García de Santa María, Álvar. Burgos, c. 1380 – 21.III.1460. Cronista de Juan II de Castilla, consejero real, regidor y escribano de Cámara.
Miembro de la familia de conversos, los Santa María, era hijo de Simeón o Isaac ha-Leví y de María, seguramente miembro de la familia Bienveniste, lo que le entronca con dos de las familias judías más importantes de Castilla. No se conocen datos de su infancia. Sin duda, hubo de influir decisivamente en él la conversión de su hermano mayor, Pablo, rabino de la aljama burgalesa, bautizado el 21 de julio de 1390, tras un meditado proceso de conversión; desde luego Álvar se mantendrá muy próximo a su hermano hasta la muerte de éste.
El 13 de junio de 1400 firmó capitulaciones matrimoniales con Marina Méndez, hija de Luis Méndez, mayordomo mayor del almirante Diego Hurtado de Mendoza y de Isabel Alfonso, vecinos de Toledo. El matrimonio no tendrá descendencia. Se conoce, en cambio, la existencia de una hija natural de Álvar, Beatriz, habida de Isabel Rodríguez, a la que legitimará. Marina falleció en los primeros meses de 1439.
En 1403 comenzó la carrera de Álvar en la Corte. Ese año, su hermano Pablo, a quien unía gran amistad con Benedicto XIII, anterior a su elección pontificia, fue nombrado obispo de Cartagena; él le nombró administrador en su obispado de Cartagena y en la Cancillería. Fue uno de los colaboradores del infante Fernando al que acompañó a Andalucía durante la campaña de 1407; al año siguiente (10 de mayo de 1408) fue nombrado escribano de Cámara.
Estuvo en la decisiva campaña de 1410, que condujo a la toma de Antequera, hecho que ratificó definitivamente la gloria del infante, regente de su sobrino Juan II. A esta fama contribuyó decisivamente Álvar, nombrado ese mismo año cronista regio; su crónica constituyó una fuente privilegiada de las hazañas de don Fernando.
Al menos desde 1411 fue también regidor de Burgos, cargo que ejerció durante más de cuarenta años, desde el que contribuyó a la consolidación de la influencia de su grupo familiar. Al año siguiente don Fernando fue reconocido rey de Aragón, en virtud del compromiso de Caspe: Álvar formó parte del equipo que gobernó Castilla en su nombre, como encargado del registro de la Cancillería, e integró el reducido grupo de castellanos que le acompañó a Aragón; se halló en su coronación, en Zaragoza, el 15 de enero de 1414, y, casi con toda seguridad, en Perpiñán, en octubre de 1415, durante la entrevista del monarca aragonés con el emperador Segismundo con objeto de negociar la incorporación de la “nación española” al Concilio de Constanza.
Al año siguiente aparece ocupándose de los abastecimientos de las tropas de la frontera, negocio al que probablemente se dedicase desde varios años antes.
Desde 1416 era obispo de Burgos su hermano Pablo, que le nombró su administrador. Su posición económica y social se consolidó en los próximos años mediante la adquisición de tierras e inmuebles en Pampliega, núcleo de un proyectado mayorazgo, y el ingreso en la Cofradía de San Pedro y Santiago de los Caballeros de Burgos. La vocación aristocrática, común en los miembros de esta poderosa burguesía, se completó con la fundación de un monasterio, en su caso el de San Juan de Burgos, que eligió como su última morada.
La llegada al trono aragonés de Alfonso V provocó una modificación de los proyectos políticos de su difunto padre: el nuevo Monarca se hizo cargo personalmente de los intereses italianos, en tanto que su hermano Juan, hasta entonces destinado a ellos, encabezó el grupo familiar en Castilla, a la que llegó en el mes de mayo de 1418. Álvar aparece muy pronto como contador del infante y, durante los próximos años, estuvo siempre muy próximo a sus intereses.
Desde junio de 1422, tras la prisión del infante Enrique, responsable del golpe de Tordesillas, don Juan aparece como teórica cabeza del gobierno castellano; su contador desempeñó algunas misiones de relieve.
El propio Álvar consignó en su testamento haber estado al servicio del infante, aunque los límites cronológicos que señala, solamente de 1428 a 1442, difieren de lo que se puede constatar.
Jurada heredera la infanta Catalina, a finales de 1422, fue el encargado de tomar ese juramento en Castilla, León y Extremadura; asistió también al de la segundogénita, Leonor, y al del futuro Enrique IV, en Valladolid, en 1425. En esta ocasión lo hizo como procurador por Burgos: con este motivo pronunció un magnífico discurso en el que exaltaba el protagonismo de la comunidad de naturales del reino como legitimadora del poder real, se instaba al Rey a hacerse cargo de la gestión del gobierno y se reclamaba la participación en ella de las ciudades a través de las Cortes. Acaso una velada crítica al poder de Álvaro de Luna.
Formó parte Álvar de una comisión de cuatro regidores que visitaron a Alfonso V en Zaragoza ante su anunciado proyecto de entrar en Castilla para “devolver al rey la libertad”, secuestrada por Álvaro; allí negoció el llamado acuerdo de Torre de Arciel (3 de septiembre de 1425), considerado como un triunfo del “partido aragonés” que normalizaba las relaciones entre los hermanos.
En varios momentos representó los intereses de su ciudad en la Corte; sin duda, fueron sus negocios privados los que le llevaron a Andalucía en 1431, la campaña que culminó en la batalla de la Higueruela.
Se hallaba en Extremadura en la campaña contra los infantes Enrique y Pedro que, a diferencia de su hermano Juan, se habían negado a aceptar su desplazamiento del poder y optaron por la resistencia armada; fue testigo de los acontecimientos que se desarrollaron en Alcántara, en julio de ese año, que permitieron a Álvaro de Luna capturar al infante Pedro y poner fin a aquella resistencia.
Fue un observador puntual que dejó vívida memoria de todos estos acontecimientos en su Crónica, cuyo relato se interrumpe a comienzos de 1435. Es fácil suponer que el alejamiento de los infantes de la política castellana y lo que parece su definitivo eclipse se debieron a razones de su sustitución como cronista regio más que a la muerte de su hermano Pablo, ocurrida el 30 de agosto de ese año. Parece más preocupado desde entonces por asuntos municipales y por su gran proyecto, la reconstrucción y reforma del monasterio burgalés de San Juan, en el que instaló monjes traídos de San Benito de Valladolid. Es un asunto complejo agravado por la resistencia del monasterio de Casa Dei, de quien dependía hasta el momento el priorato, que se prolongó hasta 1437.
La vuelta de los infantes, en particular don Juan, al primer plano de la política castellana hizo reaparecer a Álvar en los más importantes acontecimientos.
Se hallaba en Madrigal, el 30 de enero de 1440, donde aparece como testigo del acuerdo que firmaron la reina María, su hijo el príncipe y el infante don Juan, ahora nuevamente dueño del poder; estaba en Burgos, en el verano de 1440, para recibir a la princesa navarra, Blanca, que venía para contraer matrimonio con el heredero castellano, un éxito personal de don Juan.
A su servicio, negoció con el príncipe en los primeros meses de 1444, tratando de evitar la ruptura entre ambos, hecho imposible porque, bajo la dirección del obispo de Ávila, Lope Barrientos, se estaba formando una liga para desplazar a los infantes; fue el propio Álvar quien llevó al obispo abulense la aceptación tardía del documento redactado en Santa María de Nieva cuyo objetivo era la libertad del Rey.
Desde finales de 1444 aparece raramente en las reuniones del Concejo burgalés. Por ese tiempo declinó la fortuna política de don Juan que perdió sus grandes fortalezas en el Duero medio y acabó abandonando Castilla. Cuando reapareció como invasor, en marzo del año siguiente, la ciudad de Burgos decidió resistir su entrada y Álvar, significativamente, desapareció de las sesiones del Regimiento, situación que se prolongó tras el desastre de los infantes en Olmedo el 19 de mayo de 1445. Desde julio de 1446 aparece como regidor Ruy Díaz, yerno de Álvar, en quien éste parece renunciar su cargo; no obstante, su prestigio personal siguió prestando servicios a su ciudad que, en 1447, le pidió que interviniera en el pleito que mantuvo con el conde de Plasencia por la jurisdicción sobre varios lugares.
No se modificó la actitud hostil de Burgos hacia el infante Juan, que desde ahora ejerció más que nunca como rey de Navarra, lo que agudizó el enfrentamiento con su hijo el príncipe de Viana; la ciudad intervino activamente en las alteraciones de las tierras fronterizas con Navarra, especialmente las producidas como consecuencia de la retirada hacia aquel reino de Pedro Sarmiento, el caudillo del levantamiento de Toledo de 1449, que hizo de los conversos víctimas importantes de sus violencias.
Álvar participó, al menos económicamente, en los problemas navarros: a finales de 1450, en momentos en que el príncipe de Viana abandonó Navarra y mantuvo contactos con nobles guipuzcoanos y burgaleses, le prestó más de 111.000 maravedís, cantidad sin duda relacionada con el enfrentamiento con su padre; por esa misma época, también realizó importantes préstamos al monarca navarro.
No es fácil, en cambio, establecer la participación de Álvar y su familia en la prisión de Álvaro de Luna, que durante su estancia en la ciudad se alojó en casa de Pedro de Cartagena, sobrino de aquél; otro miembro de la familia, Álvaro de Cartagena, se ofreció para sacar de Burgos al condestable, propuesta que éste acabó rechazando, en parte como gesto caballeresco y en parte por temor a ser traicionado. Alfonso de Cartagena, obispo de la ciudad, también sobrino de Álvar, y casi de su misma edad, negoció la entrega de Álvaro, que éste rechazó con desprecio, estuvo junto al Rey en el momento de la detención del condestable, participó en el Consejo que decidió su muerte, y, en su obra Anacephaleosis, puso de relieve que el proceso del valido fue plenamente ajustado a derecho, aunque veladamente lamentó los excesos a que pudo conducir el poderío absoluto del Rey.
Otorgó testamento el 24 de mayo de 1457: en él dispuso su enterramiento en el monasterio de San Juan de Burgos; año y medio después, el 8 de noviembre de 1458, redactaba un codicilo en el que instituía como sus herederos a sus nietos Juan y Catalina, disgustado con su hija que, contra su opinión, había contraído segundo matrimonio con Alfonso Martínez de Mazuelo. Todavía redactó un segundo codicilo el 28 de febrero de 1460, poco antes de su fallecimiento, que tuvo lugar el 21 de marzo. En cumplimiento de su testamento fue sepultado en San Juan, en la capilla mayor, al lado del Evangelio.
Es autor de una crónica del reinado de Juan II, que se interrumpe, como se ha dicho, en el año 1434, y, seguramente también, de los capítulos finales de la de Enrique III, desde el punto en que se detiene el trabajo de Pedro López de Ayala; se ha conservado en dos partes, desde 1406 a 1420, y desde ese año hasta su definitiva interrupción. De la primera parte no existe texto original, aunque sí tres copias en la Biblioteca Colombina de Sevilla, en la Real Academia de la Historia y en la Biblioteca Nacional de París; el original de la segunda parte se halla en la Biblioteca de El Escorial, y una copia en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Es una obra muy elaborada y exacta; muy imparcial, salvo en la parte referente a Fernando de Antequera, personaje central de la primera parte, al que convierte en un verdadero espejo de caballeros, cuyas acciones bélicas narra con enorme detalle. Es buen conocedor de los acontecimientos que narra, intenta penetrar en las intenciones de los personajes, y explica las decisiones de cada uno de ellos aventurando sus razones, en muchos casos apoyado en testimonios directos.
Penetrado del espíritu caballeresco, dedica amplia atención a la detallada descripción de las ceremonias, pasos de armas y fiestas cortesanas; no deja de registrar acontecimientos extraordinarios, como movimientos sísmicos, especiales circunstancias meteorológicas, o sucesos extraordinarios que carecen para él de explicación.
Influyó esta Crónica en Zurita, en el Victorial, y en la Crónica de don Álvaro de Luna, cuyo autor, Gonzalo Chacón, tenía un ejemplar de la de Álvar. Fue continuada, probablemente, por Pedro Carrillo de Huete, a modo de anales, con algunas adiciones de Lope Barrientos. Finalmente, Fernán Pérez de Guzmán, sobrino de Pedro López de Ayala, realizó una profunda labor de compilación y redacción: dio cuerpo así a una Crónica que constituyó la versión preferida por la reina Isabel. Fue la versión elegida por Lorenzo Galíndez de Carvajal para su edición de 1517, en la que incluye adiciones y modificaciones personales, generalmente adversas a Álvaro de Luna. Esta compilación, en edición de Cayetano Rosell, ha sido publicada por la Real Academia de la Historia.
Las partes genuinas del autor han sido editadas por Donatella Ferro, en lo referente a fragmentos de la infancia del Monarca, que no figuran en la anterior compilación; por Juan de Mata Carriazo, hasta 1411, momento en que se interrumpe el códice que utiliza, y por la Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España que ha recogido la segunda parte, de 1420 a 1434.
Obras de ~: Crónica del reinado de Juan II, s. l. [1406- 1420] (Biblioteca Colombina de Sevilla, Real Academia de la Historia y Biblioteca Nacional de París, copias del ms. orig.) y [1420-1434] (Biblioteca de El Escorial, ms. orig. y Biblioteca Nacional de España, copia) (“Crónica de Juan II de Castilla de Álvar García de Santa María”, en Colección de Documentos inéditos para la Historia de España, vol. XCIX y vol. C, Madrid, Viuda de Calero, 1891, págs. 74-495 y págs. 3-409, respect.; en D. Ferro [ed.], Le parti inedite della “Crónica de Juan II”, Venecia, Consiglio Nazionale delle Richerche, 1972; en J. de Mata Carriazo Arroquia [ed.], Crónica de Juan II de Castilla, Madrid, Real Academia de la Historia, 1982).
Bibl.: L. Serrano, Los Conversos, don Pablo de Santa María y don Alfonso de Cartagena, obispos de Burgos, gobernantes diplomáticos y escritores, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Arias Montano, 1942; F. Cantera Burgos, Álvar García de Santa María, cronista de Juan II de Castilla (discurso leído ante la Real Academia de la Historia, el día 6 de mayo 1951. Contestación de F. J. Sánchez Cantón), Madrid, Imprenta C. Bermejo, 1951; Álvar García de Santa María. Historia de la judería de Burgos y de sus conversos más egregios, Madrid, CSIC, Instituto Arias Montano, 1952; L. Galíndez de Carvajal, “Crónica del serenísimo príncipe don Juan, segundo rey deste nombre en Castilla y León”, en C. Rosell (ed.), Crónicas de los Reyes de Castilla: desde don Alfonso el Sabio hasta los Católicos don Fernando y doña Isabel, Madrid, Atlas, 1953 (Colección Biblioteca de Autores Españoles, vol. 68); H. Casado Alonso, “Oligarquía urbana. Comercio internacional y poder real: Burgos a fines de la Edad Media”, en A. Rucquoi (ed.), Realidad e imágenes del poder real. España a fines de la Edad Media, Valladolid, Ámbito, 1988.
Vicente Ángel Álvarez Palenzuela