Zúñiga y Guzmán, Álvaro de. Conde (II) y duque (I) de Plasencia, duque de Béjar (I), duque de Arévalo (I). ?, 1408 – ¿Plasencia (Cáceres)?, 10.VI.1488. Justicia mayor de Castilla, noble.
El hombre que ha pasado a la historia por haber sido el autor material de la prisión del condestable de Castilla, Álvaro de Luna, Álvaro de Stúñiga o Zúñiga —un linaje navarro castellanizado como Zúñiga— era hijo de Pedro, I conde de Plasencia desde 1429, y de Isabel Pérez de Guzmán, heredera de los ricos señoríos de Gibraleón, Olvera, y Palos. Su abuelo, Diego López de Stúñiga había fundado, a fines del siglo XIV, cinco mayorazgos en sus hijos —uno de ellos Pedro— que se ampliaron cualitativamente lo que permitió al linaje ocupar un lugar sobresaliente en el régimen trastamarista. Al I conde de Plasencia, el rey Juan II le había concedido, sin éxito dos años después de aquel título, el señorío de Trujillo un verdadero quebradero de cabeza para Diego y sus herederos al negarse, sistemáticamente, sus habitantes a pasar de realengo a señorío. Fue una espina clavada en el corazón de los Stúñiga que nunca consiguieron que Trujillo formara parte de su patrimonio.
Álvaro debutó en el reino cuando el enfrentamiento entre los nobles y el condestable de Castilla conocía su momento más dramático. El cronista Alfonso de Palencia describe profusamente el odio que el I conde de Plasencia le profesaba al todopoderoso antiguo valido real a causa de la ruina a la que Álvaro de Luna había sometido a su linaje. Ya anciano, postrado en cama y gravemente enfermo a causa de la gota, llamó a su primogénito Álvaro para darle las indicaciones que le permitirían vengarse del condestable. Él no podía hacerlo personalmente al hallarse impedido por —“estas manos agarrotadas inútiles para empuñar el acero, y estos pies hinchados que se niegan a sostenerme”—. El muribundo conde aconsejaba a su hijo devolver “mal por mal” y ponerse al servicio del rey para cumplir la misión de acabar con el que había sido el hombre más poderoso de Castilla en los últimos treinta años. Marchó el joven heredero a Curiel donde había reunido caballeros adictos recibiendo una orden de Juan II para que se apoderara del condestable hasta sus últimas consecuencias “y si se defendiere o intentare resistencia, le deis muerte”. El resto de la historia es conocido: Álvaro de Luna fue decapitado en Valladolid en 1453 el mismo año que el II conde de Plasencia heredaba la titularidad en el linaje. Su padre moría, felizmente vengado, dos años después.
Las tierras de los Stúñiga se extendían por Andalucía y la mayor parte de Extremadura, esta última, centro de las atenciones políticas y económicas de don Álvaro que, sin embargo, no se preocupó por las tierras de La Rioja como se demostró en la venta de los derechos de lugares como Bureba o Montes de Oca. Además de su importante patrimonio, el II conde de Plasencia ostentó desde joven el oficio de alguacil mayor y, asimismo, heredó el de justicia mayor de Castilla de la que habían gozado su padre y, antes, su abuelo. Su papel en la Corte era muy destacado y pronto formó parte de todas las acciones importantes —toma de Gibraltar, guerra de Granada...— y también de las Ligas que los nobles comenzaron a organizar a partir del descontento originado pocos años después de la llegada al trono de Enrique IV. Entonces brillaba con luz propia el heredero —en el validazgo— del condestable de Luna: Juan Pacheco, marqués de Villena. Su amistad entre Álvaro de Stúñiga y el futuro maestre de Santiago perduró, con altibajos, toda la vida. En los primeros años de la década de 1460 el conde de Plasencia también se ocupó de cuestiones eclesiásticas como las vacantes en los arzobispados de Ávila y Sevilla, apoyando al famoso “Tostado” para la primera sede y al hábil y luego inseparable amigo de conciliábulos, Alfonso de Fonseca, para la segunda.
La vida familiar de Álvaro de Stúñiga, por el escándalo de su segundo matrimonio, fue parte de la vida social del reino. El conde se casó en dos ocasiones. De su primer matrimonio con Leonor Manrique de Lara nació su hijo Pedro, muerto prematuramente en vida de su padre y casado con la hija de los duques de Medina Sidonia, por lo que los descendientes del conde de Plasencia fueron, por esa rama, Grandes de España en la época de Carlos V.
En 1460, don Álvaro se casó con su sobrina y ahijada, Leonor Pimentel, hija de Juan Alfonso Pimentel, conde de Mayorga, y de Elvira de Zúñiga. Fue un matrimonio polémico y ampliamente criticado por el cronista Alfonso de Palencia en el que hasta el propio monarca hubo de interceder ante el Papa para que recibiera la necesaria autorización para celebrarse. Aquello le acarreó problemas familiares con el patrimonio y el mayorazgo de su primogénito, Pedro de Stúñiga, al que se enfrentó (se vieron afectadas las poblaciones de Burguillo y Capilla). Para su hijo Francisco, también nacido de su primer matrimonio, hubo de efectuar más segregaciones en el mayorazgo ya en agosto del 1485. Y es que de su segundo matrimonio nacerían Isabel, Elvira y Juan, por lo que la herencia debía de repartirse.
En 1464 estalla la revolución nobiliaria encabezada por Pacheco contra el rey Enrique IV. Álvaro de Stúñiga fue uno de los nobles más activos y colaboró de manera rotunda —como todo su linaje— a favor del príncipe Alfonso. De entre los varios grupos políticos —aragoneses, enriqueños...— que destacaban en el reino, Álvaro de Stúñiga encabezó el liderazgo del partido “constitucional” defensor de la limitación del poder real y de la aplicación de la Sentencia de Medina del Campo en cuya comisión había participado el conde a principios de l465.
Pero, una vez que Enrique IV no aceptó aquella especie de Carta Magna nobiliaria, Pacheco y sus partidarios, incluyendo a don Álvaro, pusieron en práctica el plan definitivo: el príncipe Alfonso sería alzado rey sustituyendo a su hermano. Hasta esa fecha, Plasencia se convirtió en el centro de los estados alfonsinos. Desde la ciudad, núcleo de la resistencia rebelde, el príncipe —mediatizado por Stúñiga— instaló su corte. El 13 de abril los nobles hicieron firmar al joven heredero la entrega de Trujillo —el sueño del linaje— al conde de Plasencia con el título de duque así como el señorío de Arévalo. Pero la resistencia de la ciudad de abandonar el realengo, que desde la época de Juan II mostraban sus habitantes, dejó vacío de contenido la merced arrancada a un niño de once años. Tal fue la importancia que llegó a tener Plasencia en los meses antes del alzamiento del futuro Alfonso XII que algunas fuentes indican que fue jurado rey en secreto en aquella ciudad el 30 de abril de 1465. Sólo diez días después, Álvaro de Stúñiga y otros nobles dirigían, desde Plasencia, una carta al rey para quejarse de que no se había cumplido con lo dispuesto por la diputación del reino en Medina del Campo. Y así se despedían de su señor natural, si hacía la guerra el príncipe. Una amenaza que no tardaron en cumplir y sin necesidad de que el Rey le declarara guerra a su hermano.
El día del alzamiento del nuevo Rey, previa deposición del anterior —la llamada “Farsa de Ávila”— al conde de Plasencia le correspondió un protagonismo singular: el honor de privar del estoque al muñeco que representaba a Enrique IV. Inmediatamente, recibió de Alfonso XII de Castilla la confirmación como justicia mayor del reino. Su hermano Diego Stúñiga, conde de Miranda, tuvo una actuación más definitiva: derribó a patadas al pelele que representaba al derrocado rey profiriendo palabras soeces. Pero, fiel a su espíritu constitucionalista, Álvaro, si bien no dejó de ser ferviente sostenedor de Alfonso hasta meses antes del fin de su reinado, no abandonó su papel de negociador. Junto con el enriqueño Diego Hurtado de Mendoza, marqués de Santillana, tan pronto como el 5 de octubre de 1465, firmó el cese de la guerra y una tregua de seis meses que debía de prorrogarse todos los veranos.
Del rey Alfonso recibió don Álvaro —el 18 de septiembre de 1465— la alcaidía de Burgos con 200.000 maravedís de salario anuales. Su familia también se vio beneficiada: a su hijo primogénito le concedió varios juros de heredad que llegaron a sumar 100.000 maravedís anuales así como mil quintales de aceite en la venta del diezmo de ese producto en Sevilla. Su otro hijo, Diego, y su mujer, Leonor Pimentel, también recibieron importantes mercedes. No obstante, el sostenimiento de la causa alfonsina debió de dejarle sin fondos. En ese sentido, debe interpretarse la enajenación de la villa de Mayorga, en 1466, que la condesa de Plasencia realizó a su primo el conde de Benavente por dos millones de maravedís.
A partir de1466 y dado que la tregua se negociaba cada verano, se produjo un cambio en la actitud del conde de Plasencia. Sin abandonar la opción alfonsina, intentó un acercamiento al rey Enrique IV al que no era ajeno su esposa Leonor Pimentel. Así, se propuso que el rey Alfonso fuera privado de su condición de monarca manteniendo su status de príncipe heredero con el título de rey de Granada. Probablemente, a través de esa maniobra, intentaba recuperar los dominios confiscados que se habían entregado al conde de Alba. Leonor Pimentel, intrigante en grado extremo, aún llegó más lejos. En aras de la paz del reino y la reconciliación con Enrique IV, tuvo la osadía de proponer el matrimonio de una de sus hijas con el príncipe-rey, cosa que molestó en extremo a Alfonso, pero el débil Enrique IV la utilizó de interlocutora válida en las conversaciones que se llevaron a cabo en Madrid en 1467 e incluso pasó temporadas en Plasencia a principios de 1468.
Ese año muere Alfonso XII, y su hermana, la futura reina católica, es jurada heredera sucesora de los reinos de Castilla en el llamado Pacto de Guisando. En aquel acto, como más tarde en la proclamación de Isabel en Segovia (1475), Stúñiga estuvo presente de forma solemne. Sin embargo, y durante el princesado de Isabel, Álvaro de Stúñiga llevó a cabo una acción que irritó profundamente a la futura reina quien no dudó en calificarla como una injuria a la viudez de su madre: el hecho es que don Álvaro aprovechó para hacerse con la villa de Arévalo —realengo y residencia de la reina Isabel de Avís—. Ocupada por las guarniciones del Stúñiga, en vano intentó Isabel recuperar Arévalo para su madre siendo aún princesa. El propio Enrique IV —en Valdelozoya 1470— siguiendo las instrucciones del marqués de Villena de formar un partido adicto a la infanta Juana, otorgó al conde el título de duque de Arévalo sobre la villa, lo cual, según algunos autores afirman, no fue sino una confirmación de una merced arrancada al niño-rey, algo que no ha podido ser documentado y que se contradice con la política de mercedes a la villa de su madre y en donde residía él largas temporadas.
En la guerra, Álvaro de Stúñiga, cuyos territorios lindaban y constituían la llave para la invasión del reino de Portugal, apoyó inicialmente el partido de Juana junto con el linaje Pacheco-Girón y algunos pocos Grandes. Los dominios del doble duque acogieron —en Plasencia— primero el matrimonio entre Juana y Alfonso V. Arévalo también era una buena plataforma para afianzar las posiciones en el valle del Duero. Además se contaba con el castillo de Burgos cuya alcaidía le había sido concedida por el rey Alfonso al conde de Plasencia en 1465. Pero diferencias grandes con el rey de Portugal y la influencia de sus hijos —claramente isabelinos— llevó al conde de Plasencia a renunciar a su opción inicial reconciliándose con los Reyes Católicos que premiaron generosamente su conversa lealtad. Aprovecharon entonces los monarcas para devolver Arévalo —en donde los vasallos habían rechazado a Stúñiga como señor jurisdiccional— a realengo y cambiaron el título de duque (1476) por la misma dignidad sobre Plasencia. En 1486, también le entregaron a don Álvaro Béjar con título de ducado. Con el tiempo, todo acabaría revirtiendo en realengo —incluso Plasencia— si bien el linaje conservó los títulos ducales, aun sin contenido jurisdiccional.
El I duque de Plasencia y Béjar murió en sus territorios en 1488. Todavía tuvo tiempo en l472 para involucrarse como árbitro en el pleito entre el maestre Solís y el clavero Monroy y por la vacante, a la muerte del primero, del Maestrazgo de la Orden de Alcántara. De nuevo las intrigas de la condesa consiguieron que el papa Sixto IV le prometiera la concesión del maestrazgo a su hijo Juan —en contra de las reglas de la Orden— que sólo tenía once años. Su padre actuaría de administrador y pudo conseguir ver a su hijo investido de aquella dignidad que resultó ser el último maestre antes de revertir la Orden definitivamente a la Corona. Esto provocó, no obstante, una ruina en sus territorios que quedaron, a consecuencia de la gran inversión, completamente endeudados como se reflejó en su testamento.
El I duque de Plasencia tuvo diez hijos, siete de su primer matrimonio y tres del segundo. Aparte de su heredero, Pedro, fallecido en vida de su padre, destacó el ya citado maestre de Alcántara, Juan, nacido en 1459. Este, que también fue arzobispo de Sevilla y primado de España ejerció un mecenazgo cultural creando una importante corte literaria en Zalamea de
Murió don Álvaro fuerte frente a sus rivales —los Sotomayor y los Álvarez de Toledo— en sus dominios de Extremadura en 1488. La vida le impidió ver cómo pasaba Plasencia a realengo, algo que se produjo solo unos meses después de su fallecimiento. Pero conoció su preámbulo. El 15 de mayo, desde Béjar, Álvaro de Stúñiga escribió su última carta al alcaide de la fortaleza ordenándole se la entregara a su hijo, el maestre, y su albacea testamentario un levantamiento contra su nieto y heredero, II duque, lo que hizo que el rey Fernando aprovechara para apropiarse de la ciudad de Plasencia y su tierra finalizando el gobierno de los Stúñiga tras casi medio siglo.
En 1488, el heredero de sus títulos fue su nieto, de su mismo nombre, un noble destacado durante el reinado del emperador Carlos I que le hizo marqués de Gibraléon, y caballero de
Fuentes y bibl.: Archivo Fundación Casa Ducal de Medinaceli (Sevilla).
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Dolores Carmen Morales Muñiz