Colina Recines, Juan Antonio de la. Bárcena de Cicero (Cantabria), 23.V.1706 – La Habana (Cuba), 31.V.1771. Marino, jefe de Escuadra de la Real Armada.
Hijo de labradores de poca fortuna, destacó desde su niñez por su complexión atlética y su fortaleza física.
Tradiciones locales lo recuerdan como el primer tirador de barra de su comarca y por ser capaz de romper monedas con los dedos.
Se alistó, contra el parecer de sus padres, de marinero voluntario en un navío de la Real Armada que se encontraba fondeado en Santander, en 1726. Una vez embarcado se dedicó con ahínco al estudio de la náutica y las matemáticas, aprovechando su destino de guardabanderas y el afecto que le profesaban los pilotos de a bordo.
Contrajo matrimonio en Santoña con María Camba y Torre, el 12 de enero de 1727.
Asistió a las operaciones del primer sitio de Gibraltar y, por su conducta en la guerra contra Inglaterra, así como en la reprensión de la piratería berberisca, fue ascendido a alférez de navío el 15 de septiembre de 1729, sin haber sido previamente guardia marina.
Continuó embarcado y sufrió dos heridas en combate, se le promovió a teniente de fragata el 21 de febrero de 1734 y a teniente de navío el 19 de agosto de 1735, por los méritos contraídos (junio-julio de 1732) en la escuadra del teniente general Francisco Cornejo que efectuó el asalto anfibio en las playas de Orán, conjuntamente con el ejército del duque de Montemar que tomó aquella plaza.
Sin descanso en sus continuas campañas, no solamente en el Mediterráneo sino también en América, ascendió a capitán de fragata el 29 de agosto de 1737.
Cuando estalló la larga guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748), imbricada enseguida con la de la Sucesión a la Corona de Austria, mandaba una fragata pero, en 1743, se le entregó el mando del navío África que pasó a La Habana para integrarse en la escuadra del teniente general Rodrigo de Torres que, al fallecer, fue relevado por el del mismo empleo Andrés Reggio, el cual, atraído por la personalidad de Colina, izó su insignia en el citado navío.
El día 12 de octubre de 1748 se presentó ante La Habana una escuadra inglesa al mando del comodoro Knowles, cuando, en Aquisgrán, las potencias combatientes estaban a punto de firmar la paz, lo que tanto Knowles como Reggio ignoraban. La escuadra española, con fuerzas parecidas a la de la inglesa, salió a presentar combate que terminó en “tablas”, ya que, si bien la escuadra española sufrió mayores pérdidas, mantuvo el mar del combate y hubo de retirarse la inglesa. El África de la insignia de Reggio fue el primero en romper el fuego, que mantuvo durante varias horas contra tres navíos ingleses, sufriendo cuarenta y un muertos y sesenta y nueve heridos. El África quedó desarbolado de todos sus palos, por lo que se dirigió a fondear cerca de Jaruco donde, para evitar que lo apresaran los ingleses, el almirante y su capitán de bandera (se llama así en la Armada al comandante del buque insignia) decidieron salvar a la gente, la artillería y los pertrechos y quemar el buque.
La conducta de Reggio fue examinada por un consejo de guerra de oficiales generales y el propio Juan Antonio Colina se encargó de la defensa de su almirante, la cual ejerció con tal acierto (debido seguramente a sus grandes dotes para las relaciones públicas, como se dice hoy en día) que su general no solamente fue absuelto sino que el Rey le mostró su aprecio por el notorio valor y la conducta con que sostuvo el honor del pabellón de España. También debió de contribuir, y mucho, al real aprecio el que, tras la firma de la paz, la escuadra Reggio regresara a Cádiz, adonde arribó el 13 de julio de 1749, conduciendo una remesa de 22.788.913 pesos fuertes, una de las mayores recibidas de los virreinatos americanos, que fueron benéfico bálsamo para el depauperado reino.
El día 20 de marzo de 1754, Colina ascendió a capitán de navío en turno de antigüedad y pasó a mandar el Reina, con el que hizo dos viajes redondos a Cádiz conduciendo caudales. Enviudó de María Camba y, en 1759, pasó varios meses de licencia en su pueblo natal, donde construyó una casa pensando en su próximo retiro. Seguidamente tomó el mando del navío América, de la escuadra del teniente general Blas de la Barreda, de estación en las Antillas, con el que volvió a realizar comisiones de traslado de caudales.
El 17 de junio de 1761, siendo el comandante más antiguo presente en La Habana, tomó el mando de los buques que allí se encontraban por haber salido Blas de la Barreda para Cádiz. En junio del mismo año llegó a dicho puerto, con varios buques, el jefe de escuadra Gutierre de Hevia, marqués del Real Transporte, para coadyuvar a la defensa que estaba organizando el gobernador de la isla de Cuba Juan de Prado, pues Carlos III estaba dispuesto a entrar en la guerra “de los siete años”. Colina, con el buque de su mando, quedó integrado, en la escuadra del citado marqués del Real Transporte. Poco después, salió de comisión para Veracruz en compañía de otro navío de la misma escuadra, al objeto de traer los caudales solicitados al virrey de la Nueva España para la reparación y ampliación de las fortificaciones de La Habana. Una desgraciada fatalidad hizo que, con los oportunos caudales, esos dos navíos introdujeran en la capital cubana el temido “vómito negro” vía los presidiarios embarcados en Veracruz para los trabajos habaneros. La epidemia desatada en Cuba provocó la muerte a más de 1.800 marineros y soldados y a multitud de paisanos peninsulares, obligando a distraer fondos y esfuerzos preparados para la defensa de la capital en la construcción de hospitales y asilos. Aunque esto no justificara la pérdida que, enseguida, iba a ocurrir, sí que contribuyó a ella.
En enero de 1762 se declara formalmente la guerra a la Gran Bretaña. El 6 de junio del mismo año, como el Rey y su Gobierno habían previsto, apareció frente a La Habana una potente escuadra inglesa, transportaba una fuerza de desembarco de 14.000 hombres, entre ellos varias compañías de negros jamaicanos inmunizados contra la fiebre amarilla.
En la segunda de las juntas de generales convocadas por el gobernador Juan de Prado para decidir la oportuna defensa de la plaza, Juan Antonio de la Colina propuso equivocadamente, quizás movido únicamente por el éxito alcanzado por Blas de Lezo en Cartagena de Poniente (marzo de 1741) y sin considerar que la situación estratégica era bien distinta, cerrar la entrada del puerto echando a pique en la bocana a tres navíos de la escuadra. Su propuesta, desgraciadamente, fue aceptada, con lo que el mar quedó en seguridad y libertad para los ingleses, dado que si se cierra la entrada, queda cerrada también la salida.
Perdida la plaza tras dos meses de sitio (13 de agosto de 1762) en el que Colina se condujo con valor, y regresados a Cádiz los vencidos, comenzó seguidamente en Madrid el correspondiente consejo de guerra para averiguar las causas que condujeron a la terrible pérdida, a la que siguió, por cierto, la de Manila. El consejo juzgó la conducta de todos los componentes de la junta de guerra formada por Juan de Prado. Los acusados permanecieron arrestados en sus respectivos aposentos madrileños y, bajo palabra de honor de no ausentarse de ella, podían circular libremente por la Villa y Corte. Esta circunstancia la aprovechó Colina para volver a ejercer sus dotes de relaciones públicas y no solamente consiguió que le eximiesen de sus responsabilidades, sino que consiguió atenuar varios cargos que afectaban a los principales acusados (Prado y Real Transporte). Colina conservó su empleo, le abonaron las pagas atrasadas y suspendidas e incluso, el 10 de febrero de 1765, fue promovido a jefe de Escuadra.
En 1767 se creó la Comandancia General del apostadero de La Habana, convirtiéndola, por ello, en base naval principal de los navíos destinados a la América Central; con ello se perseguía reconstruir el arsenal destrozado por los ingleses y mejorarlo para aprovechar al máximo los recursos madereros de la isla, y se escogió para primer comandante general a Juan Antonio de la Colina, que consiguió, durante su mando, la botadura del navío de madera más grande que surcó los mares, pero que nunca fue un buen barco, la de varios tres puentes, que sí salieron magníficos, una fragata y varios menores.
En 1770, cuando se encontraba afectado de una extraordinaria obesidad, contrajo segundo matrimonio con María Manuela de Cárdenas, hermana del primer marqués de Cárdenas.
Falleció en la tarde del 31 de mayo de 1771, cuando estaba comiendo, de una fulminante apoplejía, y fue enterrado en la iglesia de San Francisco de La Habana con los honores de ordenanza.
Juan Antonio de la Colina es de los pocos ejemplos que ofrece el siglo XVIII, de oficiales generales que alcanzaron su alto empleo partiendo de la humilde clase de soldado o marinero.
Fuentes y bibl.: Archivo-Museo Álvaro de Bazán de la Armada (El Viso del Marqués, Ciudad Real), Secc. Cuerpo General, leg. n.º 620/277.
F. de P. Pavia, Galería Biográfica de los generales de Marina, Madrid, Imprenta J. López, 1873; R. de la Guardia, Datos para un Cronicón de la Marina Militar de España, Ferrol, Imprenta del Correo Gallego, 1914; J. M.ª Blanco Núñez, La Armada en la primera mitad del siglo XVIII, Madrid, IZAR, 2001; La Armada en la segunda mitad del siglo XVIII, Madrid, Navantia, 2004.
José María Blanco Núñez