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San Diego de Alcalá

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Biografía

Diego de Alcalá, San. San Nicolás del Puerto (Sevilla), 1370-1380 – Alcalá de Henares (Madrid), 12.XI.1463. Santo canonizado, religioso lego franciscano (OFM), venerado como gran taumaturgo.

Se desconoce el año de su nacimiento, que pudo ser en el decenio 1370-1380. Asimismo, se ignora el nombre de sus padres, como también su categoría social, bien que se los supone de condición humilde, pero piadosos, en cuyo ambiente familiar cristiano Diego desarrolló su niñez, inclinando su espíritu a la devoción y a la piedad, por lo que, al parecer, muy pronto, llevado de ese espíritu, siendo aún muy joven, se retiró a la soledad en compañía de un sacerdote que vivía en una ermita dedicada a san Nicolás de Bari, sita en las montañas vecinas a su pueblo natal.

No mucho después, Diego se dirige a la sierra de Córdoba y es admitido en el eremitorio de la Albaida, en las llamadas Las ermitas de Córdoba, donde se empapa del espíritu franciscano, ya que tanto el fundador como los ermitaños eran Terciarios Franciscanos que estaban bajo la dirección o jurisdicción del no lejano convento franciscano de la Arrizafa o Arruzafa.

Pero aquel género de vida tampoco llenaba del todo las aspiraciones de Diego, por lo que solicitó ingresar como franciscano en el referido convento de Arrizafa, en el que la regla franciscana era observada en toda su rigidez, donde finalmente fue admitido. Se desconoce, no obstante, cuándo tuvo lugar esa admisión, su vestición del hábito franciscano y su profesión religiosa.

Entre los conventos en los que fray Diego morara y realizara hechos portentosos, está el de San Francisco de Úbeda, en el que habría desempeñado, entre otros, el oficio de hortelano, y en el que, después de su partida, habría resucitado a un muerto con el simple contacto de un hábito suyo viejo y roto que abandonara al ser trasladado él a otro convento. El de San Francisco de Sevilla es otro de los conventos en los que ciertamente moró el santo Diego; aunque los documentos no detallan los oficios que desempeñó en él, parece ser que uno de los principales fue el de portero, ya que en todos se pone de manifiesto su caridad con los numerosos necesitados que se acercaban a la portería del convento y sobre todo con los innumerables enfermos a los que curaba con la simple unción del aceite de la lámpara que ardía ante la imagen de Nuestra Señora de la Antigua en la cercana iglesia catedral, curaciones que dieron gran fama a la dicha imagen, fama de la que anteriormente no gozaba.

Pero además de estos hechos considerados como portentosos, ya casi rutinarios por lo frecuentes, los documentos narran uno según el cual, por intercesión de Diego de Alcalá, un niño de siete años, que, huyendo de la regañina de su madre, se había refugiado en un horno quedándose dormido entre la leña, se libró del fuego que su propia madre prendió sin saber esta circunstancia. También fue morador, aunque de paso, del convento de Sanlúcar de Barrameda, en cuyo camino habría proporcionado alimentos para él y su compañero en un despoblado de modo portentoso.

En 1441 es enviado fray Diego, junto con el padre fray Juan de Santorcaz, a la vicaría de las Islas Canarias, pero en lugar de ser nombrado guardián (superior) del convento de Betancuria en la isla de Fuerteventura el padre Santorcaz, que era sacerdote, es designado por los superiores como tal fray Diego, que era lego. Allí desarrolló una admirable labor de apostolado entre los gentiles y entre los cristianos en medio de enormes problemas y dificultades para la comunidad. Pero, dado el ascendiente moral de fray Diego y las circunstancias harto difíciles por las que atravesaba algún tiempo después su provincia franciscana de Castilla, el ministro provincial de ella, fray Juan de Santa Ana, le ordena regresar a ésta, cosa que realiza entre los años 1445 y 1447, desarrollando aquí una labor, asimismo, admirable, aunque callada, entre sus hermanos los religiosos con el admirable y eficaz testimonio de su vida en los distintos conventos a donde lo destinó la obediencia.

En 1450, además del jubileo del Año Santo, se celebraba también el Capítulo General de la Orden, y la canonización de san Bernardino de Siena; fray Diego, a petición propia, o más probablemente por deseo de su ministro provincial, fue designado compañero de fray Alonso de Castro, que iba como representante del ministro provincial. Con tal motivo se habían reunido en la Ciudad Eterna numerosos peregrinos y varios millares de frailes franciscanos de todas partes, lo que favoreció el desencadenamiento de una terrible epidemia, que afectó a muchos religiosos, incluido su compañero, fray Alonso de Castro, en cuya ocasión fray Diego demostró la grandeza de su alma atendiendo solícito y espontáneamente a cuantos enfermos podía, mereciendo su conducta y celo que el ministro general le encomendara la dirección de la enfermería, que organizó, atendiendo a todos indistintamente con verdadera caridad. Al cabo de un tiempo impreciso, desaparecida ya la peste, retornaron ambos a España a pie, tal y como habían hecho el camino de ida. Fray Diego parece que retornó a Sevilla, donde estuvo un tiempo también impreciso, hasta que, sin que se sepa cuándo, fue destinado al convento de La Salceda (Segovia).

En 1456 culminaba la fábrica del convento de Santa María de Jesús en Alcalá de Henares, levantado por el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, quien deseaba para su fundación moral el personal más selecto, modélico tanto en virtud como en letras, para formar la comunidad franciscana que había de gestionarlo; para ello obtuvo de las máximas autoridades de la Iglesia y de la Orden la facultad de seleccionar él mismo el personal adecuado. Uno de los primeros en ser seleccionados, por el arzobispo fue fray Diego, que a la voz de la obediencia acudió cuando se lo indicaron los superiores, siendo recibido personalmente por el arzobispo no sólo con deferencia, sino casi con devoción.

Se le encomendó entonces el oficio de hortelano, pero en atención a su avanzada edad muy poco después los superiores le encomendaron la portería del convento, donde además el halo de santidad, de que venía precedido, podía ser más útil a cuantos acudían a la portería, especialmente los pobres, en los que volcaba su amor e interés. Aquí y con ellos tuvo lugar aquel episodio, que narran las crónicas y que forma parte, no sólo de su biografía, sino de su iconografía hagiográfica, según el cual cierto día en que iba el hermano Diego llevando, como de costumbre, casi a escondidas en el halda de su hábito una buena cantidad de mendrugos de pan para sus pobres, lo sorprendió el padre guardián y le recriminó el que se excediera en dar limosna a los extraños con perjuicio de los religiosos de casa, a lo que el santo replicó: “¡Pero si son rosas, P. Guardián!”, y efectivamente aquellos mendrugos de pan se transformaron en hermosas y frescas rosas ante la vista atónita del guardián.

Pero no sólo rosas había cosechado el santo Diego durante su vida; para escalar las alturas de la santidad, tuvo también que cosechar espinas y caminar por senderos sembrados de abrojos y de dificultades, entre las cuales incomprensiones, persecuciones, enfermedades, especialmente la última, larga y dolorosísima, que le produjo la muerte, encontrándolo ésta abrazado a una cruz de madera, que a mano siempre tenía, y que por ello también forma parte de su iconografía.

Era el 12 de noviembre de 1463, día en el que la Iglesia celebra su fiesta.

Su cadáver durante más de seis meses insepulto, permaneció flexible y despidiendo un suave olor, sin haber sido embalsamado ni aplicado ningún ungüento, fenómeno que pudieron comprobar toda clase de personas, y no se sabe si hoy con los conocimientos y medios técnicos de que se dispone tendría alguna explicación racional.

Entre los muchos prodigios y milagros posteriores a su muerte atribuidos a la intercesión de san Diego está la curación del príncipe Carlos, hijo único varón de Felipe II, quien jugando con otros compañeros se cayó por unas escaleras del palacio en Alcalá de Henares golpeándose en la cabeza, suceso que lo llevó al borde del sepulcro, al ser desahuciado por los médicos, pero habiendo sido llevado el cuerpo del santo y colocado junto al lecho del moribundo, éste al punto dio muestras de mejoría, cayó en un profundo sueño y recobró la salud. Este prodigio fue motivo para que se acelerara la causa de canonización del santo, que, no obstante, tardó todavía más de veinticinco años, teniendo lugar ésta el año 1588.

 

Bibl.: M. de Lisboa, Tercera Parte de las Chronicas de la Orden de los frayles Menores, Salamanca, Alejandro de Canova, 1570, lib. V, fols. 126-142; G. de Mata, Vida, muerte y milagros de S. Diego de Alcalá en octava rima, Alcalá de Henares, Juan Gracián, 1589; A. Rojo, Historia de San Diego de Alcalá, Madrid, 1663; L. M. Núñez, “Documentos sobre la curación del príncipe don Carlos y canonización de San Diego de Alcalá”, en Archivo Ibero Americano, 2 (1914), págs. 424-446; 4 (1915), págs. 374-387; 5 (1916), págs. 107-126; 7 (1917), págs. 421-431; M. Castro y Castro, Bibliografía Hispanofranciscana, Santiago de Compostela, Burgos, Imprenta Aldecoa, 1994, n.os 1452, 10201 ss. 10415, 10472 ss.

 

Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM