González de Bassecourt, Francisco Fermín. Conde del Asalto (I). Pamplona (Navarra), 1726 – Carabanchel de Arriba (Madrid), 19.VIII.1793. Militar y capitán general de Cataluña.
Castellano de origen flamenco, Francisco Fermín González de Bassecourt, siendo capitán de guardias de Infantería, luchó contra el ejército de Inglaterra en La Habana, pieza fundamental del sistema imperial español y plaza militar de primer orden en la defensa de las rutas oceánicas durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763). En 1762, los ingleses asediaron la ciudad colonial, la conquistaron e hicieron allí un botín de varios millones de pesos y once buques de guerra. A causa de la muerte heroica de su hermano Vicente en la defensa de La Habana, Carlos III le concedió a Francisco el título de conde del Asalto en 1763. Tomó parte en las campañas de Italia, Portugal y Argel, y fue ascendido a teniente general por los méritos contraídos en ellas.
Trasladado a Cataluña, ocupó el cargo de corregidor de Barcelona, oficio que había sido introducido en Cataluña con la Nueva Planta (1716) para sustituir a los veguers (corregidores) y gobernadores, con funciones de justicia, gobierno civil y militar y presidencia de los municipios capitales de corregimiento. Su poder político y esmerada educación literaria —aunque sólo se conservan de su pluma algunas poesías líricas— motivaron que en 1776 fuera elegido protector y presidente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, pues los académicos, según reza el acta, quisieron designar “un presidente literato, condecorado y propenso a facilitar a la Academia lo que tanto necesita y que pudiese autorizarla con su asistencia personal”. Participó en todas las sesiones de la Academia, que a partir de 1777 se celebraban en la sala principal del Consejo de Ciento, aunque la institución siguió deslizándose por el plano inclinado de la decadencia y postración corporativa. Como corregidor era responsable —junto con el Ayuntamiento— de todo lo relativo a espectáculos, por lo que intervino con frecuencia en la regulación de las comedias, óperas y otras diversiones que se realizaban en el teatro de la Santa Cruz. Destruido este edificio por un incendio en la noche del 27 de octubre de 1787, el conde del Asalto ordenó su reconstrucción y presidió desde su palco de honor la inauguración el 4 de noviembre de 1788, día en que se escenificó el sainete El café de Barcelona.
En 1780 fue nombrado capitán general de Cataluña (la figura más emblemática del centralismo borbónico que tenía el mando supremo del Ejército, el gobierno del territorio y la representación del Monarca compartida con la Real Audiencia), después de haberlo sido interino durante dos años, y en 1782 coronel de Guardias Reales. Se preocupó por continuar la reforma urbana iniciada por el conde de Ricla, dirigiendo la urbanización de las huertas del Raval, entre la Rambla y la muralla del lado de Montjuic. En 1783, prescindiendo del parecer del Ayuntamiento barcelonés, hizo abrir la calle Nou de la Rambla, con una anchura excepcional para dos vehículos, llamada del conde del Asalto en su honor. Era el primer paso para desbloquear la edificación del Raval, que hacía necesario el crecimiento de la industria y de la población, aunque los estrictos cánones formales previstos fueron abandonados para lograr interesar efectivamente a los inversores inmobiliarios y se establecieron unos volúmenes edificables excepcionalmente altos.
El motín de los rebomboris del pa, que estalló en febrero de 1789 como consecuencia de la crisis de subsistencias provocada por la carestía derivada de la libertad del comercio de grano, pese a que Barcelona normalmente se hallaba bien abastecida de pan, cogió por sorpresa al capitán general, que fue acusado de especulador por los sublevados: “No se oýa sino los ‘¡Biba el Rey y muera el General!’, que era el conde del Asalto, porque corría por la ciudad ya años abía que negossiava con el pan”. Temiendo por su vida, el conde del Asalto abandonó su palacio y se refugió en la ciudadela, cuyos cañones mandó encarar, así como los de Montjuic y las Atarazanas, contra la ciudad. La caballería fue apedreada por la población (con una clara presencia femenina) y las tropas cargaron con las espadas desnudas contra la multitud, causando numerosos heridos y algunos muertos. Incapaz de gestionar la revuelta, el capitán general cedió a las presiones de los amotinados, bajó el precio del pan y dejó el papel de protagonistas en el apaciguamiento del conflicto a los grupos dirigentes de la sociedad catalana: nobles, burgueses y menestrales. Su imprevisión y el hecho de reprimir la revuelta con tibieza y vacilación motivaron su destitución de la Capitanía General y posterior traslado a Madrid, siendo reemplazado por el conde de Lacy.
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Antonio Fernández Luzón