Torquemada, Juan de. Torquemada (Palencia), ¿1563? – Tlatelolco (México), I.1624. Misionero e historiador franciscano (OFM) de México.
Nació en Torquemada (Palencia) en una fecha comprendida entre 1563 y 1565, considerándose más probable la primera. En fecha también desconocida, pero muy probablemente siendo él aún niño, viajó con sus padres a Nueva España, razón por la cual solía decir de sí mismo, refiriéndose a su nueva patria mexicana, que la consideraba como propia suya por haberse criado en ella. También se desconoce la fecha exacta de su ingreso en la Orden Franciscana, del que solamente se sabe que no fue ni antes de 1579 ni después de 1583, con mayor probabilidad en la primera de estas dos fechas.
Por las referencias personales que él mismo proporciona en su Monarquía Indiana, durante los años de su preparación para el sacerdocio tuvo por profesores al indígena mexicano Antonio Valeriano, primero alumno y después profesor del Colegio Franciscano de Tlatelolco, que se formó muy buen concepto de él, y al franciscano mexicano Juan Bautista Viseo, autor en 1600 de los Huehuetlatolli sobre las tradiciones mexicanas prehispánicas, quienes parecen haber sido sus profesores de náhuatl, mientras se ignora quiénes fueron los que le ensañaron Latín, Historia, Filosofía y Lógica, a los que también alude pero no nombra.
Fue precisamente su perfecto conocimiento del náhuatl lo que en 1609 y en 1612 indujo a sus superiores, primero, a ordenarle que elaborara su Monarquía indiana y, después, a concederle licencia para que la imprimiera Por él mismo se sabe también que viajó (se ignora cuándo y por qué) por las “provincias” o regiones de Michoacán, Jalisco, Zacatecas, Huasteca, Yucatán Guatemala y Nicaragua, siempre en calidad de miembro de su provincia franciscana del Santo Evangelio de México.
En 1602 era superior del Convento Franciscano de Tulamayo, mientras que en 1604 fue elegido ministro o superior provincial de su provincia del Santo Evangelio, cargo de duración trienal, salvo reelección, en el que sólo se mantuvo hasta 1607. En 1609 fue nombrado cronista de su provincia del Santo Evangelio, mientras que con anterioridad a 1612 y en fechas que no se especifican, había sido también definidor o consejero de su provincia del Santo Evangelio y guardián o superior del Convento de Tlaxcala y a continuación del de Tlatelolco. El 14 de mayo de 1611 obtuvo licencia real para viajar a España con el fin de “imprimir un libro y tratar cosas importantes con el comisario general de Indias”. El libro que trataba de imprimir era su voluminosa Monarquía indiana, cuya primera edición apareció en Sevilla en 1615. Sobre las restantes “cosas importantes” que tenía que solucionar en Madrid se carece totalmente de noticias, pero cabe conjeturar que el problema lo solucionó pronto en el sentido que fuera, puesto que tan pronto como el 22 de marzo de 1613 obtuvo licencia real para regresar a México “con un compañero y un criado”, sin esperar a que se diera un acontecimiento tan trascendental para él como la edición de su obra.
Falleció en el Convento de Tlatelolco (México) en enero de 1624 de una manera repentina, cuando se dirigía al coro de la iglesia para el rezo nocturno de maitines, sin habérsele apreciado anteriormente signo ninguno de enfermedad.
Desde el punto de vista de su pensamiento, cabe destacar su disconformidad con cuanto se había escrito del mundo indígena con anterioridad a él, su apasionada descripción de la población azteca, su añoranza de la organización política prehispánica, su concepción de la metodología misional, su disconformidad con la conquista española y su defensa de la convivencia poblacional entre españoles e indios.
De los historiadores indígenas anteriores a él afirma que “los que han escrito del origen de estas gentes no se han curado de más que de dar noticia de cómo estos últimos mexicanos (es decir, los aztecas) vinieron, siendo así que cuando estos últimos mexicanos llegaron, había ya gentes y estaba poblado todo”. A la población azteca la describe afirmando que “tienen las caras y rostros hermosos y agraciados, así hombres como mujeres, y en su niñez son muy graciosos y de muy buenas facciones y muy alegres”.
Entre sus virtudes pone de relieve su valentía en las guerras y su destreza en toda clase de artes y oficios, aspecto este último en el que —dice— “labran talla y escultura, así grande como chica”, mientras que la organización política prehispánica la describe como un “monárquico imperio con que gobernaron y rigieron a estas gentes sus reyes hasta que por los nuestros fueron desbaratados, de los cuales pesaron a nuestros reyes de Castilla”.
En cuanto a los métodos de evangelización, a diferencia de la práctica más generalizada hasta entonces consistente en tratar de abrirle paso al Evangelio mediante la previa eliminación física de la idolatría, él defiende la postura de que “la idolatría, como tal, vase destruyendo y acabando, no solo porque la Divina Providencia no la consiente ni la aprueba, sino también porque de su misma naturaleza, por ser falsa y mentirosa, no puede permanecer con la verdad”.
A la conquista de México la culpa del “pesado yugo” que tenían que soportar los indígenas bajo el dominio español, a lo que con espíritu providencialista añade que “si Dios nos sufre a los españoles en esta tierra es por el ejercicio que hay de la doctrina y aprovechamiento espiritual de los indios. Todo lo demás es codicia pestilencial”. Por esta razón, se muestra partidario de la separación poblacional de las dos repúblicas, es decir, la de los indios y la de los españoles (cuestión entonces muy discutida) y lamenta que esa separación no se diera en Nueva España: “Gran lástima es que Yucatán y Guatemala y en lo del Perú estén los españoles poblados por sí y los indios por sí, y que en esto de México, donde a razón hubiera de haber más orden y concierto, no se haya llevado esto a cabo”.
Los escritos que dejó a su fallecimiento son los cuatro siguientes: Comedias en lengua mejicana, cuyo texto es desconocido; Inventario del archivo del convento de San Francisco, manuscrito, pero elaborado antes que la Monarquía Indiana; Vida y milagros del santo confesor de Cristo Fr. Sebastián Aparicio, que llegó a tener dos ediciones. Las Comedias en lengua mexicana no se conocen, pero él mismo dice de ellas que, siendo superior del colegio de Santiago Tlatelolco, un día 25 de julio (no especifica el año), queriendo hacer una representación de la vida de Santiago apóstol con motivo de su festividad, en presencia del virrey y de otros muchos asistentes, “la compuse en lengua castellana, latina y mexicana, distribuida por actos y como mejor pareció convenir, que duró como tiempo de tres horas”. En este mismo sentido, él mismo informa también de que fue quien introdujo en la Ciudad de México “las representaciones de los ejemplos los domingos e hice en lengua mexicana estas dichas comedias o representaciones que fueron de mucho fruto a estas gentes y ahora lo son”. Los veinte y un libros rituales y Monarquía Indiana comenzó a elaborarlos en 1609 por orden del superior franciscano de Nueva España, P. Bernardino Salvá, entre otras razones, por la de ser él (en palabras suyas) “tan aficionado a esta pobre gente indiana y querer excusarlos, ya que no totalmente en sus errores y cegueras, al menos en la parte que puedo no condenarlos, y sacar a luz todas las cosas con que se conservaron en sus repúblicas gentílicas, que los excusan del título bestial que nuestros españoles les habían dado”.
El encargo de su superior revistió la extraña circunstancia de que tan pronto como en 1612, es decir, antes de concluir su elaboración, recibió del provincial de la orden, P. Hernando Durán, licencia para imprimirla, “por ser su autor tan gran ministro lengua”.
En la elaboración invirtió veintiún años y para ella se valió de pinturas mexicanas que él mismo interpretó, así como de consultas verbales con los indígenas, los cuales le informaban exhaustivamente de sus antigüedades en su propio idioma y por supuesto de muchos de los numerosos historiadores que para esa fecha habían escrito sobre Nueva España. Uno de estos asesores y colaboradores indígenas fue el célebre Antonio Valerio, alumno y después profesor del colegio franciscano de Tlatelolco, el cual se distinguió también por su colaboración en este mismo sentido con fray Bernandino de Sahagún cuando éste elaboraba su Historia de las cosas de Nueva España.
En cuanto al criterio seguido en la narración de los hechos, él mismo asegura que todo lo que relata corresponde a la verdad, de las que siempre se había preciado, y que la obra “no es un libro de caballerías, sino historia”. Como dice en su mismo título, la obra está estructurada en lo que el propio autor denomina veintiún libros rituales, que en realidad son veintiún capítulos seguidos, sin más divisiones internas. Su contenido, de carácter misceláneo, difícil de imaginar, en el que además mezcla la historia con la actualidad y ambas con la elucubración, lo hace consistir él mismo en describir “el origen y guerras de los indios occidentales, de sus poblaciones, descubrimiento, conquistas, conversión y otras cosas maravillosas de la misma tierra”. En realidad, sin embargo, este espacio geográfico que él parece identificar con todo el continente de las Indias occidentales, es decir, con lo que hoy se llama América, no es en realidad más que la Nueva España de entonces, esto es, el territorio en el que se encontraba él y que le resultaba más familiar.
De hecho, el primer libro ritual, es decir, el primer capítulo, está dedicado a la descripción y primera población Nueva España, para a continuación describir a lo largo de otros cuatro capítulos la llegada de los mexicanos a ese territorio, sus poblaciones, la conquista por Hernán Cortés, el gobierno secular de la región hasta los comienzos del siglo xvii, más una digresión a Filipinas, Japón, Nuevo México e islas Salomón. A continuación y sin ninguna solución de continuidad, pasa al campo de lo religioso, en el que dedica los capítulos VI a X hablar de Dios, de la idolatría, de los sacrificios católicos y paganos, de los sacerdotes y sacerdotisas del Antiguo y del Nuevo Testamento, para concluir hablando de las fiestas de los católicos y de los gentiles. Agotado este tema, los capítulos siguientes, desde el xi hasta el xiv, ambos incluidos, los dedica a hablar de los reyes, leyes, matrimonio, guerras de los indios y hasta de las plantas, mercancías, aves, sierras, volcanes y terremotos de Nueva España.
Contra toda previsión por tratarse de un historiador religioso, a la evangelización y a la Iglesia en general no le dedica más que los capítulos XV a XXI, es decir, los últimos, con la sorpresa de que de su propia Orden no habla más que en el capítulo XIX, y eso de pasada. La Monarquia se editó íntegramente por vez primera en Sevilla en 1615 en un volumen de a folio, a la que siguió la edición de Madrid de 1723, en tres volúmenes, y más recientemente la de México de 1943- 1944 también tres volúmenes, la de M. León-Portilla de México de 1969, también en tres volúmenes, y la de la de la Universidad Autónoma de esa misma ciudad de 1975-1977 en siete volúmenes. La obra ha sido y sigue siendo objeto de muchas reticencias desde el punto de su originalidad hasta el punto de que no falta quien la tilde de plagio, como lo hizo en el mismo siglo xvi el también franciscano y colega suyo Agustín de Betancourt o Vetancurt y en el siglo xix el historiador franciscanista mexicano Joaquín García Izcalbalceta. En este terreno, últimamente se ha llegado a varias conclusiones.
Respecto de las fuentes indígenas, además de las informaciones aludidas anteriormente, se sabe que utilizó códices pictográficos tanto antiguos y como contemporáneos a él, así como relatos de la conquista, fuentes que en unos casos están ya identificadas y en otros siguen sin estarlo. Aunque estas fuentes indígenas son muy numerosas, su elevado número es muy reducido si se compara con los casi quinientos autores, en su mayor parte españoles del siglo xvi de los que dice haberse valido o cuyos textos cita. Estas fuentes nos son conocidas porque a lo largo de la obra termina citándolas de una manera u otra, aunque tal vez no las cite absolutamente todas ni todas las veces que las utiliza. Las más utilizadas son las de los también franciscanos Bernardino de Sahagún, Toribio de Benavente o Motolinia, Andrés de Olmos y, sobre todo Jerónimo de Mendieta, respecto del cual afirma “del que mucho me he aprovechado”; a estos nombres hay que añadir los de los historiadores Antonio de Herrera y Francisco López de Gómara.
El problema de plagio no lo plantea la utilización de esos numerosísimos autores sino el hecho de la posible copia de los mismos, a la vista de lo que sucede con Mendieta, cuya Historia eclesiástica indiana aparece copiada (a veces, no literalmente) en numerosos pasajes de diversa extensión de la Monarquía indiana. Sin embargo, de todos es sabido que la copia más o menos extensa de uno autores por otros fue costumbre muy extendida, hasta tiempos no muy lejanos. Por ello, lo que actualmente más se hace resaltar en Torquemada no es la libertad que se tomó para recurrir a lo que hoy se denomina plagio, sino el extraordinario esfuerzo personal que realizó para reunir en su Monarquía indiana tan enorme cantidad de datos que, según algunos historiadores contemporáneos, lo han convertido en “padre de la historia antigua y moderna de los Mexicanos”.
Obras de ~: Vida y milagros del santo confesor de Cristo Fr. Sebastián de Aparicio, fraile lego de la orden del S. P S. Francisco, de la provincia del Santo. Evangelio, México, Diego López Dávalos, 1602 (Valladolid, 1605); Comedias en lengua mejicana, ms.; Monarquía Indiana, Sevilla, 1615 (eds. Madrid, 1723, 3 vols.; México, 1943-1944, 3 vols.; ed. facs. de la de 1723 de M. León-Portilla, México, Porrúa, 1969, 3 vols.; México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1975-1977, 7 vols.); Comedias en lengua mejicana (desapar.).
Bibl.: A. Morano Toscano, Fr. Juan de Torquemada y su “Monarquía Indiana”, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1963; “Vindicación de Torquemada”, en Historia Mexicana (México), 48 (1963), págs. 497-515; J. Alcina Franch, “Fr. Juan de Torquemada (¿1564?-1624)”, en Revista de Indias (Madrid), 29 (1969), págs. 31-50; H. F. Cline, “A note on Torquemada’s native sources and historiographical methods”, en The Americas (Washington), 25 (1968-1969), págs. 272- 386; J. W. Zdenek, “Juan de Torquemada, historiador del Nuevo Mundo, y Fr. Antonio de la Ascensión, cronista. Un caso de plagio”, en Revista de Historia de América (México), 84 (1977), págs. 241-247; M. León-Portilla, “New light on the sources of Torquemada’s Monarquía Indiana”, en The Americas (Washington), 35 (1978-1979), págs. 287-316; M. D. B[ravo], “Torquemada, Juan de”, en R. Gullón (dir.), Diccionario de Literatura Española e Hispanoamericana, vol. II, Madrid, Alianza Editorial, 1993, pág. 1618.
Pedro Borges Morán