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Fernando Ruiz de Castro

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Biografía

Ruiz de Castro, Fernando. Conde de Lemos (VI). Cuéllar (Segovia), 1548 – Nápoles (Italia), 19.X.1601. Grande de España y cuñado del duque de Lerma, embajador extraordinario —en Portugal y Roma— y virrey de Nápoles.

Nació en Cuéllar, en 1548 —según refiere F. Fernández de Bethencourt—, y allí transcurrió parte de su infancia. Era hijo de Pedro Fernández de Castro, V conde de Lemos, y de su primera mujer, Leonor de la Cueva y Girón, hija del duque de Alburquerque.

A los seis años fue enviado a Madrid, y continuó su aprendizaje en la Corte con su abuelo, Fernando de Castro, IV conde de Lemos —importante diplomático al servicio de Carlos V y Felipe II—. Como otros nobles de la época, su abuelo había participado en las jornadas de Italia y Argel y destacaría como embajador en Roma en el tránsito de reinados. En 1559, esta carrera se vio jalonada con el nombramiento de mayordomo mayor de la reina Juana de Austria.

La pertenencia a los oficios palatinos de la Casa Real encumbraría a los Lemos durante las décadas centrales del siglo —y les vincularía directamente a la facción ebolista—, aunque su triunfo definitivo llegaría más adelante. Fue precisamente el IV conde quien inició los contactos con Italia e inauguró una impecable trayectoria política que continuarían sus descendientes más cercanos, entre ellos, Fernando Ruiz de Castro y sus hijos. En este período, la influencia de los Lemos no fue desestimable. Sin embargo, el nuevo sistema político que comenzó a practicarse en Europa —el valimiento—, la doble vinculación matrimonial con los Sandoval y el mérito permitió al clan nobiliario acumular cargos y mercedes durante el reinado de Felipe III.

Diversas fuentes subrayan los deseos de Fernando Ruiz de Castro de tomar los hábitos en fecha temprana, a pesar de tener un brillante futuro al servicio de la Monarquía hispánica —favorecido por la herencia de su abuelo—. Esta imagen viene aderezada en numerosas crónicas por su huida a un convento franciscano, en compañía de un religioso de la Orden, para llevar a término sus propósitos. Sin embargo, la oposición familiar lo impidió y pronto iniciaría su actividad como embajador y militar. La carrera eclesiástica solía estar reservada a los segundones de las familias nobles y Fernando de Castro, como hijo primogénito, era cabeza del linaje.

En 1574 contrajo matrimonio con una mujer que iba a ser fundamental en la ascensión política de los Castro, condes de Lemos, Catalina de Zúñiga y Sandoval, hermana del futuro duque de Lerma. De hecho, una de las cuestiones esenciales en este período —y tal y como era frecuente en el estamento— fue la de establecer alianzas matrimoniales para afianzar el poder de la Casa. Sin embargo, los Lemos tuvieron que conformarse con una presencia esporádica en la Corte, y mantuvieron su lugar de residencia en sus señoríos gallegos. En aquel momento era vital para la Corona.

Por otra parte, el Rey debía otorgar a cada cual un lugar en el ámbito de sociabilidad cortesana —por linaje y cargos—. El mayor signo de reconocimiento fue la presencia regia en los actos matrimoniales. La ceremonia por poderes de los VI condes se celebró el 21 de noviembre, en el Alcázar. El confesor real, fray Bernardo de Fresneda, se encargó de la liturgia y acudió el rey Felipe II y Ana de Austria, el archiduque Alberto, las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, y otros nobles, como el conde de Miranda, los duques de Nájera y Béjar y los marqueses de Denia.

También, en Monforte, tendrían un espléndido recibimiento por parte de la élite local.

A partir de la década de 1580, la ayuda nobiliaria —militar y económica— resultaría clave para hacer frente a la amenaza exterior y para concluir la unión con Portugal de forma pacífica y satisfactoria —y en ello, la nobleza gallega tuvo un papel de primer orden—.

Poco después de su matrimonio, el noble era admitido en la Orden de Calatrava y obtenía la Encomienda de la Peña de Martos. En el terreno personal, en 1576, nacía su primer hijo, Pedro Fernández de Castro, que se convertiría en un relevante político y mecenas. También, sus otros dos hijos, Francisco de Castro, duque de Taurisano, y Fernando de Castro, conde de Gelves, destacarían en los ambientes de la diplomacia y el gobierno de Italia.

La primera experiencia política le llevó, en 1577, a Portugal. El noble debía dar el pésame al rey Sebastián, por la muerte de la infanta María, y tratar otros asuntos relacionados con su seguridad. Los Lemos habían estrechado lazos con la Casa de Braganza —la Reina Católica alentó el matrimonio entre Beatriz de Castro, III condesa de Lemos, y Dionís de Portugal, hijo del duque de Braganza, a principios del siglo XVI—. De esta forma, la vinculación con la Casa portuguesa y la importancia del linaje explican, probablemente, la decisión de Felipe II. Fernando de Castro respondía: “Beso los pies de V. M., por la merced que me hace en acordarse de mí y querer empezar a ocuparme en cosas de su servicio, pues no es si no vivir y morir en él como soy obligado”. En otras ocasiones, volvería a subrayar los servicios y fidelidad a la Corona. Las conversaciones y los desvelos de Felipe II no pudieron impedir la muerte de Sebastián de Portugal en la batalla de Alcazalquivir. Con ello, se abrió la cuestión sucesoria con la posibilidad de unir ambas Coronas.

Por entonces, ya había muerto su abuelo —concretamente en 1575— y se planteaban nuevas vías de consolidación y engrandecimiento de la Casa.

El matrimonio de su padre, Pedro de Castro, V conde de Lemos, con Teresa de la Cueva, hija del II conde de Chinchón, esbozaba la línea de continuidad con el orden vigente y los grupos de poder cercanos a Felipe II que se fueron creando en la década de 1580 y que tuvieron preeminencia hasta el final de su reinado. Por otro lado, los Lemos participaron en la empresa de Portugal y en la de Inglaterra, aunque no con tanto éxito como explicaban las crónicas oficiales.

En esta delicada coyuntura, Felipe II necesitó toda la ayuda militar de las regiones colindantes a Portugal.

El V conde de Lemos, Pedro de Castro, fue nombrado capitán general de las tropas de Galicia, y participó “juntamente con su hijo mayorazgo”, según las fuentes. Por su intervención, el Monarca nombraría a Pedro de Castro gobernador de las provincias de Entre Duero y Miño. Sin embargo, la recompensa no tuvo repercusión en el ámbito cortesano —imprescindible en esta época para medrar—.

Aún así, el V conde de Lemos estuvo presente en actos solemnes, como la jura del heredero, en 1584, que se celebró en los Jerónimos. En Galicia, el joven Lemos recibiría de manos del gobernador Luis Carrillo de Mendoza el documento que debía suscribir, tal y como había hecho su padre en días anteriores.

Otras cuestiones militares mantendrían ocupados a Fernando de Castro y a su padre en estos años finales del reinado de Felipe II. En 1588, participaron en los preparativos de la empresa de Inglaterra y en la defensa de las costas gallegas. En esta ocasión, Fernando Ruiz de Castro fue nombrado capitán general de las tropas de Galicia para hacer frente a las incursiones de Drake y J. Norris. La defensa de La Coruña fue muy complicada, aunque, finalmente, los ingleses tuvieron que abandonar sus pretensiones. Fernando de Castro no ocultó las dificultades materiales, la falta de bastimientos y la desconfianza de sus tropas. Después del asedio, el noble informaba: “La Coruña —decía— queda que es lástima”.

Su actividad se vio empañado por nuevos acontecimientos familiares. En una carta de 8 de septiembre de 1590, el VI conde de Lemos comunicaba el fallecimiento de su padre al Monarca. Felipe II le mostraba su pesadumbre y le mantenía en su favor: “creo bien de vos que haréis, imitando lo que vuestro padre y pasados hicieron, con que podéis ser cierto que miraré y favoreceré yo lo que hos tocare como sea justo”.

Los intereses territoriales y económicos del linaje habían prevalecido sobre la fidelidad monárquica en algunos pasajes de la historia medieval. Sin embargo, a partir del reinado de los Reyes Católicos, la alta nobleza fue consciente de la necesidad de mantener el poder de la institución como garantía de sus privilegios.

A partir de esta alianza, la liberalidad regia se convirtió en una de las fuentes de ingreso y prestigio más solicitada. La ayuda militar y económica no cesaría a lo largo del siglo, aunque se iría perfilando una nueva forma de vida centrada en el entorno cortesano, es decir, en aquel lugar donde se establecía la Corte, donde residía el Rey, donde se ubicaban los organismos de gobierno, donde se tomaban las decisiones.

Fernando Ruiz de Castro pediría en alguna ocasión ciertas mercedes como pago de sus servicios, como ocurrió con unas alcabalas que reclamó por una carta de octubre de 1589. También, se conoce un memorial que envió a Felipe II en el que debía constar la importancia del linaje desde la Edad Media. F. Fernández de Bethencourt se hizo eco de la estrecha relación que tuvo Felipe II con los Lemos. Parece que el Monarca visitó al V conde de Lemos en Madrid, cuando estaba ya gravemente enfermo, y que medió en la reconciliación entre padre e hijo. La causa del enfrentamiento había sido una cuestión económica.

Fernando de Castro había puesto un pleito a su padre “en razón de darle alimentos y en ser el mayorazgo y estar casado y con tres hijos”, porque, “tenía cortas ayudas del conde de Lemos, don Pedro, su padre”, dicen las fuentes. Finalmente, recibiría 2000 ducados al año, según la sentencia expedida por el Consejo Real.

También, el noble contaría con el respaldo de su tío abuelo, el cardenal Rodrigo de Castro.

La correspondencia privada de los VI condes de Lemos, que se custodia en el Archivo Duques de Alba, confirman estas preocupaciones económicas. Catalina de Zúñiga y Sandoval le escribía a su marido, en el otoño de 1595: “Cuando las pesadumbres os apretaren tanto... acordaros que tenéis tres hijos para honraros y descansar en ellos, que çierto, cada uno de por sí, no tiene preçio, y la falta de hazienda no es tan grande que eso sólo ayáis de mostrar tanta flaqueça”.

Asimismo, la condesa se planteaba pasar una temporada en la residencia sevillana del cardenal Rodrigo de Castro para restringir gastos.

En 1591, el ya VI conde de Lemos estaba en Valladolid resolviendo pleitos y causas pendientes. Por aquellas fechas, recibió carta del Monarca en la que le solicitaba nuevas ayudas en Galicia. Sin embargo, el conde dilató su estancia durante algún tiempo, aunque no dejaría de actuar a favor de la Corona. Envió al Monarca 10.000 ducados y realizó un préstamo por valor de 2000 ducados. Años más tarde, hubo preparativos para defender las costas gallegas de nuevas amenazas. Los ingleses regresaban de Cádiz y La Coruña volvía a estar en el punto de mira. Por una carta de agosto de 1596, Luis Carrillo afirmaba que los ingleses al ver que “estábamos prevenidos y armados...

no quisieron aventurar(se)”.

La labor defensiva del conde de Lemos en el Reino de Galicia durante estos años fue notable. Se encargó de mejorar las prestaciones y las reservas de hombres, reformar la milicia, en definitiva, y mejorar la fiscalidad.

Además, en la Corte iría aumentando la influencia del marqués de Denia, mientras se estrechaban los vínculos entre los Lemos-Sandoval, con el matrimonio de su primogénito, Pedro Fernández de Castro, y la hija de Lerma, Catalina de la Cerda. El cambio de reinado abriría definitivamente las puertas al linaje.

El 13 de septiembre de 1598 moría Felipe II en El Escorial. En las exequias se hizo visible el nuevo orden.

Entre los asistentes se reconocía al futuro duque de Lerma. Es lugar común afirmar que el valido fue introduciendo a sus familiares y hechuras en los puestos de mayor responsabilidad. En principio, los Lemos se vieron claramente favorecidos. Fernando Ruiz de Castro recibió el cargo de virrey de Nápoles y su hijo, Pedro Fernández de Castro, fue nombrado gentilhombre de Cámara —más tarde ocuparía otros cargos—.

El reinado de Felipe III se inauguró según lo previsto por Felipe II. En primer lugar, había que sellar la alianza con la Casa de Austria y, en segundo lugar, se debía dar una salida a la rebelión de las Provincias Unidas. A estos fines pretendían satisfacer las dobles bodas reales celebradas en Valencia. Los Sandoval y Lemos destacaron en los actos de recibimiento de la reina Margarita y en la organización preliminar de las fiestas de Denia. Fue Lope de Vega quien dejó constancia de la participación de Fernando Ruiz de Castro y del resto del linaje en las celebraciones que tuvieron como trasfondo político la puesta en escena de la nueva facción que se había ido tejiendo en torno a Lerma. Numerosos historiadores han puesto de relieve que la fuente de poder del valido emanaba de la confianza, empatía y proximidad del joven monarca.

En 1599, después de las fiestas de Denia y las dobles bodas reales, los Lemos embarcaron hacia el Reino de Nápoles. La experiencia italiana resultaría muy enriquecedora, no sólo desde el punto de vista político, sino como plataforma de acceso a otro ambiente y cultura. Entre los inventarios de la Casa, se ha conservado el de la VI condesa de Lemos, que está lleno de referencias a ese bagaje intelectual y cultural que tuvieron los nobles gallegos, y que pudieron ampliar en su estancia en Nápoles y Roma. Aunque resulta difícil comprobar muchas de las adquisiciones pictóricas o de los libros que aparecen en los documentos notariales, lo cierto es que todo ello nos remite a una inquietud artística y literaria, científica e histórica que estuvo presente entre los miembros del linaje a lo largo del Seiscientos —también compartida por el estamento nobiliario como fórmula de distinción y estatus—.

La coyuntura en Italia, sin embargo, no era fácil. Pronto se descubrió la revuelta de Campanella en Calabria, continuaba la amenaza de los turcos en el Mediterráneo, fracasó la empresa de Argel, las relaciones con la Santa Sede habían pasado por momentos delicados, en el Reino se hacía sentir la carestía —causa de disturbios entre la población y de malestar—, mientras se pedía un mayor esfuerzo económico y militar para satisfacer las necesidades de la Monarquía hispánica, y había otros tantos problemas. Se hacía necesaria una renovación de alianzas con la nobleza, después de la actuación filo popular del conde de Olivares —relevado de su cargo—, y se debía atajar el déficit y frenar la crisis económica. La culminación del programa reformador lo llevaría a cabo, años más tarde, el VII conde de Lemos. Sin embargo, esta época fue crucial para establecer los primeros pasos de un programa de largo alcance. El VI conde no contó con el respaldo de toda la nobleza del Reino, pero la embajada extraordinaria a Roma fue una ocasión idónea para estrechar alianzas con las elites y mostrar en Italia toda la magnificencia y fortaleza de la Corona.

De hecho, en la embajada participaron los linajes más destacados de Nápoles —el príncipe de Sulmona, el de San Severo, el duque de Bovino y el de Avellino, entre otros—, aunque algunos de ellos mostrarían, en varias ocasiones, su disconformidad con las medidas de los virreyes. Fue un momento de especial interés en el juego faccional, de lucha por mantener los privilegios de las elites locales, de intensidad en las relaciones con los grupos medios y los grupos más populares; un período de gran actividad gubernativa, de cambios y reformas, de enaltecimiento del poder real, de fricciones y espacios comunes de relación e intercambio político y cultural.

La salud de Fernando Ruiz de Castro fue empeorando, a pesar de las temporadas de reposo. No se habían cumplido casi los dos años de su gobierno, cuando murió en Nápoles, el 19 de octubre de 1601.

Días antes escribía a la Corte: “Señor”, se lee en una carta del 13 de octubre, “hallándome a la ora de la muerte después de más de çinquenta días de enfermedad...

(h)e querido dexar firmado de mi nombre antes que me muera el reconocimiento con que soy de las grandes mercedes que (h)e resçivido de las reales manos de V. Md”. También hacía una petición: “humildemente”, decía, “suplico a V. Md —por el desseo que (h)e tenido de servirle con la sangre y con la vida— si fuera menester se sirva de tener particular quenta... con mi cassa, que con tanta necesidad queda del favor y merced de V. Md”. “Y con esta recomendación...”, concluía, “parto desta vida con grandísimo contento en la misericordia de nuestro Señor...”.

Toda la actividad de gobierno quedó, entonces, en manos de su hijo, Francisco de Castro, que accedió a la interinidad hasta el nombramiento y llegada de Juan Alfonso Pimentel, VIII conde de Benavente. G. C. Capaccio nos ha dejado una descripción pormenorizada de las exequias que se celebraron en Nápoles por el VI conde de Lemos, y en las que salieron a relucir las defecciones. Esta oposición hizo imposible, por el momento, la continuidad del linaje en la dirección del Reino. Sin embargo, los Lemos no perdieron su influencia en la Corte. El duque de Lerma tenía reservado para su hermana, Catalina de Zúñiga, el cargo de camarera mayor de la Reina.

El VI conde de Lemos realizó una importante labor en Nápoles y en Galicia. Tuvo una carrera dilatada y fue nombrado embajador extraordinario en varias ocasiones. El cargo de virrey era la culminación de todo un cursus honorum en el que había destacado como estadista y estratega. Por otro lado, es indudable que la alianza Lemos-Sandoval iba a ser de las más fructíferas y relevantes de este período, y esencial para comprender el juego político de la Corte de Felipe III.

 

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Isabel Enciso Alonso-Muñumer