Abad Bernal, Antonio. Navarrete del Río (Teruel), 3.I.1882 – Ocaña (Toledo), 15.X.1936. Educador, dominico (OP), mártir en la Guerra Civil española.
Nació en una familia humilde, de trabajadores del campo que ganaban para ir viviendo, a pesar de lo cual trataron de dar una buena educación a sus hijos. Antonio, después de cursar los estudios primarios en la escuela municipal de su pueblo natal y humanidades en el colegio del convento de Santo Domingo de Ocaña (Toledo), ingresó en la Orden de Santo Domingo en el convento de Santo Tomás, Ávila, el día 26 de mayo de 1907. En el mismo convento terminó los cursos institucionales de Filosofía e hizo dos años de Teología. Se trasladó al convento de Rosaryville, Luisiana (Estados Unidos), para continuar sus estudios teológicos, pero sólo permaneció allí dos años. Cuando era todavía subdiácono partió para Manila (Filipinas), donde terminó los estudios y fue ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1915. Después de un año como auxiliar del padre procurador de misiones de la Provincia del Rosario en Hong Kong, volvió a Manila para examinarse de confesor, examen que aprobó el 12 de marzo de 1916. En junio del mismo año se organizaron los estudios del colegio de San Juan de Letrán, Manila, y el padre Antonio fue asignado como profesor; más tarde ejerció el cargo de ayudante del director de Primaria (Básica), vicerrector del colegio y director de Externos. Tanto los profesores como los alumnos le estimaban mucho por su carácter bondadoso, activo, amable y cortés, pero sobre todo por sus grandes dotes como pedagogo. Para atender a las necesidades espirituales de los educandos escribió un manual devocionario con el título The Catholic Youth’s Prayer Book, así como una Historia Sagrada (inédita).
Volvió a España en 1932 y fue designado profesor de la Escuela Apostólica de la Mejorada, Olmedo (Valladolid) y director de los colegiales; en 1934 fue nombrado vicerrector del colegio. Se entregó en cuerpo y alma a la formación de los futuros dominicos. Sabía mantener la disciplina en el colegio sin recurrir a castigos, pues se hacía querer por su paternal solicitud y corregía sin miramientos personales, dispuesto siempre a escuchar a cualquier estudiante que se acercase a él buscando consejo. En 1935 los tres cursos superiores fueron trasladados al colegio del convento de Santo Domingo de Ocaña. Nombrado director del colegio, el padre Antonio desempeñó el cargo con gran entusiasmo, se esmeró en dar a los alumnos una formación cultural y religiosa, y modernizó tanto el plan de estudios como los métodos de enseñanza. Hombre bondadoso, tuvo fama de religioso ejemplar que se extendió por el pueblo de Ocaña, si bien sobresalió por ser un gran educador. De carácter tímido, supo responder por los alumnos en los momentos difíciles de la Guerra Civil.
Cuando se encontraba en el cargo de director del colegio, tuvo lugar el levantamiento del 18 de julio de 1936. De inmediato percibió la gravedad de la situación, por lo que rogó a los superiores procurasen llevar a los estudiantes a un lugar más seguro que Ocaña. Ante la pasividad de los superiores, marchó a Madrid para exponer verbalmente el caso. Estando en Madrid tuvo lugar el asalto al convento de Santo Domingo de Ocaña y la dispersión de la comunidad. Al enterarse de que tanto los religiosos como los estudiantes habían tenido que desalojar el convento, no rehusó el peligro y decidió volver a Ocaña para asumir la responsabilidad de proteger a los estudiantes en aquellos momentos difíciles. Cuando regresaba a Ocaña, lo detuvieron en Madrid, lo cachearon e interrogaron. Al ver que llevaba documentación extranjera —conservaba el pasaporte de ciudadano americano—, le preguntaron adónde quería ir. Contestó: “A Ocaña con mis niños, la suerte que ellos corran debo correrla yo”. Salió para Ocaña y en Aranjuez lo volvieron a detener; al encontrarle documentación extranjera, de nuevo le preguntaron adónde se dirigía. Él respondió lo mismo. Desde Aranjuez telefonearon a Ocaña diciendo que tenían un fraile español con documentación extranjera y que lo mandaban a Ocaña con los niños del colegio recogidos en el hospital, que nadie le hiciera nada.
De este modo, se fue a vivir con los estudiantes al hospital y se hizo cargo de su seguridad. Trató de que se observase un orden mínimo. Dormía con los estudiantes y dedicaba su tiempo a escuchar, consolar y procurar el bien de éstos, y a la oración. Así estuvo hasta que el día 15 de octubre de 1936 fue sacado del hospital junto con sus compañeros. Los condujeron a la Casa del Pueblo y, cuando los llevaban ante el gobernador para declarar, los milicianos, impacientes, los trasladaron hasta el lugar de ejecución.
El padre Toribio se dirigió a los milicianos y les dijo: “Si nos vais a matar, no nos llevéis muy lejos”, por lo que a las afueras de Ocaña, al tomar la carretera de Almería, en el lugar llamado “Las Eras” fueron fusilados de madrugada el 15 de octubre de 1936.
Obras de ~: The Catholic Youth’s Prayer Book, Manila, UST Press, 1931; Historia Sagrada, 1931 (inéd.).
Bibl.: M. Velasco, Ensayo de Bibliografía de la Provincia del Santísimo Rosario en Filipinas, China, Japón, Formosa y Tungkin, vol. VI, Manila, 1934, págs. 148-149; Actas del Capítulo Provincial de 1939, celebrado en el Convento de Santo Domingo, Manila, 1939, Obituario, n.º 55; L. Getino, OP, Mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1950, págs. 140-141; E. Bazaco (OP), Causa de Beatificación y canonización de los Siervos de Dios de la Orden de Predicadores y Marianistas, 1936, Madrid, 1966, sec. III, págs. 66-89; H. Ocio, G. Arnaiz y E. Neira, Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente, 1836-1940, vol. 2, Manila, 2000, pág. 467.
Maximiliano Rebollo, OP