Benavente, Toribio de. Fray Toribio de Motolinia. Benavente (Zamora), c. 1490 – Ciudad de México, 10.VIII.1569. Misionero franciscano (OFM) de México e historiador.
Su nombre originario, tanto el utilizado por él como por sus contemporáneos, fue el de Toribio de Benavente por su nacimiento en esa villa o en sus alrededores hasta que él mismo lo sustituyó en 1524 por el de Toribio Motolinia al observar que los indígenas mexicanos calificaban con el adjetivo motolia (en náhuatl, pobre) a los franciscanos que con él llegaron a México en esa fecha, haciendo personalmente gala de esa pobreza por asimilación a los indígenas.
Esto no obsta para que, de manera excepcional y por razones desconocidas, él mismo firme posteriormente algunos documentos con el topónimo Paredes, en alusión a la aldea de este nombre próxima a Benavente y que tal vez fuera en realidad su lugar de nacimiento, ocurrido hacia 1490.
Sin que conste dónde ni cuándo ingresó en la orden franciscana (lo más probable es que lo hiciera en el convento de Benavente hacia 1510), en 1518 aparece incardinado en la provincia de San Gabriel de Extremadura, lo que le facilitó formar parte de la célebre expedición de franciscanos que desde ella se dirigieron a México en 1524.
Esta expedición, integrada por un total de doce franciscanos, posteriormente designados los Doce Apóstoles de México, se encaminó hacia México autorizada oficialmente por el superior general de la orden mediante la “obediencia” firmada en 1523, en la que fray Toribio destaca, junto con otros cinco expedicionarios, en el grupo de los “predicadores y también confesores doctos”, a diferencia de los dos que solamente eran “predicadores”, de los otros dos que eran simplemente “sacerdotes” y de los dos restantes que eran “religiosos legos devotos”.
Este hecho indica claramente que gozaba de una especial preparación intelectual y ministerial, aunque no fuera la máxima de la orden, sin que se sepa dónde, cómo ni cuándo la obtuvo.
Como miembro de esa expedición, cuyo superior era fray Martín de Valencia, se embarcó rumbo a México en Sanlúcar de Barrameda en enero de 1524 y llegó a la capital mexicana en junio de ese mismo año.
Debido posiblemente a la posesión de alguna dote especial, una vez en la ciudad de México fue nombrado primer superior del convento franciscano, de manera similar a como posteriormente fueron nombrados también superiores de sendos conventos otros tres de los cinco expedicionarios pertenecientes al grupo de los “predicadores y también confesores doctos”.
Durante su guardianía se celebraron las juntas eclesiásticas de 1524 y 1526, en las que participó en su calidad de superior del convento, junto con los restantes franciscanos residentes en la ciudad.
Como es lógico, en el enfrentamiento que fray Martín de Valencia mantuvo con los miembros de la primera audiencia de México, a los que se vio obligado a amenazar con gravísimas penas eclesiásticas, no sólo se puso de parte de su compañero, sino que tomó partido expresamente por Hernán Cortés, ausente de la ciudad desde 1524, al que a su regreso a la capital agasajó con una procesión de acción de gracias, organizada el 19 de junio de 1526.
Cumplido su trienio de superior del convento de México, en 1527 fue nombrado superior del de Texcoco, a pesar de lo cual a finales de ese mismo año fue autorizado por el superior regional de la orden a viajar a Guatemala y Nicaragua para analizar las perspectivas evangelizadoras que presentaban esas regiones, en las que permaneció desde finales de 1527 hasta abril de 1529 y dejó fundados dos conventos en la primera y uno en la segunda.
De nuevo en Texcoco, tuvo que intervenir como inquisidor en algunos procesos por blasfemias incoados contra algunos conquistadores, así como en un caso de divorcio, aunque su mayor problema consistió en su enfrentamiento personal con la primera audiencia (la cual ya estaba enemistada desde 1528 con el también franciscano Juan de Zumárraga, obispo de México) por haber dado asilo en abril de 1529 en el convento de Texcoco a un grupo de indígenas que eran perseguidos por los oidores, a los que además amenazó con la pena de excomunión.
Indignados por este doble hecho, los oidores lo denunciaron judicialmente por los supuestos delitos de conjura y de rebelión, con lo que se originó una guerra abierta y despiadada entre los franciscanos y los oidores que no terminó sino con la destitución de estos últimos por la Corona en 1530, sin castigarlos como merecían por constituir, en palabras del propio fray Toribio, “la escoria y heces del mundo”, apreciación en la que con otras palabras coinciden hoy todos los historiadores.
En esa misma fecha se cumplió su trienio de superior del convento de Texcoco, con lo que a partir de este momento su biografía es de difícil concatenación porque él mismo, al igual que todos sus compañeros de primera hora, incluidos los Doce, fueron víctimas del olvido biográfico que lamenta el historiador franciscano Jerónimo de Mendieta, contemporáneo de todos ellos, olvido en el que él mismo incurrió a pesar de que durante los años 1554 a 1557 tuvo a fray Toribio por superior del convento de Tlaxcala en el que residió.
Por ello resulta imprescindible recurrir al propio fray Toribio para espigar los datos autobiográficos que él mismo proporciona en sus escritos al describir hechos o situaciones en los que participó o de los que fue testigo.
En 1531 desempeñó un papel fundamental en la fundación de la ciudad de Puebla de los Ángeles, la que en 1541 describiría con todo detalle en su Historia de las cosas de la Nueva España, aunque silenciando modestamente su definitiva participación.
En 1532 residía en el convento de Cuernavaca probablemente como superior, puesto que se atribuye la iniciativa, exclusiva de ese cargo, de haber plantado dos “huecesitos de dátiles” o, como él mismo aclara, dos “palmas” o palmeras en la huerta de ese convento.
A esa misma época pertenece el hecho de que, encontrándose “descuidado y sin pensamiento de escribir semejante cosa como ésta”, los superiores le encomendaron la tarea de elaborar la que en 1541 tituló Historia de los indios de la Nueva España.
A 1532 pertenece también la célebre carta que con esa fecha dirigió a Carlos V en la que le comunicaba que desde 1524 hasta esa fecha había bautizado él mismo personalmente a más de cien mil indios, misiva a la que en 1533 añadió otra, dirigida también al emperador, en la que le comunicaba desde Tehuantepec cómo él y otros seis compañeros habían intentado embarcarse con su superior, fray Martín de Valencia, rumbo a China con el fin de evangelizarla, pero que no pudieron realizar el proyecto porque después de siete meses de espera Hernán Cortés no pudo proporcionarles los navíos que les había prometido para ello.
Él mismo anota también que durante esos siete meses de espera todos ellos “trabajaron en enseñar y doctrinar a la gente de la tierra, sacándoles la doctrina cristiana en su lengua, que es de zapotecas, y no sólo a éstos pero en todas las lenguas y pueblos por do iban predicaban y bautizaban”.
Durante los años 1536 a 1539 residió en Tlaxcala y sus alrededores, donde, además de otros casos, presenció la solemne celebración por los indios de la fiesta de Corpus Christi y el “ofrecimiento” de ofrendas los días de jueves y viernes santos, hechos que, según él mismo afirma, no había visto nunca ni en Nueva España ni en ninguna otra parte y que para describirlos era necesaria otra “habilidad” mejor que la suya.
Organizó además la representación de varios autos sacramentales, elaborados por él mismo.
Esto no le impidió realizar al mismo tiempo una gira por los aledaños del golfo de México con el objetivo sobre todo de acopiar material para la Historia, gira que con este mismo fin volvió a realizar en 1540 y 1541, ahora por la región de Oaxaca, lo que tampoco le impidió presenciar en Tehuacán durante la semana santa de 1540 otra manifestación religiosa por parte de los indígenas que le llamó también la atención, mientras que en 1541, además de encontrarse algún tiempo en Tzapotitlan, firmó en Tehuacan un ejemplar de la Historia que se le había encomendado diez años antes.
A pesar de ello, de momento no pudo terminar definitivamente la obra porque, nombrado vicecomisario de la orden para Guatemala, en 1542 tuvo que volver a esa región al frente de doce franciscanos destinados a ella en sustitución de los que hacía poco habían fallecido por agotamiento durante su viaje con ese mismo destino, emprendido desde España precisamente con ese fin.
Durante esta estancia en Guatemala, en 1544 fundó en ella la custodia o viceprovincia franciscana del mismo nombre, de la que fue nombrado custodio o superior, cargo al que, decepcionado, no tardó en renunciar para regresar inmediatamente a México, lo que originó que, según Mendieta, “comenzó a desmedrar aquella plantación y estuvo en términos de desbaratarse” debido a las disensiones existentes entre los propios religiosos.
En este mismo orden de cosas, en 1542 sería el propio fray Toribio el que desde Guatemala, “una vez proveído lo que convenía para aquella tierra”, envió desde allí a Yucatán a cuatro franciscanos, “varones bien suficientes para plantar de nuevo lo que se pretendía”, es decir, fundar la misión y provincia franciscana que inútilmente se había intentado establecer en 1534 y 1537.
En ese mismo año de 1542, sin él mismo saberlo por encontrarse en Guatemala, fue propuesto por Carlos V para obispo, dignidad que no llegó a conseguir, a pesar de lo cual y por razones que se ignoran se permitió la libertad de administrar en una ocasión el sacramento de la confirmación sin estar canónicamente facultado para ello.
Poco después de su regreso a México, concretamente en 1546, fue nombrado vicario provincial de la orden en Nueva España, mientras que en 1548 fue elegido provincial, cargo que en 1549 lo obligó a viajar a Michoacán y que en 1551 abandonó al cumplir el período de permanencia en él, lo que le permitió ser nombrado superior sucesivamente de varios conventos mexicanos y redactar numerosas cartas a personajes de toda índole, entre las que descuella la dirigida desde Tlaxcala a Carlos V contra el dominico fray Bartolomé de las Casas en 1555, célebre por su virulencia.
Contra toda previsión por tratarse de un personaje tan destacado como él, la orden lo condenó en 1558 a un año de prisión en un convento por haber escrito dos cartas que no agradaron a sus superiores, humillación a la que no tardó en añadir una postura de desprendimiento hacia su persona, lo que lo anuló física y moralmente hasta el punto de que apenas se vuelve a saber nada de él hasta su muerte en la ciudad de México en 1569.
Por lo que se refiere a su carácter de escritor, Georges Baudot propone el siguiente “inventario teórico”, perfectamente razonado, integrado por los trece títulos siguientes: Doctrina cristiana en lengua mexicana, mandada a imprimir por fray Juan de Zumárraga en 1547; Tratado del camino del espíritu; Autos sacramentales y comedias en lengua mexicana, representados en Tlaxcala en 1538-1539; Venida de los doce primeros padres y lo que, llegados acá, hicieron; Vida y martirio de tres niños de Tlaxcala; Relación del viaje a Guatemala; Guerra de los indios de la Nueva España; Calendario mexicano; Memoriales; De moribus indorum; Libro de los ritos, costumbres y conversión de los indios; Relación de las cosas, idolatrías, ritos y ceremonias de los indios; Historia de los indios de la Nueva España.
El mismo Georges Baudot hace notar que “parece obvio que algunos de estos trece títulos sólo son la formulación distinta de un mismo texto, identificado confusamente según manuscritos o informaciones de segunda mano”.
Independientemente de la Doctrina, que se imprimió en México en 1547 por orden del también franciscano Juan de Zumárraga, obispo de la ciudad, las obras que han llegado hasta nosotros son los Memoriales y la Historia de los indios de la Nueva España.
Los Memoriales, nombre con el que se designa a un conjunto misceláneo de noventa y nueve capítulos que conoció cuatro ediciones desde 1903 hasta 1971, se suelen estructurar temáticamene en cuatro apartados: ritos, idolatrías y ceremonias de los indios; conversión de los indígenas al cristianismo; descripción geográfica y económica del territorio; religión, gobierno, usos y costumbres de los indios.
La Historia es un conjunto de cuarenta y cinco capítulos agrupados en tres tratados, de los que en el primero relata las costumbres religiosas de los mexicanos prehispánicos, en el segundo expone los progresos de estos mismos indígenas en el cristianismo y en el tercero aborda en sus diecinueve capítulos diversos temas religiosos, junto con descripciones de índole geográfica.
La obra fue editada nueve veces desde 1648 hasta 1985, con la circunstancia de que en 1979 fue traducida al japonés.
Obras de ~: Doctrina cristiana en lengua mexicana, México, 1547; Memoriales (cuatro eds. de 1903 a 1971); Historia de los indios de la Nueva España (1541), México, 1648 (ed. de G. Baudot, Madrid, Clásicos Castalia, 1985); Memoriales e Historia de los indios de la Nueva España, Madrid, Atlas, 1970, Biblioteca de Autores Españoles, 240; Epistolario (1526- 1555), ed. de L. Gómez Canedo y J. O. Arregui, México, Porrúa, 1986; [“Carta de Motolinia al emperador”], en I. Pérez Fernández, Fr. Toribio Motolinia frente a Fr. Bartolomé de las Casas. Estudio y edición crítica de la carta de Motolinia al emperador (Tlaxcala, 2 de enero de 1555), Salamanca, San Esteban, 1989.
Bibl.: F. B. Steck, Father Toribio de Motolinia: His Life and Writings. History of the Indians of New Spain, Washington, 1951; L. Gómez Canedo, “Motolinia, enigma historiográfico”, en Instituto de investigaciones bibliográficas, Madrid, 4 (1970), págs. 154-177; F. de Lejarza, Introducción a los Memoriales de fray Toribio de Benavente o Motolinia, Madrid, Atlas, 1970; S. Banks, “Fr. Toribio de Benavente (Motolinia), a selected Bibliography”, en Archivo Ibero-Americano, 32 (1972), págs. 463- 482; L. Gómez Canedo, Pioneros de la cruz en México: Fray Toribio Motolinia y sus compañeros, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1988; I. Pérez Fernández, “Motolinia, OFM, versus Las Casas, OP”, en Cuadernos para la historia de la evangelización en América Latina, 3 (1988), págs. 69-92; “Un capítulo desconocido de los “Memoriales” de fray Toribio Motolinia, OFM, conservado en la Apologética Historia de fray Bartolomé de las Casas”, en Studium, 28 (1988), págs. 445-457; Fray Toribio Motolinía, OFM, frente a Bartolomé de las Casas, O.P. [...], op. cit.; “Fray Toribio Motolinia, OFM, y otros tres de los Doce inscritos en la misma nómina de episcopables que fray Bartolomé de las Casas”, en Studium, 29 (1989), págs. 141- 158; V. Aguado Seisdedos, “Fray Toribio de Benavente (Motolinia): el hombre y el contexto regional”, J. González Rodríguez, “La actitud de Motolinia ante la publicación de sus obras”, A. L. Iglesias, “La música en las crónicas de fray Toribio” y L. Mora Mérida, “Algunas notas acerca de la ideología polìtica de fray Toribio de Benavente”, en VV. AA., Jornadas sobre Zamora, su entorno y América, Zamora, I. E. Z. Florián de Ocampo, 1992, págs. 383-406, 149-160, 551-555 y 407-418, respect.; J. Sánchez Herrero, “La evangelización de los indios de América. Dos posturas: Motolinia y De las Casas”, en M. Castillo Martos (dir.), Minería y Metalurgia. Intercambio tecnológico y cultural entre América y Europa durante el período colonial, Sevilla, Muñoz Moya y Montraveta, 1995, págs. 61- 80; G. Bellini, “Motolinia y Las Casas frente al hombre de América”, en Thesaurus (Bogotá) 50 (1995), págs. 554-671.
Pedro Borges Morán