Campo Monasterio, Arsenio del. Baltanás (Palencia), 14.XII.1839 – Valladolid, 10.VII.1917. Obispo agustino (OSA), misionero en Filipinas.
Vio la luz el 14 de diciembre de 1839 en la villa palentina de Baltanás. Fueron sus padres Juan del Campo y Tiburcia Monasterio, comerciantes en artículos y géneros del reino. Al día siguiente fue bautizado en la parroquia de San Millán. Estudió las primeras letras en la escuela del pueblo, y la Gramática latina y Humanidades, el primer año en el instituto y los dos siguientes en el Seminario de Palencia.
Llevado de su vocación a la vida religiosa, llamó a las puertas del Real Colegio de Agustinos de Valladolid, donde tomó el hábito el 13 de octubre de 1857.
Transcurrido el año de noviciado bajo la tutela del maestro fray Juan D. Amezti, hizo su profesión solemne el día 17 de noviembre de 1858 ante el rector fray Manuel Jiménez. Y en el citado colegio prosiguió su carrera eclesiástica durante un lustro, con admirable aplicación y aprovechamiento.
Destinado por la obediencia a las misiones de Oriente, adonde llegó el 7 de agosto de 1863. Tras una breve estancia en Manila y tras recibir el presbiterado el 19 de septiembre de 1863 de manos del metropolitano monseñor Gregorio M. Martínez, en abril de 1864 se le envió a las islas Visayas para aprender el idioma cebuano en el convento del Santo Niño. Pasado un año y adiestrado en la lengua visaya, pasó a servir el curato de Minglanilla (1865-1869), donde hizo mejoras notables en la casa parroquial. En el siguiente cuatrienio desempeñó el cargo de prior del convento del Santo Niño de Cebú (1869-1873).
Después sacrificará la labor pastoral para ocuparse en oficios de administración y gobierno al ser elegido ecónomo general de la provincia de Filipinas (1873- 1881) y definidor provincial (1877-1881). Durante esta época se inscribió como miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País (1881). Su regreso al campo del apostolado parroquial se efectuó al ser nombrado prior y párroco de San Nicolás de Cebú (1881-1885), mientras era a la vez juez eclesiástico y vicario foráneo del distrito sur de aquella isla. En la villa de San Nicolás remodeló el camposanto y erigió un modesto monumento al agustino Andrés de Urdaneta en el lugar donde, según la tradición, desembarcó la expedición de Legazpi para tomar posesión de la isla.
En los comicios celebrados en 1885 fue designado comisario procurador de la provincia en la Corte (1885-1887), por lo que tuvo que trasladarse a Madrid y mudó su residencia de la céntrica calle de Alcalá a la plaza de Jesús, de menos relevancia y gastos.
Por motivo de su cargo intervino notablemente en las negociaciones entre la Corona española y la Orden agustiniana para la custodia del monasterio de El Escorial. Treinta años antes ya se habían tenido contactos por ambas partes, pero esta vez, aunque habían cambiado favorablemente las circunstancias, no obstante tuvo que vencer la clásica oposición de sectores reacios a reformas que originaban traslados y trastornos. En las negociaciones obró con suma prudencia y tacto. Asesorado por una junta extraordinaria de agustinos, selló el pacto el 4 de junio de 1885, y fue ratificado por el prior provincial y su definitorio el 3 de agosto inmediato. Al generoso ofrecimiento alfonsino hay que agregar la resolución firme de Antonio Cánovas del Castillo, quien no quiso que se entregara el monasterio a una congregación foránea y sí a los agustinos españoles. No defraudó la comunidad laurentina agustiniana, que floreció con el impulso incansable del padre Arsenio apoyando con todos los medios y facilidades que pudo, especialmente a los jóvenes estudiantes para que se perfeccionasen en los estudios científicos, literarios y de idiomas. La custodia del Real Sitio fue uno de los eventos de mayor eco en la historia de la Provincia agustiniana de Filipinas en su dilatada carrera apostólica, científica y literaria del siglo xix. También se implicó notablemente en la promoción y celebración del XV Centenario de la Conversión de San Agustín en 1887.
Sus cualidades de hombre juicioso y sensato, de talento práctico y talante negociador no pasaron inadvertidas cuando vacó la sede filipina de Nueva Cáceres, por lo que la regente María Cristina le presentó para aquella sede el 7 de septiembre de 1887 y el pontífice León XIII lo preconizó el 25 de noviembre del mismo año. Fue consagrado obispo el 15 de abril de 1888 en El Escorial. Los fieles de Nueva Cáceres lo aclamaron solemnemente el 5 de julio de 1888, cuando cruzó sus calles hasta la seo por primera vez.
La nueva condición de prelado no ahogó su vocación claustral. Siguió siendo agustino, tan agustino en su palacio como en su alma. “Varón verdaderamente humilde, recto, trabajador, celoso y caritativo, le bastaron diez años de gobierno al frente de la diócesis que le tocó en suerte para ganarse los corazones de todos.
Corazón de apóstol y vida de anacoreta.” Su primer acierto fue rodearse de fieles cooperadores y expertos consejeros, del clero secular y también de la fraternidad agustiniana. Su asesoramiento le señalaba como urgente el estudio y conocimiento de la diócesis.
En el arco de nueve años giró tres veces la visita diocesana para palpar las necesidades espirituales y materiales de su jurisdicción episcopal y procuró remediarlas en la medida de sus fuerzas. En estas correrías se mostraba sencillo y afable en el trato, siendo padre de sus diocesanos y compañero y amigo de sus sacerdotes.
Entre las obras edilicias destaca el nuevo palacio episcopal, donde acomodó y arregló con mucho orden el archivo diocesano, enriqueciéndolo con importantes documentos. Hizo cuantiosas donaciones a la catedral y a otras parroquias para que fuesen edificios sólidos, de buenas condiciones y bien ornamentados.
En el seminario se volcó para mejorarlo en el aspecto material y cultural: agrandándolo con cómodas habitaciones para los profesores y un magnífico salón de actos, y comprando valiosos instrumentos para sus gabinetes científicos.
Gran desvelo de su celo pastoral fue la predicación y la catequesis. De la primera, él fue infatigable protagonista.
En la segunda supo implicar a muchos agentes en todos los pueblos de la diócesis, aunando el esfuerzo de los párrocos con la cooperación de los maestros. En este aspecto destaca también su labor editora de literatura pía en lengua bicolana. Todo esto realizado siempre con la protección de la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Peña de Francia, declarada patrona de la diócesis, y cuya fiesta se celebra el primer domingo de julio. No se puede pasar por alto su espíritu caritativo, mostrado a diario, pero de manera especial y generosa con motivo de la erupción del volcán Mayón el 25 de junio de 1897, cuando acudió en socorro de los damnificados.
Fue recto sin ficción, y en diversas circulares levantó la voz contra “los tenebrosos obreros del mandil y de la escuadra”. A ellos imputaba la revolución tagala y la guerra con Estados Unidos de América. El ocaso de España en las islas de Oriente fue un duro golpe para su ánimo e hirió de tal suerte su corazón, que se le reprodujeron las antiguas dolencias. Con un permiso especial del jefe de la escuadra americana, que entonces bloqueaba Manila, el 9 de junio de 1898 se embarcó a bordo del buque alemán Darmstadt para Shanghái. Después de estar un mes convaleciente, puso rumbo en una nave gala hacia Marsella y Barcelona.
En octubre partió a Roma para hacer la Visita ad limina y presentar su dimisión como prelado de Nueva Cáceres. Después de varias y reiteradas instancias, le fue admitida por el papa León XIII en 1903, y no antes porque fieles y clero de su diócesis habían elevado a Roma varias exposiciones en que suplicaban su regreso. Posteriormente y en distintas ocasiones le requirió luego el Gobierno español que aceptase una prelatura en la Península, pero declinó siempre tales ofertas, agradeciendo los buenos deseos y negándose a las propuestas con excusa de su edad y sus achaques.
A Baltanás, su pueblo natal, llegó casi desahuciado el 22 de diciembre de 1898. Paulatinamente se fue recuperando y, prefirió la soledad y el sosiego del claustro, se retiró al colegio que cuarenta años atrás le había afiliado, y pasó a vivir como uno de tantos religiosos, de manera sencilla y austera. Murió el 10 de julio de 1917, a consecuencia de una hemorragia cerebral.
Obras de ~: Carta Pastoral que dirige al Pueblo y Clero del Obispado de Nueva Cáceres con motivo de su ingreso en dicho Obispado, Guadalupe (Filipinas), 1888; Novena sa magña sinanglitan na Pusó ni Jesús asin ni María Santísima, Tambobong, 1892; con M. Perfecto, Novena sa mahal na Virgen de los Dolores, Manila, 1892; Exhortación Pastoral que dirige al Clero y fieles de su Diócesis, Nueva Cáceres, 1897; An pagcabuyo nin Tauo sa Sugal cahatolan, Nueva Cáceres, 1898; Pangaral tungcol sa sayao, Nueva Cáceres, 1898; Hatol dapit sa baile, Nueva Cáceres, 1898; Carta Pastoral de despedida que dirige a sus diocesanos de Nueva Cáceres, Nueva Cáceres, 1903.
Bibl.: E. Jorde Pérez, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Est. tipográfico del Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 522- 523; B. Martínez Noval, Apuntes históricos de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas: Filipinas, Madrid, Hijos de Gómez Fuentenebro, 1909, págs. 134- 142; B. Hernando, Historia del Real Colegio-Seminario de PP. Agustinos Filipinos de Valladolid, Valladolid, Tipografía y Casa Editorial Cuesta, 1912, págs. 416-419; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. I, Madrid, 1915, págs. 562-564; “Necrológica”, en Analecta Augustiniana, 7 (1917-1918), págs. 156- 167; R. González Vidales, “El Ilmo. y Revmo. Sr. D. Arsenio Campo y Monasterio”, en Archivo Agustiniano, 8 (1917), págs. 81-87; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas, vol. IX, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1974, págs. 261-264; I. Rodríguez y J. Álvarez, Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 274-275.
Jesús Álvarez Fernández, OSA