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Enrique de Villena

Biografía

Villena (o de Aragón), Enrique de. Conde de Cangas y Tineo (I), Maestre de la Orden de Calatrava, Señor de Iniesta. ¿Castilla?, c. 1384 – Madrid, 15.XII.1434. Autor y traductor literario.

La fecha exacta de nacimiento de Enrique de Villena es incierta, así como el lugar de su nacimiento, probablemente Castilla, a tenor de un pasaje de la carta de envío a Juan II de Navarra que iba a preceder a la entrega de su traducción de la Eneida, donde Villena hace referencia a “la materna lengua castellana”. Su aproximación depende de la mención de haber muerto Enrique de Villena a los cincuenta años que recoge Fernán Pérez de Guzmán en Generaciones y semblanzas. Sus padres fueron Pedro de Aragón (nacido en 1358), nieto de Pedro el Ceremonioso, y Juana de Castilla, hija natural de Enrique II de Castilla. Sus hermanos, Alfonso, menor que él, Leonor y Galván, bastardo de don Pedro. El padre de Enrique de Villena, segundo hijo de Alfonso de Aragón, marqués de Villena, y Violante de Arenòs, apenas pudo disfrutar de la cesión del marquesado (su hermano mayor, Alfonso como el padre, quedó relegado al haber rechazado su matrimonio con doña Leonor, bastarda de Enrique II). No porque su padre se hubiera reservado el usufructo en vida, sino porque murió, sin llegar a poseerlo efectivamente, el 14 de agosto de 1385, al poco de nacer su hijo, en la batalla de Aljubarrota. La madre, que se enemistó con su suegro en procesos tocantes al patrimonio familiar, abandonó pronto el estado de viuda y volvió a casarse, esta vez con el infante portugués Dionís, señor de Alba de Tormes. Son escasos los datos conocidos de la infancia y juventud de Enrique de Villena, pero se sabe que vivió en la Corte de su ilustre abuelo Alfonso, que llegó a desempeñar en su vida los títulos de conde de Denia y Ribagorza, duque de Gandía, marqués de Villena y condestable de Castilla. Debió pasar sus primeros años, pues, en Valencia y sus aledaños donde, además de ensayarse en las primeras letras, hubo de conocer a los hermanos March, Pere y Jaume, hijos del célebre Ausiàs, así como a dos de los máximos representantes de la prosa de arte catalana, el franciscano Francesc Eiximenis y el dominico Antoni Canals, que dedicaron a su abuelo, respectivamente, el Dotzè del Crestià y el Scipió e Anibal. Todavía niño, Enrique de Villena fue requerido por la reina Violante de Bar, en 1387, a la Corte barcelonesa de Juan I, donde florecía una importante cultura cancilleresca y actividad poética, de la que su bisabuelo, Pedro de Aragón, conde de Prades y Ampurias (finalmente metido a fraile), fue, por cierto, uno de sus ancestros. Sus vivencias infantiles tendría oportunidad de refrescarlas más tarde, pues a partir de 1410, aproximadamente, reside en Barcelona, con interrupciones puntuales.

La figura del abuelo será decisiva para el transcurso de la vida de Enrique de Villena. Éste, que participó activamente en la guerra civil junto al conde Enrique de Trastámara contra el bando de Pedro I, fue uno de los grandes beneficiados por las mercedes enriqueñas. Se le concedió el título de marqués en las Cortes de Burgos, 1366, y en 1382 Juan I le otorga la dignidad de condestable, por primera vez en el reino de Castilla. A la muerte de su padre, en fin, Enrique de Villena fue jurado por heredero del marquesado en el castillo de Garcimuñoz. También debía corresponderle la condestabilía de Castilla, que no llegó a ejercer. La herencia se complicó tras la muerte de Enrique II y durante la regencia posterior. El gobierno férreo y en exceso autónomo de Alfonso de Aragón, según la Crónica de Juan I, sobre sus villas le ganó la rebeldía y enemistad de buena parte de ellas. Hasta que, en 1398, el primer Marqués de Villena fue desposeído de su título y, con él, su heredero directo, su nieto Enrique que, sin embargo, mantuvo en la documentación la firma de Enrique de Villena. Años antes, en 1391, en la época en que empezaron a torcerse los asuntos del abuelo, éste había perdido la condestabilía de Castilla en beneficio de Pedro Enríquez, tío de Enrique III. El declive político de Alfonso de Aragón se debió, en buena medida, al balance de poderes tras la muerte de Enrique II, el incumplimiento de obligaciones contraídas en la Corte castellana, como co-tutor de Enrique III, y el enquistamiento de diferencias con algunos nobles castellanos. Cuando en 1394 Alfonso de Aragón niega el auxilio militar a Enrique III contra el duque de Benavente el frágil equilibrio se rompe. La incautación del marquesado (con la excusa de embargo por la no devolución de la dote de sus dos nueras, doña Juana y doña Leonor, las bastardas de Enrique II), fue un duro golpe del que Alfonso de Aragón sólo se recuperaría ligeramente al ser nombrado duque de Gandía por su sobrino Martín el Humano el año de su coronación, 13 de abril de 1399, ceremonia en la que Enrique de Villena portó la bandera de sus armas. Precisamente, en tanto se procuraba la restitución del patrimonio de Alfonso de Aragón, y con la intención de recuperar parte del patrimonio perdido, se concertaron las bodas de Enrique de Villena con María de Albornoz, rica heredera de Juan de Albornoz y Constanza de Castilla, hija de don Tello, el hermano gemelo de Enrique II. Para la consecución de estas bodas, que se verificarían a mediados de 1401, con el concurso de caballeros castellanos y catalanes y distribución de honores caballerescos, había mediado a finales de 1400 Martín el Humano. A la familia de Albornoz habían ido a parar, en efecto, algunas de la posesiones del Marquesado de Villena, por el que el abuelo y el nieto, de nuevo con el apoyo del rey Martín, continúan pleiteando tras las bodas. Enrique de Villena recibió por entonces, en descarga y alivio, el señorío de Cangas y Tineo, con título de conde, de manos de su primo Enrique III.

La tranquilidad iba a durar poco en este matrimonio. No parece, de otro lado, que la vida de Enrique de Villena en la Corte castellana fuera de su entera satisfacción, pues en 1404 decide emprender aventura como caballero andante, idea un tanto peregrina de la que le disuadirá el propio rey Martín en carta de mayo de ese año, instándole a permanecer junto a al rey de Castilla.

Cuando en enero de 1405 fallecía Gonzalo Núñez de Guzmán, maestre de Calatrava, Enrique de Villena, a pesar de no cumplir los requisitos para optar al cargo vacante, decide empeñarse por completo en esta procelosa singladura. Así pues, con el apoyo de Martín el Humano y el rey de Castilla, consigue la anulación matrimonial con cargo de impotencia en la Iglesia de Santa Fe, la exención del noviciado y su elección, en definitiva, como maestre en Toledo, de la que ya se tiene noticia en una carta de la Cancillería de Martín el Humano fechada a 30 de enero de 1406. Y, puesto que los frailes comendadores de Calatrava se niegan a reconocer este nombramiento contra sus deseos de elevar al maestrazgo al sobrino del recién difunto, Luis González de Guzmán, elegido por ellos, pero no confirmado, el 13 o 14 de marzo de 1407, Enrique III en persona viaja con Villena a la sede para confirmar e imponer la elección.

Enrique III fue, en efecto, acicate en la decisión de Villena de empeñarse en el maestrazgo, pues al permutarse el insignificante condado y los derechos al marquesado (de los que el propio Rey habría de resultar, teóricamente, beneficiario a la muerte de Alfonso de Aragón), por el maestrazgo, quedaría resuelto el espinoso conflicto sucesorio y territorial que significaba el marquesado de Villena. También el rey Martín, con el que conserva una estrecha correspondencia (firmada en ocasiones por Bernat Metge) y con el que mantiene contactos personales al propósito en la Corte de Barcelona (consideración de sangre real, según Martín de Riquer, se le concede en las ceremonias que condujeron al levantamiento del monasterio de Celestinos en la ciudad condal, 22 de febrero de 1408), sostuvo con firmeza el maestrazgo de Enrique de Villena ante sus deudos en Aragón y en Valencia y ante Benedicto XIII, del que solicitó confirmación. A la muerte del rey Enrique III, 25 de diciembre de 1406, y luego de Martín el Humano, 31 de mayo de 1410, el pleito entre Enrique de Villena y sus afectos y Luis González de Guzmán y la mayoría de los comendadores, nunca cerrado, se complica. Si se atiende a la narración de Alvar García de Santa María, en su Crónica de Juan II, Enrique de Villena se habría ganado a pulso el desafecto de sus comendadores y caballeros, desde luego por su falta de tacto y pericia en la administración de la Orden y su carácter un tanto soberbio, pero parece que no fue cosa menuda, tampoco, el que pretendiera hacer a éstos abandonar a sus mancebas. Ya el 18 de diciembre de 1411 Pere Rabat, cardenal de Tolosa, declara la nulidad de la elección de Enrique de Villena como maestre. Las numerosas gestiones de Fernando de Antequera frente a Benedicto XIII en pro de su pariente, tampoco darán los frutos deseados. Finalmente, en 1414, reunido el capítulo general de la Orden en el convento cisterciense de Borgoña, se decreta la nulidad sobre la elección de Enrique de Villena, refrendada por la anulación, por parte del Papa, de la suspensión matrimonial que había habilitado para el desempeño del maestrazgo a Enrique de Villena.

Entre la muerte de Enrique III y su derrocamiento del maestrazgo Enrique de Villena buscará el apoyo de su primo el infante Fernando, que ejerció la regencia junto a Catalina de Lancáster durante la minoría de Juan II. Según informa la Crónica de Juan II, Enrique de Villena se desplazó a Córdoba y a Sevilla junto con su primo en 1407, y de nuevo a Sevilla junto a doña Leonor, esposa del Infante, con la que sale a recibir a éste a la vuelta de la campaña victoriosa de Antequera. También acompañará a Fernando (ahora ya, el de Antequera) en 1412, el año del Compromiso de Caspe y, en 1413, participa en el sitio de Balaguer contra el conde Jaime de Urgel, aspirante al trono de Aragón. Si Enrique de Villena se encontraba frente a las murallas de Balaguer el 5 de agosto de 1413, debió de participar en esta acción militar al menos entre el 27 de septiembre de 1413 y la rendición del sitio (Enrique de Villena actúa como embajador en la concertación de paces que tuvo lugar el día 24) el 31 de octubre de 1413, según testimonia la Crónica de Fernando de Antequera, de Alvar García de Santa María. En el ínterin tuvo don Enrique oportunidad de ejercitar sus conocimientos de poliorcética y su manejo del astrolabio, que acabaron en chanza y contribuyeron a configurar la imagen excéntrica de Enrique de Villena en la historiografía del siglo XV. Con estos tanteos de teórica y práctica militar habría que relacionar el perdido Libro de los fuegos inextinguibles, esto es, los fuegos griegos, y la atribución (falsa) de un Libro de la guerra en el que se volcaron, adaptadas, parte de las doctrinas del De re militari de Vegecio. El 29 de noviembre de este año también habría estado Villena presente, según las crónicas, en la sentencia que en Lérida se leyó en condena de Jaime de Urgel.

El 10 de enero 1414 se dirige, junto a Fernando de Antequera, hacia Zaragoza. En el séquito, formado por caballeros catalanes y castellanos, se encuentra Íñigo López de Mendoza, señor de Hita y Buitrago. Quizás de estos días de gloria caballeresca nace la estrecha relación personal y literaria entre Villena e Íñigo López de Mendoza, de la que se hace eco irónico una composición del Cancionero de Baena. Ya en Zaragoza, participa de forma prominente en las ceremonias derivadas de la coronación de Fernando de Antequera, que tuvo lugar el 11 de febrero. En este mismo año aparece de nuevo Villena, el 18 de julio, en la Corte de Morella, en la recepción de Benedicto XIII al que, junto a otros ocho caballeros, le sostiene una vara del palio, y al que el 22 del mismo mes servirá la mesa. Mal servicio le devolvió Benedicto, que en 1416 fallará de forma definitiva por el maestrazgo de Luis de Guzmán. A instancias del propio Papa y empujado por la necesidad, Enrique de Villena aceptará la mediación de Fernando de Antequera ante su mujer a fin de iniciar la reconciliación matrimonial. Pero en esos momentos Villena acompaña todavía al rey Fernando en los desplazamientos y asientos de la Corte, más o menos prolongados en Valencia, 1414, o en Perpiñán. Actúa como testigo en numerosos asuntos de índole administrativa y se empeña, desde la refundación del Consistori poético en Barcelona, 17 de marzo de 1413, en tareas culturales y de representación, por lo general de escasa importancia objetiva, salvo en algún caso concreto, como demuestran las credenciales de embajada que dio Fernando de Antequera en Perpiñán, 16 de noviembre de 1415, para presentarse ante el emperador Segismundo en compañía, nada menos, de Felip de Malla.

La muerte de su protector, 2 de abril de 1416 significará para Enrique de Villena un revés del que ya no se va a recuperar y, en la práctica, su desaparición de los grandes acontecimientos políticos peninsulares de la época. En abril de 1416 permanecerá en Gerona junto a la reina viuda, estancia de la que se conserva una carta autógrafa. Pasa luego unos meses en la Corte de Barcelona, donde tiene ocasión de calibrar el trato de Alfonso el Magnánimo. Éste no será tan generoso con las larguezas de Enrique de Villena como lo había sido su antecesor, si bien no deja de dispensarle ciertas cantidades y algunos desempeños de monta menor. Enrique de Villena resolvió continuar sus asuntos en Castilla, puesto que en la Navidad de 1416 se emiten cartas a Castilla del rey Alfonso a fin de que Villena sea atendido en la Corte de Juan II. La actitud evasiva, en todo caso, del Rey frente a Enrique de Villena, lo empujará a una suerte de destierro voluntario en tierras de su esposa, donde al parecer se encuentra, después de pasar el verano en Valencia, ya a finales de septiembre de 1417, según el colofón de Los doze trabajos de Hércules, signada en la villa de Torralba (Cuenca), la víspera de San Miguel, y dedicada a Juan Fernández de Valera. Esta obra, que es una auto-traducción, ligeramente modificada, de un trabajo inmediatamente anterior en catalán, los Dotze treballs de Hèrcules, que había dedicado en principio al influyente mosén Pere Pardo, consejero de Alfonso el Magnánimo, fue su primera gran pieza literaria, y quizás la más celebrada, si se hace abstracción de su obra poética y dramática, si acaso real, perdida sin remedio.

Aislado y escaso de recursos, Enrique de Villena procura obtener algún género de compensación por la pérdida de sus dominios y, con vistas a ello, se dirige a la reina Catalina. Por mediación del arzobispo de Toledo, Sancho de Rojas, se le concede el señorío de Iniesta (Cuenca). Desde esta villa y desde Torralba realizará algunas incursiones en la actividad jurídica (de las que queda constancia en 1422, 1423 o 1427), interviniendo en asuntos concejiles y del Cabildo de Cuenca, y quizás durante este período compone una obra hoy perdida a la que se refiere como Código precioso. A Iniesta, o a alguna villa próxima, debió trasladar su biblioteca, pues en el verano de 1418 recibe al poeta Pedro de Santa Fe, al que Alfonso V envía desde Zaragoza con una solicitud de préstamo para copia de un ejemplar de las Istòries de Trogo Pompeyo. Al año siguiente acude, de acuerdo a la Crónica de Juan II, 7 de marzo de 1419, a las Cortes reunidas en Madrid para la declaración de la mayoría de edad de Juan II. Hacia finales de 1420 Villena se embarca en una nueva aventura aciaga, pues forma parte, junto al infante don Enrique (y junto a Íñigo López de Mendoza, por cierto), de los que se lanzan contra el castillo de Montalbán, donde se hallaban refugiados Álvaro de Luna y Juan II tras la derrota parcial de Tordesillas. Las cosas no saldrán bien para el bando al que se inclina Villena. Sus angustias podrían haberse enderezado algo en Aragón, donde hace vida desde mediados de 1422, si a la muerte de su tío Alonso de Aragón, duque de Gandía, 29 de noviembre de 1425, cuyo heredero legal era Enrique de Villena, el título y las posesiones a él adscritas no hubieran ido a parar a manos del infante don Juan de Aragón, esto es, el entonces rey de Navarra, al que todavía se quejara Villena amargamente en la dedicatoria original de su traducción de la Eneida. En este período, entre 1420 y 1425, compone un conjunto nutrido de tratados literarios, de los cuales el primero fue un ensayo sobre el contagio de la lepra, apoyado en pasajes seleccionados del Levítico, y que dedicó al médico de Juan II, Alonso de Chirino, conquense y converso. A otro personaje de la corte de Juan II, el cortador Sancho de Jarava, dedica su célebre Arte cisoria o arte de cortar a cuchillo, de 1423, una excelente muestra de los avatares menores de la cultura cortesana desde el punto de vista trascendente y especulativo característico de Villena. Al conjunto de esta literatura científica y artística pertenecen también el Tratado de la consolación, de entre 1422 y hasta mediados de 1424, que da respuesta al luctuoso destino de la mayor parte de la familia de su secretario, Juan Fernández de Valera, un nuevo tratado exegético, la Exposición del salmo 8 “Quoniam videbo”, 1424, también dirigida a Juan Fernández de Valera, que ha sido interpretado como una alegoría política y ensayo cosmológico y, de nuevo escrito al mismo destinatario, su texto quizás más polémico, el Tratado de fascinación o aojamiento, ¿1425? No pertenece a Enrique de Villena el Tratado de astrología que en ocasiones se le ha atribuido, si bien es cierto que concuerda con sus inclinaciones y lo que se conoce de su biblioteca antes de que buena parte de ella fuera víctima del celo de Juan II y fray Lope de Barrientos. A la (mala) fama de astrólogo de Villena responden varias atribuciones apócrifas que se han de desechar, la Respuesta a la carta de los veinte sabios cordobeses, el llamado Pronóstico del Marqués de Villena o un enigmático Libro del tesoro.

Villena insistirá en sus trabajos intelectuales, pero su papel político se aprecia rotundamente limitado. Es el paréntesis que Enrique de Villena concede a la devoción de Virgilio y Dante. La Commedia, destinada a Íñigo López de Mendoza, es la primera traducción completa en prosa del poema de Dante. Al final del manuscrito que la contiene se encuentra una traducción y exposición del soneto 116 de Francesco Petrarca, quizás de la misma época. Entre 1428 y 1434 culmina la primera traducción de la Eneida a una lengua vernácula, a la que acompaña con un enorme aparato exegético, del que sólo se conoce el comentario a los tres primeros libros, crucial para la comprensión de la cultura letrada peninsular en el primer tercio del siglo XV. A estos años de intensa actividad traductora pertenecen otros episodios del proto-humanismo español, como su traducción perdida de la Rhetorica ad Herennium, atribuida entonces a Cicerón, y unos fragmentos de Tito Livio. Hasta el final, Villena mantiene una combinación y equilibrio complicado entre la cultura cortesana y la científica, como testimonian la epístola a Suero de Quiñones, c. 1432, el mantenedor del Paso Honroso en la puente de Órbigo, y el famoso Arte de trovar o Libro de la ciencia gaya, c. 1430- 1434, primero en su especie en Castilla en tanto no aparezca el tratado sobre idéntico asunto que es fama que compuso don Juan Manuel.

Cargado de achaques, víctima de intensos ataques de gota que apenas le permitían moverse sin ayuda, el 6 de diciembre de 1434 Enrique de Villena se desplaza a Madrid, donde es posible, a seguidas de la Crónica del Halconero, que se verifique una reconciliación con Álvaro de Luna, junto al que recibe en la Corte a los embajadores del rey de Francia. Unos días más tarde muere en el monasterio de San Francisco, donde temporalmente moraba, y allí permanecieron sus restos, que se sepa, hasta la refundación del monasterio en 1760. El influjo inmediato de la obra de Villena es evidente y constituye uno de los capítulos cruciales de la cultura española del siglo XV. Denostado con más o menos brío por personalidades del alcance de Lope de Barrientos, Fernán Pérez de Guzmán o Alfonso de Madrigal, fue objeto de admiración y reverencia para Íñigo López de Mendoza, que se benefició de algunos volúmenes preciosos de la biblioteca de Villena y del comercio de su amistad, de la que legó magnífico testimonio en la Defunción de don Enrique de Villena, o en el poeta Juan de Mena, que en su Laberinto se refiere a él como “dulce fuente”, se entiende que de sabiduría. Dejó dos hijas, bastardas, Enrique de Villena, Beatriz de Aragón y Leonor (1430-1490), más conocida por el nombre de Isabel de Villena, denominación que adoptó al ingreso en un convento de Valencia en el que murió abadesa y después de haber escrito uno de los testimonios más elevados de la prosa religiosa del siglo XV, la Vita Christi, que habrá de sumarse a la muy digna descendencia literaria de Enrique de Villena.

 

Obras de ~: Los doce trabajos de Hércules, manuscritos: Biblioteca Nacional de Madrid (BNM), 6599; Biblioteca de la Real Academia Española (BRAE), V-6-64; Biblioteca Menéndez Pelayo (BMP), M-279; Biblioteca Bodmeriana de Ginebra (Bod), 167; BNM 17814; BNM, 6526; BNM, 27; Biblioteca del Monasterio de El Escorial (BEsc), Q-I-20; incunables: Zamora, Antonio de Centenera, 1483; Burgos, Juan de Burgos, 1499; Los doce trabajos de Hércules, ed. de M. Morreale, Madrid, Real Academia Española (Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles, XX); Tratado de la lepra, manuscritos: BNM 6599; BRAE V-6-64; Bod 167; BEsc f-IV-I; BMP M-103; Tratado de la lepra, ed. de R. Foulché-Delbosc, “Tres tratados”, en Revue Hispanique, 41 (1917), págs. 110-214; Arte cisoria, manuscritos: BEsc f-IV-I; BMP M-103; “Arte cisoria” de Enrique de Villena con varios estudios sobre su vida y obras y muchas notas y apéndices, ed. de F. Benicio Navarro, Madrid, Librería Murillo, 1879; Arte cisoria, ed. de E. Díaz Retg, Barcelona, Selecciones Bibliófilas, 1948; Arte cisoria, ed. de R. Vernon Brown, Barcelona, Humanitas, 1984; Tratado de consolación, manuscritos: BNM 6599; BRAE V-6-64; BMP M-279; Joseph Regenstein Library, University of Chicago (Ch), 1154; Fundación Lázaro Galdiano de Madrid (LG), 208; Biblioteca de la Catedral de Toledo (BT), 9-4; Tratado de la consolación, ed. de R. Foulché-Delbosc, art. cit.; Tratado de la consolación, ed. de Derek C. Carr, Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos, 208), 1976; Exposición del salmo “Quoniam videbo”, manuscritos: BNM 6599; BRAE V-6-64; BNM 17814; Ch 1154; BMP M-279; Biblioteca Privada de Barcelona; Exégesisciencia- literatura. La “Exposición del salmo Quoniam videbo” de Enrique de Villena, ed. de P. M. Cátedra, Madrid, El Crotalón (Anejos del Anuario de Filología de El Crotalón, 1), 1985; Tratado de fascinación o de aojamiento, manuscritos: BNM 6599; BRAE V-6-64; Bod 167; Biblioteca de Santa Cruz de Valladolid (BSC), 139; Tratado de fascinación o de aojamiento, ed. de R. Foulché-Delbosc, art. cit.; Tratado de aojamiento, ed. de A. Maria Gallina, Bari, Adriatica Editrice, 1978; Traducción y glosas de la “Eneida”, manuscritos: BNM 17975; Bibliothèque Nationale de France (BNF), Esp. 207; Biblioteca de Catalunya en Barcelona (BC), 82-1-1; BMP M-102; BNM 10111; La primera versión castellana de la “Eneida” de Virgilio. Los libros I-III traducidos y comentados por Enrique de Villena (1384-1434), Madrid, Real Academia Española (Anejos del Boletín de la Real Academia Española, 38), 1979; Traducción y glosas de la Eneida, ed. de P. M. Cátedra, Salamanca, Biblioteca Española del siglo XV–Diputación de Salamanca, 1989; Traducción de la “Divina commedia”, manuscrito: BNM 10186; La traducción de la “Divina Commedia” atribuida a D. Enrique de Aragón: estudio y edición del Infierno, ed. de J. A. Pascual Rodríguez, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1974; Epístola a Suero de Quiñones, manuscrito: BMP M-279; Derek C. Carr, “La Epístola que enbio Don Enrique de Villena a Suero de Quiñones y la fecha de la Crónica Sarracina de Pedro de Corral”, en University of British Columbia Hispanic Studies, ed. Harold Livermore, Londres, Tamesis, 1974, págs. 1-9; Arte de trovar o Libro de la ciencia gaya, manuscrito: BEsc K-III-31; F. J. Sánchez Cantón, “El Arte de trovar de Enrique de Villena”, en Revista de Filología Española, 6 (1919), págs. 158-180; Exposición del soneto 116 de Petrarca, manuscrito: BNM 10186; Derek C. Carr, “A Fifteenth-Century Castilian Translation and Commentary of Petrarcan Sonnet: Biblioteca Nacional, MS 10186, folios 196r-199r”, en Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 5 (1981), págs. 123-143. Enrique de Villena. Obras completas, I-III, ed. de P. M. Cátedra, Madrid, Biblioteca Castro, 1994 (vols. I-II) y 2000 (vol. III). Epistolario de Enrique de Villena, ed. de P. M. Cátedra y Derek C. Carr, Londres, Department of Hispanic Studies-Queen Mary and Westfield Collage, 2001.

 

Bibl.: E. Cotarelo y Mori, Don Enrique de Villena. Su vida y obras, Madrid, Sucesores de Rivandeneyra, 1896; J. M.ª Millás Vallicrosa, “Medición de alturas en tiempo de don Enrique de Villena”, en Boletín de la Academia de Buenas Letras de Barcelona, 28 (1959-1960), págs. 179-183; Martín de Riquer, “Don Enrique de Villena en la corte de Martín I”, en Miscelánea en homenaje a monseñor Higinio Anglés, II, Barcelona, Centro Superior de Investigaciones Científicas, 1961, págs. 717-721; J. Rubió i Balaguer, “Enrique de Villena”, en G. Díaz-Plaja (ed.), Historia General de las Literaturas Hispánicas, III, Barcelona, Vergara, 1968, págs. 755- 758; E. Mitre, “Señorío y frontera (el Marquesado de Villena entre 1386 y 1402)”, en Murgetana, 30 (1969), págs. 55-62; A. D. Deyermond y J. K. Walsh, “Enrique de Villena como poeta y dramaturgo: bosquejo de una polémica frustrada”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, 28 (1979), págs. 57-85; J. Riera i Sans, “Enric de Villena, maestre de Calatrava”, en Estudios Históricos y Documentos de los Archivos de Protocolos, Barcelona, Colegio Notarial de Barcelona, 7 (1979), págs. 109-132; P. M. Cátedra, Para el estudio de la biografía y la obra de Enrique de Villena, tesis doctoral, Bellaterra (Barcelona), Universidad Autónoma, 1981, 9 vols.; “Para la biografía de Enrique de Villena”, en Estudi General, 1.2 (1981), págs. 29-33; “Francesc Eiximenis y don Alfonso de Aragón”, en Archivo Íbero-Americano, 42 (1982), págs. 75-79; P. M. Cátedra y Derek C. Carr, “Datos para la biografía de Enrique de Villena”, en La Corónica, 11 (1982-1983), págs. 293-299; P. M. Cátedra, “Enrique de Villena y algunos humanistas”, en III Academia Literaria Renacentista. Nebrija y la introducción del Renacimiento en España, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1983, págs. 187-203; A. Torres-Alcalá, Don Enrique de Villena. Un mago en el dintel del Renacimiento, Madrid, José Porrúa Turanzas (Studia Humanitatis), 1983; P. M. Cátedra, “Algunas obras perdidas de Enrique de Villena, con consideraciones sobre su obra y su biblioteca” y R. Vernon Brown y Derek C. Carr, “Don Enrique de Villena en Cuenca”, en El Crotalón. Anuario de Filología Española, 2 (1985), págs. 53-75 y 503-517, respect.; Derek C. Carr, “Pérez de Guzmán and Villena: A Polemic on historiography”, en J. S. Miletich (ed.), Hispanic Studies in Honor of Alan D. Deyermond. A North American Tribute, Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1986, págs. 57-70; P. M. Cátedra, “Sobre la obra catalana de Enrique de Villena”, en Homenaje a Eugenio Asensio, Madrid, Gredos, 1989, págs. 127-140; “Un aspecto de la difusión del escrito en la Edad Media: la autotraducción al romance”, en Atalaya, 2 (1992), págs. 67-84; S. Miguel Prendes, El espejo y el piélago. La “Eneida” castellana de Enrique de Villena, Kassel, Edition Reichenberger (Teatro del Siglo de Oro: Estudios de Literatura, 47), 1998; P. M. Cátedra, “Enrique de Villena”, C. Alvar y J. M. Lucía Megías (dirs.), Diccionario Filológico de Literatura Medieval Española. Textos y Transmisión, Madrid, Castalia, 2002 (Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 21), págs. 454-467; Pedro M. Cátedra, “Filología y derecho: subjetividad humanista e identidad política en la obra de Enrique de Villena”, en D. de Courcelles (ed.), Philologie et subjectivité, París, École des Chartes, 2002, págs. 23-40.

 

Juan Miguel Valero Moreno

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