Flórez Martínez de Angulo, Manuel Antonio. Sevilla, 27.V.1723 – Madrid, 20.III.1799. Marino español, virrey del Nuevo Reino de Granada durante el sexenio 1776-1782 y de la Nueva España durante el bienio 1787-1789.
Nació en Sevilla y fue hijo de Antonio de Flórez Maldonado, natural de Salamanca, y de María Josefa Martínez de Angulo Bodquín y Moro, natural de Madrid.
Fue bautizado en el sagrario de la catedral el 29 del mismo mes con los nombres de Manuel Antonio José Fernando. Frecuentemente se le ha llamado Flores, pero él firmaba Flórez, y posponiendo a este apellido los de Maldonado, Martínez y Bodquín. A los trece años sentó plaza en la Real Compañía de Caballeros de Guardias Marinas y Colegio Naval de la Academia de Cádiz. En 1744 embarcó en la escuadra real, destacando por su inteligencia, disciplina y honradez.
Tras su formación en la Marina real del Mediterráneo, fue enviado a América en 1753, acompañando al marqués de Valdelirios en la Comisión para la demarcación de límites con Portugal (Brasil), que debía fijarlos en conformidad con el tratado de 1750.
Participó en ella durante diez años y recorrió los territorios rioplatense, paraguayo y peruano. Conoció entonces a Juana María Pereyra y Maciel, natural de Corrientes, con la que contrajo matrimonio en Buenos Aires. Juana era hija de Juan Antonio Pereyra y de Juana de Maciel y era una mujer culta, amante de la poesía, como Flórez. Incluso escribió algunas obras que están perdidas. El matrimonio tuvo dos hijos que fueron José Luis y Juan Agustín. El capitán Flórez se distinguió por su trabajo en la Comisión de Límites y dirigió una partida que, de acuerdo con otra portuguesa mandada por José Custodio de Saa y Faria, estableció los jalones divisorios en la boca del río Jaurú y del Iguatimí, que sustituyó al inexistente Ygurey que era el que figuraba en los tratados antiguos. Flórez escribió un Diario de la demarcación y una Descripción de la provincia del Paraguay, que lamentablemente están perdidos.
En 1771 fue nombrado comandante de La Habana y luego del Ferrol, concediéndosele el hábito de la Orden de Calatrava el 15 de julio del año siguiente, con las encomiendas de Lopera, Molinos y Lagunarrota, así como el ascenso a teniente general de la Armada.
Por sus cualidades de ilustrado, marino y conocedor de América fue elegido para virrey en la coyuntura de las grandes reformas carolinas, cuando se estaba desmontando la vieja estructura administrativa de los Austrias. En 1775 fue nombrado virrey del Nuevo Reino de Granada. Tenía entonces cincuenta y dos años y se le confió la organización defensiva, frente a una posible guerra contra Inglaterra, de uno de los territorios americanos más vulnerables, como se había comprobado en la Guerra de la Oreja y en la de los Siete Años, pues comprendía la cornisa atlántica desde Santa Marta hasta Portobelo y la costa de los Mosquitos, donde los ingleses hacían un intenso contrabando y trataban de colocar algunos establecimientos.
De aquí que se le diera la cédula de 22 de noviembre de 1775 ordenándole vigilar las costas del Darién y de los Mosquitos para evitar nuevos asentamientos que les sirvieran de apoyo en el conflicto que se avecinaba.
El virrey Flórez llegó a Cartagena el 11 de enero de 1776 en la fragata Santa Marta y se alojó con su familia en la Casa de los Virreyes, pues debía esperar la llegada del virrey saliente Manuel de Guirior para el traspaso de mando. Aprovechó la ocasión para inspeccionar la plaza, de la que vino a resultar la ampliación del malecón de Bocagrande, que costó ocho mil pesos. Guirior arribó a Cartagena el 9 de febrero y la ceremonia de transmisión de mando se realizó al día siguiente. El virrey saliente le entregó una relación del estado del reino y le informó verbalmente de muchos aspectos reservados que no quiso consignar en los papeles oficiales.
Flórez traía una misión muy importante que era la de preparar el reino para el libre comercio, cuyo tratado se daría al año siguiente. La destrucción de Portobelo en 1739 había terminado prácticamente con el régimen de flotas, que era necesario sustituir ahora por el de buques de registro. La vieja red comercial había quedado obsoleta y era necesario activar el comercio terrestre en el Nuevo Reino, por su situación estratégica en el norte de Suramérica. Flórez aprovechó su viaje a Bogotá para empezar su trabajo de revisar las comunicaciones. El 7 de marzo emprendió su viaje a la capital, pero sólo subió por el río Magdalena hasta la desembocadura del río Opón, donde decidió seguir la ruta terrestre por el Carare con dirección a Vélez, ya que deseaba conocer personalmente las posibilidades de un camino alternativo al que se empleaba hasta Honda. Esto alargó mucho su viaje y no llegó a Bogotá hasta el 10 de abril, cuando se posesionó de su cargo. Su entrada solemne en la capital la retrasó hasta el 26 de mayo siguiente.
No es fácil historiar el gobierno virreinal de Flórez, de quien no se tiene su relación de mando, que está perdida. Debió hacerla poco antes de regresar a España y posiblemente se la dio a su sucesor, el virrey interino Juan de Torrezal Díaz Pimienta, pero es sabido que este último falleció a los cuatro días de llegar a Bogotá, recogiendo sus papeles la viuda, que marchó de inmediato a La Habana para reunirse con su madre, a donde nunca llegó, pues falleció en el viaje.
Quizá la relación de mando de Flórez desapareció con los papeles de Torrezal, o no la escribió nunca. La falta de este documento básico puede traslucirse, sin embargo, de las informaciones que hizo el arzobispo Caballero y Góngora sobre la correspondencia de Flórez con la Corte. Este arzobispo fue nombrado virrey interino en el pliego de mortaja, tras Torrezal, y fue realmente quien sucedió a Flórez. Pero el gobierno de Flórez es complejo no sólo por faltar su relación de mando, sino sobre todo por la serie de problemas externos que incidieron en el mismo. Los mayores fueron tener que preparar el reino para el libre comercio y para la guerra contra Inglaterra, pero tuvo también que dejar que se pusiera en marcha una gran reforma fiscal, que provocó el movimiento de los comuneros.
Esto último ha atraído la atención de los historiadores colombianos, para quienes Flórez es, sobre todo, el virrey que no supo hacer frente al mismo.
Los preparativos para el libre comercio, que se decretó el 12 de octubre de 1777, y que terminó con las flotas de los galeones y con el monopolio gaditano (que había sustituido al sevillano en 1717), le obligaron a proyectar el fomento de la agricultura, la concentración de los pueblos indígenas, y la mejora de la red vial existente. Apenas recién llegado, convocó una Junta de Tribunales para que estudiara el aumento de la producción agrícola. Se dieron entonces algunas medidas importantes, como ofrecer premios a los labradores que se esforzasen en la producción, subvencionados con algunos subsidios moderados, impuestos a los agricultores ricos. Para aumentar la demografía de las poblaciones indígenas envió al fiscal Moreno y Escandón a visitar Tunja y los pueblos del noroeste del virreinato hasta Maracaibo. Se suprimieron poblaciones de pocos vecinos y se trasladaron sus habitantes a otras (Moreno fue premiado por su actuación con su traslado en 1780, en el mismo empleo, a la Real Audiencia de Lima). El virrey recomendó también a los corregidores el cumplimiento de sus obligaciones respecto a los repartimientos, base de la circulación de mercancías, y mandó al ingeniero Antonio Arévalo que pacificara los indios Cozinas, que se habían sublevado en Santa Marta, cosa que hizo con éxito. Finalmente favoreció la artesanía en todas las poblaciones, comenzando por la capital, donde dio las constituciones para los gremios. Se interesó asimismo por la minería, aunque no pudo incentivarla.
La red vial neogranadina era una de las peores de América, pues debía subir y bajar continuamente por caminos que atravesaban los tres ramales de la cordillera andina. De aquí su interés por llegar a Bogotá a través del camino de Vélez. Una vez en el gobierno, ordenó medir y amojonar las calzadas existentes, instalando en ellas indicadores topográficos. Apenas se hizo a conciencia en el Camino Real y en el tramo comprendido entre Bogotá y Honda. Pese a todo, se mejoró la penetración desde Antioquia hasta el Chocó (donde estaban las nuevas minas de oro), así como el Camino Real desde Popayán hasta Quito.
La defensa del reino frente al posible ataque inglés fue objeto de su especial preocupación. Reestructuró la defensa de Popayán, disminuyendo su Compañía Fija a sólo veinticinco plazas y creando catorce compañías de milicias con los emolumentos de los estipendios suprimidos; aumentó el regimiento fijo de Quito a setenta y cinco soldados, divididos en tres compañías y recomendó el cuidado del puerto de Guayaquil. Comprendiendo lo inútil de coordinar la defensa de Guayana, Maracaibo y Trinidad desde Santafé de Bogotá, a causa de la enorme distancia que había hasta la capital, apoyó resueltamente que la Corona las vinculara directamente a la Capitanía de Caracas, segregándolas del virreinato neogranadino.
En 1779 llegó a Santafé el nuevo arzobispo de Bogotá Antonio Caballero y Góngora y poco después se declaró la guerra contra Inglaterra. Flórez comprendió que el conflicto bélico se produciría en la costa y no en el interior. Dispuso así trasladar su residencia a Cartagena. Antes de partir, el 11 de agosto de 1779, delegó sus funciones de gobierno, justicia y hacienda en el regente Gutiérrez de Piñeres, reservándose únicamente las inherentes, a su condición que eran las de capitán general y vicepatrono de la Iglesia neogranadina.
Una vez en Cartagena empezó a alistar su defensa en conformidad con el plan del ingeniero Agustín Crame; mejoró las fortificaciones de Santa Marta, Riohacha y Bayahonda, acopió pertrechos de guerra y víveres, completó las guarniciones y reclutó milicias a sueldo. Todo esto aumentó los gastos, por lo que protestó el regente, que asumió en plenitud sus facultades extraordinarias, poniendo en marcha la gran reforma fiscal con aumento general de los impuestos.
Flórez reclamó entonces a la Corona, pero se le amonestó el 8 de septiembre de 1779 haciéndole saber que “si no quería hacerse responsable y merecer la real gratitud, providenciase en todo con arreglo del Regente visitador en cuanto perteneciese a la Real Hacienda”.
La Corona le obligó así a obedecer al regente y este último organizó el sistema lesivo de impuestos que originó el levantamiento comunero. No cabe, por tanto, atribuir este último a la mala actuación del virrey, como algunos historiadores han señalado.
Flórez prosiguió con la defensa neogranadina. Trató de expulsar a los ingleses de las Bocas de San Juan y la costa de los Mosquitos y envió para ello una flotilla de dos fragatas y unas balandras bajo el mando del comandante de marina Fernando Lorita, pero no llegó a pasar de Portobelo por temor a hundimiento de las naves, que estaban muy averiadas. Mandó doscientos soldados del Fijo a Cartagena a reforzar Santa Marta y Riohacha y emprendió las reparaciones de la muralla de Cartagena, el espigón de la Tenaza, y los emplazamientos de las baterías del cerro de la Popa, las de Mas y Crespo y el hornabeque de Palo Alto. La guarnición de Cartagena costaba 50.000 pesos mensuales.
Afortunadamente los ingleses no atacaron la costa neogranadina.
El virrey destacó también por su preocupación social y cultural. Fundó hospicios para pobres de ambos sexos y mejoró los hospitales de Vélez, Mariquita, Pamplona y Tunja. En lo cultural realizó dos grandes aportaciones al Nuevo Reino de Granada, que fueron la biblioteca real y la imprenta, si bien contó con el apoyo incondicional del fiscal Francisco Antonio Moreno y Escandón. La biblioteca se formó con los libros incautados a los centros docentes de los jesuitas expulsos y el virrey Guirior había iniciado ya los trámites para formar una biblioteca pública. Flórez concluyó esta obra y la biblioteca se inauguró solemnemente el 9 de enero de 1777 en un acto presidido por el oidor Antonio de Verástegui y el fiscal Moreno y Escandón. Se pusieron a disposición del público 4.182 volúmenes, de los 13.800 que constituían su haber. En cuanto a la imprenta fue una gran preocupación de Flórez, que mandó venir a Bogotá a Antonio Espinosa de los Monteros, un impresor de oficio que vivía en Cartagena y con el que seguramente habló a su paso por dicha ciudad. Los gastos de la venida del impresor y de su tosca imprenta se costearon mediante una colecta de los vecinos, que encabezó el propio virrey con 200 pesos. Flórez pidió una nueva imprenta al Rey, sugiriendo a la vez que se trajera de Quito la que tenían antaño los jesuitas expulsos, pero, entre tanto, funcionó la vieja de Espinosa de los Monteros auxiliada de una prensa local fabricada por Mariano Millán y el maestro Narciso. La imprenta bogotana se inauguró con la impresión de la visita de Francisco Gutiérrez de Piñeres.
Empezó, asimismo, a ocuparse de la reforma fiscal, que tuvo que dejar pronto, sin embargo. El virrey trató de eliminar los asientos existentes para la administración de las rentas y puso éstas bajo administración directa, pero tuvo que dejar este asunto en manos de Gutiérrez de Piñeres, a quien se había nombrado regente del reino en 1776 y llegó a Cartagena en agosto de 1777. Tales regentes fueron una creación de los últimos años del reinado de Carlos III y eran unos nuevos funcionarios los que asumían funciones superiores de justicia en las audiencias, las de visitadores y las de intendentes del ejército. Gutiérrez de Piñeres fue realmente el que acometió la reforma fiscal del reino. Estableció la renta del estanco del tabaco, prohibiendo su cultivo en algunas regiones; impuso la renta de naipes, sal y aguardientes; organizó la Dirección General de Rentas; abrió las aduanas de Cartagena y Santafé, y finalmente el 12 de octubre de 1780 publicó la Instrucción general para la recaudación del reclamo de alcabalas y Armada de Barlovento, complementando la que había dado al llegar en 1777, y con los nuevos gravámenes, que subían dos reales la libra de tabaco y otros dos la azumbre del aguardiente. A los diez días surgió la revolución de los comuneros.
Primero en Simacota y luego en Mogotes, Barichara, Charalá y el Socorro. En esta última población se organizó el movimiento del Común (1781), después de asaltarse la oficina de la renta del tabaco. Lo dirigieron Berbeo, Salvador Plata, Monsalve y Rosillo y llegaron a reunir veinte mil hombres de todas clases (criollos, mestizos e indios) que marcharon a Bogotá en 1781. Todo el reino quedó conmocionado, desde Pasto hasta Mérida. Los rebeldes decidieron ir a Bogotá para exigir a las autoridades la revocación de los aumentos de impuestos. El virrey no estaba, como se sabe, y la Audiencia consideró necesario que alguna autoridad detuviera a los comuneros, pero decidió que no debía ser Gutiérrez de Piñeres, a quien odiaba el pueblo, que tuvo que irse a Honda para no irritar más a los rebeldes. La Audiencia envió a unos comisionados al encuentro de los comuneros. Fueron el oidor Joaquín Vasco y el alcalde Eustaquio Galavís, uniéndose a ellos el arzobispo Caballero y Góngora como persona de autoridad que debía “persuadir” a los rebeldes de que depusieran su actitud. Los comisionados encontraron a los comuneros cerca de Zipaquirá en el puente que hoy se llama el Común.
Se iniciaron unas negociaciones entre ambos y los comisionados aprobaron las reivindicaciones populares de reducción general de los impuestos. Vino luego la desmovilización de los comuneros, el incumplimiento de lo aprobado, la persecución de los últimos brotes rebeldes, etc.
Flórez siguió en Cartagena, pero su salud empeoró en agosto de 1781, por lo que delegó prácticamente casi todas sus funciones de gobierno, excepto las nominales.
El mariscal de campo Juan de Torrezar Díaz Pimienta asumió las propias de la comandancia militar, mientras que en Santafé el regente Gutiérrez de Piñeres asumió las demás. Pese a todo, Flórez dio un indulto general a todos los que habían participado en los sucesos comuneros (1781) y suprimió el impuesto de la Armada de Barlovento, con lo que la alcabala volvió a su gravamen antiguo del dos por ciento. Incapacitado incluso para poder firmar, solicitó al Rey que le relevara del empleo para regresar a España con objeto de recuperar su salud.
Carlos III se resistió, pero se lo concedió al fin por cédula de 26 de noviembre de 1781, que llegó a Cartagena el 27 de marzo de 1782. Flórez pudo al fin dejar su gobierno en manos del mariscal de campo Torrezar, que lo recibió a título interino. Le entregó el mando en la misma casa donde vivía, porque sus achaques le impedían ir a la casa de Gobierno. Flórez recibió, junto con su permiso, una cédula real en la que Carlos III le autorizaba a otorgar un amplio perdón a los comprometidos en los movimientos comuneros, cosa a la que se había anticipado. Hizo sus equipaje y abandonó Cartagena casi inmediatamente (su esposa había partido antes) en el navío de guerra El Dragón. Tras la escala en La Habana llegó a España, donde se restableció su salud rápidamente, ya que a los cinco años estaba en capacidad de regresar a América, como virrey de México, para lo que fue nombrado en 1787.
Zarpó de Cádiz hacia su nuevo destino el 20 de mayo de 1787, a bordo de la San Julián. Le acompañaban sus hijos, pero no su esposa, a quien tuvo que dejar enferma en Madrid. Su nave atracó en Veracruz el 18 de julio del mismo año y el 26 salió hacia México, vía Jalapa, donde se detuvo unos días.
Subió luego al altiplano y el 16 llegó a San Cristóbal, donde el virrey-arzobispo Núñez de Haro le entregó el mando. Entró en México y se posesionó el 17 de agosto del mismo año, cuando empezó su gobierno que duró hasta 1789, año en que le relevó el segundo conde de Revillagigedo.
Flórez afrontó dos graves problemas personales durante su bienio mexicano, que fueron su salud y su maltrecha economía. Su enfermedad se agravó durante el viaje, impidiéndole firmar la correspondencia.
Solicitó por ello, apenas llegar a México, que se le concediera la gracia de poner sólo media firma en sus escritos, lo que se le otorgó el 24 de octubre de 1787, excepto en los despachos, patentes reales y en todas las demás órdenes que se librasen caudales de Real Hacienda o cuya gravedad exigiese la firma completa.
Unos meses después, el 27 de noviembre del mismo año, solicitó que se le autorizara a firmar con estampilla, ya que apenas podía escribir sujetándose una mano con la otra y muy despacio. Señaló que, de seguir empeorando, se encontraría igual que en Santafé donde apenas podía rubricar las cartas. Se le negó la gracia y tuvo que seguir con la media firma. Empeoró una semana después, cuando se encontró totalmente imposibilitado de firmar y hasta de rubricar ningún papel. Recurrió entonces al Real Acuerdo en busca de ayuda y se le permitió usar la estampilla, pero bajo serias precauciones y con la promesa de que no volvería a usarla cuando se restableciera. Flórez pidió también un secretario que aliviase su trabajo en el despacho de los asuntos de gobierno, lo que se le concedió, pero con la condición de no utilizar en dicho cometido a los escribanos de Gobernación y Cámara de la Real Audiencia.
El otro problema era el de su estrechez económica.
No era hombre rico y fue además un ejemplo de honradez, por lo que tuvo que vivir con su sueldo.
Cuando regresó a España, después de su mandato neogranadino, pasó algunas estrecheces en Madrid, donde tuvo que abrir casa. Es posible que esto fuera lo que le indujo a aceptar el nombramiento para virrey de México, pese a su enfermedad. Se le avanzaron entonces 30.000 pesos, que se le descontarían de su sueldo, pero fueron insuficientes para enjugar los gastos de su traslado a México y los de tener dos casas abiertas, una en México y otra en Madrid, donde vivía enferma su mujer. Pidió al Rey que se le diera una gratificación de 20.000 pesos anuales, cosa que se había otorgado a otros virreyes, que se le eximiese de pagar la media annata, y que el sueldo de virrey se le pagara desde que llegó a Veracruz y no desde que lo hizo a México, una nimiedad que realmente demuestra sus apuros económicos. En su petición hizo constar que no tenía más caudal que el que le daba el Monarca. Carlos IV debió creer que exageraba, pues negó la solicitud de los 20.000 pesos anuales, aunque concedió las otras mercedes. Flórez moriría en Madrid el año 1799 en extremo grado de pobreza, por lo que el Rey tuvo que conceder a su viuda una pensión vitalicia reservada de 10.000 reales de vellón anuales.
El virrey es así un claro ejemplo de que no todos los mandatarios españoles eran ladrones, hacían cohecho o traficaban con sus influencias.
Su gobierno mexicano también se vio entorpecido por los problemas que parecían perseguirle, como eran la libertad de comercio, las reformas carolinas y la amenaza de otra nueva guerra con Inglaterra. La Nueva España era el único territorio americano que seguía funcionando con el antiguo régimen de flotas y con el monopolio gaditano, pero el 28 de febrero de 1789 se dio la cédula de su defunción, pues Carlos IV incluyó dicho territorio entre los que se beneficiaban del Reglamento de Libre Comercio de 1778. No hubo ya más flotas. Sólo buques de registro. Se desmontó el eje Veracruz-México-Acapulco y empezaron a surgir nuevas rutas comerciales a puertos antaño secundarios, que trataron de conectar con los centros de producción de plata. Todo el comercio mexicano sufrió una profunda transformación que duró ya hasta prácticamente 1810.
Más problemático resultó lo relativo al reformismo borbónico que, aparte de cambios formales en los sistemas administrativos, creó una situación muy complicada para los virreyes por el funcionamiento del sistema de intendencias. El problema se agravó por el fallecimiento del ministro Gálvez en 1787 y de Carlos III al año siguiente, que fueron los creadores y ejecutores del reformismo mexicano. Los cambios administrativos sembraron el desconcierto durante varios meses, aunque los funcionarios terminaron por adaptarse a los mismos. La Secretaría de Indias que tuvo Gálvez se dividió en dos ministerios, que fueron la Secretaría de Gracia y Justicia con Antonio Porlier a su frente, y la Secretaría de Hacienda y Guerra, con Antonio Valdés y Bazán. Hubo que hacer reajuste del papeleo oficial, nuevos índices de la correspondencia con una nueva numeración, etc. Peor fue lo relativo al funcionamiento de las intendencias, tema del que vino a enterarse Flórez en su conversación con el arzobispo-virrey saliente Alonso Núñez de Haro y sobre lo que no había recibido las oportunas instrucciones.
Supo entonces que no podía intervenir en los ramos de Hacienda y Guerra, que manejaba exclusivamente Fernando José Mangino, superintendente subdelegado de Hacienda. El virrey Flórez había quedado así reducido a jefe militar, pero sin poder manejar la organización defensiva del reino, de lo que cabía esperar una gran serie de conflictos, máxime si debía preparar el reino para la guerra contra Inglaterra, como se le pidió. Afortunadamente Fernando Mangino fue nombrado para una plaza efectiva de ministro de Capa y Espada en el Consejo de Indias y sus funciones volvieron al virrey el 2 de octubre de 1787. Flórez pudo actuar así libremente para realizar la división de las Provincias Internas en dos comandancias generales, siguiendo la propuesta formulada anteriormente por el virrey Croix; la de Poniente (California, Sonora, Nuevo México y Nueva Vizcaya) y la de Oriente (Coahuila, Texas, Nuevo Reino de León y jurisdicciones del Saltillo y Parras). Envió personal a las mismas y reafirmó la alianza con los apaches. El virrey pudo, además, actuar con libertad para conjurar el posible enfrentamiento con Gran Bretaña, otro problema que también le perseguía. La Corona alertó del peligro a sus virreyes americanos mediante orden reservada del 6 de octubre de 1787, que llegó a México el 3 de febrero de 1788. Flórez actuó en consecuencia, equipando varios buques de la Armada real, revisando los armamentos y municiones, y disponiendo inspecciones defensivas. Previno asimismo del peligro a los capitanes de los buques que zarpaban de Veracruz e impidió que el regimiento de Zamora saliera hacia La Habana, como estaba previsto, por motivos de seguridad. Finalmente mejoró las defensas del castillo de San Juan de Ulúa, en la plaza de Veracruz, las de las costas laterales, el fuerte de Perote y el castillo de San Diego en Acapulco. Formó además tres regimientos nuevos de fijos de infantería que se llamaron de Nueva España, de México y de Puebla, mejoró las milicias y envió la expedición a Nutka para averiguar el avance de la colonización rusa en la costa norpacífica. Afortunadamente la crisis con Inglaterra alcanzó su punto álgido en los meses de febrero y marzo de 1788 y bajó luego de intensidad. Flórez pudo desmontar entonces el estado de alarma, regresando a la normalidad.
Igual que en el Nuevo Reino de Granada tuvo una gran actuación en el orden cultural. Introdujo tertulias literarias y científicas en su palacio (Alzate, el padre Pichardo, León y Gama, Dimas Rangel, Fausto Elhuyar, etc.), donde se hablaba de temas de botánica, minería, etc. Favoreció la publicación de la Gazeta, que se había fundado en 1785; promovió la formación de un plan de historia de la Nueva España (lo encomendó al teniente coronel Diego Panés), si bien no pudo implantarse, e impulsó la publicación de obras de medicina. El médico Juan Manuel Benegas publicó un tomo de su obra Compendio de la Medicina o la Medicina práctica, en la que recogió sus descubrimientos y experiencias de viajes realizados por todo el virreinato, y el médico Pedro Puglia proyectó un viaje a la costa sur de California para recoger plantas, animales y minerales de interés científico. Durante el mandato de Flórez se enviaron a España los manuscritos sobre la Historia de México de Mariano Veitia, donados por su viuda Josefa Arostegui. Llegaron junto con los papeles del caballero Lorenzo Boturini y otras obras de interés para la historia de México, como una historia de Texas y Coahuila y las noticias de fray Antonio Tello sobre Jalisco, Nueva Vizcaya y Nuevo León. Flórez autorizó además a Malaspina para que consultara los archivos jesuitas de los puertos por donde recalase, con objeto de facilitarle noticias para el viaje que planeaba realizar alrededor del mundo. También ayudó a la Sociedad Patriótica de Veracruz, que acaba de fundarse el 1 de mayo de 1787. Otras obras importantes del virrey fueron el intento de establecer una universidad de estudios mayores en Guadalajara y la construcción del Jardín Botánico, pues en su mandato había llegado a México la expedición botánica dirigida por Martín Sessé y José Lacasta. El 1 de mayo de 1788 se establecieron en México los estudios de Botánica en el Real Estudio Botánico con la lección inaugural de Sessé y el curso comenzó al día siguiente bajo la dirección de Cervantes.
Sostuvo el funcionamiento de la Real Academia de San Carlos (creada en 1785), donde se enseñaba Arquitectura, Escultura, Pintura y Grabado, y del Colegio y Tribunal de Minería, impulsando la introducción de nuevas técnicas mineras (en Sombrerete y Zacatecas se comprobó que el viejo sistema de patio era mejor que el de hornos) y la llegada de Fausto Elhuyar y de mineros extranjeros de Silesia. Obras públicas importantes fueron asimismo los inicios de la construcción de la presa de Arroyo Zarco (California), para contar con agua de riego suficiente, y de la calzada que iba desde el puente de San Antonio Abad hasta el de Belén. En la capital mexicana hizo un teatro (1788), arregló la Casa de Moneda, deteriorada por los terremotos, avanzó las obras del nuevo palacio de Chapultepec y mejoró el desagüe de Huehuetoca, que evitaba la inundación de la urbe.
Especial importancia tuvo la mejora del puerto de San Blas, en California, que Flórez convirtió en base de la exploración que Esteban José Martínez emprendió hacia el norte de América. Flórez le ayudó a conseguir cinco buques y ocho cirujanos que salieron el 21 de julio de 1787 y alcanzaron Nutka, donde comprobaron la presencia rusa. El temor a una ocupación inglesa originó otra nueva expedición en 1789 de Martínez y de Haro, que llegaron a Nutka en setenta y seis días, iniciando una ocupación muy rudimentaria.
Los buques ingleses no tardaron en aparecer.
Los marinos españoles regresaron a San Blas el 27 de agosto de 1789, pocas semanas después de que Flórez hubiera partido de México.
El virrey Manuel Antonio Flórez recibió la noticia de su relevo (lo había solicitado por su quebrantada salud y su avanzada edad) el 22 de febrero de 1789, junto con las mercedes de no tener que hacer juicio de residencia y de gozar de seis meses de sueldo para regresar dignamente a España. No pudo partir de inmediato, sin embargo, pues su sucesor, el conde de Revillagigedo, no llegó a Veracruz hasta el 7 de julio del mismo año 1789. Durante la espera, hizo una Instrucción para Revillagigedo. El 17 del mismo mes hizo el relevo y zarpó para la Península. Carlos IV le otorgó el cargo de capitán general de la Real Armada y el título de conde de Casa Flórez, que no quiso aceptar en vida y pasó luego a su hijo. El 12 de octubre de 1795 recibió la Gran Cruz de Carlos III. Falleció en Madrid el 20 de marzo de 1799 en extremo grado de pobreza, como indicamos, por lo que se concedió a su viuda la pensión vitalicia de 10.000 reales de vellón anuales.
Obras de ~: Prevenciones para los correos que se dirigen al Río de la Plata y su regreso a España (inéd.); Relación de los trabajos hechos por los comisarios de la tercera partida de límites entre España y Portugal en América (inéd.); Carta de don Manuel Flórez a B. Arriaga sobre el temporal que sufrió la flota de América en el año 1766 (inéd.); Descripción histórica y geográfica de la villa Real del Buen Jesús de Cuyabá (inéd.); Diario de la demarcación (desapar.); Descripción de la provincia del Paraguay (desapar.).
Bibl.: J. A. de Plaza, Memorias para la historia de la Nueva Granada desde su descubrimiento hasta el 20 de julio de 1810, Bogotá, Imprenta de El Neo-Granadino, 1850; A. Cavo y C. M. Bustamante, Los tres siglos de México durante el gobierno español hasta la entrada del ejército trigarante, México, L. Abadiano y Valdés, 1852; Instrucciones que los virreyes de la Nueva España dejaron a sus sucesores, México, 1867; A. Caballero y Góngora, “Relación del estado del Nuevo Reyno de Granada”, en J. A. García y García, Relaciones de los Virreyes del Nuevo Reino de Granada, ahora Estados Unidos de Venezuela, Estados Unidos de Colombia y Ecuador, New York, Imprenta de Hallet and Breen, 1869; J. M. Groot, Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada, escrita sobre documentos auténticos, Bogotá, Imprenta y Estereotipia de Medardo Rivas, 1870; M. Ribera Cambás, Gobernantes de México, México, 1872, 2 vols.; M. Briceño, Los Comuneros. Historia de la insurrección de 1781, Bogotá, Imprenta de Silvestre y Compañía, 1880; N. de Zamacois, Historia de México desde sus tiempos más remotos hasta nuestros días, México, J. F. Parrés y Compañía Editores, 1880; H. Bancroft, Historia de México, San Francisco, California, 1887; P. M. Ibáñez, “La imprenta en Bogotá, desde su introducción hasta 1810”, en Revista Literaria (Bogotá), n.º 7 y 8 (1890); P. Cárdenas Acosta, Los Comuneros, Bogotá, Imprenta Nacional, 1905; E. Serrano Tornel, Baronesa de Wilson, México y sus gobernantes de 1519 a 1910, Barcelona, 1910; E. Posada y P. M.ª Ibáñez, Relaciones de mando. Memorias presentadas por los gobernantes del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Imprenta Nacional, 1910; Á. Camacho Baños, Sublevación de los comuneros en el virreinato de Nueva Granada en 1781, Sevilla, Tipografía Giménez y Vacas, 1925; J. Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, Bogotá, Ed. Águila, 1927; E. Restrepo Tirado, Gobernantes del Nuevo Reino de Granada durante el siglo xviii, Buenos Aires, Imprenta de la Universidad, 1934; J. M. Marroquín, “Biografía de don Francisco Antonio Moreno y Escandón”, en Boletín de Historia y Antigüedades (Bogotá), vol. XXIII (1936); M. Orozco y Berra, Historia de la dominación española en México, México, Antigua Librería Robredo, 1938, 4 vols.; G. Arciniegas, Los Comuneros, Bogotá, Ed. ABC, 1939; A. Arnaiz y Freg, “Don Fausto de Elhuyar y de Zubice”, en Historia de América (México) n.º 6 (agosto de 1939); J. F. Gutiérrez, Galán y los Comuneros, Bucaramanga, Imprenta Departamental, 1939; M. Cuevas, Historia de la nación mexicana, México, Talleres Tipográficos Modelo, 1940; J. Romero Flores, Iconografía colonial, México, Museo Nacional, 1940; J. Bravo Ugarte, Historia de México, México, 1941-1943, 3 vols.; D. de la Valgoma, Real Compañía de Guardias Marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de caballeros aspirantes, t. I, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1943; J. Vasconcelos, Breve historia de México, México, Ediciones Botas, 1944; D. Ramos Pérez, El tratado de límites de 1750 y la expedición de Iturriaga al Orinoco, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1946; M. del C. Velázquez, Estado de guerra en Nueva España, México, El Colegio de México, 1950; J. T. Medina, “La imprenta en Bogotá y la Inquisición en Cartagena de Indias”, en Boletín de Historia y Antigüedades (Bogotá), vol. XXIII (1952); J. M. Restrepo Sáenz, Biografías de los mandatarios y ministros de la Real Audiencia (1671 a 1819), Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1952; J. I. Rubio Mañe, “Política del virrey Flórez en la Comandancia General de las Provincias Internas, 1787-1789”, en Boletín del Archivo General de la Nación (México), vol. XXIV, n.º 2 (1953); R. Majó Framis, Vida de los navegantes, conquistadores y colonizadores españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII, t. III, Madrid, Aguilar, 1954; P. M. Ibáñez, Crónicas de Bogotá, Bogotá, Ed. ABC, 1954; C. Alcázar Molina, Los virreinatos en el siglo XVIII, Barcelona, Salvat editores, 1959; E. Marco Dorta, Cartagena de Indias, puerto y plaza fuerte, Cartagena, Alfonso Amado, 1960; P. E. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal de 1781 en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Editorial Kelly, 1960; W. Jiménez Moreno, Historia de México, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1962; J. Restrepo Posada, Arquidiócesis de Bogotá. Datos biográficos de sus Prelados, Bogotá, Academia Colombiana de la Historia, 1963; J. L. Becerra López, La organización de los estudios en la Nueva España, México, Edit. Cultura, 1963; L. Navarro García, José de Gálvez y la Comandancia General de las Provincias Internas del norte de Nueva España, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1964; S. E. Ortiz, Historia Extensa de Colombia, Bogotá, Academia Colombiana de Historia, Ediciones Lerner, 1966; J. M. Henao y G. Arrubla, Historia de Colombia, Bogotá, Voluntad, 1967; V. Riba Palacio, México a través de los siglos, México, Ed. Cumbre, 1972; M. L. Rodríguez Baena, “Manuel Antonio Flórez (1787-1789)”, en Virreyes de Nueva España (1787-1798), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1972; J. L. Phelan, El Pueblo y el Rey. La revolución comunera en Colombia, 1781, Bogotá, Carlos Valencia, 1980; M. Lucena Salmoral, El Memorial de don Salvador Plata, los Comuneros y los movimientos antirreformistas, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1982; F. Orozco Linares, Historia de México: De la época prehispánica a nuestros días, México, Panorama Editorial, 1982; M. Lucena Salmoral, Tres historias testimoniales sobre la revolución comunera. La revolución comunera contada como la vieron un funcionario (español), un religioso (criollo) y un Arzobispo- Virrey (español), Bogotá, Banco de la República, 1984; R. Moreno, La primera cátedra de botánica en México, 1788, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1988; I. del Río, A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de la Baja California, México, 1990; E. de la Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, México, Porrúa, 1991; Á. Commons, Las intendencias de la Nueva España, México, UNAM, 1993; I. del Río, La aplicación regional de las reformas borbónicas en Nueva España. Sonora y Sinaloa, 1768-1787, México, UNAM, 1995; P. Gerhard, La frontera norte de la Nueva España, México, UNAM, 1996; I. Herrera Canales (coord.), La minería mexicana. De la Colonia al siglo XX, México, Instituto Mora/El Colegio de Michoacán/ El Colegio de México, 1998; VV. AA., Vida cotidiana y cultura en el México virreinal, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000; M. León- Portilla, La California mexicana. Ensayos acerca de su historia, México, UNAM, 2000; VV. AA., Historia general de México, México, El Colegio de México, 2000.
Manuel Lucena Salmoral