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Pánfilo de Narváez

Biografía

Narváez, Pánfilo de. Navalmanzano (Segovia), 1470-1480 – Galveston, Texas (antes Mal Hado) (Estados Unidos), XI.1528. Conquistador y poblador en Indias.

El lugar de su nacimiento en ese pequeño pueblo, a veinticuatro kilómetros de Cuéllar —“adonde hay hidalgos deste apellido”, aclara el cronista Antonio de Herrera, que también era cuellarano—, explica la vinculación por paisanaje, algo muy frecuente entre los conquistadores, con Diego Velázquez de Cuéllar, personaje relevante con quien participó en la colonización de Cuba a partir de 1513. El cronista paisano escribe que Narváez “era hombre de persona autorizada, alto de cuerpo, algo rubio que tiraba a rojo, honrado, de buena conversación y costumbres, pero no muy prudente y algo descuidado”. Bernal Díaz del Castillo dice como “tenía el rostro largo e barba rubia e agradable presencia e la plática e voz muy vigorosa y entonada como que salía de bóveda”. Parece que pasó a Indias en 1498.

La primera noticia histórica relativa a Narváez procede de Jamaica. Cuando en 1508 la Corona otorgó a Ojeda y Nicuesa la gobernación de Urabá y Veragua, teniendo como base antillana la isla de Jamaica, Diego Colón se sintió agraviado en sus derechos y, además de protestar formalmente ante el rey Fernando, envió a uno de sus tenientes, el sevillano Juan de Esquivel, para impedir a Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa que llevaran a cabo su proyecto. Al malograrse su expedición en el Caribe, Ojeda se refugió en Cuba y desde allí envió a Diego de Ordás a Jamaica. Ordás logró que Esquivel les auxiliara enviando una carabela capitaneada por Narváez para llevar a Alonso de Ojeda y algunos otros hombres a la isla. Al arribar a Cuba y ver a Ojeda en una canoa —según Herrera— Narváez le dijo: “Señor Ojeda, lléguese vuesa merced por esta parte; tomarle hemos”, a lo que el de Cuenca respondió diciendo: “Señor, mi remo no rema”, aludiendo veladamente a las diferencias que había tenido con su subalterno Bernardino de Talavera. Cuenta el cronista que Narváez, “que era honrado y sabía lo que merecía Ojeda, le hizo muy buen acogimiento y le trató como persona que era”. En Jamaica, Ojeda fue hospedado por Esquivel, hasta que decidió regresar a La Española.

Pero Pánfilo de Narváez era hombre de acción y no terminó de asentarse en la pacífica Jamaica. Así que, teniendo noticias de la colonización de Cuba por su paisano Diego Velázquez de Cuéllar, solicitó —y obtuvo— licencia de Esquivel para incorporarse a la empresa de colonización de Cuba con treinta flecheros. Velázquez le nombró capitán, “honrándole de manera que después de él tenía en la isla el primer lugar”. Tras la fundación de Baracoa, en el sudeste de la isla de Cuba, Velázquez envió a Pánfilo de Narváez hacia Bayamo; Narváez montaba su yegua, mientras los otros castellanos y algunos de los flecheros jamaicanos iban a pie. Los indios de Cuba, atemorizados por el aspecto del animal —nunca habían visto un caballo—, les ofrecían comida, porque oro no tenían. Acamparon los castellanos en un pueblo de indios, y, al ver éstos que eran pocos, decidieron atacarlos por la noche. Eran los indios cubanos unos siete mil, según Herrera. Atacaron a los españoles divididos en dos grupos, pero unos se adelantaron a otros; y en medio de la confusión, Narváez, herido de una pedrada, montó la yegua y organizó tal estrépito que los indios huyeron despavoridos.

Entonces Diego Velázquez determinó que Narváez y Juan de Grijalva, con unos cien castellanos, entre los que se hallaba fray Bartolomé de Las Casas, y unos mil indios se dirigieran hacia Camagüey por el interior de la isla; el propio Velázquez rastreó y dominó la costa sur, mientras un bergantín costeaba el litoral norteño. Era la tercera y definitiva campaña de 1513, que tuvo por consecuencia la completa dominación cubana. Narváez y Las Casas llegaron a la población de Queybá, a treinta leguas de Bayazo. Pánfilo de Narváez dispuso que todos los indios se concentraran en la mitad del pueblo, dejando el resto del espacio para los españoles y prohibiendo a éstos pasar a la zona de los naturales.

Los castellanos prosiguieron y las gentes salían a los caminos para verlos pasar y, sobre todo, para contemplar los caballos. Así llegaron hasta Caonao, donde en la plaza del poblado había hasta dos mil indios sentados en cuclillas, como es su costumbre. Después de la larga marcha pudieron saciar su sed y proveerse de pan de mandioca y pescado. Entonces, de repente, un castellano desenvainó la espada, sospechando que los indios les iban a atacar y comenzó una verdadera matanza; Las Casas trató de poner orden, y “si no fuera el descuido de Narváez, que en él era natural, más presto se remediara”, escribe Herrera. También Las Casas en su crónica transmite esta descripción de la pasividad del capitán Narváez. Ante la ferocidad de los españoles, los indios huyeron por la selva y a las islas del Jardín de la Reina, con lo que se estropeó la política de atracción pacífica que Velázquez quería realizar. Los castellanos salieron del poblado y acamparon junto a una gran roca; allí, poco a poco, regresaron algunos indios y Narváez tuvo noticia de tres castellanos —dos mujeres y un hombre— cautivos de los indios en la provincia de La Habana. Abandonaron el campamento y llegaron a Carahate (actual Matanzas), donde recuperaron a las dos españolas. De allí se dirigieron a Puerto Carenas. Entonces Velázquez quiso reunirse con Narváez y Las Casas en Jagua (actual Cienfuegos) para determinar qué política seguir. De resultas de este encuentro, Pánfilo de Narváez recibió órdenes para terminar de recorrer la isla, llegando hasta Guaniguanico y consumando la conquista de Cuba, que realmente se debe más a él que al propio Diego Velázquez.

Narváez fundó, por orden de Velázquez, San Cristóbal de La Habana, en 1514, en un punto no localizado de la costa sur; los pobladores se fueron yendo hacia el norte, por las difíciles condiciones climáticas y, cuando se descubrió el canal de las Bahamas, que facilitaba el tráfico marítimo entre España y América, la ciudad se estableció definitivamente en Puerto Carenas, en el litoral norteño, al pie de una frondosa ceiba. Era el 16 de noviembre de 1519. Igualmente, fundó, en 1515, Santa María del Puerto Príncipe (Camagüey); la villa estuvo, primero, en la costa norte, donde hoy se alza Nuevitas; fue trasladada después a tierra adentro y, por último, a su emplazamiento definitivo junto al río Tínima.

Pánfilo de Narváez, casado con María Valenzuela, recibió una encomienda de 159 indios, y fue entre 1515 y 1518 uno de los dos procuradores generales de Cuba. Como tal, planteó a la Corona —sin conseguirlo— el libre comercio entre los asentamientos españoles en Indias. En 1518 reapareció en el panorama político expansivo, cuando Velázquez preparó, desde la isla como plataforma, la empresa mexicana; tras los viajes de Hernández de Córdoba y Grijalva, se gestaba la expedición definitiva. El gobernador Diego Velázquez envió a España al clérigo Benito Martín, para que capitulara en su nombre con la Corona a través de Juan Rodríguez de Fonseca; luego pensó en reforzar la acción de Martín y nombró otros procuradores, Gonzalo de Guzmán, natural de Portillo (Valladolid), población cercana a Cuéllar y al propio Narváez. La capitulación se firmó el 13 de noviembre de 1518 e incluía el título de adelantado de lo descubierto y por descubrir para Velázquez; Narváez no perdió la oportunidad de lograr para sí algunas mercedes reales: se le perdonaron los derechos fiscales sobre los productos que se llevara a Cuba, y obtuvo dos reales cédulas, una conminaba al gobernador Velázquez a que se le pagara cuanto se le debía y otra declaraba positivamente que se le debía favorecer. Posteriormente, cuando Amador de Lares se marchó con Cortés, le sustituyó como contador de Cuba.

Así, cuando el 18 de noviembre zarpó Cortés de Cuba rumbo a Yucatán sin consentimiento de Diego Velázquez, se convirtió en un proscrito, en un hombre fuera de la ley. Naturalmente, el de Cuéllar no se resignó a perder su oportunidad mexicana y al regreso de Narváez a Cuba, éste le situó al frente de una poderosa armada —diecinueve navíos y entre 800 y 1.400 hombres (las fuentes varían)—, algo parecido al segundo viaje de Colón, cuando Castilla necesitó consolidar la soberanía con la presencia en Indias, para cruzar a México y reducir a Cortés. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia Verdadera, establece una relación directa entre el poder de Fonseca y la expedición de Narváez, cuando escribe: “Y avisó (Fonseca) e mandó para que nos enviasen a prender y quel le daría (a Velázquez) desde Castilla todo favor para ello”. Los priores jerónimos, gobernadores de La Española, trataron de impedir un enfrentamiento entre españoles y enviaron con ese motivo a Cuba a Lucas Vázquez de Ayllón, juez de la Audiencia de Santo Domingo, para que impidiera la salida de la armada, cosa que no logró. Narváez zarpó rumbo a México el 15 marzo de 1520.

Siguiendo la misma ruta que Hernández de Córdoba, Grijalva y Cortés, Narváez llegó a Ulúa (Veracruz) y trató de fundar una población, San Salvador, por contraposición a la Villa Rica de Cortés; tal como hizo el capitán extremeño, nombró dos alcaldes, Bermúdez y Verdugo. Además, estableció alianza con los yotonacas, prometiendo ser tolerante, porque los indios eran vasallos y tenían derecho a ser tratados bien y con dignidad. Les hizo entender que su misión consistía en liberar a Moctezuma. Respecto a Ayllón, que también había arribado a la costa mexicana, como seguía oponiéndose a sus planes, Narváez “por los grandes favores que tenía [...] de don Juan Rodríguez de Fonseca [...] tuvo tal atrevimiento [...] que prendió al oidor del Rey y envióle preso a él e a ciertos sus criados y los hizo embarcar en sus navíos para Castilla o Cuba”. Así, Pánfilo de Narváez consiguió convertir en enemigo a un potencial aliado frente a Cortés.

El aspecto más interesante de la estrategia de Narváez fueron sus negociaciones directas con Moctezuma Xocoyotzin, emperador azteca. Cada uno vio en el otro la posibilidad de desembarazarse de Hernán Cortés. Narváez llegó a proponer al Tlatoani que ellos se limitarían a poblar, devolverían a los aztecas todo lo robado y le liberarían. Siguiendo una costumbre grata a los caciques antillanos, Pánfilo de Narváez se ofreció a cambiar el nombre a Moctezuma por el suyo propio.

Mientras tanto, Cortés, enterado de la llegada de los enviados de Velázquez, dejó Tenochtitlán a cargo de Pedro de Alvarado y se aproximó a la costa para fingir unas largas negociaciones con Pánfilo de Narváez, a través de cartas y de dos hábiles sobornadores, fray Bartolomé de Olmedo y Bartolomé de Usagre, cuyo hermano era el encargado de la artillería en la hueste de Narváez. Otro hombre que actuó haciendo doble juego fue el socio de Cortés, Andrés de Duero, quien entendió que, favoreciendo a Cortés, recuperaría el derecho a su parte convenida en Cuba de los beneficios. Rangel y Velázquez de León —pariente de Velázquez y cuñado de Narváez— sufrieron, a su vez, intentos de soborno por parte de Pánfilo de Narváez, pero permanecieron leales a Cortés. No así la mayoría de los capitanes llegados de Cuba en 1520, que fueron minados por las ofertas de Cortés. La mayor parte del ejército de Narváez se incorporó a la hueste de Cortés, mientras el segoviano fue derrotado y capturado con toda facilidad en su campamento de Cempoala, durante la noche del 28 al 29 de mayo. En la refriega fue herido y perdió un ojo.

Hernán Cortés lo retuvo prisionero varios años, primero vigilado en Veracruz por Rodrigo Rangel, y luego por Gonzalo de Alvarado, aunque sí permitió contactos entre Narváez y Cristóbal de Tapia, nombrado gobernador real por influencia de Fonseca; Tapia fue rechazado por Cortés. Por fin, en 1523 y a petición de Francisco de Garay, Cortés liberó al de Navalmanzano.

Pánfilo de Narváez regresó a Castilla y —tal como cuenta con cierta imprecisión cronológica Bernal Díaz—, junto a Cristóbal de Tapia, el piloto Umbría y el soldado Cárdenas “fueron a Toro a demandar favor del obispo para se ir a quejar de Cortés delante de Su Majestad, porque ya Su Majestad había venido de Flandes y el obispo no deseaba otra cosa sino que hubiese quejas de Cortés”. Juan de Fonseca, efectivamente, les envió a la corte y ellos expusieron sus protestas ante Carlos I, quien accedió a castigar a Cortés; no obstante luego cambió de opinión, por consejo del fraile Melgarejo, quedando anulada la acción política de Narváez en la corte carolina.

La última empresa de Pánfilo de Narváez fue la conquista y gobernación del río de las Palmas (hoy Grande del Norte) y La Florida, es decir, el territorio que va desde la península de La Florida al río Pánuco. Capituló el 11 de noviembre de 1526. En junio del año siguiente zarpó de Sanlúcar de Barrameda con cinco navíos mal equipados y seiscientos hombres, entre ellos Alvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los pocos supervivientes de la expedición. En Cuba se repusieron de una terrible tormenta y se incorporó a la expedición el experto piloto Miruelo. Por fin zarparon cinco navíos y cuatrocientos hombres. Un vendaval les arrojó contra la costa de Florida, concretamente arribaron a la bahía de Tampa. Miruelo regresó a Cuba por refuerzos. Entre tanto, Narváez y sus hombres tuvieron noticias a través de los indios —probablemente los timucuz o timicua y caluses— de un lugar lleno de oro, llamado Apalache. Entonces los castellanos se dividieron: algunos costearon en los navíos mientras Narváez y Cabeza de Vaca —contra la opinión de éste— con un contingente de trescientos soldados exploraron por tierra; lograron llegar en junio a Apalache, cerca de Tallahassee, donde no encontraron rastro de las míticas riquezas. Decidieron regresar a la costa y construyeron unas improvisadas embarcaciones. Acosados por los indios, lograron cruzar la desembocadura del Mississippi. Tras una tormenta, las canoas se hundieron. Los supervivientes, dispersos, fueron llegando a diversos puntos de la costa de Texas. Allí, frente al lugar donde hoy se levanta Galveston, cerca de la isla que Alvar Núñez denominó Mal Hado (Mala Suerte), Pánfilo de Narváez desapareció arrastrado por el mar. Era noviembre de 1528. Los navíos de la expedición recorrieron la costa durante un año sin encontrar supervivientes. Cabeza de Vaca sobrevivió y junto a otros cautivos —Dorantes, Castillo y el negro Estebanico— se dedicaron a ejercer como taumaturgos, adquiriendo gran fama entre los naturales, hasta que en 1534 lograron escapar y llegar andando hasta México. Así terminó la conquista del río de las Palmas encomendada a Narváez.

 

Bibl.: F. Goodwyn, “Pánfilo de Narváez, a character study”, en Hispanic American Historical Review (Duke University Press), 29 (1949), págs. 150-156; B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1955; G. Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1959; D. Velázquez de Cuéllar, Carta de Relación de la Conquista de la Isla de Cuba, ed. de C. M. Raggi, Nueva York, Círculo de Cultura Panamericano, 1965; D. Ramos Pérez, Audacia, negocios y política en los viajes españoles de descubrimiento y rescate, Valladolid, Casa-Museo de Colón, 1981; A. Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios y Comentarios, ed. de T. Barrera, Madrid, Alianza Editorial, 1985; B. de las Casas, Historia de las Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 1986; G. de la Vega, La Florida del Inca, ed. de S. L. Hilton, Madrid, Historia 16, 1986; M. M. del Vas Mingo, Las capitulaciones de Indias en el siglo XVI, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986; J. Varela Marcos, “Los castellanos y leoneses en la conquista de la Nueva España”, en Revista de Indias (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas), 184 (1988), págs. 715-733; A. Sagarra Gamazo, “El Obispo Fonseca, un personaje enfrentado a Cortés en la crónica de Bernal Díaz del Castillo”, en Hernán Cortés, hombre de empresa, Valladolid, Casa-Museo de Colón, 1990, págs. 25-51; A. Herrera y Tordesillas, Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, ed. de M. Cuesta Domingo, Madrid, Universidad Complutense, 1991; S. L. Hilton, “Los indios de Tocobaga y Timucua (Florida Occidental) ante sus primeros contactos con los hombres blancos”, en Congreso de Historia del Descubrimiento, t. I, Real Academia de la Historia - Confederación de Cajas de Ahorro, 1991, págs. 343-404; A. Calavera Vayá, “Segovianos en las historiografías cubana y mexicana”, en Proyección y Presencia de Segovia en América, Segovia, Universidad Complutense - Comisión Quinto Centenario - Diputación Provincial, 1992, págs. 133-138; H. Cortés, Cartas de Relación, ed. de Á. Delgado Gómez, Madrid, Clásicos Castalia, 1993; H. Thomas, La Conquista de México, Barcelona, Planeta, 2000.

 

Emelina Martín Acosta

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