Quiñones, Francisco de los Ángeles. ¿León?, 1475 – Veroli (Italia), IX.1540. Religioso franciscano (OFM), general de la Orden, obispo, cardenal.
Fue hijo (y según el padre Guadalupe, el heredero) de los condes de Luna (Diego Fernández de Quiñones, y Juana Enríquez, hija ésta de los condes de Aliste) y pariente del emperador Carlos V. Siendo niño fue paje del cardenal Cisneros, con quien le unió siempre una gran amistad, especialmente después de haber vestido el hábito franciscano. Aprendió las primeras letras de instructores o ayos en la casa paterna, siendo después enviado a estudiar a la Universidad de Salamanca, pero se desconoce qué estudios cursó.
Tal vez movido por el ejemplo de su contemporáneo, el conde de Belalcázar, renunció a su risueño presente y porvenir, solicitó y fue admitido en la entonces custodia franciscana de Nuestra Señora de Los Ángeles, en el Convento del mismo nombre, hacia el año 1493 por el dicho conde de Belalcázar, entonces custodio, fray Juan de la Puebla, donde hizo la profesión de votos temporales por el año 1494. Estudió Artes y Teología, pero se desconoce dónde, dado que en su custodia todavía no había centros de esos estudios, por lo que pudo ser en los que tenía la provincia de Castilla, o en Salamanca. Finalizados sus estudios y recibidas las órdenes sagradas, se dedicó durante un tiempo al ejercicio de la predicación. También se sabe que fue guardián en el Convento de San Jerónimo de Cazalla, pero se ignora cuándo. En el capítulo celebrado por la custodia el año 1501 en el Convento de Belalcázar fray Francisco de los Ángeles fue elegido custodio, y por segunda vez el 10 de marzo de 1510; el año 1512 en el capítulo provincial celebrado en Almazán, era nombrado vicario provincial de la provincia de Castilla y todas sus custodias, una de las cuales era ésta de Los Ángeles, la suya. En ese año las monjas de la nueva institución de Nuestra Señora de la Concepción hicieron en sus manos la nueva profesión, en virtud de una bula de Julio II (17 de diciembre de 1511), para las cuales Quiñones escribió unas importantes constituciones, y fundó para las mismas el Convento de San Antonio de Toledo; en 1512 recibió también para las dichas religiosas el Convento de la Concepción de Madrid. Ese mismo año 1512 obtuvo del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros un breve que lo habilitaba como reformador de varios institutos religiosos, y para hacer fundaciones de conventos con autorización del respectivo ordinario.
El 1 de junio de 1517 se celebró en Roma capítulo general de toda la Orden Franciscana, al cual asistió Quiñones en calidad de custodio de la provincia de Castilla (para lo cual había sido elegido en el capítulo provincial anterior); en él Quiñones fue elegido definidor general de toda la Orden, obteniendo además la categoría de provincia para su custodia con el mismo nombre de Los Ángeles. Un año después (20 de enero de 1518) fue elegido primer ministro provincial de su provincia, recién elevada a esa categoría. Durante su provincialato interpuso su valimiento en favor de la paz en la Guerra de las Comunidades, como lo atestigua Prudencio de Sandoval, cronista de Carlos V, en sus Anales, y, una vez concluida, abogó ante el Emperador por la clemencia con los vencidos.
El año 1520 el general de la Orden encomendó a Quiñones la difícil misión de visitador general de la provincia de San Juan Bautista en Sajonia (Alemania).
Encontrándose en Roma en 1521 determinó pasar al Nuevo Mundo como misionero en compañía de Juan Glapion, para lo cual obtuvo un breve de León X (25 de abril de 1521), pero poco después, en Pentecostés de ese mismo año, se celebró capítulo general en la provincia de Lombardía, en el que Quiñones fue elegido comisario general ultramontano, lo que frustró sus aspiraciones de misionero. En este mismo año 1521 mandó al padre Juan de Argumanes componer un libro titulado Speculum Fratrum Minorum, movido del celo por la observancia de la regla en el aspecto de la pobreza, sin olvidarse de la educación religiosa e intelectual de los frailes jóvenes. Como comisario general desarrolló una no menor actividad pastoral, visitando él mismo en persona, no sólo las provincias de España, sino algunas de las provincias germanas, sin temor a los peligros e incomodidades, urgiendo en todas partes la observancia de la regla. El día de Pentecostés de 1523 se celebró capítulo general de la Orden en el Convento de Burgos. En él fue elegido ministro general de toda la Orden. Se hicieron en este capítulo nuevos Estatutos Generales, en los que la intervención personal de Quiñones es patente e importante, a la vez que se publicaron determinadas normas o constituciones, que ya anteriormente tenía hechas, para regir las comunidades recoletas, de gran trascendencia en aquellas circunstancias de la Orden, y que fueron aprobadas asimismo en el dicho capítulo.
Vino a España, y en Valladolid a 23 de junio de 1523 tuvo audiencia con el emperador Carlos V, del que obtuvo diversos favores para el Romano Pontífice y otras personalidades, al par que él, como contrapartida, accedió a los deseos del Emperador sobre el servicio y destino de algunos religiosos de la Orden Franciscana, entre ellos sobre el envío de misioneros franciscanos, solicitados por Hernán Cortés al propio Emperador y al padre general de la Orden. En esta ocasión, Carlos V comisionó a Quiñones para que, junto con Alonso Manrique de Lara, electo arzobispo de Sevilla, y de acuerdo con los Cabildos Catedrales, determinasen el modo de distribuir las cantidades que las iglesias de España debían de aportar para sufragar los gastos de una posible cruzada europea contra el turco.
De allí partió Quiñones para la provincia de San Gabriel en Extremadura, donde celebró capítulo provincial el 24 de octubre de 1523, en el que se preparó el envío de doce selectos religiosos a México, conocidos posteriormente con el nombre de los Doce Apóstoles de México, bajo la obediencia de fray Martín de Valencia.
A ellos dirigió sus letras patentes u Obediencia y una importante Instrucción, en las que especifica las atribuciones de fray Martín y sus sucesores, y patentiza su preocupación y sus proyectos sobre la misión.
A pesar de haber fracasado su intento de misionar personalmente en el Nuevo Mundo, no se apagó en él nunca la llama de misionero, que en su espíritu permanecía viva, ahora con nuevos matices, pues su responsabilidad como ministro general de toda la Orden aumentaba su preocupación personal por todas las gentes conocidas de aquellas lejanas tierras. Pero para actuar adecuadamente necesitaba conocimiento, asimismo, adecuado de la situación; por ello determinó enviar a México como visitadores con plenos poderes suyos a dos frailes de su Orden y de su confianza, fray Francisco de Soto y fray Juan Suárez o Juaréz (17 de julio de 1523); éstos, hecha la indicada visita de todas aquellas tierras conocidas, deberían regresar para informar en el próximo capítulo general, a celebrar el año 1526. Esta misión no pudo llevarse a cabo y al fin ambos frailes se sumaron a la misión de los Doce Apóstoles de México, que partía de Sanlúcar de Barrameda el 25 de enero de 1524. Pero llegado el tiempo y para asistir al dicho capítulo general, vino a España (según establecía la Instrucción del propio Quiñones) fray Juan Suárez, acompañado del hermano lego fray Juan de Palos, aportando noticias alarmantes de primera mano sobre aquellos territorios, especialmente de lo acaecido en la Ciudad de México durante la ausencia de Cortés en su excursión a las Hibueras. Ante tales noticias y como remedio de esos males, nació en su mente la idea de encarnar en su persona la máxima representación de la autoridad religiosa y civil en aquellas tierras, delegada por el Papa y el Emperador respectivamente.
Algo así como las atribuciones concedidas en su día a los frailes visitadores jerónimos por el cardenal Cisneros.
Expuesto el proyecto al pontífice Clemente VII, éste accedió a tal proyecto y deseos de Quiñones, en lo que a él respectaba, mediante el breve Religiosam et Sanctam, adjuntando otro breve, Locutus est (7 de junio de 1526), para el Emperador, recomendando dicho proyecto, a fin de que éste accediera a conceder las mismas atribuciones en el aspecto civil. No fue del mismo parecer Carlos V, para quien, además, el breve de recomendación de Clemente VII provocaba en él más bien suspicacias. En este mismo capítulo general dio también Quiñones una instrucción a fray Pedro Mejía, provincial de la provincia franciscana de Santa Cruz de La Española, para que su provincia se mantuviera sólo en las islas del Caribe sin extenderse al continente, ya que su proyecto era crear las dichas misiones del continente, y especialmente las de México, con sólo frailes de la Descalcez.
En cumplimiento de sus obligaciones como ministro general visitó personalmente varias de las provincias de España, presidiendo sus capítulos correspondientes, y velando por la estricta observancia de la regla, para lo cual urgió lo ya establecido: que en todas las provincias franciscanas se designara un número adecuado de conventos llamados de recolección, a donde pudieran acogerse voluntariamente los frailes deseosos de mayor perfección con unos estatutos especiales.
Asimismo, escribió unas constituciones para el Colegio Mayor de San Pedro y San Pablo de Alcalá de Henares (10 de junio de 1524), y antes de partir de España (1525) se entrevistó con el emperador Carlos V, quien trató en vano de retenerlo a su lado.
Llegado a Roma el 30 de julio de 1525, hubo de enfrentarse a no pocos e importantes problemas en Italia, que afectaban a la unidad de la Orden, por el deseo de muchos de más perfección, problemas que solucionó de modo similar a como lo había hecho ya en España, para lo cual visitó además personalmente numerosas provincias italianas, urgiendo la escrupulosa observancia de la regla, especialmente de la pobreza. El 26 de mayo de 1526 celebró congregación general para la elección del correspondiente comisario general ultramontano y los definidores. En ella parece que Quiñones hizo espontánea renuncia de su oficio de ministro general ante la asamblea, cuando todavía estaba a la mitad de su mandato, renuncia que no fue aceptada.
Por aquel entonces se agitaban en Italia las pasiones políticas. El versátil papa Clemente VII había hecho liga (Liga Clementina) con varios estados italianos contra España (aunque a la postre la mayor parte de éstos fallaron, quedando prácticamente solo el Papa), firmada en mayo de 1526, a la cual liga se había sumado Francisco I de Francia, quien, una vez liberado por Carlos V después de su derrota en Pavía (24 de febrero de 1525), no sólo se negaba ahora a cumplir lo pactado, sino que se aprestaba a recurrir de nuevo a la guerra. La respuesta bélica de Carlos V era de esperar, y, para parar el golpe, el Papa recurrió a Quiñones, enviándolo como su embajador ante el Emperador, embajada que surtió su efecto de conjurar el peligro, pero al retornar a Roma y presentar las condiciones, la soldadesca imperial, que no había percibido sus soldadas, no quiso aceptar las órdenes y condiciones del Emperador, esperando más ventajas del posible saqueo. De nuevo fue enviado Quiñones por el Papa a presentar al Emperador la nueva situación, pero entre tanto tuvo lugar el temido saqueo de Roma (6 de mayo de 1526) por las tropas de Carlos V, que estaban a las órdenes del condestable de Borbón. Se embarcó, no obstante, Quiñones, disfrazado en su vestimenta, rumbo a España pero, ya a la vista de la ciudad de Barcelona, fue apresada su nave por unos piratas turcos. A pesar de su disfraz y de haber arrojado previamente al mar todo cuanto podía identificarlo, los piratas no tardaron en percatarse de la categoría del personaje y exigieron por su liberación la importante suma de 4000 ducados, que era pagada no mucho después. Finalmente llegó a Valladolid, donde se encontraba el Emperador, al que expuso lo sucedido en Roma y cómo el Papa y algunos cardenales quedaban prisioneros en poder del Ejército imperial. Lamentó el Emperador lo sucedido y Quiñones retornó a Roma con la nueva embajada de Carlos V, en la que, entre otras cosas, ordenaba la inmediata liberación del Pontífice, cosa que, al parecer, no se pudo llevar a cabo enseguida hasta que se hiciera efectivo siete meses después el cumplimiento de determinadas condiciones previas impuestas al Papa por el Emperador, y en parte también por la insubordinación del Ejército.
Una nueva embajada del Pontífice ante Carlos V, ahora con miras a establecer una paz duradera en Europa, fue encomendada una vez más a Quiñones, pero ante la imposibilidad de llevar al mismo tiempo el gobierno de su Orden, el Papa aceptó su renuncia como general de la misma, al par que le ordenaba que designase a su sucesor, como lo hizo en la persona de fray Antonio de Calcena, comisario general de España, y el Papa lo confirmó (12 de diciembre de 1527). En ese mismo mes y año Clemente VII creó cardenal a fray Francisco de los Ángeles Quiñones con el título de Santa Cruz de Jerusalén (posteriormente cambiado en Santa Práxedes, y finalmente obispo prenestino) en atención al grande servicio prestado a su persona, a la Iglesia y a la paz internacional, elección que en principio no cayó del todo bien en el ánimo del Emperador, por no haberle sido notificado con anterioridad. La investidura, empero, por concesión especial del Pontífice tuvo lugar en el Convento de San Francisco de Madrid por el arzobispo de Sevilla, Alonso Manrique de Lara, inquisidor general, con asistencia del Emperador.
Todavía una vez más encomendó Clemente VII al ahora cardenal Quiñones nueva embajada ante el césar Carlos V, para culminar las condiciones de esa paz europea, paz que se firmaría en julio de 1529 y que éste llevó a cabo con toda satisfacción.
El 6 de diciembre de 1528 el Emperador presentó a Quiñones para obispo de Coria, en Extremadura.
Regresado a Roma, de nuevo hubo de ser embajador del Papa ante el Emperador, esta vez dentro de Italia, para recibirlo en nombre del Pontífice cuando Carlos V llegara al puerto de Génova, para ser coronado Emperador por el pontífice Clemente VII, coronación que tuvo lugar en la ciudad de Bolonia (24 de febrero de 1530), a cuyo acto también asistió.
Otra de las glorias de Quiñones fue la reforma del Breviario Romano para el rezo y canto coral, encomendada por el propio Clemente VII, reforma que ya se reclamaba desde tiempo atrás. Fue llevada a cabo durante los años 1529-1534, cuyo equipo, compuesto de grandes especialistas en los ritos latino y griego, albergaba y trabajaba en su propia morada. El nuevo breviario (cuyo título completo era: Breviarium Romanum ex Sacra potissimum Scrptura et probatis sanctorum historiis collectum et concinnatum) iba destinado a la recitación privada por los clérigos, sin embargo fue aceptado por algunos cabildos. Distribuía los salmos a lo largo de la semana y eliminaba prácticamente las partes corales del oficio divino como antífonas, versículos o responsorios. Como era de prever en una obra de estas características, era imposible satisfacer a todos y por lo mismo eran de esperar las críticas, que no tardaron en aparecer, a pesar de lo cual tuvo un éxito editorial extraordinario, sobrepasando las cien ediciones durante el tiempo de su vigencia, es decir, hasta 9 de julio de 1568, que se suprimió definitivamente, suplantada por la nueva reforma auspiciada por el Concilio de Trento.
Quiñones intervino también de modo especial en el cónclave habido el 23 de marzo de 1534, que condenó a Enrique VIII de Inglaterra. Fue también designado cardenal protector de la Orden Franciscana.
Falleció este excelso prelado después de corta enfermedad y fue sepultado en la iglesia de Santa Cruz de Jerusalén, titular de su cardenalato, en un sepulcro que él se había construido.
Bibl.: P. de Sandoval, Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V, Valladolid, Sebastián de Cañas, 1604; P. de Salazar, Coronica y Historia [...] de la Provincia de Castilla de la Orden del bienauenturado padre san Francisco, Madrid, Imprenta Real, 1612 (ed. facs., Madrid, Editorial Cisneros, 1977); A. de Guadalupe, Historia de la Santa Provincia de los Ángeles [...] de nuestro Seráfico P. San Francisco, Madrid, Mateo Fernández, 1662, págs. 219 y ss. (ed. facs., Madrid, Editorial Cisneros, 1994); M. Angel, “La vie franciscaine en Espagne entre les deux couronements de Charles V, ou le premier commisaure general des provinces franciscaines des Indes”, en Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, 26 (1912) y 28 (1913), págs. 157-214 y 345- 404 y págs. 167-225, respect.; C. Gracia Villacampa, “Una comisión de Carlos V al Rmo. P. Francisco de los Ángeles Quiñones”, en Archivo Ibero Americano (AIA), 5 (1916), págs. 135- 137; J. Meseguer Fernández, “Quiñones solicita facultades de Nuncio y Virrey para ir a Nueva España”, en AIA, 14 (1954), págs. 311-338; “Programa de gobierno del P. Francisco de Quiñones, Ministro General OFM”, en AIA, 21 (1961), págs. 5-51; I. García, “Quiñones, Francisco de los Ángeles, OFM”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, págs. 2037-2038; M. Castro y Castro, Bibliografía Hispano Franciscana, Santiago de Compostela, Imprenta Aldecoa, 1994, n.os 5172-5199, 8759 y 8838.
Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM