Tenorio, Pedro. Pedro Díaz de Tenorio. Toledo o Talavera de la Reina (Toledo), c. 1328 – Toledo, 18.V.1399. Obispo de Coimbra y arzobispo de Toledo.
Oriundo de un linaje gallego procedente de los alrededores de Pontevedra, fue hijo de Diego Alfonso Tenorio y de Juana Duque, natural de Talavera de la Reina. Se duda sobre el lugar de su nacimiento, que sería Toledo o tal vez Talavera. Sus andanzas e infortunios familiares los ha contado él mismo en un discurso latino que pronunció delante del Cabildo en 1383 y que el notario recogió en su literalidad en el momento en que hizo donación de su biblioteca a la Catedral de Toledo. Se relato carece de precisiones cronológicas exactas, pero en parte se pueden suplir con las bulas halladas en el Archivo Vaticano. Él asegura que comenzó su carrera eclesiástica como arcediano de Toro en la diócesis de Zamora en condiciones precarias, pues el posesor anterior fue destituido por su mala conducta y entre él y Tenorio se originó una contienda judicial en la que este último obtuvo tres sentencias definitivas favorables.
Cuando finalmente falleció dicho competidor, llamado Diego Arias Maldonado, tampoco Tenorio pudo hacerse con el beneficio, porque ya había huido a Francia y además le había sido conferido al hijo de Mateos Ferrández de Cáceres, canciller del sello de la “poridad” e íntimo amigo del Rey. Entre tanto, una canonjía que había quedado vacante en Toledo por ingreso en religión de su anterior titular le fue otorgada a Tenorio. Pero nunca pudo disfrutar de las rentas de sus beneficios en Castilla, porque estaban embargadas por Pedro I. La familia Tenorio estuvo perseguida por el Rey castellano desde casi los comienzos de su ascenso al Trono. Los tres hermanos Tenorio —Pedro, el futuro arzobispo, Juan Tenorio y Mendo Rodríguez— huyeron a Francia, no sin antes recoger un gran caudal de dinero en oro y plata, procedente del patrimonio familiar. Hubo entre los hermanos exilados una especie de pacto por el que confirieron el tesoro al hermano clérigo para que pudiese vivir y estudiar, quedando el remanente bajo su custodia para los otros hermanos en caso de que lo necesitaran. Pero casi nada sucedió según las previsiones.
Juan murió en Aviñón y Mendo, atraído fraudulentamente por el Rey con un salvoconducto, fue inmediatamente asesinado por su orden. Pedro Tenorio, privado de los ingresos de sus beneficios en Castilla, se vio heredero de la fortuna familiar, que era muy considerable. Con ella sobrevivió e hizo una brillante carrera eclesiástica. Iniciada probablemente en Castilla, la prosiguió en Toulouse, donde obtuvo el bachillerato en Cánones antes de 1364. De Toulouse pasó a Perugia, en la que ostentó el rectorado de la Universidad, y de allí pasó a Aviñón, al Estudio Romano, donde desempeñó una cátedra dotada con 200 florines de oro anuales. En 1368 culminó su carrera con el grado de doctor.
Sin embargo, poco antes de recibir esta suprema distinción académica se produjo en su vida un episodio que estuvo a punto de acabar con ella. Tenorio, pendiente siempre de los asuntos de Castilla, una vez desencadenada la guerra civil en 1366, consideró un deber alistarse en el ejército de Enrique II con tan mala fortuna que en la batalla de Nájera (3 de abril de 1367) cayó prisionero de su odiado enemigo. Salvó la vida a cambio de un rescate y gracias a la intercesión del Príncipe Negro.
Vuelto a Aviñón, fue testigo del primer intento de regreso de los papas a Roma y a esta ciudad se dirigió en 1367 junto al papa Urbano V, pero inexplicablemente la curia romana regresó a Aviñón en 1370 y él con ella. Por este tiempo, se ordenó de presbítero y obtuvo el arcedianato de Calatrava en la iglesia de Toledo. En 1371 fue preconizado obispo de Coimbra en Portugal, siendo consagrado en Aviñón por el cardenal de Bolonia. Su pontificado en la ciudad portuguesa fue breve y dedicado más a cuestiones políticas que religiosas. Residió muy poco en su diócesis portuguesa.
A la muerte de Gómez Manrique, arzobispo de Toledo a fines de 1375, se produjo una doble elección por el Cabildo de Toledo: unos optaron por el deán Pedro Fernández Cabeza de Vaca y otros por Juan García Manrique, obispo de Sigüenza, sobrino del anterior prelado y vivamente recomendado por el nuevo rey Enrique II. Llevado el asunto a la curia romana, el Papa decidió, como en casos similares, por un tercer candidato, que fue Pedro Tenorio, mientras elevaba a obispo de Coimbra a Cabeza de Vaca.
La decisión disgustó profundamente al rey castellano.
Pedro Tenorio es uno de los grandes arzobispos de Toledo. En sus veintidós años de pontificado toledano desplegó una actividad arrolladora en todos los campos. Inició sus tareas haciendo personalmente una visita pastoral de la diócesis, lo cual le proporcionó una visión realista de los problemas que afectaban al clero y al pueblo. Inmediatamente después convocó un sínodo diocesano que se celebró en mayo de 1379 en Alcalá de Henares. Como buen jurista, comprendió que muchos asuntos tenían solución con la elaboración y aplicación de una buena legislación.
Se propuso como lema “la paz y la justicia” y como objetivo no el castigo de los delitos, sino su eliminación.
Con este espíritu publicó treinta constituciones sinodales en el inicio de su pontificado que modificaron sustancialmente el funcionamiento de la burocracia diocesana, uno de los puntales de sus reformas, estableciendo unas tasas variables por los servicios prestados, procurando adaptarse a los niveles económicos de cada uno de los distritos arcedianales y arciprestales.
Un año después de su toma de posesión del arzobispado de Toledo, se produjo el gran Cisma de Occidente, al ser elegido Urbano VI en 1378 por el colegio cardenalicio en condiciones de dudosa libertad por la presión del pueblo romano, al que siguió unos meses después Clemente VII, elegido por un grupo de trece cardenales en rebeldía. El primero se estableció en Roma y el segundo en Aviñón. Entre los hombres doctos surgió una guerra de escritos que convirtió a todos los cristianos en los partidarios de una u otra obediencia. En ella tomó parte también el arzobispo de Toledo recién elegido. Le habían llegado informaciones contradictorias sobre los hechos acaecidos en la elección de Urbano VI, sobre las cuales él suspendía su opinión, pero quedaba la quaestio juris, en la cual se mostraba inclinado a sustentar la validez de la elección del Papa romano, pues si hubo algún defecto de forma, los actos posteriores de los electores lo anularon y lo sanaron. Pero en la cuestión de quién puede juzgar de los hechos, él opinaba que no lo podían hacer los cardenales, sino un concilio universal.
Tenorio con esta sentencia se mostraba partidario de la via concilii, que al fin fue la que se impuso.
En la reunión del Reino convocada en Illescas en diciembre de 1378 se decidió aplazar la decisión oficial.
La asamblea del clero de Medina del Campo del año 1380, presidida por el cardenal Pedro de Luna (futuro Benedicto XIII), decidió a favor de la legitimidad del Papa de Aviñón, movida más por causas políticas de acercamiento a Francia que por razones religiosas.
En la Catedral de Salamanca quedaría fijada al año siguiente la posición oficial de Castilla. Al final de su vida, el Cisma aún no se había resuelto y Tenorio pudo comprobar en su propia diócesis hasta qué punto de degradación había conducido la escisión, pues las canonjías de Toledo eran poseídas al mismo tiempo por cardenales de una y otra obediencia.
Aparte de los aspectos doctrinales, el peso del arzobispo de Toledo por su cargo y por su sabiduría fue un elemento determinante en la política de los reyes castellanos desde Enrique II hasta Enrique III.
Sus opiniones sacaron de las dudas “a muchos que vacilaban”.
El alcance de su actividad desbordó con mucho lo puramente religioso y eclesiástico para llegar también a la realización de obras públicas de claro contenido social. En este orden es conocida su fundación del puente público y la villa aneja de Villafranca de la Puente del Arzobispo. Destinado al tránsito de personas y ganados entre Castilla y Extremadura, fomentó también la peregrinación al santuario de Guadalupe.
Dos hospitales, una hospedería y una iglesia parroquial completaban la obra en su conjunto. En la ciudad de Toledo construyó la Puerta del Sol en las murallas y restauró el puente de San Martín; en la diócesis dejó hechos otros dos puentes menores, uno sobre el río Guarrazar, en la comarca de la Sisla, y otro en Alameda, en la comarca de la Sagra. Restauró los castillos que dependían de la dignidad arzobispal, como San Servando en Toledo, Almonacid cerca de Toledo, Canales, Alamín, Alcalá la Real, Cazorla, La Guardia y la fortaleza de San Torcaz para cárcel de clérigos.
En relación con la fábrica de la catedral que aún seguía edificándose, los méritos de Tenorio son considerables. A él se debió la adquisición de una zona comercial ocupada por el alcaná, para crear en ella el claustro bajo, dependencia de la que aún carecía el templo primado. Esta obra llevó consigo el esplanamiento de un área urbana muy quebrada y rocosa que la hizo especialmente difícil en su ejecución.
En el interior de la catedral mandó construir el coro, cuya parte exterior se enriqueció con un programa decorativo de multitud de bellas escenas bíblicas.
En la administración de la catedral introdujo importantes innovaciones, como el arrendamiento de los bienes inmuebles y de las fincas a precios moderados pero fijos, lo que permitió estimular a los arrendatarios y contar con ingresos seguros para elaborar los presupuestos anuales con anterioridad y con independencia de las variables que influían en el rendimiento de las cosechas.
La Colegiata de Talavera, creada por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada a principios del siglo xiii, fue objeto de un plan de reforma muy bien pensado, para su transformación en colegiata de clérigos regulares en lugar de seculares, pero el plan apoyado por el papa Clemente VII no llegó a cuajar. En Talavera creó el Monasterio de Santa Catalina de monjes jerónimos, Orden nacional castellana muy favorecida por el arzobispo.
Uno de sus grandes legados fue la donación de su biblioteca al Cabildo catedralicio mediante una escritura fechada el 15 de octubre de 1383. En el parlamento que con tal motivo dirigió Tenorio a los congregados recordó que gran parte de su fortuna la había invertido en libros mientras fue profesor en las universidades europeas y se vanagloriaba de que ninguno de sus colegas había llegado a poseer ni tantos en número ni tan bellos como los que él tenía.
Para albergarlos y englobarlos con los que la propia catedral ya poseía había hecho edificar una “solemnísima librería” en el claustro, donde todos estarían dispuestos para ser consultados por los servidores de la catedral, teniendo en cuenta que la librería se encontraba muy próxima a los locales donde ese material, sino formal, pues la creó con una mentalidad claramente moderna, funcional e impartían las clases de la escuela catedralicia. Tenorio quiso que los libros estuviesen desvinculados del tesoro de la catedral al que antes pertenecían como bienes preciosos. Él fue el fundador de la Biblioteca Capitular no solamente en un sentido puramente prehumanista.
Para completar la biografía del arzobispo Tenorio es preciso añadir su perfil de protector de las artes. En sus tiempos, y seguramente atraído por él, estuvo en Toledo el prestigioso pintor italiano Gherardo Jacopo Starnina, que empezó trabajando para la capilla de San Salvador de la catedral, creando un bello retablo que ahora se encuentra en la capilla de San Eugenio.
Más tarde sería llamado junto con otros artistas, como Nicolao de Antonio y Juan Rodríguez de Toledo para decorar los paramentos y las bóvedas de la capilla de San Blas, obra ejecutada bajo la dirección del arquitecto Rodrigo Alfonso. En esta capilla puso su máximo interés personal el arzobispo, porque en ella se mandó enterrar y la dejó heredera universal de sus bienes por escritura de 1397. Las obras de la capilla terminaron unos pocos años después de su muerte.
De la segunda mitad del siglo XIV, quizás del tiempo de Tenorio, es la imagen de la Virgen del Retablo que se encuentra en el centro del retablo mayor.
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Ramón Gonzálvez Ruiz