Cobo de Peralta, Bernabé. Lopera (Jaén), 1580 – Lima (Perú), 9.X.1657. Jesuita (SI), naturalista y cronista.
Hijo de Juan Cobo y de Catalina de Peralta, según su partida de bautismo, encontrada por Vásquez de la Torre, en la que, si bien no se señala la fecha de nacimiento, consta el año en que se bautizó. Su familia la componían cinco hermanos más y estaba bien considerada por cuanto tenía antecedentes de “hidalguía”.
El 23 de febrero de 1596, a los dieciséis años, se embarcó en Sanlúcar con destino a las Indias, en búsqueda de fortuna y atraído por las cosas que se decían del Nuevo Mundo. Eran cerca de mil quinientas personas, entre las que había muchas mujeres. En 1597 navegaba de Cartagena a Puerto Belo, luego estuvo en Nicaragua, en el Caribe, después pasó a Panamá, puerta del Perú. En esas circunstancias conoció al padre Esteban Páez, de la Compañía de Jesús, quien lo introdujo hacia 1599en el curso de Humanidades del colegio San Martín de Lima. En 1601 ingresó en el noviciado hasta 1609, año en que se trasladó al Cuzco donde vivió hasta 1613. Estuvo en Juli y Tiwanacu, admiró el Lago Titicaca, aprendió las lenguas indígenas de la región: el quechua y el aimara; entre 1617- 1618 pasó a Oruro, visitó las famosas minas de Berenguela, estuvo en Cochabamba, Potosí y Chuquisaca.
Hacia 1629 se desplazó a México y Centroamérica y allí permaneció hasta 1642, cuando regresó al Perú.
Sin duda alguna, en México estructuró su obra La Historia del Nuevo Mundo. En 1642, cuando tenía sesenta y dos años, retornó al Perú, donde retocó y mejoró su obra, para culminarla el 7 de julio de 1653.
Murió en Lima en el año 1657 a los setenta y siete años de edad.
La Historia del Nuevo Mundo es una obra laboriosa y extrañamente bien escrita. Sin galanura, transmite clara y ordenadamente un mundo natural, atractivo y novedoso. Es objetivo, preciso y vivencial. Cobo era un narrador intuitivo y curioso.
Residió en las Indias cincuenta y siete años y trabajó arduamente en su obra, que estuvo estimulada por la “diversidad de opiniones que ha hallado en el Nuevo Mundo, el deseo de inquirir y apurar la verdad”. Sus fuentes de información se basaron sobre todo en las indagaciones personales, papeles antiguos, obras de los cronistas y muchos archivos. Según manifiesta, su trabajo va repartido en tres partes: la primera, referida a la naturaleza y cualidades del Nuevo Mundo, en catorce libros. La segunda trata del descubrimiento y pacificación de las primeras provincias, en quince libros. La tercera parte, en catorce libros, se ocupa de México. De la obra sólo se conoce la primera parte y una porción de la segunda, en la cual está inserta la fundación de Lima. Las noticias de México (de la tercera parte) se encuentran intercaladas en toda la obra como simples comentarios.
El manuscrito de esta obra fue encontrado al terminar el siglo xviii por el bibliógrafo Juan Bautista Muñoz en Sevilla, lo hizo copiar y se encuentra esta copia en la Biblioteca Nacional de Madrid. El botánico Antonio José Cavanilles publicó parte de la obra de Cobo con el nombre de Descripción del reino del Perú, en los Anales de Ciencias Naturales de 1804; también Jiménez de la Espada, en sus Relaciones Geográficas, publicó algunos capítulos.
Manuel González de la Rosa publicó La Fundación de Lima en 1882; en 1935 volvió a publicarse esta obra con motivo del IV Centenario de la Fundación de dicha ciudad. Según Mateos, esta edición es mala por provenir de una copia defectuosa.
Entre 1890 y 1893, Jiménez de la Espada editó en Sevilla la Historia del Nuevo Mundo en cuatro tomos.
La Biblioteca de Autores Españoles, con erudito prólogo del padre Francisco Mateos, publicó (Madrid, 1956) la obra de Cobo, conservando las notas que puso Jiménez de la Espada en la edición de 1890- 1893. Reproduce catorce libros de la primera parte y tres libros de la Fundación de Lima que han sido tomados de la edición de 1935.
Comienza el cronista por hablar de cuestiones cosmográficas del universo, llamado cielo y también mundo, su figura es esférica, “una bola perfectamente redonda”; de grandeza incomparable e inmensa, por lo que se debe ir por partes “tanteándola” para descubrir el orden y “subordinación que giraban entre si todas las cosas”. Su creación está en el Génesis y los textos sagrados. Dios hizo esta obra sistemáticamente “el primer día el cielo, la tierra y el agua”, y así sucesivamente.
Cuando se hizo las especies animales y vegetales había que considerar la diversidad de temples “no sólo las que son de distintos géneros sino también las de una misma casta”, por eso en unas regiones son de una manera y en otras distintas. Habla de los climas, los cielos, las estrellas, el fuego, el aire y los vientos de las Indias.
Divide la tierra en Europa, Asia y África, e incorpora América. Europa es la noble y abundante, donde España “por ser mi patria” ocupa una descripción detalladas; luego se refiere a Asia y África.
Entra en América que también se llaman Islas Occidentales, Indias Occidentales y Nuevo Mundo. Se detiene a explicar por qué la zona tórrida (el trópico antiguo que se consideraba imposible para la vida) es habitable.
El reino del Perú corre desde Quito hasta Charcas, en él hay zonas calientes: “Yuncas” (Yungas), donde los animales y plantas importados de España se han reproducido muy bien. La sierra peruana comienza en Quito con la Cordillera hasta Charcas “en cuyos términos tiene mayor latitud”. Cuenta su viaje, con un alemán, desde Oruro a Cochabamba donde “se habían helado los orines en una bacinica”. En el Collao, sin embargo, hay grandes llanadas, valles y laderas, donde está Chuquiago (La Paz). Describe los volcanes y relata los terremotos del Perú y Chile.
Describe las azufreras, la sal, el salitre, el alumbre, los tipos de barro, greda, arenas, piedras, pedernales, cal, yeso, mármoles. Dice que en La Paz se sacaba un género de “mármol tan excelente” que un cantero que trabajó en El Escorial, en España, le informó de que allí no se gastó “tan precioso mármol como éste”, “blanco como una nieve, recio y casi transparente”; “yo vi —dice Cobo— en la ciudad de Chuquiabo, el año 1610, labrado de este mármol un pilar de una fuente... la penetraba de noche la luz de una vela (con ella) se leía muy bien una carta".
En Charcas, provincia de Atacama, había jaspe, en los Lípez “Coravari”, empleado por los pintores por su gracioso verde. Pasa a describir los minerales de Charcas y de Potosí, su descubrimiento; el oro, la plata y el dificultoso trabajo de las minas, las funciones, el azogue en este capítulo hace mención de su residencia en Oruro en 1618, el cobre, el hierro, el estaño y el plomo.
En los Libros Cuarto y Quinto se refiere al reino vegetal. Hace notar que las frutas tienen diferentes nombres en varias regiones, lo que producía gran confusión, como confusión traía el nombre de La Paz que también era Chuquiabo y Pueblo Nuevo. Se refiere a la falta de trigo en América y a los beneficios del maíz, la quinua y el chian con los cuales se hacía pan, chicha, tortillas, tamales, almidón, cuzcuz o frangollo. La chicha se hacía de maíz, de quinua, del fruto del molle, de pinas, de maguez; explica la elaboración de chicha de maíz, mascando la harina en la boca para obtener una masa que producía cierto asco.
Cobo también hace observaciones lingüísticas.
Informa sobre la quinua, el chian, la yuca, la batata, la achira, la racacha, el maní, las papas (de donde se obtenía el chuño), las ocas, el ají, los tomates, las judías o frijoles, la calabaza, el zapallo.
Las flores merecen su atención y también el tabaco originario de esta tierra; la ortiga o tapallu, la auquilagua de Cochabamba que servía para curar algunas enfermedades, la zarzaparrilla, el algodón, la tuna, el tumbo, el maguey del que se hacía cáñamo de la tierra.
Capítulo especial merece la coca: se refiere a las plantas y sostiene que “a los plebeyos” —época anterior— les era prohibido el uso de ella sin licencia de los gobernadores. Cuando “acabó el señoría de los reyes Incas y con él la prohibición... se entregó a ella con tanto exceso, que viendo los españoles el gran consumo que había de esta mercadería, plantaron muchas más chacras de las que antes había”.
Aparte de relatar el negocio de la coca, especialmente en Potosí, señala sus cualidades, dice que emblanquece los dientes y que mascó coca para sus dolores de muelas, pero claro está, quitaba la sed, el hambre, el cansancio y engañaba al indio trabajador.
Se refiere también a la yareta, un combustible que ha desaparecido de Bolivia, pero fue conocido hasta hace algunos años.
El Libro Sexto habla de los árboles, la papaya; la chirimoya, las paltas, guayabas, ciruelas, las manzanas de la tierra, el cacao originario de América, la palma motaqui de Santa Cruz de la Sierra, el molle, el chaucha con licor recinoso, la quinaquina de los charcas, el cedro, el palo de balsa.
En el Libro Séptimo se ocupa de los peces y de otros animales, como los batracios, iguanas, tortugas, caimanes, retorna a las sardinas y anchovetas, pejerreyes, truchas, bonitos, salmonados, tiburones y otros.
En el Libro Octavo da noticias de las aves, los halcones enviados a España, las palomas, torcaces, alcamaris, piqueros; del cóndor dice que es un ave carnicera como el buitre; describe pájaros, gorriones, el pájaro azul, los cardenales y los insectos: moscas, mariposas, escarabajos, langostas, cigarras, arañas, en fin, Cobo se muestra un observador extraordinario, sus noticias valen por un repertorio moderno de plantas y animales del Nuevo Mundo, sus comentarios son atinados, sus comparaciones útiles, los nombres quechuas y aimaras que transmite permiten al lector saber el origen de cada especie, así dice que el quinquinchu es “un animal de extraña y maravilloso hechura”, se refiere a su naturaleza con tal cabalidad que parece que se estuviera contemplando a este raro animal del altiplano boliviano.
La llama es —dice— el más útil animal que se halló en estas Indias; su descripción también es muy sagaz y se observa que comió su carne, aunque no lo diga; los guanacos, las vicuñas, merecen su interés y observaciones.
En el Libro Décimo se pregunta sobre la proliferación de especies traídas de España, y da noticias históricas sobre lo que aportó Colón, los caballos que se reprodujeron fácilmente; cuenta el impacto de los caballos de Pizarro, se refiere a las vacas que adoptaron los indios y da noticias de cómo entraron a Bolivia; asnos, cerdos (los había monteses) traídos en 1531 por Pizarro, las ovejas adaptadas al altiplano, las cabras depredadoras que proliferaron fácilmente, los conejos, los perros, los gatos, las gallinas de las que explica la confusión con huallpa y la anécdota de Atawallpa para denigrarlo.
Retorna luego a las plantas y habla de la vid y su adaptación, el olivo, los dátiles, granadas, membrillos, de los que apunta que son mejores en estas tierras que en España, las manzanas, duraznos, naranjas, limones, peras, ciruelas; del plátano dice que se trajo del África y el tamarindo, del Asia.
En el Libro Undécimo, Cobo comienza a informar sobre el hombre americano. “No tuvieron los indios nombre general que comprendiese a todos los naturales de la América” como los africanos o asiáticos, cada región tenía sus nombres y se refiere a los charchas, chichas, collas, etc. Los españoles los nombran de tres formas: indios, naturales y américos. El color de los indios “es algo moreno”; los escritores dicen: “loro, aceitunado, leonado, bazo”. Da a entender que los españoles en la altura variaban, su color “más o menos colorado” y en los Yuncas perdía los buenos colores y “se pone tal que parece estar enfermo”. El tamaño de los indios variaba según la región, los encontró “altos en Tucumán y Paraguay”. Todos tienen ojos negros, no los había de ojos verdes o azules; el cabello muy negro, grueso y liso, encanece muy poco y tarde; eran lampiños. Los indios —dice— son flemáticos, blandos, sus carnes son blandas, son tardos y espaciosos, pero tienen una paciencia incansable. Distingue la cultura de los indios según las regiones. No conocen “el resplandor y hermosura de la castidad”, la virginidad era ofensiva. El indio tomaba mujer valorando sus bienes y si era hacendosa, por ello se amancebaban en prueba. Pensaban que todas descendían de un solo linaje o cepa, a pesar de la diversidad de lenguas. Los distinguió en bárbaros nómadas, bárbaros en comunidad y organizados en repúblicas, estos últimos existían en México, Bogotá y Perú.
En sus descripciones comete algunos errores, dice que Santa Cruz de la Sierra se llamó así por devoción a la Santa Cruz y no por el pueblo de Santa Cruz de la Sierra que existe en Extremadura.
Cobo hace una larga exposición sobre el origen de los indios, descarta su origen judío (sugerido por un cronista) y en esto sigue a Acosta para aceptar la migración.
Sobre el indio boliviano y peruano se refiere a las pasadas civilizaciones y no penetra en su antigüedad y origen. Los inkas comenzaron a señorear hace unos cuatrocientos años, dice. Para descifrar el origen de los inkas muestra preferencia a las indagaciones con gente entendida, o sea, a los quipocamayos que manejaron información mediante los quipos. Declara que conoció la averiguación de Toledo, Ondegardo y Acosta, pero también se valió de sus propias indagaciones.
Comienza por aceptar que el primer inka fue Manco Cápac y prosigue con la relación de once reyes hasta Huayna Capac, éste visitó el Collasuyo dos veces, estuvo en Tiwanacu, combatió a los chiriguanos, entró a Cochabamba, reparó la fortaleza en Pocona. En Tumibamba supo la llegada de los españoles a la costa de Tumbez, “andaban —dice— por mar en unas casas grandes— y la noticia le dio temor y melancolía. El inka murió de viruelas”. Cuenta las desavenencias de Huáscar con Atawallpa, la muerte de ambos y la destrucción del Imperio. Nos da noticia de la nobleza inka, de los hijos de Huayna Capac y la rebelión de Manco Inka y sus consecuencias.
Tiene un capítulo especial referido a los mitmaes (mitmac) o gente trasladada a otros lugares y reemplazada por otras familias también desplazadas. Cobo pensaba que era una forma de apaciguar las tierras conquistadas. Sin embargo, Cobo señala la sabiduría administrativa: no trasladaban gente a un hábitat de "temple contrario" y buscaban el equilibrio poblacional velando por los adecuados mantenimientos.
Cobo se ocupó de estudiar la distribución de tierra, los tributos, los depósitos, los caminos inkas, los tambos y mensajeros o chasquis. Los sacrificios humanos los señala claramente y el sistema de sujeción y dominio que había adquirido la monarquía vertical inca.
Los quipus sirvieron para “contar su año y medir el tiempo” que lo hacían por el movimiento del sol y la luna, pero no sabían medir el día, las horas, no conocieron ningún tipo de reloj y se regían por el movimiento solar. Los quipucamayos “eran como entre nosotros los historiadores, escribanos y contadores, a los cuales se les daba entero crédito”.
Habla de las idolatrías y dioses de toda clase, de sus ritos y sacrificios, algunos de los cuales resalta, como el de matar a los propios hijos. Reconocían la inmortalidad del alma “y que en el hombre hay más de lo que se ve con los ojos”, “el bueno tiene gloria y el malo pena”. Describe los adoratorios, templos, guacas por regiones, Coricancha, Pachamama, Copacabana en Bolivia y Tiwanaco que era —según el— adoratorio universal, su nombre antiguo fue Taypicala (aimará) que es “la piedra de en medio”. Se admiró de las enormes piedras de Tiwanacu y pensaba en muchas conjeturas por la falta de memoria de los indios.
La relación de Tiwanacu es, sin duda, de lo mejor que produjeron los cronistas.
Por supuesto que en el lugar estuvo por lo menos dos veces: “después que pasé yo la primera vez el año 1610 por estos edificios”, dice.
Los inkas tienen en Cobo un historiador de gran importancia por su objetividad, sus observaciones, su cautela y ecuanimidad. Dice que la lengua quichua (quechua) “es fácil de aprender, de dulce y suave pronunciación y en que se explican con gran sentimiento los afectos del alma”.
La prosa de Cobo es llana, fluida y agradable; su trabajo fue trazado poco a poco, con toda paciencia.
Obras de ~: Historia del Nuevo Mundo [A. J. Cavanilles (ed.), “Descripción del reino del Perú”, en Anales de Ciencias Naturales (Madrid, Imprenta Real), 1804]; M. Jiménez de la Espada Relaciones Geográficas de Indias, vol. I, Madrid, Ministerio de Fomento-Tipografía de Manuel G. Hernández, 1881, apéndice; Historia de la fundación de Lima, con una biografía del autor y algunas notas por de M. González de la Rosa, Lima, Liberal, 1882; Historia del Nuevo Mundo, con notas y otras ilustraciones de M. Jiménez de la Espada, Sevilla, Imprenta de E. Rasco, 1890-1895, 4 vols.; Monografías históricas sobre la ciudad de Lima, Lima, Perú, Librería e Imprenta Gil, 1935, 2 vols.; pról. de F. Mateos, Madrid, Atlas, 1956, 2 vols., Biblioteca de Autores Españoles, 92)].
Bibl.: V. Abecia Baldivieso, Historiografía Boliviana, Cronistas y Virreyes, t. I, La Paz, Universo, 1991.
Valentín Abecia Baldivieso