López de Stúñiga, Pedro. Conde de Plasencia (I). ?, 1385 – Béjar (Salamanca), 1453. Noble, justicia mayor de Castilla.
El linaje de los Stúñiga (o Estúñiga o Zúñiga) era de origen vasco-navarro. Se incorporaron a la Corte castellana en el reinado de Pedro I, con Íñigo Ortiz de Stúñiga, que casó con Juana de Orozco. Su primogénito —Íñigo Ortiz el Mozo— fue el primero que obtuvo una donación de los Trastámara (Castañares de la Rioja), en 1369. Muerto prematuramente, de los tres hermanos que le sobrevivieron —Diego, Lope y Juan—, el que alcanzó mayor relevancia fue Diego, que se crió junto al infante Juan (futuro Juan I Trastámara), a quien sirvió después y de quien recibió las primeras donaciones. Durante su reinado, Diego López de Stúñiga dio un impulso decisivo a la familia gracias a dos circunstancias: la importancia de ostentar el cargo de justicia mayor, y ser un superviviente en las dos campañas, Lisboa y Aljubarrota (1385), de la guerra con Portugal. Casó con Elvira de Ayala, hija de Alvar Pérez de Guzmán, que aportó en dote la villa de Palos. Antes había adquirido (en 1382) algunas villas y aldeas burgalesas, y en 1386 el rey le hizo donación de Curiel y Muriel. Fallecida su mujer, casó en segundas nupcias con Juana de Leyva y Díaz de Cevallos. De este matrimonio nació Pedro López de Stúñiga.
Durante el reinado de Enrique III –de quien Diego López de Stúñiga fue camarero mayor–, los linajes de la segunda nobleza, a la que pertenecían los Stúñiga, se consolidaron, sobre todo a raíz de la eliminación de los parientes del rey, conocidos como los “epígonos Trastámara”. El patrimonio de los Stúñiga sumó a sus posesiones navarras compras y donaciones que desplazaron el eje primero de sus tierras hacia Extremadura, cerca de Ciudad Rodrigo. En tierras burgalesas, en 1394, se firmó la donación de Frías, que daría origen a un largo pleito ganado finalmente por el justicia mayor, quien consiguió permutar este importante señorío por el de Béjar, más importante aún (junio de 1396). A partir de entonces, esta villa se convirtió en el asiento base del linaje por su privilegiada posición geográfica (era paso de una de las principales cañadas de la Mesta). Al tiempo, siguió su extensión en tierras de Burgos por compra de Hacinas, Quintanilla de Muñoz Pedro —en la merindad de Silos— y Huércanos y Bobadilla en la de Nájera. Y sin renunciar nunca a sus dominios en La Rioja y en tierra de Campos, acrecentados con las aportaciones de su segundo matrimonio (Pesquera, Villavaquerín y San Millán).
En 1401, Diego de Stúñiga fundó mayorazgos para sus hijos varones, que le fueron confirmados en agosto del mismo año por la Corona. El primogénito obtuvo el mayorazgo principal; sus hermanos, Sancho, Diego e Íñigo, recibieron a su vez importantes lotes, pero la falta de descendientes en los tres casos permitió al primogénito —Pedro de Stúñiga— recuperar prácticamente todo el patrimonio familiar. En 1417, falleció Diego López de Stúñiga y le sucedió su primogénito Pedro en sus cargos de la Corte: justicia mayor de Castilla y alguacil mayor.
Desde su cargo de justicia mayor del reino, y respaldado por un patrimonio formidable, Pedro de Stúñiga se convirtió en uno de los personajes clave del reinado de Juan II. En su trayectoria política fue esencialmente fiel a los turbulentos infantes de Aragón, los hijos de Fernando el de Antequera. Pero esto no fue ningún obstáculo para pactar, cuando le convino, con la facción contraria, encabezada por el privado de Juan II: Álvaro de Luna. De este modo, obtuvo beneficios en los repartos de prebendas que sucedieron siempre a la derrota de los infantes en las situaciones bélicas por las que atravesó Castilla hasta la muerte de Juan II, en 1454. Asimismo, se mostró partidario de Álvaro de Luna cuando las circunstancias políticas y su propio interés se lo aconsejaron, y, finalmente, no dudó en ser protagonista (en 1453) del episodio de la prisión y muerte del valido.
En 1418, la nobleza cortesana, ascendida ya a primera nobleza, se escindió en dos bandos: el del infante Enrique —en el que se alinearían los Pimentel y Manriques y el conde de Trastámara—, y el del infante Juan, al que se unirían los principales linajes de la nobleza nueva: Stúñigas, Velasco, Mendoza y el fiel Diego Gómez de Sandoval. Un año más tarde, se declaró la mayoría de edad del rey. Ambos bandos seguían enfrentados. En 1420, el infante Juan marchó a Navarra para casar con Blanca, hija de Carlos III el Noble. Esta circunstancia fue aprovechada por su hermano para apresar a la persona del rey, que estaba aposentado en el palacio de Tordesillas y custodiado por su mayordomo mayor, Juan Hurtado de Mendoza, y su hombre de confianza y anteriormente compañero de juegos, Álvaro de Luna (que dormía en la cámara real a los pies de la cama). Este asalto, que C. Silió definió como el “atraco” de Tordesillas, precipitó la vuelta del infante Juan. El rey fue trasladado a Ávila. Enrique, en un intento de legitimar su posición, convocó Cortes. El rey consiguió huir, acompañado por Álvaro de Luna, y refugiarse en el castillo de Montalbán. El episodio se saldó con el triunfo del infante Juan y sus partidarios. Las crónicas señalan que Pedro de Stúñiga no “se mostró por ninguna de las partes” y luego se quedó en el partido de Juan. Pero cuando, a pesar de la mediación de la reina de Aragón, la concordia no llegaba a buena conclusión, a la vez que el arzobispo de Toledo Sancho de Rojas, se fue a Alcalá de Henares, Pedro de Stúñiga, “conociendo lo mesmo fuese para Curiel e desde allí volvía algunas veces para hablar con don Juan”.
En 1422, con el infante Enrique en prisión, los seguidores de Juan estaban en el Consejo Real: los Pimentel, el arzobispo Rojas, Diego Gómez de Sandoval y Pedro de Stúñiga. Las posesiones de Enrique se repartieron y el justicia mayor recibió Candeleda.
Alfonso V, hermano mayor de los infantes y rey de Aragón, regresó desde Nápoles para poner paz entre sus hermanos, consciente de que sus desavenencias sólo podían beneficiar a una persona: Álvaro de Luna. Declaró que el privado tenía en su poder la voluntad del Rey y que su ascendencia era una tiranía. Pedro de Stúñiga apoyó a Alfonso V y, cuando éste decidió una entrada armada en Castilla para resolver este pleito familiar y Juan II exigió el juramento de los grandes de oponerse con todas sus fuerzas a la entrada del rey de Aragón, Pedro de Stúñiga no acudió a prestarlo. En 1427, tuvo lugar el primer destierro de Álvaro de Luna, que, instalado en Ayllón, a los pocos meses regresó a la Corte. La estrella aragonesa declinaba el apoyo a los infantes y se mostraba confuso; Pedro Manrique concertó —en secreto— la boda de su tercera hija, Leonor Manrique, con el primogénito de Pedro de Stúñiga (1428), Álvaro, futuro I duque de Béjar.
En 1429, ante la inminente entrada de Alfonso V en Castilla, Juan II exigió una vez más el juramento de la nobleza. Pedro Manrique y Pedro de Stúñiga, entre otros que estaban en la Corte, prestaron juramento. Pedro de Stúñiga mandó tropas para prender al duque de Arjona como capitán. Fracasada la entrada de Alfonso V, los infantes fueron expulsados de Castilla y sus bienes confiscados. En este segundo reparto, Pedro de Stúñiga recibió la villa de Ledesma y su tierra (que había pertenecido al infante Enrique) con el título de conde, teniendo que intervenir el rey en persona para restablecer el orden en esa villa, que se había rebelado y tomado sus habitantes el castillo, por no aceptar al nuevo conde.
Reanudada la Guerra de Granada en 1431, con el interés añadido de mantener cohesionada a la nobleza, Juan II se dirigía allí con el condestable y gran parte de aquélla. Pedro de Stúñiga, acompañado de su hijo Álvaro, participó en las batallas para la reconquista de Ronda (infructuosas hasta su toma definitiva por los Reyes Católicos) y en la célebre tala de la vega de Granada. Aunque fueran ciertas las palabras de López de Haro de que volvió “viejo y enfermo en andas”, no dejó por ello de participar como protagonista en la arriesgada e inestable vida militar y política.
Pedro de Stúñiga pertenecería nuevamente al recompuesto bando nobiliario comandado por los infantes de Aragón y por Pedro Manrique, en contra de Álvaro de Luna, para apartarle de la gobernación.
El periodo de gobierno personal de Álvaro de Luna —hasta 1437— se cerró con un nuevo destierro, pero su partido siguió gobernando a pesar del alejamiento del valido. La oposición se hizo muy poderosa: la sentencia de Medina del Campo decidió un nuevo destierro del valido por un período de seis años. Finalmente, la nobleza había accedido al poder y a su cabeza estaban los infantes de Aragón.
Así, cuando en 1438 Pedro Manrique escapaba del castillo de Fuentedueña, donde estaba prisionero por orden de don Álvaro, le dio refugio en la fortaleza de Encinas, propiedad de su hijo Álvaro de Zúñiga. En estos momentos de gran tensión, Pedro desamparó incluso la frontera de Écija, de la que era general (partió sin licencia, con gran disgusto del Rey, hacia Medina de Rioseco, donde se encontraba Pedro Manrique), para unirse a los sublevados, que se apoderaron de Valladolid, y controlaban varias ciudades (como Toledo, León, Segovia, Zamora, y otras; y también Burgos, cuyo alcaide titular era él mismo y, en su nombre, su hermano Sancho de Zúñiga). Una escaramuza entre las tropas de Pedro de Stúñiga y las de Rodrigo de Villandrando, que había reclutado en Francia tres mil soldados, estuvo a punto de convertirse en el principio de la guerra civil. Intervino luego en las conversaciones de paz de Tordesillas, y fue uno de los firmantes del acuerdo de Castronuño de 1439 que apartó temporalmente a Álvaro de Luna. Al año siguiente, lo era también de un instrumento de confederación, entendido en servicio del rey, con los infantes de Aragón, la propia reina de Castilla y muchos Grandes.
En 1440, el infante Enrique de Aragón consiguió que se le reconociera el condado de Ledesma y, en compensación, Pedro de Stúñiga recibió del rey el título de conde de Trujillo. Pero como el maestre de Alcántara, Gutierre de Sotomayor, se resistía a entregarle la posesión de esta ciudad por existir el compromiso regio de que siempre sería de realengo, le fue finalmente permutado en 1442 por el título de conde de Plasencia. Tras la muerte de Pedro Manrique en 1440, continuó perteneciendo a la liga nobiliaria de los infantes de Aragón, siempre enfrentados con Álvaro de Luna. En 1441 entró con las tropas del rey de Navarra, mediante rompimiento nocturno de la muralla, en Medina del Campo, donde se encontraba en su palacio el rey Juan II. Besó las manos al rey, pero Álvaro de Luna tuvo que huir. A continuación, participó en el compromiso arbitral que desterró temporalmente al condestable.
En 1442, Pedro de Stúñiga, beneficiado por su apoyo al partido nobiliario, se quejó de que el maestre de Alcántara le había usurpado Trujillo, y el rey le concedió Plasencia en su lugar y aquélla le fue entregada al príncipe heredero. Algunas ciudades, como Cáceres y la misma Trujillo, se resistían a abandonar su condición de realengo. Anteriormente, Trujillo había sido ofrecida a Pedro de Stúñiga a cambio de Ledesma, restituida al infante Enrique. Al cabo se le hizo conde de Plasencia. Con Béjar y con Plasencia, los Stúñiga orientaron su política territorial definitivamente al control de Extremadura.
Pasó a vivir a sus tierras de Curiel de Duero (Valladolid, donde hoy existen las ruinas del palacio de los Zúñiga) en 1442, y hasta allí fue el conde de Haro en 1444 para tratar de convencerle de liberar al rey de la “opresión” en que se encontraba en Tordesillas a manos de los infantes de Aragón. Acabaría participando en la operación que, liderada por el príncipe Enrique (futuro Enrique IV), el obispo de Ávila, Lope de Barrientos, y Juan Pacheco, perseguía la liberación del rey. Éste consiguió finalmente escapar estando en Portillo (Valladolid), reuniéndose después con sus partidarios, y desde luego, con Álvaro de Luna. Pedro de Stúñiga acompañó al rey a Burgos.
Esos años hasta la primera batalla de Olmedo, en 1445, vieron el fracaso del gobierno de los infantes de Aragón, la reorganización (en torno a Lope de Barrientos) de una oposición a los infantes, y el apoyo de la causa real. Álvaro de Luna fue requerido para, como condestable, mandar el ejército que debía derrotar a los infantes y a sus partidarios. Con la victoria de la causa realista se inauguró un nuevo período, caracterizado por el ascenso del príncipe heredero en manos de su hombre de confianza, Juan Pacheco, descendiente de una familia portuguesa instalada en Castilla. Después de la batalla de Olmedo, tuvo lugar un nuevo reparto de prebendas, y el conde de Plasencia, que esta vez había luchado al lado del rey, no sólo no recibió nada sino que perdió la tenencia de la fortaleza de Burgos. En adelante, las relaciones de los Stúñiga con la nueva situación y, en especial, con Álvaro de Luna, no hicieron más que empeorar.
El gobierno, a favor de reforzar la autoridad real que pretendió establecer Álvaro de Luna después de la batalla de Olmedo, se vio frustrado por las continuas intervenciones del príncipe de la mano de su privado y el progresivo descontento de la nobleza. Los intentos del condestable y maestre de Santiago no lograron contener a la oposición, y menos después del golpe de fuerza de Záfraga (1448), en el que no consiguió apresar a los dirigentes de la oposición y el príncipe heredero, aconsejado por Juan Pacheco, se desmarcó, a pesar de haberse comprometido con su padre y rey. La Liga nobiliaria se reconstituyó en Coruña del Conde un año más tarde y, en 1450, a finales de octubre, se concertó una alianza —entre Juan Pacheco, Íñigo López de Mendoza marqués de Santillana, Alfonso Carrillo y Pedro de Stúñiga— de protección y ayuda mutua. Exceptuados por parte del conde de Plasencia, el obispo de Jaén y el mariscal Sancho de Stúñiga, ambos hermanos suyos. A mediados de noviembre, en la villa de Arévalo, se firmaron capítulos matrimoniales entre Diego de Stúñiga y una hija del conde de Medinaceli. El maestre de Santiago, a su vez, había firmado compromiso de boda entre una hija suya y el conde de Medinaceli, lo que reforzaba la amistad de Medinaceli con uno de sus mayores enemigos: los Stúñiga.
Aunque después del desgraciado episodio de Záfraga los nobles fueron perdonados, en vez de convertirse en aliados de Álvaro de Luna, se constituyeron en oposición. Toledo, que debía ser entregada al rey y a cambio le sería devuelta a Pedro de Stúñiga la fortaleza de Burgos, no mejoró las relaciones. A pesar de que el conde de Plasencia era ya declarado enemigo del maestre de Santiago, éste tuvo que ceder porque era más grave perder Toledo para el rey. El cronista Chacón, en ese año, al referirse a las relaciones entre ambos, escribió que “se había hecho un bien duro tronco de enemistad”, y una de las razones que alegó fue que Pedro de Stúñiga había desamparado, en una ocasión, la frontera de moros y se había pasado a los rebeldes.
En 1452, a pesar de las promesas de devolución de la tenencia de la fortaleza de Burgos, el clan Stúñiga siguió siendo enemigo del condestable. Éste, deseoso de atajar esta situación asestando un golpe definitivo a los Stúñiga, la familia —según la crónica de Juan II— “a quién mayor enemistad oviese”, intentó apoderarse de Béjar, cabeza de sus posesiones, y apresar al conde de Plasencia y a los que estuvieran reunidos con él. Pedro de Stúñiga se había convertido, en ausencia del almirante Enríquez, en cabeza de la Liga. El intento falló, porque el conde de Plasencia fue avisado a tiempo. Entonces el conde envió a Diego de Valera, al que tenía en su casa como maestro de sus hijos y hombre de su total confianza, para que hablara en su nombre con el príncipe, y le recordase que se había comprometido con él y con otros nobles a prestar su apoyo. La respuesta de Enrique, aconsejado por su valido, fue evasiva. Luego, el propio Valera acudió a Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, a Pedro Fernández de Velasco, conde de Haro, y al conde de Benavente, Alfonso Pimentel, cuñado de Álvaro de Luna. La respuesta fue unánime, y la Liga —presidida por el conde de Plasencia— acordó declarar la guerra al condestable “a sangre y fuego”, que “el conde de Plasencia enviase a don Álvaro de Stúñiga su hijo mayor con trescientas lanzas” y que él y el conde de Trastámara se viniesen a Valladolid, donde tenían “concertada una puerta” y dentro más ayuda. Álvaro de Luna fue apresado en Burgos (cuyo castillo controlaban de nuevo los Stúñiga) y murió ajusticiado en Valladolid, el 3 de junio de 1453.
Ese mismo año, poco después de haber renunciado a su cargo de justicia mayor en favor de su hijo Álvaro, murió Pedro de Stúñiga, I conde de Plasencia. Había contraído matrimonio en 1395 con Isabel de Guzmán y Ayala, señora de Gibraleón, hija de Alvar Pérez de Guzmán, señor de Gibraleón, adelantado y almirante mayor de Castilla, y de Elvira López de Ayala y Guzmán (hija, a su vez, del canciller Pedro López de Ayala). Tuvieron cinco hijos: el primero, Álvaro, II conde de Plasencia, I duque de Arévalo, de Plasencia (a cambio de Arévalo, que revertió a la Corona) y de Béjar, I conde de Bañares, justicia mayor de Castilla, alguacil mayor del Reino y alcaide de Burgos. Casó primero con Leonor Manrique de Lara y Castilla, hija del adelantado Pedro Manrique, y la segunda con Leonor Pimentel y Zúñiga, hija del conde de Mayorga. Es progenitor de los duques de Plasencia y de Béjar, y de gran número de casas nobiliarias españolas. El segundo de los hijos, Diego, I conde de Miranda, que casando con Aldonza de Avellaneda y Arellano, hija de Juan de Avellaneda, alférez mayor de Juan II, es progenitor, entre otros, de los duques de Peñaranda de Duero y de Lerma. En tercer lugar, Elvira, que casó primero con el conde de Mayorga, con quien tuvo a Leonor, que fue la citada segunda mujer de su tío carnal Álvaro de Zúñiga, I duque de Plasencia, casando Elvira después con el conde de Trastámara; por último, Juana, monja, e Isabel, que murió soltera.
Bibl.: C. Rosell (ed.), Crónicas de los Reyes de Castilla, vol. II, Madrid, Atlas, 1953; L. Suárez Fernández, “Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el s. XV”, en Historia de España, dir. por R. Menéndez Pidal, vol. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1964; E. Mitre Fernández, Evolución de la nobleza en Castilla bajo Enrique III (1396-1406), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1968; A. de Palencia, Crónica de Enrique IV, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Atlas, 1973; J. L. del Pino García, “Génesis y evolución de las ciudades de realengo y señoriales en la Extremadura medieval”, en España Medieval, 1985, págs. 379-401; M. L. Villalobos, Los Stúñigas. El paso a Castilla de un linaje de la nobleza nueva y su elevación con los Trastámara, Madrid, Universidad Complutense (micrografía), 1985; M. C. Gerbet, “Essai sur l’apparition d’une moyenne noblesse dans l’Extremadure a la fin du moyen-Âge”, en Anuario de Estudios Medievales, 16 (1986), págs. 557-570; G. Lora Serrano, “Propiedades y rentas de la casa de Stúñiga en la Rioja”, en Anuario de Estudios Medievales, 16 (1986), págs. 463-483; G. Lora Serrano, “Nobleza y monarquía bajo los primeros Trastámara: el ascenso de Diego López de Stúñiga”, en Ifigea, II-III-IV (1986-1987), págs. 73-108; I. Pastor Bodmer, Grandeza y tragedia de un valido. La muerte de don Álvaro de Luna (1445-1453). Estudios y documento, Madrid, Caja de Madrid, 1992, 2 vols.; P. A. Porras Arboledas, Juan II (1406-1454), Palencia, Diputación Provincial, 1995; M. C. Gerbet, Las noblezas españolas en la Edad Media, siglos XI-XV, Madrid, Alianza Editorial, 1997; J. Salazar Acha, La Casa del Rey de Castilla y León en la Edad Media, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000, págs. 458-459; J. Sánchez Vaquero, Linajes de Salamanca, Salamanca, Publicaciones Universidad Pontificia, 2001, págs. 449-458; L. Suárez Fernández, Nobleza y Monarquía. Entendimiento y rivalidad. El proceso de la construcción de la Corona española, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003.
Isabel Pastor Bodmer y Pedro Rodríguez-Ponga y Salamanca