Ayuda

Bernardino de Ribeira

Biografía

Ribeira, Bernardino de. Bernardino de Sahagún. Sahagún (León), c. 1499 – Ciudad de México (México), 5.II.1590. Misionero franciscano (OFM) de México, profesor, historiador e iniciador de la antropología cultural.

Conocido como Bernardino de Sahagún, como indica este topónimo y él mismo lo consignó expresamente en una ocasión, nació hacia 1499 en la villa leonesa de Sahagún en el seno de la familia Ribeira, circunstancia esta última por la que su apellido aparece a veces bajo la variante hispanizada de Ribera.

A menos que hubiera tenido la fortuna de gozar de la protección económica de algún benefactor, es evidente que su familia gozó de buenas posibilidades económicas puesto que pudo sufragar los estudios de su hijo necesarios para matricularse en la Universidad de Salamanca con la intención de cursar las carreras de Artes y Teología.

La total inexistencia de datos cronológicos a este respecto solamente permite conjeturar que su ingreso en esa universidad debió de ocurrir hacia 1520, es decir, cuando ya había cumplido los veinte años porque siendo estudiante universitario ingresó en la orden franciscana en el convento salmantino de San Francisco y porque viajó a México en 1529, ya “bastantemente enseñado en las letras divinas”, es decir, concluidos sus estudios de teología, aun cuando no llegara a doctorarse en esa disciplina porque entonces no se estilaba la obtención de ese grado entre los franciscanos.

El viaje a México lo emprendió alistado en una expedición de treinta franciscanos reclutados con ese fin por fray Antonio de Ciudad Rodrigo, el cual había viajado a México formando parte en 1524 de la célebre expedición de los denominados doce apóstoles franciscanos de México que tanto influirían después en él.

Apenas llegado a Tenochtitlán, se dedicó a aprender el náhuatl con tal ahínco que consiguió muy pronto familiarizarse con esa lengua para con el tiempo llegar a dominarla tan perfectamente que, según sus biógrafos, “ningún otro hasta hoy se le ha igualado en alcanzar los secretos de ella y ninguno tanto se ha ocupado en escribir de ella”.

La veracidad de los dos últimos asertos la demuestran las numerosas obras que escribió en náhuatl, mientras que la del primero las evidencia el hecho de que tan pronto como en 1539 actuó de intérprete en un proceso contra indígenas idólatras a pesar de que desde 1524 evangelizaban en México, y por lo mismo estaban más familiarizados que él con el idioma, los doce franciscanos llegados en esa fecha a Nueva España, más el también franciscano Pedro de Gante, que había llegado en 1523.

Adquirido el suficiente dominio del náhuatl, su tarea inicial fue la de simple misionero y la de religioso propiamente dicho, es decir, la de convertir a los indios al cristianismo y la de desempeñar los restantes cargos que le encomendara la orden, coincidiendo en esto con todos los restantes compañeros suyos.

Consta que a esta doble y obligatoria tarea se dedicó, por ejemplo, durante el trienio comprendido entre 1530 y 1533, durante el cual residió en Tlamanalco, lo que lo que le proporcionó ocasión para ascender a la cima de los conos volcánicos del Popocatepetl (5542 metros) y del Ixtaccihuatl (5282 metros), inducido, como él mismo confiesa, no solamente por su innata e insaciable curiosidad sino también para destruir los ídolos que los indios de la región de Puebla habían escondido allí para evitar que fueran destruidos por los misioneros.

En cambio, en 1535 se encontraba en Xochimilco, aldea actualmente integrada en el distrito federal de México.

Sobre su modo de evangelizar durante este período manifiesta en 1575 que en lo que más insistía respecto de los indios era “en ponerlos en la creencia de la fe católica por muchos medios [...] así por pintura como por predicaciones, representaciones y locuciones, probando con los adultos y con los pequeños [...] dándoles las cosas necesarias de creer con gran bondad y claridad de palabras”.

Esta primera etapa se cerró en 1536, fecha en la que, edificado por orden y a costa del virrey Antonio de Mendoza, el día 6 de enero de ese año se inauguró con la máxima solemnidad el célebre Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco (preludio de la futura Universidad de México, fundada en 1551-1553) con el objetivo de educar religiosa y culturalmente a los hijos de la nobleza indígena para que éstos se convirtieran en maestros de los demás e incluso de sus propios padres en el terreno de la religión.

No parece que en su fundación tuviera Sahagún parte destacada, a pesar de lo cual habla de ella como de un proceso en el que intervino con frases como las siguientes: “Luego que vinimos a esta tierra a plantar la fe juntamos a los muchachos en nuestras casas [...] y procuramos luego de ponerles en el estudio de la gramática, para el cual ejercicio se hizo un Colegio en la ciudad de México en la parte de Santiago de Tlatilulco en el cual todos pueblos comarcanos y de todas las provincias se escogieron los muchachos más hábiles y que mejor sabían leer y escribir, los cuales comían y dormían sin salir fuera sino pocas veces”.

Fuera o no uno de sus fundadores, esta institución terminó convirtiéndose en algo fundamental, pues llegó a representar una segunda etapa en su vida, debido a que inmediatamente después de fundado, aparece él formando parte de su selectísimo profesorado, encargado, junto con el también lingüista fray Andrés de Olmos, de la enseñanza del latín, docencia que desempeñó hasta que en 1546 abandonaron los franciscanos le dirección del colegio, para reanudar de nuevo el profesorado de latinidad circunstancialmente de 1556 a 1560 y de manera definitiva desde 1572 hasta 1576.

Sobre su primera etapa de profesor afirma él mismo que sus alumnos “vinieron a entender todas las materias del arte de la gramática, a hablar latín y entenderlo y a escribir en latín y aun a hacer versos heroicos”.

Además de por su carácter de profesor en él, este Colegio formó una parte muy importante en su vida toda vez que, según su compañero y biógrafo fray Jerónimo de Mendieta, de los sesenta y un años que vivió en México “particularmente se ocupó la mayor parte de ellos en sustentar y mejorar (como mejoró y adornó) el Colegio de Santa Cruz que está pegado al convento de Tlatelulco en México, donde sin descansar un día tabajó hasta la muerte en la instrucción y doctrina de los niños hijos de principales que allí ocurren de toda la tierra a enseñarse más perfectamente a leer y escribir y a saber latinidad y medicina, según su menester, y cosas de policía y buenas costumbres”.

No satisfecho con este panegírico, el mismo Mendieta, al hablar de la decadencia que con el tiempo comenzó a experimentar el colegio, advierte expresa e irónicamente que esa decadencia o ruina no era la de las paredes del edificio, “que buenas y recias están, y muy buenas aulas y piezas aumentadas por el Padre fray Bernardino de Sahagún, que hasta la muerte lo fue sustentando y ampliando cuanto pudo”.

De hecho, el propio Sahagún llegó a afirmar: “yo, que me hallé en la fundación del colegio, me hallé también en la reformación de él, la cual fue más dificultosa que la misma fundación”.

Profundizando más que Mendieta, el propio Sahagún atribuye la decadencia del centro al hecho de la degradación moral de la población nativa como consecuencia del “régimen de vida mucho más placentero de los españoles y de un sistema educativo o paideia mucho más blando que el indígena”.

El cambio había hecho a los mozos de los conventos tan insoportables que Sahagún concluye: “y así los echaron de nuestras casas”.

Tan tarde como en los años en que estaba concluyendo su Historia vuelve a acordarse del colegio para anotar que éste seguía subsistiendo desde hacía más de cuarenta años, y que, contra lo que temieron algunos cuando se fundó, no había habido hasta entonces ningún antiguo colegial que se hubiera pronunciado contra la Iglesia o contra la Monarquía sino precisamente todo lo contrario.

Simultáneamente con esta preocupación por el Colegio de Tlaltelolco, desde mediados de la centuria su vida entró en una tercera etapa, consistente en simultanear sus deberes de religioso y de misionero (sobre los que, por otra parte, apenas si se dispone de noticias) con el desempeño de varios cargos dentro de la orden y sobre todo con su entrega a la función de escritor, que es la que más lo caracteriza.

Entre esas funciones de la orden merecen destacarse las siete siguientes.

Durante el trienio 1545-1548 volvió a residir en Tlatelolco no como profesor sino como simple conventual pero encargado de la administración del Colegio, tarea que compatibilizó con el ejercicio ocasional de misionero propiamente dicho en varios lugares del actual estado mexicano de Michoacán.

En 1552 desempeñaba el cargo de definidor o consejero del superior provincial en el convento de la ciudad de México, mientras que en 1560 volvía a residir en Tlamanalco, en 1574 tuvo que responsabilizarse de nuevo de la administración del Colegio de Tlatelolco, y en 1585 fue elegido de nuevo definidor provincial.

Se sabe también, aunque se ignoran las fechas y los lugares, que fue superior de numerosos e importantes conventos sucesivamente.

Esta última elección terminó amargándole los últimos años de su vida porque, debido a las graves disensiones surgidas en el seno de la orden, la circunstancia de ser el primero de los cinco definidores provinciales le obligó, en 1586, a aceptar el nombramiento de comisario provincial, al que se vio obligado a renunciar a los dos meses, tras lo cual recuperó el de definidor, en el que cesó en enero de 1589, ya en vísperas de su muerte.

Desde el punto de vista de su faceta como escritor, que es precisamente su principal característica, hay que tener en cuenta que resulta muy difícil hacer un catálogo de sus escritos porque algunos aparecen varias veces con título distinto, otros se siguen desconociendo y sobre unos terceros existen datos contradictorios.

A base de las últimas aportaciones hechas por los bibliófilos, la lista más probable de esas obras es la siguiente: Obras de carácter histórico: Historia general de las cosas de Nueva España; Breve compendio de los ritos idolátricos de Nueva España; Coloquios y doctrina cristiana con que los doce frayles de San Francisco enviados por el papa Adriano Sexto y por el emperador Carlos V convirtieron a los indios de la Nueva España, en lengua mexicana y española; Arte adivinatoria, descrita por el propio Sahagún como “el arte de la ciencia adivinatoria que usaban estos naturales”; Calendario mexicano, latino y castellano, calificado por Sahagún de “muy necesario”, al igual que el Arte adivinatoria, para que los evangelizadores advirtieran si seguían subsistiendo entre los indígenas ya cristianos antiguas prácticas idolátricas.

Gramáticas y vocabularios: Arte la lengua mexicana, escrita en la ciudad de México en 1569 y reelaborada en 1585; Vocabulario trilingüe: castellano, latino y mexicano, elaborado en 1583; Calepino o diccionario mexicano, compuesto, según Mendieta, por “doce o trece cuerpos de marca mayor, los cuales yo tuve en mi poder, donde se encerraban todas las maneras de hablar que los mexicanos tenían en todo género de su trato, religión, crianza, vida y conversión”.

Biografías edificantes: Vida de San Bernardino de Sena, traducida al náhuatl en 1551 a petición de los indios de Xochimilco; Vida de Jesucristo en verso mejicano, concebida para que los indígenas olvidaran sus cantares gentílicos.

Comentarios bíblicos: Evangelium, Epistolarium, et lectionarium aztecum, del que dice el propio Sahagún: “sé que están traducidos los evangelios y epístolas que se cantan en la iglesia por todo el año”; y Mendieta: “una muy elegante postilla sobre las epístolas y evangelios dominicales”.

Catecismos y Doctrinas: Doctrina cristiana en mejicano, folleto de veintisiete folios escrito entre 1567 y 1579, integrado, según él, por “siete collationes en lengua mexicana” y dirigido a los evangelizadores; Doctrina cristiana, de la que afirma que “contiene muchos secretos de las costumbres de estos naturales y también muchos secretos y primores desta lengua mexicana”; Catecismo de la doctrina cristiana en lengua mejicana, escrita en 1583; Catecismo pictográfico.

Sermonarios: Sermonarios de adviento, navidad, cuaresma y resurrección; Sermones dominicales y de santos en lengua mexicana, obra de doscientos dos folios escrita en 1540, corregida en 1563 e integrada, según Mendieta, por “sermonarios de todo el año, unos breves y otros largos, doblados de todo el año” (es decir, bilingües).

Cancioneros religiosos: Psalmodia christiana y sermonario de los santos del año, en lengua mexicana [...].

Ordenada en cantares y psalmos para que canten los indios en los areitos que hacen en las iglesias, escrita en 1578 y publicada en 1583 (la única que él consiguió ver impresa) según él, para conseguir que los indios bautizados abandonaran sus antiguas canciones con las que “alababan a sus falsos dioses” y, según Mendieta “para que los indios cantasen en sus bailes cosas de edificación de la vida de nuestro Salvador y de sus santos, con celo de que olvidasen sus dañosas antiguallas”; Cantares en idioma mexicano.

Obras de carácter didáctico religioso: Bordón espiritual; Declaración del símbolo por manera de diálogo; Declaración parafrástica del símbolo “Quicumque vult”, de la que dice el propio Sahagún: “sé que hay traducidos ciertos capítulos de los Proverbios a modo parafrástico que lo pueden tener los predicadores de esta lengua”; Ejercicios quotidianos, en lengua mexicana, folleto de cuarenta y cuatro hojas escrito en 1574, descrito por el propio Sahagún como “un ejercicio en lengua mexicana sacado del santo Evangelio y distribuido por todos los días de la semana que contiene meditaciones devotas muy provechosas para cualquier cristiano”; Escalera espiritual; Espejo espiritual; Espiritual manjar sólido; Fruta espiritual; Impedimentos del matrimonio; Los mandamientos de los casados; Leche espiritual; Libro de oro y tesoro índico; Lumbre espiritual; Manual del cristiano, escrito en 1578 y aprobado para su publicación en 1579, aunque no se llegó a imprimir; Pláticas para después del bautismo de los niños; Regla de los casados; Manual del cristiano; Tratado de las virtudes teologales, en náhuat, escrito entre 1568 y 1569.

Por razón de su contenido y de su originalidad, de toda esta larga lista de obras merecen un comentario especial las tres primeras, de carácter histórico.

La Historia general de las cosas de Nueva España la comenzó a escribir en 1547 y la terminó en 1569, en castellano y náhuatl.

Además de varios prólogos, apéndices y numerosísimas láminas, consta nada menos que de doce libros integrados en total por trescientos catorce capítulos, a lo largo de los cuales describe los dioses de los indígenas prehispánicos, sus calendarios, fiestas, ceremonias, sacrificios y solemnidades, el comienzo de los dioses, los agüeros y los pronósticos, la astrología, la retórica, filosofía moral y teología, sus reyes y señores, sus mercaderes y oficiales, sus vicios y virtudes, más la conquista de México por Hernán Cortés, y aparte, los cantares a los dioses.

Por tratarse de un misionero, cabría esperar que dedicara también uno o varios capítulos al tema de la evangelización, pues en realidad lo que estaba relatando con la Historia lo hacía, como acabamos de ver, con objetivos evangelizadores.

Sin embargo, este tema apenas lo toca y cuando lo hace lo aborda de una manera más bien pasajera en una “Relación del autor digna de ser notada” que, abandonando el curso de su exposición, la intercala inesperadamente en el capítulo 27 de libro X, dedicado a describir los vicios y las virtudes de los indígenas.

Esta digresión, totalmente innecesaria y fuera de lugar, es tanto más llamativa cuanto que, contra lo que cabría esperar de un misionero, no sólo no ensalza a sus colegas sino que los critica porque su equivocada concepción de la tarea evangelizadora “hizo necesario destruir todas las cosas idolátricas y todos edificios idolátricos y aun las costumbres de la república que estaban mezcladas con ritos de idolatría las cuales había en casi todas las costumbres [...] y por esta causa fue necesario desbaratarlo todo y ponerles en esta manera de policía”.

El objetivo de tan magna obra era el de que los evangelizadores conocieran perfectamente las creencias y las costumbres de los aztecas “para enderezar contra ellos su doctrina” mediante el sistema de que se percataran de las “vanidades que ellos tenían acerca de sus mentirosos dioses”.

Éste parece haber sido el objetivo principal, al que más adelante añade el complementario de que se movió a elaborarla “porque los ministros del evangelio no tengan ocasión de quejarse de los primeros por haber dejado a oscuras las cosas de estos naturales”.

Ha sido traducida al alemán, al francés y al inglés.

Para su elaboración contó, como él mismo dice, con la ayuda de los “colegiales más hábiles y entendidos en la lengua mexicana y en la latina” de cuantos hasta entonces habían estudiado en Tlatelolco. En esta elaboración, también en palabras suyas, “se gastaron más de mil pesos en tomines, en tinta, en papel y en los escribanos y si todo el trabajo que en ellos se ha puesto se hubiera de pagar no bastarían diez mil pesos”.

Concluida en 1569, en 1570 presentó Sahagún el manuscrito al superior de la orden para que designase los religiosos que debían examinarlo con miras a su publicación. Los examinadores la aprobaron elogiosamente, pero hubo otros franciscanos que se opusieron a ella porque juzgaron que la pobreza de la orden no podía permitir que se invirtiese dinero en esta clase de escritos, lo que indujo al nuevo superior a ordenar en 1573 que se dispersaran todos los escritos de Sahagún por los conventos de la orden.

Esta orden de dispersión intentó atajarla en 1577 un tercer superior distinto de los dos anteriores, pero el intento resultó frustrado porque una real cédula de ese mismo año ordenó que se recogiera el manuscrito porque no convenía escribir sobre las “supersticiones y manera de vivir” de los indios prehispánicos.

Desde el punto de vista de su manera de pensar tal y como lo expone en esta obra merece destacarse su postura ante dos puntos entonces muy discutidos, como lo eran la cuestión del clero indígena y la conquista, así como su conciencia respecto de su aportación al náhuatl.

Respecto del clero indígena nos revela que los franciscanos intentaron en 1527 que dos nativos accedieran al sacerdocio pero que al darse cuenta de que “no eran suficientes para tal estado”, les quitaron el hábito y en adelante no volvieron a recibir en la orden y mucho menos en el sacerdocio a ningún nativo.

Sobre la conquista afirma que “fue cosa horrible”, pero que hizo posible que los mexicanos fueran “alumbrados de las tinieblas de la idolatría en que han vivido y sean introducidos en la Iglesia católica e informados en la religión cristiana”, a lo que añade que “los que fueron conquistados sufrieron y dieron relación de muchas cosas que pasaron durante la guerra, las cuales ignoraron los que los conquistaron”.

En cuanto a la conciencia de la aportación que él mismo había hecho al náhuatl afirma: “Por mi industria se han escrito doce libros de lenguaje propio y natural de esta lengua mexicana, donde allende de ser muy gustosa y provechosa escritura, hallarse ha también en ella todas las maneras de hablar y todos los vocablos que esta lengua usa”.

El Breve compendio de los ritos idolátricos de Nueva España “no es más que un resumen de una parte de su Historia general que envió al papa buscando su favor para la publicación”. Escrito en 1570, es un compendio en español de los primeros libros de la Historia general de Nueva España.

Los Coloquios no versan sobre los primeros evangelizadores de México, que fueron tres franciscanos flamencos llegados a esa ciudad en junio de 1523, sino sobre los doce que lo hicieron en agosto de 1524, denominados en atención a su número los Doce Apóstoles de México.

Su contenido estuvo inicialmente integrado por las pláticas, coloquios o diálogos que esos doce franciscanos mantuvieron por medio de intérpretes con los nobles indígenas que por orden de Hernán Cortés y capitaneados por él acudieron a recibirlos a su llegada a Tecnochtitlan.

Como es de suponer, estas pláticas no fueron recogidas literalmente por nadie pero debieron de llamar tanto la atención por su originalidad que su contenido fue extractado por Sahagún, quien convivió con los autores de los coloquios y hasta viajó de España a México en 1529 en compañía de uno de ellos.

A esta inicial versión castellana añadió el mismo Sahagún en 1564 la traducción de la misma al náhuatl ayudado, como él mismo dice, por los indígenas mejor conocedores del náhuatl y del latín de cuantos desde 1536 hasta entonces habían estudiado en el Colegio de Tlatelolco, traducción que perfeccionó con la ayuda de “cuatro viejos muy prácticos y entendidos así en su lengua como en todas las antigüedades”.

Mendieta no habla de esta traducción como tampoco especifica si Sahagún añadió algo o no a esas pláticas o coloquios, adición que actualmente se considera muy probable aunque no hay consenso sobre su extensión ni sobre su contenido.

La obra, tal como hoy se conoce tras varios siglos de permanecer desconocida, está compuesta por dos libros.

El primero, o libro de los coloquios, lo integran treinta capítulos, a lo largo de los cuales se recogen en cinco pláticas la exposición del cristianismo que hacían los religiosos, las preguntas y objeciones que presentaban los oyentes indígenas, las respuestas de los franciscanos, la posible réplica de los oyentes y así sucesivamente.

El libro segundo o libro de la doctrina cristiana, del que solamente se conoce un resumen de su contenido, constituye una especie de catecismo en el que después de la exposición de determinados aspectos del cristianismo se especifican algunas fórmulas del mismo de necesario conocimiento para recibir el bautismo, como los mandamientos, los sacramentos, la señal de la cruz, el credo, etc.

Si se observa, las últimas obras de las que fue autor, las elaboró en 1585, fecha en la que concluyó el Arte de la lengua mexicana, el Vocabulario trilingüe, el Calendario mexicano, y el Arte divinatorio.

Esta fecha, con la que se cierra su tercera etapa vital en México, representa al mismo tiempo el comienzo de una cuarta y última etapa, en este caso muy breve como la primera pero más accidentada que ninguna otra, tras la cual le sobrevendría la muerte.

En este trágica etapa, debido a las graves disensiones surgidas en la orden y por las que se vio afectado por desempeñar desde 1585 el honroso cargo de primer definidor o consejero del superior provincial, en 1586 tuvo que aceptar el nombramiento de comisario provincial, cargo del que le obligaron a renunciar a los dos meses, tras lo cual recuperó el de definidor para el que había sido nombrado en 1585 y en el que cesó estatutariamente el 22 de enero de 1589.

Son varias las fechas en las que se coloca su fallecimiento.

Lo más probable parece ser que murió en la ciudad de México el 5 de febrero de 1590 a causa de la epidemia de gripe sufrida por la ciudad ese año.

El ya aludido historiador y compañero suyo, Jerónimo de Mendieta, lo había calificado ya hacia 1570 con las siguientes palabras: “Fr. Bernardino de Sahagún, de 70 y más años, confesor y predicador de españoles y de indios y en lengua mexicana segundo después de fr. Alonso de Molina, y aun en los secretos y antigüedades de la lengua ha alcanzado más que otro ninguno porque se ha dado mucho a ello”.

Debido a sus trascendentales aportaciones al conocimiento del mundo del México prehispánico actualmente se le considera como el padre de la moderna antropología cultural, distinción tradicionalmente atribuida hasta ahora a J. J. Rousseau.

 

Obras de ~: Psalmodia christiana y sermonario de los sanctos del año, en lengua mexicana [...] ordenada en cantares o psalmos para que canten los indios en los areitos que hacen en las iglesias, México, Pedro Ocharte, 1583; Evangelium epistolarium et lectionarium aztecum, sive mexicanum, ex antiquo codice mexicano nuper reperto desumptum cum interpretatione et adonotationibus glossario. Mediolani, Edidit Bernardinus Biondelli, 1858; Cantares en idioma mexicano, México, 1904-1906 (ed. facs. del ms. original existente en la Biblioteca Nacional); Tenochtitlan-México, descrito por Fr. Bernardino de Sahagún, ed. de J. Douvez, París, A. Hatier, 1957; Códice florentino de la Historia general de las cosas de Nueva España, Florencia, 1979, 5 vols.; Los diálogos de 1524 según el texto de Fr. Bernardino de Sahagún y sus colaboradores indígenas, ed. facs. de M. León- Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), 1986; Historia general de las cosas de la Nueva España, ed. de J. C. Temprano, Madrid, Historia 16, 1990.

 

Bibl.: F. Picatoste y Rodríguez, Apuntes para una Biblioteca Científica Española del Siglo XVI, Madrid, Imprenta y Fundición de Manuel Tello, 1891; A. López Agustín, Estudio acerca del método de investigación de fray Bernardino de Sahagún. Los cuestionarios, México, UNAM, 1969; G. Baudot, “Los últimos años de Fr. Bernardino de Sahagún o la esperanza inaplazable”, en Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brasilien (Toulouse) 23 (1970), págs. 23-45; M. Ballesteros Gaibrois, Vida y obra de Fr. Bernardino de Sahagún, León, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1973; L[ópez] P[iñero], “Sahagún, Bernardino de”, en J. M.ª López Piñero, Th. F. Glick, V. Navarro Brotóns y E. Portela Marco, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, vol. II, Barcelona, Ediciones Península, 1983, págs. 281-282; F. V. Castro y J. L. Rodríguez Molinero, Bernardino de Sahagún, primer antropólogo en Nueva España (Siglo XVI), Salamanca, Universidad, 1986; E. Oltra Perales, Fr. Bernardino de Sahagún, sabio, humanista, apóstol inquieto, Valencia, Unión Misional Franciscana, 1987; M. León-Portilla, Bernardino de Sahagún, Madrid, ed. Quorum, 1987; A. de Zaballa Beascoechea, “Una reconstrucción crítica del Libro de los Coloquios de Bernardino de Sahagún”, en Archivo Ibero-Americano (Madrid), 47 (1987) págs. 819-841; “Sobre los capítulos perdidos de los Coloquios sahaguntinianos. Una hipótesis de reconstrucción”, en Scripta Thelogica, 19 (1987), págs. 771-793; Transculturación y misión en Nueva España. Estudio histórico-doctrinal del Libro de los “Coloquios” de Bernardino de Sahagún, Pamplona, Universidad de Navarra, 1990; “El uso del náhuatl como medio de inculturación en la obra misional de Sahagún” y A. R. Fernández, “Sobre la investigación etnográfica de fray Bernardino de Sahagún”, en J. I. Saranyana (dir.), Evangelización y teología en América (siglo XVI), vol. II, Pamplona Universidad de Navarra, 1990, págs. 1521-1540 y 1411-1427, respect.; R. Martín Berrio, “Bernardino de Sahagún y la antropología cultural de los siglos XIX y XX”, en Los castellanos y leoneses en la empresa de las Indias, vol. I, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993, págs. 335-340; J. Llorente Resines, “Catecismo pictográfico atribuido a Bernardino de Sahagún”, en Estudios de historia social y económica de América (Madrid), 12 (1995), págs. 325-33.

 

Pedro Borges Morán