Díez González, Manuel. Quintanilla de Vivar (Burgos), 19.XI.1830 – Madrid, 2.IV.1896. Agustino (OSA), comisario general apostólico.
Vino al mundo en Quintanilla Vivar (Burgos) el día 19 de noviembre de 1830. Fueron sus padres Juan Díez y Bárbara González. En la escuela natalicia conoció las primeras letras y en el Instituto de Burgos cursó el bachillerato, siendo primero discípulo y después amigo del célebre latinista Raimundo de Miguel.
Su ingreso en la Orden Agustiniana tuvo lugar en el Real Colegio Seminario de Valladolid el 5 de diciembre de 1848, fecha en que comenzó su noviciado. En el mismo centro cursó los estudios eclesiásticos hasta que se embarcó para Filipinas, adonde llegó el 2 de enero de 1853.
Pasó a la provincia de Batangas para imponerse en el idioma y en 1854 se le destinó al pueblo de Ibaan, donde dotó a la nueva parroquia de edificios religiosos de mampostería, iglesia y cementerio, dándose a conocer por estos trabajos y por los luminosos informes que con frecuencia dirigía a las autoridades de la provincia sobre los diversos ramos de la administración.
En 1862 pasó al pueblo de Lipa, que le debe la mayor parte de las mejoras que le hicieron ser considerado durante el dominio de España como uno de los más prósperos y florecientes del archipiélago. Pasado un trienio fue elegido secretario provincial y en los Comicios de 1869 definidor, que conjugó al año siguiente con el oficio de párroco de Tondo, cuya fachada de la iglesia parroquial levantó desde sus cimientos, pidiendo licencia para encargar a París una armadura metálica para dicha iglesia.
En 1874 regresó a la Península con el cargo de comisario procurador de la provincia en la Corte de Madrid. Pronto todo su celo y asiduos trabajos los empleó en promover y ampliar los estudios para que los jóvenes adquiriesen un caudal de ciencia al tenor de las necesidades que se sentían. Confeccionó un nuevo Plan de Estudios para los colegios de La Vid y Valladolid para mejor responder a las exigencias de los nuevos tiempos. Y consiguió además, afirma Santiago Vela, “enviar a Roma jóvenes escogidos con el fin de que, ampliando allí la carrera, estuviesen mejor dispuestos para ejercer con fruto el profesorado en los colegios. A él se debió también la iniciativa de ampliar los gabinetes de Física, Química e Historia Natural del colegio de Valladolid y la fundación del Museo filipino en el mismo centro”. Pronto se recogerían los frutos, tales como la publicación de la Revista Agustiniana y el ofrecimiento de la Corona de la custodia del Real Monasterio de El Escorial, a cuya sombra creció primero el colegio de Alfonso XII y luego el universitario de María Cristina. El nuncio monseñor Rampolla del Tindaro le comunicó su nombramiento del 8 de junio de 1885 como comisario general apostólico de la Orden para el arreglo de asuntos delicados y difíciles concernientes a las provincias de España.
Las autoridades civiles reconocieron también su valía, pues desde 1875 ejerció como consejero de Ultramar y en 1886 el Ministerio le dotó de facultades extraordinarias para visitar Filipinas “y con el tacto exquisito que le distinguía —según Santiago Vela— supo solucionar problemas difíciles y delicados, cumpliendo a satisfacción de todos cuantas comisiones se le confiaron. De regreso a España el 1887, fue comisionado por el ministro de Ultramar Víctor Balaguer para reglamentar la Exposición Filipina que se había de celebrar en Madrid”.
También desde Roma recibió parabienes y ofrendas cuando se le propuso que aceptara el arzobispado de Manila, vacante por defunción del arzobispo Payo; pero él, que nunca ambicionó dignidades ni solicitó honores, pudo convencer al nuncio de la ineficacia de sus instancias, manifestando la resolución que tenía hecha de vivir y morir religioso. Y a la Orden, y también a la Iglesia, siguió sirviendo después de que la Congregación de Obispos y Regulares decretase el 4 de julio de 1893 la derogación del cargo de comisario apostólico en España, hasta entonces independiente del general de la Orden Agustiniana, para pasar a ser vicario general de las provincias de España hasta la celebración del Capítulo General de 1895.
Finalizado éste, regresó a la Península y el 2 de abril de 1896, aquejado de una pulmonía gripal, falleció en el palacio de los Condes del Val, adonde había ido a celebrar la eucaristía.
Obras de ~: Memoria acerca de las Misiones de los PP. Agustinos Calzados en las Islas Filipinas presentada al Excmo. Sr. Ministro de Ultramar en 1880, Madrid, Pacheco y Pinto, 1880.
Bibl.: G. Cano, Catálogo de los Religiosos de N. P. S. Agustín de la Provincia del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas desde su establecimiento en estas Islas hasta nuestros días, con algunos datos biográficos de los mismos, Manila, Tipografía del Colegio de Santo Tomás, 1864, pág. 296; A. Aparicio, A la buena memoria del Rmo. P. Manuel Díez González, Madrid, 1897; E. Jorde Pérez, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Tipografía del Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 495-498; B. Hernando, Historia del Colegio de PP. Agustinos de Valladolid, t. I, Valladolid, Tipografía y casa editorial Cuesta, 1912, págs. 262-281; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, II, Madrid, imprenta del Asilo de Huérfanos del S. C. de Jesús, 1915, págs. 254-260; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Ediciones Archivo Agustiniano, 1965, págs. 146-147; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas. Bibliografía, IV, Manila, Estudio Agustiniano, 1968, págs. 175-182; I. Rodríguez, ‘Los estudios eclesiásticos en el Colegio de Valladolid’, en Archivo Agustiniano, 67 (1983), págs. 217-313; T. Aparicio, Agustinos españoles en la vanguardia de la ciencia y la cultura, t. I, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1988, págs. 86-124; I. Rodríguez-J. Álvarez, Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 339-344.
Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA