Gil Guzmán, Mariano. Carrión de los Condes (Palencia), 2.VII.1849 – Pamplona (Navarra), 11.XII.1903. Agustino (OSA).
Fueron sus padres Manuel Gil y María Guzmán. Aún muy niño se trasladaron a la villa de Almanza (León) y, contando con medios económicos suficientes, determinaron enviarle al seminario conciliar de León; pero la muerte prematura del padre obligó a la madre a replantearse su educación y su carrera eclesiástica, que prosiguió en el colegio-seminario de agustinos de Valladolid.
El rector fray Manuel Díaz procedió a la vestición del hábito de la Orden de San Agustín el día 25 de octubre de 1867. Un año y un día después, con la solemnidad acostumbrada para esta clase de actos, el mismo rector recibió sus votos temporales. Casi terminados los estudios teológicos en el colegio-seminario de Valladolid y monasterio de Nuestra Señora de La Vid (Burgos), y aún no sacerdote, recibió la orden de pasar a Filipinas en 1873.
Al año siguiente de la llegada a Manila (1874) los superiores le destinan al pueblo de Baliuag (Bulacán), con el objeto de imponerse en la lengua tagala. Su primer destino como párroco fue el pueblo de Bigaa (1876, 1884), pasando luego a los de Pulilan (1877), Norzagaray (1881), San Antonio de Nueva Écija (1882) y Tondo (1889). Hablando Joaquín Durán de su designación para párroco del arrabal de Tondo, atribuye este nombramiento “a las celosísimas campañas en pro de la fe y de la moral llevadas a cabo en los diversos Curatos que regentó, le propuso [el Provincial P. Tomás Gresa] para Tondo, el cual por su excepcional importancia requería un religioso de virtud acrisolada, de energías poderosas y de prudencia exquisita.
Población abigarrada y cosmopolita, que encerraba en su recinto más de 40.000 almas, se hacía de muy difícil manejo siendo muy pocos los que llegaban a compenetrarse de sus múltiples y cumplidos mecanismos sociales”.
Y ha sido su estancia en Tondo y su celo, sagacidad, dedicación y entusiasmo los que le han merecido pasar a la posteridad como el descubridor del movimiento filipino independentista, aunque si hubiese obrado con un poco más de tacto y prudencia hubiera logrado mejores frutos. Resultaría pueril pensar que nada se sabía de los movimientos del Katipunan hasta su denuncia, pues su real existencia, identidad de sus mentores, programas y reuniones constituían una queja pública desde 1887, levantada por los párrocos agustinos de la Pampanga, desde donde se fue extendiendo hasta llegar a la capital. No obstante esto, hay que decir que si cándidos fueron los gobernadores de dicha provincia, el capitán general del archipiélago, Ramón Blanco y Erenas, se mostró altivo y despectivo ante tales lamentos. El Heraldo de Madrid (6 de octubre de 1896) se hizo eco de estas actitudes al reseñar que “sólo un conjunto de circunstancias fortuitas, en que el favor de la providencia quizás ha puesto la mayor parte, y el azar lo restante, sólo a eso debe España el no haber perdido las islas Filipinas en medio de una espantosa orgía de sangre. Ayudaba a todo a que las perdiésemos, pero ninguna cosa con tanta eficacia como la ceguedad del gobernador general”.
El programa de los filibusteros era conocido en todos sus detalles, no sólo de las indulgentes autoridades oficiales, sino también por un crecido número de españoles que se habían preocupado del sesgo que iba tomando la realidad. Desde mucho antes del 19 de agosto de 1896 el mismo padre Mariano Gil venía siguiendo los movimientos revolucionarios en Filipinas, que utilizaban el diario Kalaayan [La Libertad] como medio de expresión y publicidad, rubricado por firmas como las de J. Rizal y Plaridel [Marcelo H. del Pilar] y que, aunque con pie de imprenta de Yokohama (Japón), se editaba en Manila.
El azar y la fortuna perseguida llevaron al padre Gil a visitar el colegio de huérfanas de Mandaloya regentado por las agustinas terciarias, cuya superiora le contó que cierto cajista, hermano de una colegiala, le había contado a ésta que, para poder continuar en la imprenta donde trabajaba, había tenido que afiliarse a la “secta del Katipunan”. Tirando del hilo llegó el párroco de Tondo hasta Teodoro Patiño, cajista del Diario de Manila, quien le contó cuanto sabía como testigo de vista. En la misma tarde del 19 de agosto de 1896 puso al corriente de todo al propietario y empleados del tabloide manileño. Registraron la imprenta y encontraron pruebas irrefutables (listas, piedra litográfica, puñales, etc.), que pusieron en manos de la veterana, obligando a la autoridad suprema a incoar el oportuno proceso ante la Justicia de Tondo según palabras del juez instructor José Piqué: “En virtud de este descubrimiento [del P. Mariano Gil] queda patentizado en los autos que los afiliados [del Katipunan] se dividían en tres clases: ‘Consejo Supremo’, que lo constituían las personas de elevada posición e influencia; la ‘Liga Filipina’ o ‘Compromisarios’, y la formaban la clase media; y el ‘Katipunan Bayan’, la plebe o gente labradora o de sementera. Este feliz descubrimiento ha puesto en claro la parte que cada acusado ha tomado antes y después del levantamiento en armas que se acaba de combatir”.
El filipinólogo Retana alabó primero y censuró después la actuación del agustino padre Mariano Gil tachándole de posesionarse “de su papel de salvador del país, que poco menos hacía la competencia a las autoridades”.
No se niega su excesivo protagonismo, pero gracias a su intervención y diligencia en Filipinas se pudo evitar un cruel derramamiento de sangre, según se prescribía en los artículos segundo, cuarto y séptimo que se refería a los deberes del cumplimiento de los katipuneros.
Desde entonces la presencia del padre Mariano Gil en Filipinas fue crítica, por lo que tornó a la Península en 1898 para ejercer labores de chancillería en el palacio episcopal de Pamplona, presidida por el prelado agustino fray José López Mendoza, hasta el 11 de diciembre de 1903 en que murió.
Bibl.: E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Est. Tipográfico del Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 582- 583; J. Durán, “Semblanza de un patriota”, en La Propaganda Católica, n.º 1834 (1903), pág. 1031; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, t. III, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1917, págs. 113-116; A. Renedo, Escritores palentinos. Datos bio-bibliográficos, vol. I, Madrid, Imprenta Helénica, 1919, págs. 304-305; G. Zaide, Documentary History of the Katipunan Discovery, Manila, 1931; C. Quirino, Minutes of the Katipunan, Manila, National Heroes Comission, 1964; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, págs. 512-513; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas, vol. IV, Manila, Estudio Agustiniano, 1968, págs. 384-390; I. Rodríguez, “Mariano Gil y Guzmán y el Katipunan”, en 1898: España y el Pacífico. Interpretación del pasado, realidad del presente, Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico, Madrid, 1999, págs. 391-400.
Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA