Hurtado de Mendoza, Juan. El Limpio. ?, 1351 – Madrid, 1426. Alférez mayor en el reinado de Juan I de Castilla, mayordomo de Enrique III, ayo y mayordomo durante la regencia del infante don Juan (II), mayordomo hasta su muerte en 1426.
Hijo de Juan Hurtado de Mendoza, cabeza de la rama segundogénita del linaje, ricohombre, durante el reinado de Alfonso XI comenzó su ascenso y, más tarde, en la guerra civil castellana, apoyó a Enrique de Trastámara y murió en la batalla de Nájera (1367). Durante el reinado de Juan I, su hijo, del mismo nombre, accedió al cargo de alférez mayor, después de la derrota castellana en la batalla de Aljubarrota (1385), en la que murió su hermano Pedro González de Mendoza, rama primogénita del linaje. Aunque las dos ramas siguieron caminos distintos, siempre prevaleció el sentimiento de su origen común. Así, Pedro González de Mendoza y su primogénito, Diego, nombraron albacea testamentario a Juan Hurtado.
A la muerte del hermano, la menor edad del príncipe Enrique abrió un pleito acerca de quién había de desempeñar la tutoría, si el hijo de Pedro (Diego Hurtado de Mendoza) o su tío Juan, a quien, por su mayor edad, se le consideraba con más experiencia. El problema encontraría una solución a lo largo de los conflictos de la minoridad, ya que Diego quedó como guarda del Rey (alférez mayor) y Juan como su mayordomo. Este hecho, junto al ventajoso matrimonio con María de Castilla (1389), hija del conde don Tello y sobrina de Enrique II —con la que tuvo cinco hijos—, que le añadió Olmeda de la Cuesta al señorío de Morón, y el papel que desempeñaría en la educación del príncipe, contribuyeron en igual medida a situarle —hacia 1390— en la casi jefatura del linaje y en los primeros puestos de la política castellana.
Juan I murió a consecuencia de un desgraciado accidente de caballo el 9 de octubre de 1390. Esta muerte inesperada originó graves disensiones entre la nobleza, dividida en dos bandos, para hacerse con el control de la regencia del príncipe don Enrique. Las dos ramas del linaje Mendoza elegieron partidos distintos. Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo mayor, siguió al arzobispo de Santiago, García Manrique. Diego Hurtado de Mendoza siguió a Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo. Juan Hurtado, el arzobispo de Santiago y el maestre de Calatrava fueron designados tutores, siguiendo el testamento de Juan I. Ese mismo año, tuvieron lugar violentos motines anti-judíos en Castilla, cuyos bienes fueron entregados a los nobles más importantes. Así, en Sevilla, los principales beneficiarios fueron Juan Hurtado de Mendoza y Diego López de Stúñiga. Poco más tarde, aquél vendió los derechos de su parte a Stúñiga.
Finalmente, se llegó a un acuerdo entre ambos bandos: los regentes serían ocho, repartidos en dos turnos, figurando Juan Hurtado de Mendoza en el primero, junto a Pedro Tenorio, el duque de Benavente y el maestre de Santiago. Fue encargado de la custodia del Rey junto a Diego López de Stúñiga, recibiendo también la tenencia del Alcázar de Segovia, que fortalecía militarmente el partido del arzobispo de Santiago.
En 1393, se proclamó anticipadamente la mayoría de edad de Enrique III. Juan Hurtado de Mendoza, Diego López de Stúñiga y Ruy López Dávalos formaron el nuevo equipo de gobierno. A partir de entonces, y hasta 1396, tuvo lugar la caída de los “epígonos” Trastámara, la consolidación de la oligarquía nobiliaria, y, en consecuencia, el inevitable declive de las Cortes.
Durante estos años decisivos, junto a su indiscutible ascenso al primer puesto de la política castellana hasta la muerte de Enrique III, su patrimonio aumentó sustancialmente. En 1394, Carlos III el Noble, rey de Navarra, le concedió (sin duda por su favorable intervención en la concordia con Leonor de Trastámara, su mujer), todas las rentas ordinarias del lugar de Lerín y de Ávalos, así como las rentas ordinarias de la villa de Cascante. Meses más tarde, en un testimonio notarial, se nombró procurador de los bienes navarros a un judío: Samuel Bienvenist, el mismo que figuraba en 1399 cobrando las rentas ordinarias de pan y dinero de Cascante. En 1395, se unieron Gormaz y Almazán, añadidos a Vella, Soliedra, Matamala, Adradas, Perdices, Viana, los Tres Arroyos, etc. Años más tarde, en 1400, llevó a cabo la compra del señorío de Cañete, en Cuenca, por 12.000 florines de oro del cuño de Aragón, que será la base de un futuro marquesado. Hay que añadir, finalmente, los lugares en tierras de Álava, de donde procede el linaje (Hueto de Suso, Hueto de Yuso, la casa fuerte de Martioda y la heredad de Viriaedo). Unidas, todas sus posesiones abarcaban una enorme extensión. Sus tres hijos —Ruy Díaz, Diego Hurtado y Juan Hurtado de Mendoza— serían bien heredados.
Enrique III de Trastámara murió en 1406. Durante la regencia del príncipe, futuro Juan II, surgieron los conflictos de nuevo, esta vez con Fernando el de Antequera (hermano de Enrique III y rey de Aragón en virtud del compromiso de Caspe en 1412) y la reina Catalina de Lancáster, viuda del rey castellano y su cuñada. Durante el mismo, murió Diego Hurtado de Mendoza, que había conseguido el cargo de almirante de Castilla años atrás como compensación a la renuncia a la mayordomía y apoyado por el duque de Benavente.
Durante la minoría de edad del príncipe heredero, se convirtió en un fiel aliado de la reina Catalina de Lancáster, como ayo y mayordomo del futuro Rey, hasta que éste, en 1419, fue declarado mayor de edad a los catorce años. Una vez más, consiguió ocupar el primer puesto en la política, controlando el Consejo y dominando la voluntad del futuro Rey (con el apoyo de Álvaro de Luna, a quien él mismo introdujo en la Corte castellana como doncel). La regencia había sido difícil por los desacuerdos entre la Reina y su cuñado.
Muerto éste en 1416, aparecieron las aspiraciones de sus hijos, a los cuales su padre había dejado heredados “lo mejor que sin pecado se pudiera”. Alfonso, Juan, Enrique, Sancho y Pedro, sus herederos, conocidos como “los infantes de Aragón”, protagonizaron la oposición durante el reinado de Juan II, junto a los nobles y también el príncipe heredero, el futuro Enrique IV.
Juan Hurtado de Mendoza era ya un hombre mayor, pues cincuenta y ocho años era una edad avanzada en la época. Sin embargo, continuó firme al servicio de la Monarquía. Fernán Pérez de Guzmán, en sus Generaciones y semblanzas, lo describe como un “honrado caballero […] hombre de gran esfuerzo, e muy buen cuerpo y gesto, e muy limpio é bien guarnido, ansí que aunque en su vejez, en su persona é atavío parescía ser buen caballero […] cuerdo e de buenas maneras en hecho de armas: no hay del ninguna obra señalada, ni mengua alguna”.
Un año más tarde, el 14 de julio de 1420, el infante don Enrique, aprovechando la ausencia de su hermano Juan (que había ido a Navarra para desposarse con Blanca, hija y heredera de Carlos III el Noble), en un golpe de gran audacia, se apoderó de la persona del Rey en el palacio de Tordesillas. El cronista Alvar García de Santamaría (pág. 82) hizo una descripción muy detallada del suceso, así como las demás Crónicas del reinado de Juan II. El 13 de julio, relata García de Santamaría, “don Enrique (el infante) fingió que quería ir a Medina a ver a la reina, su madre, y se lo dijo a Juan Furtado, diciendo que habría por esto de venir a palacio de mañana para se despedir del rey”. Fueron a la cámara donde Juan Hurtado de Mendoza dormía en compañía de su mujer y le prendieron: “vistiose e diose a prisión”. Dice la Crónica que Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo mayor del Rey, era “a la sazón privado mucho del rey”, pero añade que “Álvaro de Luna, [dejado al margen del lamentable acto], al cual el rey tenía mucha voluntad, mas así como Juan Furtado”. El cronista añade (pág. 91): “La razón por que ellos tovieron esta manera de prender a Juan Hurtado de Mendoza era porque sabían bien que el rey del apartamiento de Juan Furtado non curaría” (no así de Álvaro de Luna).
Acto seguido, el infante don Enrique y los suyos acordaron que el Rey diese orden a su mayordomo de entregar el Alcázar de Segovia. Juan Hurtado se resistió y, después de muchas discusiones, fue decidido a liberarlo de la prisión para que hiciera entrega del alcázar en persona, pero éste quebrantó el pleito homenaje y se partió de Tordesillas. En vez de dirigirse a Segovia, tomó camino hacia Olmedo. Las gentes que el infante don Enrique envió en su persecución no lograron darle alcance. De Olmedo tomó el camino de Cuéllar para reunirse con el infante don Juan, quien, en cuanto tuvo noticias del grave suceso, acudió sin más demora a Castilla y, con las tropas que logró reunir, se asentó en Cuéllar a la espera de los acontecimientos. Allí acudió Juan Hurtado.
Los años siguientes fueron de progresivo enfrentamiento entre la nobleza y el ascenso imparable del antes doncel del príncipe y ahora privado del Rey. Juan Hurtado de Mendoza perdió su influencia al lado del Rey, aunque figuró en importantes misiones diplomáticas en 1423 y 1424. Definitivamente, Álvaro de Luna se convirtió en imprescindible para Juan II, porque, carente el Rey de una voluntad y un criterio firme, e indolente para los asuntos de la gobernación del reino, su privado ocupó el lugar que él mismo se dejó usurpar.
En 1426, estando el Rey en Toro, enfermó Juan Hurtado y falleció ocho días después. A Ruy Díaz —su primogénito— le dejó el mayorazgo y la mayordomía mayor; Juan Hurtado sería prestamero mayor de Vizcaya. Es posible que los hijos de María de Luna, su última mujer (Juan de Luna y Brianda), resultaran favorecidos en la herencia paterna a causa de su parentesco con el ya condestable Álvaro de Luna.
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Isabel Pastor Bodmer