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Gregorio de Santiago Vela

Biografía

Santiago Vela, Gregorio de. Saldaña (Palencia), 28.XI.1865 – Madrid, 9.V.1924. Agustino (OSA), bibliófilo y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Hijo de Juan de Santiago y Victoria Vela, panaderos y labradores de profesión. Su inclinación hacia el mundo de las letras desde los primeros años de su asistencia a la escuela del pueblo le llevó a trasladarse a la vecina localidad de Carrión de los Condes para seguir progresando en el campo de las ciencias.

Llegado a la encrucijada de los dieciséis años, optó por la vida consagrada al estilo de san Agustín y pidió ser admitido en la Orden Agustiniana. El 10 de noviembre de 1881 el padre Eugenio Álvarez, rector del Real Colegio-Seminario de Valladolid, le endosaba la cogulla agustina y lo ponía bajo la custodia del maestro de novicios fray Tirso López. Tras un año de tirocinio emitió sus primeros votos en el mismo Convento el día 12 de noviembre de 1882. En Valladolid cursó el bienio filosófico, y la Teología la repartió entre el Monasterio de La Vid (Burgos) y El Escorial, donde finalizó la carrera eclesiástica el año 1889.

Tras un breve paréntesis vacacional, se embarcó para Filipinas, donde recibió el presbiterado el 1 de marzo de 1890 de manos del metropolitano fray Bernabé García Cezón, dominico. En el pueblo de Oslob (Cebú) lo recibió el párroco fray Mauricio Álvarez, a quien coadyuvó en las tareas misionales hasta el año 1893, en que ya pasó a regentar dicha parroquia, descrita por él mismo en el Mapa de Almas de 1897 con estas palabras: “Esta parroquia fue creada en 1857 con el título de la Purísima Concepción, comprende en la actualidad los pueblos de Oslob y Santander, distante del primero unos 17 kilómetros por mal camino en la parte Suroeste. Colindantes: al Norte el pueblo de Nueva Cáceres, distante 4 kilómetros por buena calzada; al Oeste los pueblos de Samboan y Ginatilan distantes 18 y 20 kilómetros por senderos muy pendientes y camino muy fragoso; al Oriente la orilla del mar que toca en el atrio de la iglesia; y al Sur el canal de Liloan, que separa la Isla de Cebú de la de Negros con una milla de ancho. Edificios: son tal vez de los mejores del Distrito, la iglesia, campanario, cementerio, tribunal, convento y escuelas; son de mampostería y buena situación; las calles están casi todas a cordel y las casas son de tabique pampango y forman en conjunto uno de los pueblos de mejor aspecto de la provincia. Fue su primer cura el R. P. Fr. Juan Aragonés, después digno Obispo de Ilocos”.

La revolución filipina de 1898 le sacó de su apacible ministerio y se trasladó a Manila en busca de mayor seguridad y a la espera de acontecimientos. Poco tiempo después, tuvo que cruzar el Mar de la China al ser destinado a la nueva residencia que la provincia tenía en la ciudad de Macao, donde permaneció hasta marzo de 1901, en que nuevamente se incorporó a la comunidad conventual de Manila. Volvió a tierras visayas en enero de 1902, concretamente al Convento del Santo Niño de Cebú, donde se empeñó en tareas educativas hasta el año 1910, exceptuados dos breves paréntesis en los que ejerció como coadjutor en la parroquia de Bolhoon (23 de febrero de 1903-20 de diciembre de 1904) y profesor en el Colegio de Iloilo (1907-1908). En 1910 se embarcó para España y su primer destino fue el Real Colegio-Seminario de Valladolid, donde moró tres años y de donde salió para Madrid, villa y corte en la que apuró la última etapa de su vida entregado a labores de investigador y ejerciendo también responsabilidades de gobierno al ser primero nombrado ádito (reserva del definidor) en 1918 y en 1920 definidor provincial. Fue también lector de la Orden por decreto del capítulo provincial de 1913 y colaborador primero y después director de la revista Archivo Histórico Hispano-Agustiniano (1914-1924).

Según el padre Pedro Abella (1924: 7-8), “Madrid fue para él como el centro principal de sus investigaciones bio-bibliográficas, históricas y literarias, en cuyos trabajos consumió todas sus energías, con una constancia férrea [...]. Durante los primeros años de este período se dedicó a consultar los célebres e históricos archivos de Simancas, el Nacional de Madrid y el de la Universidad de Salamanca, y muchos otros particulares, de monasterios, catedrales y universidades y colegios antiguos, así como también las bibliotecas más interesantes de España, como la Nacional, la del Escorial, la de San Isidro, etc., y otras particulares, como la de nuestro colegio de Valladolid, y cuando el tiempo o las circunstancias no le permitían acudir directamente a otros centros, lo hacía por escrito, como se deduce de la mucha e interesante correspondencia que mantuvo con religiosos y seglares. De esta manera fue poco a poco acumulando materiales, sin grande estrépito, pero con admirable constancia, para esta obra monumental y maestra, que mejor que Ensayo, pudiéramos denominar Enciclopedia Ibero-Americana de la Orden de San Agustín”.

El reconocimiento oficial a sus trabajos históricos le llegó el 26 de febrero de 1924 con su elección como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Para entonces, la arteriosclerosis renal se había convertido en su compañera habitual de fatigas, por lo que, como revela el padre Bruno Ibeas (1924: 324), ya “hablaba de la muerte con el tono apacible del que refiere los preparativos que dispone para un viaje próximo y sin trascendencia [...]. Agridulce fue hasta minutos antes de iniciársele la uremia, que en tres días le deshizo, y sobre un rimero de cuartillas le cogieron los primeros síntomas de ese proceso” que le llevó a la muerte el 9 de mayo de 1924.

En sus cincuenta y ocho años de existencia escribió una obra de referencia: los siete volúmenes del Ensayo de una Biblioteca ibero-americana de la Orden de San Agustín que aparecieron entre los años 1913 y 1931, y que todavía hoy constituye la mejor bibliografía en lengua española sobre la Orden de San Agustín.

Como colaborador de otras publicaciones periódicas como las revistas España y América y Archivo Histórico Hispano-Agustiniano, de su pluma salieron más de dos centenares de artículos.

Varios son los testimonios coetáneos que coinciden, al analizar su obra, en que “sólo hallamos el defecto de no convenir el nombre al objeto, pues ¿cómo ha de poderse llamar ensayo lo que es bibliografía modelo y acabada? Sólo la modestia de su autor autoriza el equívoco [...]. Su erudición es copiosísima, sobre todo en lo que concierne a la historia de la Orden agustiniana, decimos sobre todo, porque es también rica, no sólo en bibliografía española, americana y portuguesa, sino en la literatura en general” (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916).

El padre Gregorio de Santiago Vela fue un fiel heredero de la estela abierta por el padre Enrique Flórez, de una tradición literaria ubérrima y caudalosa.

Su monumental Ensayo de una Biblioteca [...] debería comprender ocho volúmenes de una extensión y profundidad meritorias. Pero la muerte le sorprendió cuando iban impresas 147 páginas del volumen séptimo, por lo que tuvo que encargarse del trabajo su colaborador, el padre Pedro Abella. Falta el volumen cuarto, correspondiente a las letras J-Ll. La razón de este salto está justificada por el deseo del padre Santiago Vela, quien quería dedicar esta parte a la memoria de su gran admirado fray Luis de León en el IV Centenario de su nacimiento, y tener tiempo suficiente para documentarse más y mejor sobre la vida, procesos y escritos de tan ilustre polígrafo. A este fin, dejó recogidos y trascritos muchísimos papeles, compulsada gran cantidad de impresos y visitado un buen número de archivos y bibliotecas. Todos estos apuntes pasaron más tarde a su sobrino fray José Revuelta, quien lo organizó y dio forma con miras a la publicación, pero circunstancias adversas de lugar, salud y la Guerra Civil lo impidieron. El volumen octavo hubiera corrido la misma suerte de no haber mediado el interés de los agustinos Gaudencio Castrillo y Pedro Martínez Vélez, quienes encomendaron su publicación al agustino Julián Zarco. Parece ser que alguien no encontró eficiente y acabado el volumen una vez publicado en 1931, pero es un mérito su publicación habida cuenta de que el padre Santiago Vela recogió noticias y documentos con un método y principios que sólo el conocía y que hubieran salido perfectos de su pluma, pero no de otro escritor ajeno. Además, el padre Santiago Vela dejó para este volumen la amplia colección de anónimos, lo cual siempre añade un plus a la tarea investigadora y editora.

Al mérito personal de investigación concienzuda, que se aprecia en toda la obra del Ensayo de una Biblioteca [...], se añade la pericia que su autor también demostró en su sistematización, dada la cantidad de material ofrecido. En la obra han tenido cabida solamente los escritores agustinos posteriores al año 1256.

No sería lícito valorarla por la categoría de los personajes que escribieron libros de importancia (Alfonso de Orozco, Tomás de Villanueva, Enrique Flórez...), sino por la minuciosidad y escrúpulo con que se historian los artículos, folletos, novenas y devocionarios más insignificantes aparecidos en la amplia geografía hispano-americana y de Filipinas, donde hizo acopio de títulos y notas que más pasaron a engrosar las páginas de sus trabajos.

 

Obras de ~: Mga paquigpulong sa iningles ug binisaya (“Manual de conversación en inglés y bisaya”), Manila, 1905; con V. Rodrigo, Bato-balani sa calag (“Imán del alma”), Barcelona, 1907; Ensayo de una Biblioteca ibero-americana de la Orden de San Agustín, Madrid-El Escorial, Imprenta Asilo de Huérfanos Sagrado Corazón de Jesús, 1913-1931, 7 vols.; con E. García, Crónica de la Provincia agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de México, Madrid, Imprenta G. López del Horno, 1922.

 

Bibl.: E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, 1901, pág. 650; B. Martínez Noval, Apuntes históricos de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas: España, Madrid, 1913, págs. XXXI-XXXII; M. Díez Aguado, “De Lectore Fr. Gregorio de Santiago Vela”, en Analecta Augustiniana, 10 (1923-1924), págs. 466-477; P. Abella, “El P. Gregorio de Santiago Vela”, en Archivo Agustiniano (AA), 21 (1924), págs. 380-382; 22 (1924), págs. 5-18 y 157-163; B. Ibeas, “Una pérdida irreparable”, en España y América, 22 (1924), págs. 321-325; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. VII, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos Sagrado Corazón de Jesús, 1925, págs. 370-393; J. Revuelta, “El R. P. Gregorio de Santiago Vela. Un bosquejo de semblanza”, en AA, 26 (1926), págs. 129-145; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, págs. 207-208; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas: Bibliografía, vol. IV, Manila, Estudio Agustiniano, 1968, págs. 512-513; J. M. del Estal, “Santiago Vela, Gregorio de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, Instituto Enrique Flórez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1975, págs. 2202-2203; I. Rodríguez y J. Álvarez, Labor científico-literaria de los agustinos españoles (1913-1964), vol. I, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1992, págs. 508-509 [Revista Agustiniana, 35 (2004), págs. 1060- 1065]; Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 235-236.

 

Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA

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