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Juan de Borja Enríquez

Biografía

Borja Enríquez, Juan de. Duque de Gandía (III). Gandía (Valencia), 10.XI.1494 – 9.I.1543. Noble.

Del hijo primogénito de Juan de Borja y María Enríquez se pueden precisar sus coordenadas biográficas con el máximo detalle, pues consta que nació en Gandía, el 10 de noviembre de 1494, a las tres de la mañana exactamente, y que murió, ahí mismo, el 9 de enero de 1543 a las nueve de la noche.

Tras la brillante gestión de su madre al frente del ducado, el III duque de Gandía heredaba unos dominios sensiblemente ampliados en tierras valencianas —ahora ya sin las posesiones italianas que habían pertenecido a su padre—, a las que él sólo añadiría en 1523 la baronía de Navarrés. Este nuevo estado, empero, no lo incluiría en el mayorazgo instituido de la casa ducal, sino en la herencia de los hijos con su segunda esposa y, así, acabó en manos de Pedro Luis Galcerán —el último maestre de Montesa y virrey de Cataluña—, con quien la baronía se elevó a marquesado.

Habida cuenta de que Juan de Borja apenas si tuvo tiempo de tratar a su padre, el II duque, es evidente que hubo de ser María Enríquez quien también se encargara de la educación de su hijo y fue ella, por tanto —mujer de una religiosidad franciscana ya antes de ingresar en el convento—, quien buscó como preceptor de su heredero al erasmista García Matamoros y consiguió que durante varios años le diera clase el insigne humanista Juan Andrés Strany, catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Valencia y rector de la misma en dos ocasiones (1517 y 1521), que fue además quien puso a Juan de Borja en contacto con Juan Luis Vives, como explícitamente reconoce éste en el prólogo de su De oficio mariti (1528), dedicado al III duque de Gandía. Aquí mismo, en la loa de la dedicatoria, Vives incluye entre los motivos para felicitar a Borja la escuela de Gramática que —asegura ahí el humanista— había fundado el duque en su ciudad natal.

La amistad con Juan Luis Vives no debe sorprender, habida cuenta de que aquella esmerada formación inicial que Borja recibió la siguió cultivando él con la inestimable ayuda —conviene precisarlo— de quienes fueran sus dos esposas, de modo que el III duque de Gandía acabó siendo uno de los más destacados erasmistas de la nobleza valenciana de su tiempo, si no el primero de todos, y ajustado paradigma del nuevo hombre renacentista que procuraba aplicar a su modo de vida la máxima horaciana del carpe diem.

Porque si los hagiógrafos de su hijo, el santo, alaban la piedad del III duque de Gandía, en especial su devoción al Santísimo Sacramento y la práctica de la caridad cristiana, de lo que sí existen testimonios fehacientes es de su gusto por determinados placeres mundanos, comenzando por una proverbial afición a la buena mesa (o, al menos, al copioso yantar) hasta el punto de que, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo (quien aseguraba haberlo conocido personalmente), “este sólo vizio o enfermedad, mejor diziendo, tenía el Duque”; poseía, asimismo, una cuadra tan prestigiosa que la aristocracia valenciana, y aún de fuera del reino, comenzando por el virrey duque de Calabria le solicitaban caballos cuando necesitaban quedar bien en sus justas y torneos.

Pero el duque no se limitaba a satisfacer este tipo de placeres materiales. Disponía también de una de las mejores bibliotecas de la Valencia de su tiempo, con doscientos volúmenes en total, que además él sí había manejado y en donde el autor más repetido (con veintisiete títulos) era significativamente Erasmo; según el inventario post mórtem de donde proceden estas noticias, contaba también con cuatro nebrijas y varias obras en latín, pero sólo se aprecia en valenciano una biografía de san Francisco de Asís y, sin embargo, no faltaba la traducción al castellano de la obra de Ausiàs March, que publicó en Valencia (1539) Baltasar de Romaní con el elocuente título Las obras del famosíssimo philósopho y poeta mossén Osiás Marco, cavallero valenciano de nación catalán. Juan de Borja fue, en fin, protector del canónigo gandiense Bernardo Pérez de Chinchón, el mayor traductor de Erasmo en el quinientos, y en su corte ducal se respiró un ambiente de libertad y tolerancia intelectual en el que, en efecto, se hacía posible la creación de comedias humanísticas de amoríos, no todos legales y de tono elevado, como las denominadas Thebayda, Hipólita y Serafina, que estaban dedicadas al duque y que, desde luego, serían impensables en la Gandía de su hijo y sucesor.

No cabe duda de que una de las mayores preocupaciones del duque durante los más de treinta años que estuvo al frente de sus estados fue la constante amenaza de las incursiones de piratas berberiscos.

Con todo, conviene no magnificar el asunto habida cuenta, en primer lugar, de que más de la mitad de los vasallos de los Borja en la Huerta de Gandía siguieron siendo musulmanes hasta la expulsión de los moriscos en 1609, y ello pese a que los mudéjares habían sido progresivamente apartados de la llanura litoral a lo largo de todo el reino, con la única excepción de este territorio precisamente; aun así, no hay constancia de motín, algarada ni, menos aún, conspiración alguna con piratas ni turcos por parte de los vasallos de los Borja que le rezaban a Alá. En segundo lugar, y a mayor abundamiento, no se puede obviar tampoco la evidencia de que la costa llana y arenosa de Gandía y su comarca no resultara la más propicia para ningún tipo de desembarco (pirático ni comercial) y, en consecuencia, el riesgo era aquí muchísimo menor que en otros puntos del litoral, incluso cercanos, como pueda ser Cullera mismo (donde la desembocadura del Júcar facilita mucho el acceso a la ciudad desde el mar, remontando el río) o la costa acantilada de la comarca alicantina de la Marina, al sur de Gandía. Los “peligros de moros” fueron una amenaza verdadera, sin duda, pero no menos cierto resulta que otras muchas veces sirvieron de excusa perfecta al poder señorial para justificar determinadas medidas de intimidación y reafirmación de su autoridad.

En 1520 Juan de Borja se hallaba entre los veinticinco apellidos de toda la Monarquía —y sólo otros tres más de la Corona de Aragón— que recibieron de manos del Emperador el máximo título, recién creado, de Grande de España. Seguramente tan alta distinción acabó por reafirmar al duque de Gandía en su íntima convicción de que el lugar natural de la aristocracia era siempre lo más cercano posible al Rey (incluso físicamente, si fuera posible) y este principio elemental acabaría convertido en estrategia familiar característica de los duques de Gandía.

Juan de Borja, pues, no faltó al torneo de cañas celebrado en Valencia el jueves 14 de mayo de 1528 para honrar al Emperador, quien había llegado a Valencia el domingo anterior, día 3. La mala salud del duque, empero, le impidió acudir a la capital del reino en abril de 1531 para saludar de nuevo al Monarca, pero envió a su hijo Alonso (Francisco, el primogénito, ya estaba a la sazón en la Corte). La última vez que el duque estuvo con el Emperador en persona fue poco antes de la muerte de don Juan; Carlos I había llegado a Valencia el 4 de diciembre de 1542, lunes, y al día siguiente entró el príncipe Felipe; el miércoles envió el duque de Gandía un regalo para el duque de Camerino (yerno del Rey por su boda con una hija bastarda suya) que llamó la atención, pues eran setenta y dos acémilas cargadas de vituallas (entre las que se encontraban dos cerdos vivos y un toro con los cuernos dorados) y toda clase de dulces y confituras; el jueves, día 7, llegó el duque en persona, ya muy mayor (cuarenta y ocho años de entonces) y achacoso, para alojar en su palacio ni más ni menos que a Francisco de los Cobos, a Idiáquez (con quien mantenía una relación de amistad más estrecha), al propio cardenal Tavera o a Hernando de Rojas, Luis de Ávila, Enrique de Toledo y Alonso de Aragón, de modo que con razón pudo declarar después el propio duque que “no ha habido puertas cerradas para mí”.

Pero años antes de ese último encuentro, el 25 de julio de 1521 Juan de Borja y el conde de la vecina Oliva, Serafín de Centelles, compartían con el virrey de Valencia, Diego Hurtado de Mendoza, la estrepitosa derrota en la batalla del Vernissa (junto a Gandía) ante las tropas agermanadas de Vicente Peris.

Aunque algunos cronistas de la época y gran parte de la historiografía posterior han achacado la derrota a la deserción de los mercenarios manchegos (la mayoría eran de Requena) enrolados en el ejército real, no parece que esta traición pudiera resultar tan determinante, pues se produjo ya hacia el final de la batalla y cuando el fatal desenlace estaba próximo. El duque de Gandía y su vecino Centelles de Oliva habían visto con asombro cómo los agermanados bautizaban en masa, con escobas mojadas en las acequias, a sus vasallos musulmanes (mudéjares) para convertirlos en cristianos nuevos de moros, o moriscos, y no sólo no estaban dispuestos a tolerar semejante altercado en sus dominios, sino que ambos eran partidarios de acabar cuanto antes con la incómoda presencia en sus dominios de aquel ejército de revoltosos artesanos, sin esperar a la llegada de refuerzos, como defendía con insistencia el virrey de Valencia. Esta precipitación inicial se uniría luego, en el propio campo de batalla, a una estrategia mucho más adecuada de V. Peris, quien llevó el enfrentamiento a un lugar arbolado y con acequias, por el que la caballería real no se podía mover con soltura, y el resultado fue la derrota de la coalición señorial y el subsiguiente saqueo de Gandía y su palacio ducal por las huestes incontroladas de los artesanos.

El duque pudo huir hasta Denia en el barco que había aprestado al efecto por si acaso y, nada más dejar en lugares seguros a su familia, se dedicó a recabar apoyos por toda la Monarquía para acabar con la rebelión de los gremios y la mítica figura de El Encubierto, que se empeñaba en continuar la causa agermanada por su cuenta. En uno de estos combates en el campo de Játiva, durante marzo de 1522, el duque de Gandía fue herido en la cara, por lo que para algunos cronistas (Viciana y, por tanto, también Gaspar Escolano) fue una flecha y, según otras fuentes (como el libro de actas capitulares de Gandía, por ejemplo) sería, y parece mucho más lógico, la esquirla de una bala. Sea lo que fuere, aquel objeto extraño quedó alojado en la mandíbula del duque durante casi dos años, hasta que se desprendió espontáneamente, causando las lógicas molestias en un organismo que nunca gozó de buena salud, aunque ello no le impidió al duque el ser tremendamente prolífico.

Juan de Borja, en efecto, tuvo diecinueve hijos en total de sus dos matrimonios, más otro ilegítimo reconocido, Juan Cristóbal, con Catalina Díaz de Castellví, que fue caballero de San Juan de Jerusalén y en 1544 también de Santiago; estuvo destinado como militar en Flandes y en Alemania; en 1545 se casó con Ana Ribelles y después con Magdalena Muñoz; en la apertura del testamento de su padre representó a su hermanastro Francisco, el santo, a quien sus obligaciones como virrey de Cataluña lo retenían en Barcelona.

El 31 de enero de 1509 Fernando el Católico y María Enríquez firmaban las capitulaciones matrimoniales de Juan de Borja Enríquez con Juana de Aragón y Gurrea, hija del arzobispo de Zaragoza Alfonso de Aragón y de Ana Gurrea, Alfonso de Aragón era, a su vez, hijo bastardo del Rey Católico con Aldonza Roig. El primogénito de este primer matrimonio y heredero del ducado de Gandía sería Francisco, luego jesuita y santo, a quien le seguiría Alfonso; Luisa, ya en su tiempo conocida como la santa duquesa; María o sor María de la Cruz (1513-1569), Ana o sor Juana Evangelista (1514-1568) e Isabel o sor Juana Bautista (1515-1568), las tres monjas clarisas en Gandía y, finalmente, Enrique que fue comendador mayor de Montesa y el año antes de morir (1539) recibió el capelo cardenalicio.

Tras la muerte de Juana de Aragón, se firmaron en Fréscano (Zaragoza) las capitulaciones para el matrimonio de Juan de Borja con Francisca de Castro-Pinós (13 de marzo de 1523), quien como la anterior esposa también descendía de Aldonza Roig, pues su último amante fue Fernando el Católico y el anterior había sido Francisco de Castro-Pinós, VII conde de Évol y abuelo de Francisca. Ninguna de las dos mujeres del III duque de Gandía fueron ajenas a las inquietudes intelectuales de su esposo, pero sobre todo esta segunda, a quien Juan Luis Vives consideraba “mujer muy ilustre”.

Hijos de este segundo matrimonio fueron, por orden de nacimiento, Jerónimo, caballero de Santiago, quien debió morir muy joven; Rodrigo, que fue también caballero de Santiago y otro de los Borja a quien Paulo III concedió el capelo cardenalicio (20 de diciembre de 1536), si bien no llegó a ceñirlo, pues murió en Gandía (26 de junio de 1537) antes de haberlo recibido de manos del papa Farnese; Pedro Luis Galcerán, último maestre de Montesa, I marqués de Navarrés, gobernador de Orán y Mazalquivir y virrey de Cataluña desde 1590 hasta su muerte; Diego; Felipe Manuel, caballero de Montesa, sucedió a su hermano Pedro Luis Galcerán como gobernador de Orán (1571-1573) y murió ejerciendo este mismo cargo en Mesina; aunque fue soltero tuvo un hijo, Felipe Manuel, que también fue caballero de Montesa. En 1532 nació María, quien a los once años ingresó en Santa Clara de Gandía como sor María Gabriela; Leonor, que se casó con Miguel de Gurrea y de Moncada (señor de Gurrea); Ana, primero dama de la infanta Juana de Austria (princesa de Portugal) y que luego ingresó en las clarisas de Gandía como sor Juana de la Cruz, siendo abadesa de las Descalzas Reales de Madrid durante más de cuarenta años; Magdalena Clara nació hacia 1536-1537, se casó con Fernando de Próxita y de Milá (conde de Almenara y Aversa) y en 1492, tras la muerte de su hermano Pedro Luis Galcerán, heredó el marquesado de Navarrés.

En 1538 nació Margarita, esposa de Fadrique de Portugal (caballerizo mayor de la emperatriz Isabel y señor de Monóvar), cuya hija Ana se casaría en 1584 con Rodrigo de Silva y Mendoza, II duque de Pastrana como hijo que era de la princesa de Éboli. De la siguiente, Juana, tan sólo se sabe que murió soltera y, finalmente, Tomás, que fue bautizado en Gandía el 5 de enero de 1541 (en el registro de los Quinque libri parroquiales consta como Gaspar Tomás), estudió en Alcalá y en Salamanca, fue canónigo y arzobispo de Toledo (1594-1598), obispo de Málaga en 1599 y de Zaragoza desde 1602 (aunque no tomó posesión sino el 13 de agosto de 1603), en 1606 fue nombrado virrey de Aragón; murió al parecer con más deudas que recursos; en 1571 había asistido en el lecho de muerte en Roma a su medio hermano Francisco, el III general de la Compañía de Jesús.

Tras las jornadas pasadas en Valencia con el Emperador en diciembre de 1542, Juan de Borja se volvió a Gandía y cayó enfermo; se trajeron médicos de Denia y de Valencia (un tal mestre Salelles), pero nada se pudo hacer por la vida del duque, quien falleció el 9 de enero de 1543, a las 21 horas exactamente según precisaba la carta que esa misma noche le escribieron las autoridades locales a su hijo Francisco, virrey en Barcelona a la sazón, comunicándole la fatal noticia.

 

Bibl.: G. Fernández de Oviedo [y Valdés], Batallas y quinquagenas, 1528-1552 (ms.) (ed. de J. B. de Avalle-Arce, Salamanca, Diputación Provincial, 1989); C. Gómez Rodeles (ed.), Sanctus Franciscus Borgia, quartus Gandiae dux et Societatis Jesu Praepositus Generalis tertius, Madrid, A. Avrial-G. López del Horno, 1894-1911 (col. Monumenta Historica Societatis Iesu) [ed. de E. García Hernán, Valencia-Roma, Generalitat Valenciana-Institutum Historicum Societatis Iesu, 2003 (col. Monumenta Historica Societatis Iesu, vol. CLVI)]; S. Carreres Zacarés (ed.), Libre de memories de diversos sucesos e fets memorables e de coses senyalades de la ciutat e regne de Valencia (1308-1644), Valencia, Acción Bibliográfica Valenciana, 1930 y 1935, 2 vols.; J. L. Pastor Zapata, “La biblioteca de Don Juan de Borja Tercer Duque de Gandía († 1543)”, en Archivum Historicum Societas Iesus, 61 (1992), págs. 275-308; S. la Parra López, “Moros y cristianos en la vida cotidiana: ¿historia de una represión sistemática o de una convivencia frustrada?”, en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, 11 (1992), págs. 143-174; M. Batllori, “El naixement de Joan de Borja i Enríquez, tercer duc borgià de Gandia”, en Obra Completa, IV. La família Borja, Valencia, Elisèu Climent editor, 1994, págs. 125-141; F. Pons Fuster, “El mecenazgo cultural de los Borja de Gandía: erasmismo e iluminismo”, en Estudis, 21 (1995), págs. 23-43; Erasmistas, mecenas y humanistas en la cultura valenciana de la primera mitad del siglo XVI, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2003.

 

Santiago la Parra López