencia de sendos vástagos habidos fuera del matrimonio: Alvar Díaz, que falleció en 1325 y fue enterrado en la iglesia del monasterio ovetense de Santa María de la Vega, donde también su madre, Sancha Álvarez, profesó como monja, y Sancha Rodríguez, que casó con Pedro Núñez de Guzmán.

La falta de un heredero nacido en legítimo matrimonio al que legar su inmensa fortuna provocó algunos cambios en el destino que reservaba a sus propiedades. En el verano de 1331, Rodrigo Álvarez de Asturias dictó testamento en la puebla de Lillo, que era una de sus jurisdicciones en la vertiente leonesa de la Cordillera Cantábrica. En él ocupan lugar destacado numerosas instituciones religiosas y asistenciales repartidas principalmente por la geografía asturiana: al monasterio de San Vicente de Oviedo, donde dispone su sepultura, le confirma las muchas concesiones efectuadas durante su vida. Le siguen en su piadoso legado el monasterio de Valdediós, con el que también había mantenido privilegiadas relaciones, y en menor cuantía se benefician de su generosidad otros muchos monasterios y hospitales de leprosos preferentemente repartidos por Asturias, y en menor medida por el reino castellano. Finalmente, quedan algunas propiedades y rentas a su esposa María Fernández y a su hija Sancha Rodríguez.

El capítulo de las jurisdicciones y señoríos de los que disponía Rodrigo Álvarez al cabo de sus días es, quizá, más impresionante y da la medida ajustada de su extraordinario poder. Según su testamento de 1331, algunos castillos, como los de Malpica y Castroverde, debían ser destruidos; otros, como los de Gozón y Sobrescobio, habían de pasar a la Orden de Uclés. El de Castroverde de Lillo debía entregarse al obispo de León y el rey recuperaría todas las fortalezas y los castillos cedidos a Rodrigo. En fin, al monarca se reservaba el derecho preferente sobre lo más granado de las jurisdicciones de su propiedad: la villa y alcázar de Gijón, y las pueblas y concejos de Nava, Colunga y Ribadesella.

Quedaba, por último, disponer del núcleo patrimonial del señorío, las posesiones y derechos de Noreña que daban nombre a su linaje antes de que su preeminencia en el reino le hiciera ser conocido como Rodrigo Álvarez de Asturias. Sin descendencia legítima, disponía el magnate asturiano que estos bienes pasasen a Ferrán Rodríguez de Villalobos, hijo de su prima Teresa Alfonso, al que legaba el solar de Noreña, su castillo, sus armas y todo el territorio de Siero.

El testamento de 1331 es, quizá, la más sorprendente prueba del impresionante señorío que Rodrigo Álvarez de Asturias alcanzó a reunir a lo largo de su azarosa vida; sin embargo, sus vinculaciones cortesanas dejaron pronto sin efecto tales disposiciones. En enero de 1333 nació, en Sevilla, el infante Enrique, hijo bastardo de Alfonso XI y de su amante Leonor de Guzmán. Rodrigo Álvarez de Asturias, en una de las últimas acciones documentadas de su vida, prohijó al infante y le legó el solar de Noreña y un conjunto de propiedades y jurisdicciones difícil de precisar, pero que debía de ser lo más lucido de su extenso patrimonio. Con ello, Enrique de Trastámara añadió a su ya rica herencia unos sólidos dominios en el norte del reino que terminaron por convertirse en una de las bases de su poder. Apoyándose en ellos, promovió años más tarde la subversión contra su hermano el rey Pedro I y la guerra civil, de la que finalmente saldría victorioso y coronado.

Rodrigo Álvarez no vivió mucho tiempo más. En 1333 deja de figurar al frente de la merindad mayor de Asturias y León; debió de morir uno o dos años más tarde, según transmiten con fechas contradictorias crónicas y documentos contemporáneos. Siguiendo sus disposiciones testamentarias fue enterrado en el monasterio de San Vicente de Oviedo, ante el altar mayor, en un sepulcro ricamente decorado que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Asturias.

 

Bibl.: J. I. Ruiz de la Peña solar, Historia de Asturias, V. Baja Edad Media, Vitoria, Ayalga, 1977; “Enrique de Trastámara, señor de Noreña”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 137 (1991), págs. 201-230; R. Alonso Álvarez, “Rodrigo Álvarez y la penetración de modelos castellanos en la escultura funeraria bajomedieval asturiana”, en VV. AA., Actas del VIII Congreso Nacional de Historia del Arte, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1992, págs. 23-27; A. Fernández Suárez, “Orígenes y ascensión de un linaje nobiliario asturiano: los Álvarez de Noreña”, en Asturiensia Medievalia, 8 (1995-1996), págs. 239-261; M. J. Sanz Fuentes, “Dos documentos de D. Rodrigo Álvarez de Asturias. Estudio diplomático y edición”, en Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, 148 (1996), págs. 269-284.

 

Miguel Calleja Puerta