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Bartolomé de Olmedo

Biografía

Olmedo, Bartolomé de. Olmedo (Valladolid), c. 1485 – México, 1524. Mercedario (OdeM), teólogo, misionero, capellán de Hernán Cortés.

Natural de la villa de Olmedo, de la que tomó el apellido según la costumbre de la época, se sabe que su padre era el doctor Ochaíta, de origen vasco, de Durango (Vizcaya), donde son renombrados los grandes cantores. El padre Olmedo lo era también, conforme a los elogios de su extraordinaria voz que Bernal Díaz del Castillo no cesa de ponderar. Nació hacia 1485, coincidiendo con Hernán Cortés, dado que declaró él mismo —con motivo de la Información que abrió el procurador Juan Ochoa Elizalde, en la villa de Segura de la Frontera (México)— el 4 de octubre de 1520, tener entonces treinta y cinco años. Estaba llamado a formar parte de la historia, al pasar al Nuevo Mundo muy pronto, y convertirse en capellán del conquistador de México. Aparece como conventual en la Merced de Segovia en dos escrituras del Archivo Histórico Nacional, el 28 de noviembre y el 3 de diciembre de 1511. Era comendador fray Alonso de Zorita, más tarde provincial. Componían esta comunidad una docena de frailes, y él ocupa el quinto lugar. El investigador infatigable en el Archivo de Indias, fray Pedro Nolasco Pérez, mercedario, descubrió por vez primera, y lo publicó en su obra sobre los mercedarios que pasaron a América, ya desde 1514, que en el primer Libro de asientos de pasajeros a Indias, leg. 5.536, fol. 438, a 27 de mayo de 1516 se afirma: “Fray Bartolomé d’Olmedo de la orden de la merced pasó en la nao de Francisco Rodríguez”. Adelantando una síntesis, su gloria iba a consistir en haber participado, muy directa y comprometidamente, en la organización de la expedición de Hernán Cortés a México (1518-1519), y haber intervenido en ciertos episodios de la conquista de dicho país, actuando como mediador en las disputas que sostienen Cortés y Narváez. El padre Olmedo se opuso al poco tacto de Cortés respecto a las creencias religiosas de los nativos.

Ya había pasado a La Española, en el segundo viaje colombino, otro mercedario como capellán del almirante Cristóbal Colón, según atestigua Mártir de Anglería; y el ilustre mercedario padre fray Francisco de Bobadilla, se embarcó en la armada que llevó el gobernador de Castilla de Oro, Pedro Arias Dávila, o Pedrarias, el año 1514. En dicha armada, figuraba un galeón denominado Santa María de la Merced. Sería el primer misionero, integrado en las costumbres de los nativos, creador de conventos y doctrinas, y nombrado por el Emperador como pacificador entre las querellas por el Cuzco entre Pizarro y Almagro.

Al padre Olmedo le correspondió otro papel significativo: acompañar espiritualmente al conquistador Cortés, también pacificar y evangelizar, sin pretender fundaciones mercedarias. Convivió con un sacerdote diocesano, Juan Díaz. Y, al final, solo, le darán sepultura allá en el lejano México los padres franciscanos. Pero antes, está toda una vida hecha a prever lo inaudito y evitar males mayores, humanizando, en lo posible, la conquista en la que le tocó participar y aconsejar. De La Española pasó a la isla de Cuba, donde se encontraba en 1518, justamente cuando Cortés hacía los preparativos para su expedición; y, por cartas que le escribía otro mercedario, que permanecería con Velázquez —probablemente fray Juan de Zambrana—, se enteró Cortés del peligro de “ser relevado del mando”. Hechas las provisiones, salieron los once navíos de La Habana el 10 de febrero de 1519, y recayeron en la isla de Cozumel. Allí se congraciaron con los nativos y plantaron una gran cruz, y a su pie hicieron un altar, colocando una imagen de María, que encomendaron, para que la cuidase, a los propios indios. Se embarcaron el 4 de marzo, con un diácono de Écija, Jerónimo de Aguilar, arrojado a aquellas latitudes por una tormenta, y que, en ocho años de cautiverio, había aprendido la lengua de Y ucatán. Echaron anclas en Tabasco el 19, pero los naturales les impidieron tomar tierra, y “después de muchas negociaciones, el día de nuestra Señora de marzo, muy temprano, celebró misa Fray Bartolomé de Olmedo, a la que todos asistieron; y, después de batallar con los nativos, salieron victoriosos los españoles. Pacificados los indios, de nuevo Cortés hace otra cruz y otro altar, en el que se coloca otra imagen de nuestra Señora (entre las muchas que llevaban consigo), y dice Bernal Díaz del Castillo: ‘dijo misa el Padre Fray Bartolomé de Olmedo, y estaban todos los caciques y principales delante, y púsose nombre a aquel pueblo Santa María de la Victoria [...]; y el mismo fraile, con nuestra lengua, Aguilar, predicó a las 20 indias que nos presentaron muchas buenas cosas de nuestra santa fe, y que no creyesen en los ídolos que antes creían, que eran malos, y no eran dioses [...], y estas fueron las primeras cristianas que hubo en la Nueva España”’.

Llegaron a Tabasco el día de Ramos, y en presencia de los caciques, sus mujeres e hijos, celebraron una procesión con ramos, “y el Padre de la Merced y Juan Díaz, el clérigo, revestidos, y se dijo misa y adoraron y besaron la santa cruz; y, habiendo encomendado a los indios el cuidado de la santa imagen, se embarcaron”. Más adelante saltaron a tierra y llamaron Veracruz a la villa que allí fundaron. Vinieron a saludarles los gobernadores de Moctezuma, y mandó Cortés hacer un altar, y el Domingo de Pascua “dijo Misa cantada fray Bartolomé de Olmedo, que era gran cantor, y la beneficiaba el padre Juan Díaz, y estuvieron a la misa los Gobernadores y otros principales”. Más tarde, según avanzaban y pasaba el tiempo, el Viernes Santo del año de 1519 desembarcó Cortés en Veracruz, desde donde se dirigió hacia el interior, combatiendo contra algunas tribus indígenas y haciendo amistad con otras, según su criterio. Por fin, logró penetrar en la capital del gran imperio mexicano: se apoderó de Moctezuma y lo llevó prisionero suyo a su propio cuartel. ¿Cómo fue posible tal hazaña, entre tanta gente adicta y subordinada a Moctezuma II? Parece ser que tomaron a los conquistadores como “dioses”, en un primer momento, y esa impresión permanecía, en parte. Mientras, Diego Velázquez —enfadado en grado sumo, porque Cortés mandó dar cuenta de sus conquistas a la Corte española—, haciendo caso omiso de él, armó una flota de diecinueve barcos y la entregó a Pánfilo de Narváez, con orden de ir a apresarle y llevárselo a Cuba.

No rehusó Hernán Cortés la lucha, pero hizo valer, ante todo, las armas de la diplomacia y su consabida astucia, de la que carecían los adversarios españoles que se le oponían. Es aquí donde el padre Olmedo prestó enormes servicios a Cortés, desempeñando, hábilmente y con suerte —pues la tuvo, ciertamente— las “comisiones secretas que con frecuencia le encomendó”. Dice Guillermo Vázquez que “aunque al reclutar gente en Cuba se había pregonado que la expedición iba a conquistar y poblar, la intención de Diego Velázquez era que rescatasen el oro que pudiesen con las mercancías y baratijas que llevaban, y se volviesen a su isla; pero sucediole lo que muchas veces ocurre en la vida: que, pensando engañar, salió engañado. Ni Cortés ni la mayor parte de su gente estaban dispuestos a abandonar aquellas tierras, y así, le alzaron allí por justicia mayor y capitán general, mientras el Rey no proveía otra cosa, enviando a la Corte procuradores sobre ello, que salieron de Veracruz el 16 de julio de 1519, después de oír misa, que celebró el mercedario. El memorial dirigido a Carlos V, que inserta Icazbalceta en sus Documentos inéditos, lo firma, con los demás, fray Bartolomé”.

El padre Olmedo fue el único jefe espiritual de esta empresa. El presbítero secular Juan Díaz no tuvo parangón con él. Sólo le sustituyó en un par de ocasiones en el culto cristiano: en la primera misa ante los caciques en Cozumel, acaso por hallarse ausente Olmedo; y por calenturiento y muy flaco, en Tlaxcala, y por idéntica razón en Tecoacingo, según Bernal Díaz, y Cervantes de Salazar, en su Crónica (pág. 235). Siempre llevó la palabra el padre Olmedo ante Cortés, ante los nativos y ante el propio Moctezuma. Fue él quien aconsejó, decidió y resolvió los temas religiosos, sin que conste documentalmente lo contrario, ni una sola vez, respecto a Juan Díaz, también respetado, como sacerdote, a pesar de ser conocida su participación en la sedición de la Veracruz, perdonado “en reverencia de sus órdenes”, afirma Bernal Díaz del Castillo. El cura J. Díaz asimismo peleó con los indios, cosa que nunca hizo el mercedario. “[Le Père Olmedo] fut le grand precurseur [...], a qui l’ont peut donner sans réserve le nom de premier apôtre de la Nouvelle Espagne...; le licencié Juan Díaz [...] ne joue qu’un rôle éffacé”, señala, muy lúcidamente, el francés Ricard, en su Conquête spirituelle de la Nouvelle Spagne.

Cortés le llamó siempre —en señal de estima y de respeto cordial— “padre”, “señor padre”. En las tres probanzas de Tepeaca, la de los gastos de la armada, la de la venida de Narváez, y la de la pérdida del tesoro de Moctezuma, en la que figura como testigo, se le denomina siempre, sin excepción alguna, “padre fray Bartolomé de Olmedo”, “fray Bartolomé de Olmedo”, “el Padre de la Merced”, “nuestro padre de la merced”, “fraile de la Merced”, “nuestro fraile de la Merced”, “nuestro fraile”, “nuestro religioso”, y “fraile”. Los asuntos delicados y de responsabilidad se los confió al padre Olmedo, casi exclusivamente, así como las negociaciones con Narváez; la misión desde Guaulipán, que se adelantase y amonestase a Moctezuma, pues no se justificaba el que “siendo tan gran señor y tan cuerdo, hubiese tomado tan mal consejo de quebrar palabra”; y, finalmente, al estar tan indispuesto Cortés con Moctezuma, “que ya que no le quería ver ni oír a él ni a sus palabras, ni promesas ni mentiras [...], fue el Padre de la Merced e Cristóbal de Olid [yerno de Moctezuma] y le hablaron con mucho acato y palabras muy amorosas”. El resultado, sin embargo, fue nulo, porque “les dijo Moctezuma: Y o tengo creído que no aprovechará cosa alguna para que cese la guerra, porque ya tienen alzado otro señor”. Hasta el último suspiro, tuvo siempre buenas relaciones el padre Olmedo con Moctezuma, “porque le vido”, “los flechazos y pedradas que le dieron y de que murió”, dirá en la Probanza contra Narváez, fol. 133v.

Se le tenía al padre Olmedo —según Bernal Díaz del Castillo— en la mejor opinión, diciendo que “era muy sagaz y de buenos medios”, de “muy buenas razones”, de “astucia y maña”, “muy regocijado”, “hombre entendido”; y, ante todo, se dice que es “teólogo” y “gran cantor”: notas vivas en el recuerdo más que cincuentenario... “de los valerosos capitanes y fuertes y esforzados soldados, que pasamos con el venturoso e animoso don Hernando Cortés”, insiste Bernal Díaz. Asimismo Cervantes de Salazar, hombre de sano criterio y de buena información, aludía siempre a él como “hombre de buen entendimiento”. Catequizó, se ganó la simpatía de los nativos, los defendió cuando era justo, siempre. Ganó del Papa “bula de cruzada para quienes murieran en esa empresa y en dichas partes [...], ensalzando la fe [...], como los que mueren en África”. Y el papa Adriano VI accedió a dicha petición. Al padre Olmedo correspondió, “la primera de las ordenanzas de Tlaxcala, redactadas el sábado 22 de diciembre de 1520 y apregonadas en alarde general por Antón Gabarro el 26, día de Santisteban, ante Juan de Rivera, notario por las autoridades apostólica y real. Es digna de un teólogo y sólo un teólogo pudo hacerla”, asevera el mercedario, biógrafo de Olmedo, en pleno sigo xx, padre José Castro Seoane.

Tuvo también el padre Olmedo una enorme influencia como sacerdote en la formación del Ejército de Cortés, y como catequista que logró la conversión de multitud de nativos a la fe cristiana. Sus explicaciones sobre la fe cristiana fueron preciosas y eficaces en Cempoal, Jalapa, Socochima, Cholula, Mezquique, Iztapalapa, Cuyoacán, México, Cozumel, Tabasco y Tlaxcala. A él se debió el dejar siempre una cruz y un altar con una imagen de María, convirtiendo en Iglesia incluso el Adoratorio Principal. Él se opuso siempre a la destrucción indiferenciada y precipitada de los ídolos de los nativos, como solía hacer Cortés. En solemne ocasión, habló al mismo Hernán Cortés de este modo: “Señor, no cure vuestra merced de más les importunar sobre esto; que no es justo que por fuerza les hagamos cristianos, y aun lo que hicimos en Cempoal de derrocalle sus ídolos, no quisiera yo que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra fe. ¿Y qué aprovecha quitarles ahora sus ídolos de un Cue o adoratorio, si los pasan luego a otro? Bien es que vayan sintiendo nuestras amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los buenos consejos que les damos”. Logró que se bautizara más de un cacique in articulo mortis. Su presencia con Cortés fue decisiva, y su doctrina se anticipó, en la defensa de los indios, en más de un aspecto, al mismo dominico obispo, el padre fray Bartolomé de las Casas.

El avance hacia México, por la calzada de Iztapalapa, el 8 de noviembre de 1519, y el encuentro con Moctezuma, con receloso realismo, fueron hechos históricos trascendentales. Pero para el imperio de Moctezuma significó el exterminio. Cortés acabó apresándolo, y le “exigió se reconociese vasallo del Rey de España, como antes había ofrecido, lo que él hizo, no sin muchas lágrimas, y aun a nosotros —subraya Bernal Díaz— se nos enternecieron los ojos, y soldado hubo que lloraba tanto como Moctezuma [...]”. Cortés y el padre Olmedo le acompañaban “por alegralle, atrayéndole a que dejase sus ídolos”. Le permitieron, con todo, subir al Cue, donde estaba su Huitzchilipotzchili o Huichilobos —como simplifica el cronista—, y ya había sacrificado cuatro indios, cuando el padre Olmedo llegó junto a él. “Había que matar hombres y muchachos para sacrificar”. Lograron, el padre Olmedo y Cortés, que les diese la mitad del templo, donde pusieron un crucifijo y una imagen de la Virgen María; celebró misa cantada el mercedario, ayudado de Juan Díaz y con asistencia de muchos soldados. Serían los españoles unos cuatrocientos cincuenta, y la situación se hacía imperiosamente insostenible. Y, para colmo, Diego Velázquez pretendía prender a Cortés. De nuevo brilló la sagacidad e inteligencia de Olmedo. Disimuló dicha venida y les dio una versión positiva, para animarles. Sorprendidos, durante la noche, los de Narváez, fueron desbaratados, cayendo prisionero el capitán. Se unieron todos, y se dirigieron a la capital, y entraron el día de san Juan de 1520. Y, a pesar de que ahora eran mil trescientos hombres, se amilanaron ante la multitud de los aztecas. “Para calmar a los sitiadores, consiguieron el P. Olmedo y Cristóbal de Olid que Moctezuma se asomara a una azotea, pero ningún caso le hicieron, antes dispararon contra él, hiriéndole con dos pedradas y un flechazo, de que luego murió”. ¡Así acabó sus días el jefe supremo del gran imperio azteca!

Ya sin cabeza, arreciaba más el ataque, y sufrieron los asaltantes una afrentosa derrota, conocida con el nombre de La Noche Triste (10 de julio de 1520): perecieron ochocientos españoles, “y la laguna se tragó los innumerables tesoros de Moctezuma”, señala, con precisión, G. Vázquez.

Al padre Olmedo siempre le respetaron los nativos, y le llevaron incluso en andas, y le servían con afecto. Pero “lo cortés no quitó lo valiente”, se podría decir en este caso, en que se convirtió todo en un infierno. Por milagro no perecieron todos. Llegaron a Tlascala, cuyos caciques eran nobles, y, al verlos descalabrados, les recibieron amorosamente. Pasaron más de veinte días allí, para curarse de sus heridas, y emprendieron la reconquista. Sitiaron México, se apoderaron de la capital, prendieron a Guatemuz el día 13 de agosto de 1521, día de san Hipólito, después de noventa y tres días de asedio. Pero todos cedieron el puesto a los hombres de paz. El padre Olmedo figura por última vez junto a Cortés. No pudo sobrevivir mucho a las fatigas, y falleció sin fundar ningún convento mercedario en México, sepultado, sin duda, por los franciscanos, según el licenciado Zuazo, a finales de octubre o principios de noviembre de 1524. Olmedo, pues, pudo haber vivido —eso sí, con máxima intensidad— en torno a cuarenta años, como mucho.

Bibl.: Fr. B. Vargas, Crónica Sacri at Militaris Ordinis B. Mariae de Mercede redemptionis Captivorum, t. II, Panormi, Apud Joannem Baptistam, 1619; Fr. A. Remón, Historia General de la Orden de Nra. Sª de la Merced, t. II, Madrid en la Emprenta [sic] del Reyno, 1633; B. Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, ed. póstuma de A. Remón, Madrid, en la Emprenta [sic] del Reyno, 1633; M. Salmerón, Recuerdos Históricos [...], Valencia, en casa de los herederos de Crisóstomo Garriz, Bernardo Bogues, junto al molino de Rovella, 1646; P. Acosta, Historia Natural y moral de las Indias, Madrid, Ramón Anglés, 1894; G. Vázquez, “Hernán Cortés y el Padre Olmedo”, en Raza Española, diciembre de 1919, págs. 11-20; Fr. P. Nolasco Pérez, Religiosos de la Merced que pasaron a la América Española (1514-1777), Sevilla, Tipografía Zarzuela, Teniente Borges, 7, 1924; Fr. C. de Aldana, Crónica de la Merced de México, ed. facs. de la príncipe, México, Sociedad de Bibliófilos Mexicanos, Imprenta Murguía, 1929; R. Robert, Conquête spirituelle de la Nouvelle Espagne, Paris, Institut d’Ethnologie, 1933; B. L. de Argensola, La conquista de México: Gonzalo de Illescas. Un capítulo de su historia pontifical sobre la conquista de Nueva España, intr. y notas de J. Ramírez Cabañas, México, Pedro Robledo (Acción Moderna Mercantil), 1940; J. Castro Seoane, El P. Bartolomé de Olmedo, Capellán del Ejército de Cortés, México, Editorial Jus, 1958 (Figuras y episodios de la historia de México, n.º 64); G. Placer López, Fray Bartolomé de Olmedo, Capellán de los Conquistadores de Méjico, Madrid, Padres Mecedarios, 1960; Fr. G. Téllez, Historia de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes, t. II, ed. del P. M. Penedo Rey, Madrid, Revista Estudios, 1974.

 

Luis Vázquez Fernández, OdeM