Aragón, Enrique de. Infante de Aragón, marqués de Villena y conde de Alburquerque. ?, VIII.1400 – Calatayud (Zaragoza), 15.VI.1445. Maestre de Santiago.
Tercero de los hijos del infante castellano Fernando, reconocido rey de Aragón en virtud del Compromiso de Caspe, y de su esposa Leonor de Alburquerque.
Cuando se negocian las treguas de agosto de 1402, entre Castilla y Portugal, se acordó su matrimonio con Beatriz, hija del infante Juan, hijo del monarca portugués Pedro I y de Inés de Castro. Era una maniobra de Fernando para incluir a su hijo entre los posibles beneficiarios de indemnizaciones portuguesas por una teórica renuncia a derechos al trono de aquel reino. El matrimonio no llegó a realizarse, a pesar del empeño puesto en ello por el infante Fernando; sólo su reconocimiento como rey de Aragón le indujo a aceptar el hecho consumado del matrimonio de Beatriz con Pedro Niño, conde de Buelna.
A la muerte de Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre de Santiago, Fernando logró la designación de su hijo Enrique para dicho maestrazgo, frente a las pretensiones de Garcí Fernández Manrique, comendador mayor de la Orden de Castilla; lo logró tras serias presiones, una importante compensación económica, y, sobre todo, la intervención de Benedicto XIII que procedió a una provisión directa, al margen del procedimiento electoral establecido, y le dispensó de su defecto de edad, ya que todavía no había cumplido nueve años.
Al ser reconocido Fernando rey de Aragón, Enrique, como el resto de su familia, pasa a este reino. Se proyectó su matrimonio con una hija del conde de Urgel, uno de los aspirantes al trono aragonés en el proceso entonces concluido, pero la rebelión del conde de Urgel, sometida por las armas, hizo inviable este nuevo proyecto.
Probablemente su padre pensó en Enrique como cabeza del partido aragonés en Castilla; sin embargo, al fracasar el proyecto matrimonial de su hermano Juan con Juana de Nápoles, fue este infante, investido de todos los señoríos paternos en Castilla, el encargado de velar por los intereses familiares en este reino: tal variación afecta de modo duradero a Enrique, siempre quejoso del protagonismo que se le hurtaba.
La muerte de Fernando I provoca un desplazamiento de su familia a Castilla; en primer lugar, Enrique, seguramente a finales de 1417, seguido unos meses después por su hermano Juan y por su madre Leonor. Es un momento de gran importancia porque, en muy pocos meses, se produce la desaparición del equipo que ha gobernado durante la minoría de Juan II: Diego López de Estúñiga, la reina Catalina y Juan Fernández de Velasco.
La cesión que Leonor hace entonces de su condado de Alburquerque a favor de su hijo Enrique le convierte, junto a su hermano Juan, en la primera figura de la nobleza castellana. La falta de acuerdo entre ambos hermanos perjudicará seriamente su proyecto de controlar el poder en Castilla. El primer enfrentamiento lo provoca el deseo de ambos de contraer matrimonio con la infanta Catalina, hermana de Juan II: el triunfador obtendría el marquesado de Villena y el derecho a suceder al joven Monarca castellano, si éste moría sin hijos. La rivalidad no se resolverá ni con el acuerdo de matrimonio de Juan con Blanca, heredera de Navarra, en noviembre de 1419, porque Catalina se niega a casar con Enrique. Enrique y sus partidarios deciden entonces tomar el poder mediante un acto de fuerza, aprovechando el viaje de Juan a Navarra para contraer matrimonio.
El 14 de julio de 1420, en Tordesillas, los conjurados se apoderan de la persona del rey y sustituyen a los principales oficiales de palacio por personas de su confianza. Es el golpe de estado de Tordesillas, primer acto de una larga guerra civil en Castilla. Enrique convoca Cortes y obtiene el respaldo de éstas a su actuación; logra que Catalina acceda, al fin, a contraer matrimonio con él, y que se realice el matrimonio, ya previsto, de Juan II y María, hermana de los Infantes, y se ve favorecido por la mediación de su madre para evitar un enfrentamiento entre hermanos.
El resultado es la constitución de dos bloques oligárquicos encabezados por Juan y Enrique, con frecuentes cambios de bando entre sus miembros, atentos únicamente a sus intereses de linaje; entre ambos irá creciendo la figura política de Álvaro de Luna, que esgrimirá siempre la defensa de la autoridad monárquica como objetivo de su acción política.
Es Álvaro de Luna quien prepara y lleva a cabo la fuga de Talavera del rey (29 de noviembre de 1420) para huir del control del infante, noticia que causa la natural alarma en la Corte. Fracasan todos los esfuerzos realizados por Enrique, que llega a mantener cercado al rey en el castillo de Montalbán, con objeto de hacerle volver a la situación anterior; diez días después, ante la firme resolución de Juan II, y la noticia de la llegada del infante Juan con tropas, se verá obligado a cumplir la orden regia de retirarse con los suyos hasta recibir nuevas órdenes.
Se instala en Ocaña, desde donde trata de sortear las órdenes regias de licenciar tropas y abstenerse de tomar posesión del marquesado de Villena, cuyo único objetivo era destruir el poder del infante. Convencido de que la única solución era una negociación directa con el Rey, desde una posición de fuerza, decide marchar a su encuentro, rodeado de un verdadero ejército. A pesar de sus protestas de buena voluntad, de las numerosas mediaciones pidiendo clemencia al Rey, incluso de Leonor, madre del infante, y de las prolongadas negociaciones para ser recibido por el monarca, se verá obligado a licenciar sus tropas, incondicionalmente, y regresar a Ocaña (23 de septiembre de 1421).
Después de agotadoras negociaciones, Enrique acepta presentarse ante el rey, en Madrid, donde fue recibido fríamente (13 de junio de 1422); al día siguiente compareció ante el Consejo, que dictó orden de prisión contra él, fundada en supuestos contactos con Granada, probados por unas cartas falsificadas.
La detención del infante, confiscados sus bienes y privado del maestrazgo de Santiago, provoca la salida de Castilla de sus más directos partidarios, a los que se aplicaron similares medidas represivas, y la constitución en Aragón del primer núcleo de exiliados.
Durante unos meses, en Nápoles, Alfonso V recibe contradictorias informaciones sobre los acontecimientos castellanos. Cuando regrese a Aragón, como consecuencia de la revuelta napolitana, que le exige reunir mayores fuerzas para imponerse en Italia, se ocupará adecuadamente de la situación castellana, tan perjudicial para los intereses familiares de los aragoneses. Su primer objetivo era la liberación de Enrique y entrevistarse personalmente con Juan II; a comienzos de 1425, fracasados ambos proyectos, Alfonso V comienza largos preparativos bélicos y convoca a su hermano Juan para que, como heredero de Aragón, comparezca en las Cortes de este reino. Inmediatamente requirió la liberación de Enrique (agosto de 1425), que se produce dos meses después (10 de octubre de 1425); era, junto a la reconciliación con Juan, el primer paso que Alfonso V consideraba imprescindibles para la constitución de un partido que, recuperados los bienes confiscados, había de ejercer necesariamente el poder en Castilla.
El regreso de Enrique a Castilla, a finales de 1426, y el proyecto de los aragoneses de apartar del rey a Álvaro de Luna, agita nuevamente la vida del reino. Una comisión designada para resolver el problema de las rentas confiscadas decidía (septiembre de 1427) el destierro de Álvaro de Luna de la Corte, por un período de año y medio, y acordaba importantes compensaciones a Catalina y a Enrique, que era plenamente rehabilitado (noviembre de 1427). Poco después (enero de 1428), sin embargo, volvía Álvaro de Luna a la Corte y se producía una reconciliación general, resultado en realidad de la generalizada desconfianza.
Dura poco la estabilidad, apenas el tiempo de las fiestas (5 de junio de 1428) con que se despide a la infanta Leonor, hermana de los infantes que va a Portugal para contraer matrimonio con Duarte, el heredero. Pocas semanas después, tras una peregrinación a Santiago, recibe Enrique la orden de dirigirse a la frontera con Granada, ante el temor de un supuesto ataque: es una maniobra para apartarle de la Corte. Inmediatamente, Juan recibía la orden de volver a su reino navarro, ya que se habían resuelto los asuntos que le trajeran a Castilla. Alfonso V, a pesar de las buenas palabras de Álvaro de Luna, comprendió que se estaba produciendo un nuevo desplazamiento de sus hermanos, de nuevo distanciados entre sí; por ello requirió la presencia de Enrique en Aragón: fue breve pero suficiente para que el monarca aragonés impusiese a sus hermanos unidad de acción.
En junio de 1429 Alfonso V y Juan atravesaban la frontera castellana al frente de un ejército: esperaban provocar un levantamiento en Castilla, que en absoluto se produjo; Enrique, que ha vivido los últimos meses una ficticia buena relación con Juan II, se reúne con sus hermanos, aunque las tropas que ha logrado reunir son poco más que una simple escolta. La escasa respuesta a su proyecto, sin embargo, no coge desprevenido a Alfonso V, que, a pesar del alarde bélico, había pensado desde el principio en una salida negociada. Ésa era la misión encomendada a la reina de Aragón, María, hermana del monarca castellano, y al legado apostólico, Pedro de Foix, de quienes se había hecho acompañar. Los compromisos castellanos, que ni siquiera ratificó Juan II, sólo garantizaban los bienes de Juan y la vida de Enrique, pero permiten la retirada honorable de Alfonso V, cumplido el objetivo de defender los intereses familiares hasta donde era posible.
Inmediatamente, Juan II decretó la confiscación de todos los bienes de Enrique, que se retira primero a los dominios de la Orden (Ocaña, Uclés, Segura de la Sierra) y finalmente a sus señoríos de Extremadura, próximos a la frontera de Portugal, dispuesto a una resistencia hasta el límite de sus posibilidades, apoyado en sus fortalezas de Trujillo, Montánchez y Alburquerque, donde se le une su hermano Pedro. Entonces se decreta también la confiscación de bienes de la infanta Catalina, esposa de Enrique, y de Juan de Navarra, su esposa Blanca y del hijo de ambos, Carlos.
La resistencia de Enrique en Extremadura se prolonga durante varios meses; se proyectaba una acción simultánea desde las fronteras de Aragón y Navarra sobre Castilla, que produjese un levantamiento interno. Por parte de Castilla la respuesta bélica y diplomática es muy amplia y absorbe importantes cantidades de dinero; incluye la distribución de los bienes de los infantes entre una oligarquía interesada desde ahora en la consolidación de su despojo.
En julio de 1430, en las proximidades de Soria, Castilla y Aragón firman una tregua de cinco años: suponía aceptar la imposibilidad de los infantes de obtener sus objetivos por la fuerza. A Enrique y a Pedro, que no aceptaron las treguas, sólo se les garantizaba su seguridad personal; decidieron resistir, sin esperanza, porque no contaban con otro apoyo que el portugués, que debería ser muy medido para no romper las treguas que tenía con Castilla, y porque todos sus posibles partidarios fueron rindiéndose o exiliándose.
La captura del infante Pedro por Gutierre de Sotomayor, comendador mayor de Alcántara (1 de julio de 1432), resultado de una serie de malentendidos y traiciones en la negociación de representantes regios con el maestre de Alcántara, y la entrega del prisionero a los hombres del rey, pocos días después, supone el fin de la resistencia de los infantes. Gracias a la mediación portuguesa, Enrique obtuvo la libertad de su hermano, pero a cambio de la entrega de todas las fortalezas y el cese de toda resistencia, extinguida totalmente en diciembre de este año.
Desde Portugal, Enrique y Pedro pasan a Nápoles con objeto de lograr de su hermano un regreso a la Península, único medio de lograr una recuperación de su influencia; contarán con el apoyo de Juan, que, desde julio de 1434, se traslada también a Italia. La evolución política de Nápoles, que desde finales de este año parece ofrecer a Alfonso V grandes posibilidades de éxito, aconseja, por el contrario, permanecer en Italia. La derrota de Ponza (5 de agosto de 1435) y la prisión de Alfonso V y sus hermanos parece el final de todos sus proyectos; sin embargo, la excelente negociación llevada a cabo por el monarca aragonés con su captor, el duque de Milán, supone la confirmación de los proyectos italianos de Alfonso V, pero también la convicción de que Enrique y Juan deberán resolver solos sus propios asuntos, apoyados sólo en la distancia por su hermano.
Enrique recibe ahora (enero de 1436) de su hermano Alfonso algunas posesiones en Castellón y Valencia, con las que pueda sostenerse mientras recupera sus rentas en Castilla, para lo se inician negociaciones de modo inmediato. En septiembre de este año se alcanzaba un acuerdo con el monarca castellano (tratado de Toledo) en virtud del cual se otorgaban a los infantes unas compensaciones minúsculas en relación con sus aspiraciones. Enrique tendría 5.000 maravedís anuales en juro de heredad y otros 15.000 de renta vitalicia, y se otorgaba a Catalina una dote de 150.000 maravedís y, hasta su pago, una renta anual de 15.000; ninguno de ellos podría entrar en Castilla sin autorización.
La creciente resistencia de la nobleza a la autoridad personal ejercida por Álvaro de Luna va a facilitar, sin embargo, el pronto retorno de los infantes a la política castellana; regresan en abril de 1439, quizá de acuerdo entre sí: Juan para incorporarse al grupo que apoya a Álvaro de Luna, Enrique para sumarse a las filas de la nobleza rebelde. En las semanas siguientes tienen lugar una serie de encuentros tratando de dar una solución a las demandas de la nobleza, en las que Enrique tiene un gran protagonismo. En octubre se acuerda la salida de Álvaro de Luna de la Corte por espacio de seis meses y la restitución de sus bienes a los infantes, aunque se haría en forma de compensación para evitar dificultades con los beneficiarios de su despojo.
Era un triunfo de los infantes, que, pese a todo, no logran desplazar a Álvaro de Luna del poder, porque los ahora triunfadores no contaban con la confianza de Juan II. No obstante, en los meses siguientes va produciéndose una lenta capitulación de la autoridad regia paralela al desalojo de los partidarios del condestable.
Será Enrique quien dé el paso decisivo en el nuevo enfrentamiento al apoderarse de Toledo (enero de 1441) y negarse a entregarla pese a todos los requerimientos del monarca. El punto culminante de esta guerra, cuyo objetivo es el despojo de Álvaro de Luna, tiene lugar cuando Enrique y Juan entran en Medina del Campo al frente de sus tropas (junio de 1441) y se apoderan de la persona del rey; Álvaro de Luna logró escapar en el último momento y únicamente a ruegos del monarca.
Una comisión nombrada al efecto por los vencedores decide el destierro de Álvaro de Luna durante seis años, la depuración de la Corte, la reorganización del Consejo y el compromiso de restablecer a Leonor en el poder en Portugal. Un éxito tan completo que alarma a la nobleza a la que preocupa una posible guerra en Portugal. Conscientes los infantes de su impopularidad, desde octubre de 1442, se aprecia una cierta aproximación de Enrique a Álvaro de Luna.
Simple maniobra: unos meses después, seguros de su poder por sus nuevos matrimonios (septiembre de 1443), que les unen con los más altos linajes —Juan con Juana Enríquez, hija del almirante; Enrique con Beatriz Pimentel, hermana del conde de Benavente— toman de nuevo distancias del condestable, prólogo del enfrentamiento final.
Es nuevamente Enrique quien inicia las hostilidades apoderándose de Carmona, Córdoba y Alcalá de Guadaira, e intentándolo con Sevilla; las operaciones se detuvieron en otoño, en virtud de unas treguas que expiran en febrero de 1445. Apenas concluidas, se conoce el fallecimiento de la reina María y de su hermana Leonor, grave pérdida para los infantes en el momento en que comienzan de nuevo las operaciones militares.
Juan y Enrique se apoderan de Olmedo, que queda inmediatamente cercada por el ejército real. Después de diversas negociaciones y escaramuzas, el 19 de mayo se produce, casi accidentalmente, un combate en las proximidades de la villa, con saldo negativo para los infantes. Son pocas las bajas que se producen, y no muchos los heridos. Entre ellos está Enrique, que recibe un golpe de espada en el brazo, relativamente importante.
Esa noche Juan y Enrique, con un reducido grupo de partidarios, abandonaron Olmedo camino de Aragón.
Enrique fallece en Calatayud, el 15 de junio, víctima de un accidente vascular cerebral, consecuencia de la herida recibida en combate.
Bibl.: L. Suárez Fernández et al., Los Trastámara de Castilla y Aragón en el siglo xv (1407-74), en J. M. Jover Tamora (dir.) Historia de España, R. Menéndez Pidal, vol. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1970, págs. 1-318; A. Ryder, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón, Nápoles y Sicilia (1396-1458), Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1992; V. A. Álvarez Palenzuela, “Enrique, infante de Aragón, maestre de Santiago”, en Medievalismo, Sociedad Española de Estudios Medievales, 12 (2002), págs. 37-89; E. Benito Ruano, Los Infantes de Aragón, Madrid, Real Academia de la Historia, 2002 (2.ª ed.); J. Vicens Vives, Juan II de Aragón (1398-1479): Monarquía y revolución en la España del siglo xv, ed. de P. H. Freedman y J. M. Muñoz i Lloret, Pamplona, Urgoiti Editores, 2003; V. A. Álvarez Palenzuela, “María, infanta de Aragón y reina de Castilla”, en Estudos em Homenagem ao Professor Doutor José Marques, vol. IV, Porto, Faculdade de Letras da Universidade do Porto, 2006, págs. 349-370.
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela