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Bernardo de Alvarado

Biografía

Alvarado, Bernardo de. Fray Bernardo de Fresneda. Fresneda de la Sierra Tirón (Burgos), 1509 – Santo Domingo de la Calzada (La Rioja), 21.XII.1577. Franciscano (OFM), confesor de Felipe II, comisario General de Cruzada, arzobispo de Zaragoza, obispo de Cuenca y Córdoba.

Bernardo de Alvarado nació en Fresneda de la Sierra (Burgos) en el seno de una familia muy humilde, en 1509. Tomó muy joven el hábito franciscano en el convento de San Bernardo de la Sierra o del Monte, sito en su población natal. A partir de entonces, pasó a usar el nombre de la misma en sustitución de su apellido familiar. Realizó sus estudios de Teología en la Universidad de Alcalá de Henares como colegial de San Pedro y San Pablo, donde ingresó en 1534. Finalizada su etapa de formación, comenzó a trabajar dentro de la Orden. Así, desempeñó un señalado papel en la división de la provincia franciscana de Burgos, que le procuró su nominación como definidor general de la Familia Cismontana en 1553. El reconocimiento con que contaba Fresneda entre sus hermanos de hábito y sus convicciones reformistas motivaron su designación para integrar el séquito que acompañó al príncipe Felipe en su viaje por Europa en 1548, lo que le permitió ganarse el aprecio de Carlos V y procurar un acercamiento al secretario Francisco de Eraso y a Ruy Gómez de Silva. Contando con estos apoyos, fue requerido para acompañar al príncipe a Inglaterra, donde acudía para desposarse con María Tudor. Integrado en la capilla regia como teólogo, su vinculación a Ruy Gómez de Silva le dio acceso a su definitivo asentamiento en el confesionario regio.

El influjo que el cargo de confesor le confirió sobre la conciencia del rey no se limitó a cuestiones espirituales o religiosas, sino que la consulta por parte de éste de asuntos de política y gobierno le permitieron adquirir una enorme influencia que el franciscano protegía celosamente, evitando cualquier injerencia que supusiese un menoscabo de la misma. Por ello, durante la estancia en Inglaterra, las relaciones que mantuvo con fray Bartolomé de Carranza se fueron tornando tensas y tortuosas hasta desembocar en un enfrentamiento. El franciscano sospechaba que los pareceres del dominico contaban con mayor crédito en el ánimo regio que sus propios consejos, lo que estimaba muy perjudicial para sus intereses. No obstante, la ruptura definitiva se produjo cuando arreciaron los rumores de que Carranza iba a sustituir a Fresneda en el cargo de confesor. Para el franciscano, Carranza se convertía en un enemigo que era necesario combatir, criterio que hizo extensivo a todas aquellas personas que apoyasen al mismo, como el cardenal Reginaldo Pole. A la inquina sentida por Fresneda vino a sumarse la designación de Carranza para ocupar la mitra toledana tras el fallecimiento de Martínez Silicio, dignidad que el confesor ansiaba para sí.

Durante la estancia en los Países Bajos (1555-1559), además de realizar diversas actuaciones referidas a la defensa y mantenimiento de la ortodoxia católica entre algunos estudiantes españoles residentes en la Universidad de Lovaina, y efectuar labores de control sobre libros que contenían doctrinas heréticas, Fresneda fue el encargado de comunicar a Felipe II las acusaciones minuciosamente recogidas por Fernando de Valdés incriminatorias para Carranza. Con una medida y convincente presentación de los acontecimientos, el influyente confesor lograba el consentimiento regio para que se llevase a cabo la prisión del prelado toledano. Los elogios que merecieron las actuaciones de Fresneda y del Inquisidor General por parte de Paulo IV, quien había informado al franciscano de los pormenores del proceso seguido en Roma contra el cardenal Pole, constataron la identificación ideológica existente entre los mismos. Por otra parte, su significativa participación en el procesamiento de Carranza por el Santo Oficio conllevaba un cambio de actitud respecto a Fernando de Valdés. El confesor había solicitado a Felipe II en diversas ocasiones que requiriese al Inquisidor General que fuese a residir a su mitra sevillana como medio para obtener su relegamiento político.

No obstante, sintiéndose ambos desfavorecidos por el nombramiento de Carranza como arzobispo de Toledo, colaboraron en perjuicio del dominico. Así pues, Fresneda, que veía sus ambiciones frustradas y cómo sus servicios no eran suficientemente recompensados por Ruy Gómez de Silva, mudó sus afectos hacia los adversarios políticos de la facción “ebolista”, a pesar de que el portugués le había facilitado su promoción al confesionario regio. Sin embargo, su acercamiento al mismo sólo había estado motivado por los deseos del franciscano de medrar. En este sentido, el radicalismo religioso del confesor no encajaba en la ideología más moderada defendida por el “partido ebolista”, identificada con la religiosidad que encarnaba la Compañía de Jesús, que se convirtió en objeto de sus críticas y ataques. Por el contrario, estrechaba sus relaciones con el teólogo más prestigioso del momento, Melchor Cano, otro de los grandes enemigos de Carranza y de los jesuitas.

Retornado a la Península junto a Felipe II en 1559, se aprestó a colaborar en las reformas auspiciadas por la política confesional de la Monarquía. La identificación entre los intereses políticos de ésta con los preceptos contrarreformistas tuvo diversa repercusión respecto a la actuación desplegada en el contexto europeo, encaminada a lograr el debilitamiento de las confesiones no católicas. Así, Fresneda cooperaba con Antonio Perrenot, con quien mejoró considerablemente sus relaciones después de su defección de las filas “ebolistas”, en la reorganización de los obispados de los Países Bajos. Del mismo modo, Fresneda mantenía contacto epistolar con la gobernadora Margarita de Parma sobre la política religiosa que se debía seguir en dichos territorios. La precisa información que poseía sobre la problemática que se vivía en los mismos se debía a su amistad con Pedro de Regis, ministro de la provincia franciscana de Flandes. El rigorismo que fray Bernardo aplicaba en su actividad en favor del proceso de confesionalización vinculado a los intereses políticos de la Corona condicionaron que su influjo se fuese incrementando, alimentado por sus ansias de poder y protagonismo. Su ambición le llevaba a ejercer de forma amplia los importantes privilegios que le correspondían por ocupar el confesionario regio. Así, además de asistir asiduamente a las reuniones del Consejo de Estado, imponía su presencia en cualquier Consejo o junta donde se tratasen cuestiones en que se pudiese ver afectada la conciencia regia. Incluso, hizo valer su prerrogativa de actuar como Inquisidor General y también como capellán mayor de la Capilla Real en caso de que se produjese la ausencia de los titulares de dichos cargos. Por otra parte, estos afanes de hacer crecer su influencia no pasaron desapercibidos para los embajadores extranjeros ni tampoco para la Santa Sede. Si la política regalista desarrollada por Fresneda en concordancia con los intereses políticos de la Monarquía hacía que su labor resultase poco grata en la Curia romana, su imagen se veía más deteriorada a causa de su incontinencia en el gasto y el lujo que exhibía. Además de contar un ingente número de servidores, su mesa era famosa por ser una de las mejor abastecidas de la Corte. Mientras que procuraba limpiar su fama ante el nuncio, arremetía contra su compañero de hábito fray Diego de Estella. Este conocido enfrentamiento estuvo motivado tanto porque fray Bernardo culpabilizaba a Estella de ser el origen y promotor de las críticas que merecía su comportamiento, así como por los recelos que despertaba en el confesor real el prestigio como predicador que éste comenzaba a alcanzar en la Corte.

La disputa se desarrollaba cuando Fresneda formaba parte de la junta que el monarca mandó reunir en 1562 para que acometiese la reforma de las Órdenes religiosas. El confesor desarrollaba una importante labor en torno a la reducción del conventualismo franciscano, que conllevó ciertas implicaciones políticas por la vinculación de algunos de estos religiosos a grupos activistas autóctonos en Aragón y Navarra. Estella centraba sus quejas en que fuese Fresneda el encargado de llevar a cabo esta actividad cuando su comportamiento distaba de ser modélico.

Nombrado obispo de Cuenca y comisario general de Cruzada en 1562, al año siguiente hubo de subdelegar este cargo en Diego de Espinosa como consecuencia de su marcha a las Cortes de Monzón, no recuperando su ejercicio hasta 1566, cuando retornó a la Corte tras asistir como prelado conquense al Concilio provincial celebrado en Toledo en 1565. En el mismo, prestaba su apoyo al representante real, Francisco de Toledo, para que pudiese cumplir con la misión que llevaba encomendada. De esta manera, el obispo de Cuenca favorecía la injerencia de Felipe II en los asuntos eclesiásticos, sin que tuviesen ningún efecto las reclamaciones efectuadas por la Santa Sede.

En este sentido, Fresneda fue objeto de diversos llamamientos por parte de Pío V para que procediese a la implantación de los decretos tridentinos en su propia diócesis. Celebraba sínodo diocesano en su prelacía conquense en 1566, del que fueron fruto las Constituciones sinodales publicadas en 1571. No obstante, Fresneda delegaba su aplicación en el provisor general del obispado, Hugo de Velasco.

Durante este período, la Comisaría de Cruzada estuvo ocupada de manera efectiva por Pedro de Deza, cliente de Espinosa. En este sentido, debemos destacar que, en torno a 1566, el poder de Fresneda iniciaba su declive. Su falta de adecuación a la evolución de las facciones cortesanas que pugnaban en la Corte por alzarse con el favor real había propiciado la merma de su influjo. Para lograr permanecer al frente del confesionario regio, Fresneda se ponía al servicio del nuevo gran patrón cortesano, Diego de Espinosa, quien utilizaba el radicalismo religioso del franciscano para llevar a cabo diversos proyectos vinculados a la confesionalización de la Monarquía. Sin embargo, mayor amenaza para Fresneda significaba la determinación de Felipe II de acudir a los Países Bajos en 1567. La ostentación de la mitra de Cuenca imposibilitaba su traslado junto al monarca a causa de la obligación de la residencia para los prelados establecida por el Concilio de Trento. El rey estaba dispuesto a que el franciscano cumpliese con ella, mientras que el cargo de confesor real pasaba a ser desempeñado por el jesuita Araoz. Fray Bernardo utilizaba todos sus recursos para quedar finalmente incluido en el séquito que iba a acompañar al monarca en su viaje. Si bien la decisión del rey de no efectuar el mismo desvirtuaba el esfuerzo del franciscano, esta contingencia había servido para mostrar que su influencia se debilitaba.

Fresneda fue consciente de su delicada situación a causa de su aislamiento en la Corte. Su intransigencia religiosa se ajustaba a la política desarrollada por Espinosa, lo que le permitió mantenerse en sus ocupaciones hasta 1571, pero su falta de integración en el círculo clientelar de éste quedó plasmada tanto en la visita que se realizó al Consejo de Cruzada a partir de 1566, como en las pocas actividades que desarrolló a partir de 1568. En estos años, además de continuar con su actividad referida a la reforma de las Órdenes religiosas, participaba en el proceso de canonización de san Diego de Alcalá, así como en diversas ceremonias vinculadas a la construcción del monasterio de El Escorial. Su definitivo relegamiento fue paralelo al declive del propio Espinosa como consecuencia del cambio de las directrices políticas de la Monarquía efectuado por Felipe II. El monarca apartaba de la Corte a los servidores que habían mostrado un radicalismo religioso integrado por una mezcla de defensa a ultranza de los presupuestos contrarreformistas y de su adecuación a los intereses políticos de la Corona, tan útil en los años precedentes.

Era preconizado en el obispado de Córdoba el 16 de noviembre de 1571. Presentado por Felipe II para ocupar la mitra en octubre, la reiteración por parte del monarca respecto a la conveniencia de que cumpliese con la obligada residencia alejaba definitivamente a Fresneda del confesionario regio. Si bien el licenciado Lope Montaño de Salazar tomaba posesión en su nombre de dicha dignidad el 2 de enero de 1572, el franciscano trataba de aferrarse a la Corte.

Mientras intentaba obtener una nueva ocupación que justificase su presencia en la misma, realizaba diversas gestiones relacionadas con la iglesia cordobesa. No obstante, tenía que desistir de su empeño, por lo que llegaba a su sede episcopal en diciembre de dicho año.

Sin embargo, centraba sus esfuerzos en la fundación que patrocinaba en el convento de Santa María de los Ángeles en Santo Domingo de la Calzada y en el Colegio Mayor de San Buenaventura. En junio de 1576, proponía al cabildo catedralicio la renovación de los Estatutos de la iglesia cordobesa. El resultado de estos trabajos se reunía en un volumen publicado en Antequera en 1577.

Fue nominado arzobispo de Zaragoza en octubre de 1577. Sin embargo, no llegó a tomar posesión de la mitra, dado que falleció durante el viaje a su nueva sede el 21 de diciembre de dicho año en Santo Domingo de la Calzada.

 

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Henar Pizarro Llorente

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