Calancha, Antonio de la. Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia), 1584 – Lima (Perú), 1.V.1654. Predicador y cronista (OSA).
Sus padres, «ambos nobles y muy cristianos», fueron el capital Francisco de la Calancha, natural de El Puerto de Santa María (Cádiz), y Ana de los Ríos y Montenegro, también andaluza. Santiago Vela, y todo su séquito, dan equivocadamente el nombre de la madre: María de Benavente. El mismo Antonio de la Calancha afirmó no tener «parte de Indio, ni quiso Dios hacerme trigueño, que solo debo a esta tierra haber nacido en ella, i a la ilustre Andalucía los padres y la limpieça».
De adolescente ingresó en el convento agustino de Nuestra Señora de Gracia, de su ciudad natal, residencia del arzobispado de Charcas, una de las ciudades más importantes durante el período colonial español, perteneciente entonces al Alto Perú, y en la actualidad a la República de Bolivia. Profesó en el convento limeño de la Encarnación en 1611.
Estudió en Lima, en el Colegio de San Ildefonso, centro de actividad literaria y donde la provincia agustiniana tenía sus principales maestros. Se graduó de doctor en Teología en la Real Universidad de San Marcos, y obtuvo más tarde el de maestro de la Orden Agustiniana. Fue catedrático y examinador de la Universidad de San Marcos.
En el capítulo provincial intermedio de 1608 fue declarado predicador y nombrado lector de Arte en el convento de Cuzco, de donde pasó al de Potosí en calidad de predicador mayor por nombramiento del capítulo provincial de 1610. Continuó desarrollando el oficio de predicador de la iglesia catedral de Lima y vicerrector del Colegio de San Ildefonso en 1614 y, en este mismo año fue nombrado prior del convento de Arequipa. Anteriormente había sido nombrado secretario provincial, y en 1622 actuó de rector del Colegio de San Ildefonso. También desempeñó otros cargos según los cronistas: prior de los conventos de Lima y Trujillo y dos veces definidor de la provincia de Chile.
Todavía se desconoce el factor desencadenante de la puesta en marcha, por parte de Antonio de la Calancha, de la ambiciosa empresa de escribir una crónica del Perú, aunque ya se sabe que recibió mandato de los superiores («mandome la obediencia escribir») para acometer dicha empresa, poniendo en esta tarea su preparación, ingenio y voluntad en recabar información, consultar fuentes, elaborar los materiales reunidos, preparar la publicación y, quizá también, soslayar alguna que otra envidia y crítica de religiosos de su mismo hábito. En todo caso, durante los viajes que Calancha realizó fue anotando aquellos datos y acontecimientos históricos de interés sobre la conquista del Perú que encontraba en archivos y bibliotecas sobre la fundación de conventos agustinos, biografías de religiosos e informes de otras historias que pudiesen arrojar luz a la época precolombina. Otras fuentes, como las declaraciones de testigos y la consulta de dos centenares largos de autores (Tomás de Herrera, Ramos Gavilán, Buenaventura de Salinas, León Pinelo, etc.), le sirvieron para orientarse en la búsqueda de la verdad y la objetividad.
Con el material documental acumulado inició en 1630 la redacción de su Crónica moralizada de los agustinos del Perú, cuyo primer tomo estaba ya preparado para su impresión en 1633, según las aprobaciones de Lucas Mendoza y Fernando de Valverde, fechadas en Lima, a 11 de mayo de 1633, y por la licencia del provincial, Pedro de Torres (12 de mayo de 1633), si bien el libro no será publicado en Lima por diferentes motivos, además del económico. Los agustinos de la Corona de Aragón aceptaron la impresión el 11 de diciembre de 1637, siendo provincial Agustín de Osorio. Los primeros ejemplares del primer tomo salieron editados en el año 1638, en la ciudad de Barcelona, imprenta de Pedro Lacavallería; el resto de ejemplares aparecieron al año siguiente. El propio Calancha contribuyó económicamente en la edición de este primer tomo, enviando el 10 de mayo de 1635, por mediación del mercader Pedro de Saldías, desde Lima a Cádiz, vía Panamá y Portobelo, la cantidad de 1.086 pesos en efectivo, para entregarlos, una vez deducidos los gastos, al agustino Pedro del Campo. Su destino era la «impresión de un libro intitulado La corónica de San Agustín del Perú». De esta obra, primer tomo, existen dos traducciones compendiadas, una en latín y otra en francés.
El segundo tomo, tras las pertinentes aprobaciones, fue impreso en Lima (1653), bajo la dirección del propio Calancha. Aunque el plan de la obra era de cinco libros, tan solo aparecieron el primero, con la historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Copacabana; la mayor parte del segundo libro, en el que reanuda la crónica de la provincia de Perú con la descripción de la entrada de los agustinos en Chile, la fundación del convento de Callao, las biografías de algunos agustinos más distinguidos, las guerras de los españoles y araucanos desde 1599 a 1602, dejando incompleto el capítulo décimo; y, por temor a faltarle tiempo vital no empezó el tercero y cuarto libro, pero sí el quinto, donde narra la historia del santuario de Nuestra Señora del Prado, de la ciudad de Lima. Aquí vivieron dos religiosas agustinas hermanas de Calancha, María y Luisa. La narración de las glorias del santuario mariano de Copacabana está basada en la historia escrita anteriormente por el agustino Alonso Ramos Gavilán, y recogida en el libro Historia del célebre santuario de Nuestra Señora de Copacavana y sus milagros, e invención de la Cruz de Carabuco (1621). A Calancha pertenece la extensa relación de milagros obrados por intercesión de la imagen. El polígrafo Menéndez Pelayo sostiene que Calderón se inspiró en Calancha para su comedia La Aurora de Copacavana, escrita probablemente después de 1653, en donde América se convierte en una realidad literaria con un halo profundamente caballeresco y romántico, confluyendo en los hechos milagrosos y los portentos realizados por la Virgen de Copacabana, que como Aurora de Dios, preanuncia una nueva era para los pueblos americanos.
Sobre el método y finalidad de la obra el mismo Calancha lo apunta en la cuarta advertencia del «Prólogo al lector». La finalidad de Crónica moralizada es doble: «El primero querer introducir quanto en este Reyno á sucedido desde años antes de conquistado, para que quien leyere este tomo, sepa por mayor quanto en lo temporal (así en conquistas, como en fundaciones) sucedió en esta Monarquía, i en lo espiritual quanto á sucedido en estas Indias: i el segundo, porque moralizando con lugares de la Escritura, con dichos de Santos, i con sentencias de filósofos los acontecimientos, las virtudes, o los vicios, pondere el libro lo que no se á de parar a ponderar el lector; i porque si disgustare esto al que solo quiere la historia desnuda, i los sucesos descalços, agrade al que aborrece historias i desea dichos de santos, i lugares de Escritura, i con esta traça leerán los humanistas lo que apetecen, i los eclesiáticos lo que desea, i unos i otros las acciones i vidas de mis religiosos, quiçá llamará lo ageno a que se lea el principal asunto. Yo escrivo para que aprovechen las ánimas, i no para entretener ociosos».
En cuanto a la disposición interna de la crónica, ésta se encuentra distribuida en libros y éstos en capítulos, regulados por el criterio de la extensión, de forma que cada libro contiene un similar número de capítulos y aproximado espacio entre sí. El nervio cronológico de la obra lo constituyen los capítulos provinciales, y dentro de la estructura cronológica en cuanto relacionados con la historia de la provincia del Perú, va ofreciendo las fundaciones de conventos y biografías de religiosos más sobresalientes fallecidos entre un capítulo provincial y el siguiente. De los aspectos que trascienden el marco de la historia de la provincia figuran varios documentos trascritos literalmente, la exposición de las teogonías y creencias prehispánicas, el relato de las guerras civiles del Perú y la rebelión de Titu Cusi Yupanqui, en la que tomaron parte activa los agustinos. El fin moralizante propio de la Crónica de Calancha representa más que un simple recurso, una apelación a una realidad objetivable, viva y dinámica, que es a un mismo tiempo elogio de los hechos del pasado, invitación a seguir por ese camino en el presente, y ejemplo a imitar por las generaciones venideras.
El discurso histórico de Calancha está salpicado de constantes incursiones a la historia sagrada y profana, a la mitología y a autores clásicos, situándose en la misma línea de las obras escritas en el siglo XVII en Cartagena de Indias, como por ejemplo en las obras de Juan de Cueto y Mena, o en los sermones del obispo Gaspar de Villarroel. La Crónica de Calancha comprende desde los inicios de la evangelización hasta el año 1594, con el gobierno del provincial Alonso Pacheco, elegido en el capítulo celebrado en Lima el 21 de julio del citado año 1594.
Sorprendido por la muerte el 1 de mayo de 1654, dejó inconclusa su obra, que continuó el vallisoletano Bernardo Torres, quien la publicó bajo el título Crónica del Orden de los ermitaños de San Agustín nuestro Padre. Aquí se encuentran recogidos los acontecimientos sucedidos desde 1594 hasta mayo de 1657. Posteriormente la crónica de la provincia de Nuestra Señora de Gracia fue retomada por Juan Teodoro Vázquez, cuyo manuscrito estuvo inédito hasta 1991, cuando fue editado por Teófilo Aparicio. La crónica de Vázquez abarca los años de 1657 a 1721.
Calancha, además de ser uno de los mejores y más conocidos cronistas peruanos, su obra, en líneas generales, pasa por ser la primera de las crónicas de los agustinos del Perú, a la par que única y ejemplar en cuanto a contenido, método y proyección cultural. Son varios los autores que han estudiado la Crónica de Calancha desde diferentes perspectivas: como testimonio documental, fuente etnográfica y reflejo del espíritu barroco en cuanto movimiento ideológico y estético, etc. Existe una desigual valoración de la crítica historiográfica referente a la Crónica agustiniana de Calancha. Así, por ejemplo, según Pupo-Walter, el grueso caudal de narraciones, interpoladas por Calancha en su Crónica moralizada, propio de la historiografía indiana tardía de los siglos XVII y XVIII, es una anticipación de la ficción hispanoamericana. «Pocas crónicas monásticas, escribió Menéndez Pelayo, hay tan importantes para la historia de las costumbres coloniales y de los ritos y supersticiones de los indígenas, como la de Calancha. Su lectura atrae y entretiene muchas veces, a pesar de la estupenda credulidad milagrera y de su estilo barroco e intemperante. Tenía todos los vicios de la decadencia literaria; pero no le faltaba imaginación pintoresca, que en ocasiones le sugiriese frases felices». Además, para Menéndez Palayo, el agustino Calancha es el autor principal en el período colonial del alto Perú. Otros críticos han resaltado el valor de la obra de Calancha, en cuanto anticipación a otras, como a la escrita por el franciscano Diego de Córdoba y Salinas, pero también a la realizada por el dominico Juan Meléndez, al apoyarse en los aspectos espaciales, temporales, vivenciales y literarios de su creación. En Calancha predominan las peculiaridades de la inmediatez a los acontecimientos que relata, la proximidad a los lugares en que ocurren los hechos, la pasión con que describe los sucesos o las vidas de las personas. La amplitud y riqueza de contenido, en opinión de Borges Morán, siempre presentes en la Crónica moralizada de Calancha, le encumbran al primer lugar de los grandes cronistas peruanos de las órdenes religiosas de América. Por su parte, McCormack y Campos, valoran la presencia del concepto agustiniano de la historia en la narración global de la Crónica, al ensamblarse y converger todos los aconteceres de forma armónica, que, una vez ordenados, van adquiriendo explicación y sentido en el conjunto de aconteceres terrenales. El factor providencialista está presente en Calancha, pues mira la historia de la humanidad desde Dios, cuya sucesión de hechos son ejemplo de provecho espiritual para los lectores. Díaz-Plaja, por su parte, descubre en Calancha un estilo «culterano y bachilleresco, rara vez pulido [...] se complacía en discretos juegos de palabras, tan identificados con el conceptismo». La crítica más acerada a Calancha se encuentra en Riva Agüero, al sostener que la crónica moralizada es un conjunto enciclopédico de saberes, confusamente ordenados y exageradamente expuestos, consecuencia de la excesiva información y desafortunada exposición con sabor monástico. El mismo autor califica la vida conventual del Perú de estéril, pasiva, laxa, supersticiosa y cerrada. Este modelo explicativo ideado por Riva Agüero ha sido tachado por Campos de «excesivamente riguroso y parcial».
Como laguna o deficiencia en la Crónica de Calancha se encuentra el haber restringido únicamente la narración de la labor evangelizadora al momento inicial, lo que impide el conocimiento de la ulterior proyección exterior de la Orden Agustiniana. No obstante, una idea aproximada puede hacerse el lector a través de las numerosas biografías que inserta el mismo Calancha a lo largo de su Crónica moralizada. En esta perspectiva, la crónica se hace historia, y toda historia contiene a su vez historia ético-moral, dado que toda historia verdadera encierra en sí misma algo de ejemplarizante como valor fundamental, donde la persona, el grupo y las instituciones modelan el talante y mentalidad de quien se acerca a ellas a través de las páginas relativas a sus antepasados.
Aunque la Crónica de Calancha no se presenta como un tratado que contenga principios teóricos de la justificación de la conquista y métodos de la colonización, tampoco evita el darnos a conocer su pensamiento a este respecto. En varias páginas se encuentran nítidas manifestaciones de su defensa del indio y la indianidad. Rechaza la codicia de los españoles y las injusticias que cometen; ampara a los que sufren un trato inhumano y viven situaciones de penuria y desamparo. El indio, por aquel entonces, no era nadie, no tenía nada, aunque la ley estuviese de su parte y la Iglesia lo defendiera desde su proyecto de evangelización. «El cautivo entre moros, escribe Calancha, sólo un amo tiene, i cada indio siendo libre tiene dos mil amos, no para que los curen, sino para que los manden; no para vestirlos, sino para desnudarlos.»
Obras de ~: “Décima”, en A. Ramos Gavilán, Historia del célebre Santuario de Nuestra Señora de Copacabana, Lima, 1621; Historia de la Universidad de San Marcos hasta el 15 de julio de 1647, ed. de Eguiguren, Lima, 1921 [ed. con introd., selecc., notas y bibl., de J. E. Morón Orellana, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1995]; “Al Obispo de Arequipa, 29 de agosto de 1628”, en P. de Perea, Copia de la carta que el Obispo de Arequipa escribió al Rey Felipe IV, Lima, 1629; De Inmaculatae Virginis Conceptionis certitudin, Lima, 1629; Corónica moralizada del Orden de San Agustín en el Perú, Barcelona, Imprenta Pedro Lacavallería, 1638-1639 [trad. lat., Amberes, 1651-1652; trad. fr., Tolosa, 1653; con el tít. Corónica moralizada de la Provincia del Perú del Orden de San Agustín nuestro Padre, vol. II, Lima, Imprenta de Jorge López de Herrera, 1653; “Aprobación. Lima, 25 de abril de 1639”, en B. Venavides y de la Cerda, Sermón en la dedicación del templo de San Pablo, Lima, 1639; Informe al Virrey del Perú sobre los castores que se caçan, desde Callao a Chile, manifestando que son los verdaderos, i renta que puede sacar de ellos su Magestad, Lima, 1642; “Censura. Lima, 3 de marzo de 1648”, en J. de los Ríos, Acción de gracias, prevención de penitencias y enmienda de culpas, Lima, 1648; “Geroglíficos”, en P. Álvarez de Faria, Relación de los funerales exequias que hizo el Tribunal de la Inquisición al Príncipe don Baltasar Carlos, Lima, 1648; “Aprobación. Lima, 20 de febrero de 1649”, en F. de Valverde, Sermón fúnebre en la pompa aniversaria, Lima, 1649; “Aprobación, a 6 de junio de 1649”, en D. Pérez Gallego, Recuerdo para escrivanos, Lima, 1649; “Censura, 12 de diciembre de 1650”, en J. del Álamo, Sermón predicado el tercer día en la tarde de la solemne fiesta de nuestro Padre San Agustín, que su insigne convento de Lima le celebra, Lima, 1650; con B. Torres, Crónicas agustinianas del Perú, s. l., 1657 [ed., introd. y notas por M. Merino, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, 2 vols.;]; Compendio del origen de la esclarecida y milagrosa imagen de N. S. de Copacabana patrona del Perú, sacada de la historia que compuso el R. P. M. Fr. Antonio de la Calancha, de la Orden de San Agustín, ed. de Gabriel Pinedo, Madrid, Imprenta de Pablo del Val, 1663; Sumario de las cosas notables tocantes a religión y de los varones ilustres de la Provincia del Perú del Orden de los Ermitaños de N. P. S. Agustín, dirigido al Ilustrísimo y Reverendísimo don fray Alejo de Meneses, Arzobispo de Braga, Primado de las Españas, y del Consejo de S. Majestad, s. l., s. f. [ed. en I. Monasterio, Recuerdo de la inauguración del templo de San Agustín de Lima, Lima, 1908, págs. 254-278]; Crónica moralizada. Páginas selectas, s. l., s. f. [en ed. La Paz (Bolivia), Imprenta Artística, 1939]; Crónica moralizada, s. l., s. f. [en ed., transcr., est. crítico, notas e índices de I. Prado Pastor, Lima, Imprenta de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1974-1982, 6 vols.]; Relación, dispuesta por cédula del Rey Felipe Quarto de la Real Universidad de Lima, s. l., s. f. (inéd.).
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Rafael Lazcano González