Simón de Rojas, San. Valladolid, 28.X.1552 – Madrid, 29.IX.1624. Trinitario calzado (OSST), santo, confesor y consejero real.
Simón de Rojas nació en Valladolid, hijo de Gregorio Ruiz de Navamuel (natural de Valderredible, Cantabria) y de Costanza de Rojas (oriunda de Móstoles, Madrid). Su casa natal se encontraba dentro del perímetro de la actual catedral vallisoletana. Siendo aún niño, hacia 1564, frecuentó la iglesia del convento de trinitarios para escuchar los sermones del P. Juan de Vega, pidiendo ser admitido en la Orden. Tras el noviciado, profesó el 28 de octubre de 1572 de manos del vicario del convento, el padre Pedro de Criales.
Los superiores lo envían a Salamanca para cursar los estudios de Artes y Teología en la universidad. Entre 1573 y 1579 aparece en los libros de matrículas de la universidad. El 21 de septiembre de 1577 fue ordenado presbítero en Salamanca; el 28 de octubre sucesivo celebró su primera misa en el Santuario de las Virtudes, junto a Paradinas de San Juan (Salamanca).
En 1579 fue nombrado lector de artes del Convento de la Trinidad de Toledo por un trienio; en 1582 fue reelegido para el mismo cargo académico; en 1585 se le otorgó el nombramiento de lector de Teología, renovándolo al año siguiente en el capítulo provincial celebrado en Talavera de la Reina, en que se le dio el título de presentado. El 17 de julio de 1585 la Universidad de Valladolid le otorgó el título de bachiller en Teología. Durante el curso 1585-1586 sustituyó al padre Marcos de Sepúlveda en la cátedra de Escoto en la Universidad de Toledo.
A finales de 1586 fue nombrado ministro del Convento de Cuéllar (Segovia), cargo que desempeñó hasta inicios de 1589. El 29 de junio de 1589 tomó posesión del superiorato de Talavera de la Reina (Toledo), al que renunció el 14 de octubre de 1591, retirándose durante un breve tiempo a la ermita del Santo Niño, en la localidad toledana de La Guardia.
A finales de este año fue elegido superior del Convento de Cuenca, donde vivió hasta 1594, año en que fue elegido superior del Convento de Ciudad Rodrigo (Salamanca). En 1597, tras haber dejado el cargo, participó en el capítulo provincial de Castilla, en el que se le da el título de maestro. Nuevamente fue elegido superior en ese año, esta vez del Convento de Medina del Campo, cargo que desempeñó hasta 1600; durante su estancia en Medina traba honda amistad con Francisco de Yepes, hermano de san Juan de la Cruz. Una vez ultimado su oficio, se retiró durante un breve tiempo al santuario de los Remedios de Fuensanta, junto a La Roda (Albacete).
En 1600 los superiores lo destinan al Convento de la Trinidad de Madrid. Su fama de santidad hacía interesante para los superiores de la Orden tenerlo en el Convento de la Corte. Un día de la segunda mitad de 1600, el ministro provincial de Castilla, P. Luis de Calatayud, y la condesa de Altamira (hermana del Duque de Lerma) llevaron a Simón de Rojas a presencia de Felipe III y Margarita de Austria. Los Reyes quedaron prendados de su santidad y manifestaron su deseo de que el padre Rojas los frecuentara, para beneficiarse de su trato y consejo. Empezaron así sus idas y venidas a palacio, que caracterizaron su vida en los veinticuatro años siguientes, hasta su muerte. Trasladada la Corte a Valladolid (1601), Simón de Rojas debió marchar en pos de ella para satisfacer los deseos de los Reyes, aunque sólo lo hará en 1604. En ese año fue nombrado visitador de la provincia de Andalucía de su Orden, cumpliendo la visita a finales de invierno y primavera de 1605. En 1606 fue elegido superior del convento de la Santísima Trinidad de Madrid, poco después del regreso de la Corte. En 1609 expiró su mandato, siendo elegido nuevo superior el padre Bernardo de Monroy; pero al haber sido éste conducido hecho prisionero en Argel durante una redención de cautivos, Rojas quedó como presidente de convento hasta 1614. Fue también visitador de la provincia de Castilla, visita que cumplió en 1615.
Visitaba tres días a la semana a Margarita de Austria, aconsejándola y dirigiéndola espiritualmente. Felipe III le consultaba diversos asuntos, espirituales y de Estado, y encontró en Rojas a un consejero y amigo desinteresado y a veces crítico con sus acciones. En octubre de 1611 asistió a Margarita de Austria en su agonía y muerte en El Escorial. Amigo y director espiritual de la infanta Ana Mauricia de Austria, la animó para desposarse con Luis XIII de Francia y la acompañó hasta Vitoria en su viaje de entrega a los franceses, que se efectuó en el Paso de Beovia el 9 de noviembre de 1615, y a la que entregó sus consejos por escrito en una pequeña obra titulada Dictámenes para una reina. Por voluntad de Felipe III, intervino en la educación de los infantes don Fernando y don Carlos de Austria, nombrándolo preceptor de ambos durante su viaje a Portugal en 1619; asistió al Rey en su enfermedad al regreso de este viaje, acompañándolo en Casarrubios del Monte durante su convalecencia. Asimismo, estuvo junto al Monarca durante su agonía y muerte en El Escorial, el 31 de marzo de 1621.
Felipe IV tenía mucha familiaridad desde niño con el padre Rojas, por lo que continuó aconsejándose con él y gozando de su amistad. El 18 de diciembre de 1621 fue nombrado confesor de la reina Isabel de Borbón, cargo que desempeñó hasta su muerte. Fue también confesor de la esposa del conde-duque de Olivares. Como confesor de la Reina, participó en los actos públicos y en los grandes acontecimientos de la época; en los reinados de Felipe III y Felipe IV desarrolló una intensa labor apostólica entre el personal del Palacio Real, siendo muy solicitado por la nobleza cortesana como confesor, director espiritual, consejero y padrino de bautismos. Asistió en su prisión y desgracia al duque de Osuna y al marqués de Siete Iglesias. En 1623 formó parte del Consejo para el matrimonio de la infanta María con el Príncipe de Gales, al que se opuso de palabra, y sobre el que dio su parecer por escrito en fecha 22 de mayo de 1623, adaptándose a las determinaciones de Gregorio XV sobre la materia.
En 1611 fundó en Madrid la Real Congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María, conocida popularmente por Congregación del Ave María, cuyo fin primigenio fue el de dar y difundir el culto al nombre de María; en 1618 comenzó su actividad benéfica con las comidas de pobres por las que dicha institución es conocida hasta nuestros días. El mismo fundador se preocupó de extender dicha Real Congregación por España, tanto dentro como fuera de los conventos trinitarios calzados; para extenderla en Flandes y el Imperio influyó en el agustino Bartolomé de los Ríos, que por su intervención fue promovido al cargo de predicador de la infanta Isabel Clara Eugenia; a instancias de Rojas escribió y publicó su monumental Hierarchia Mariana, obra de obligada referencia en la espiritualidad esclavista mariana. Las familias reales de Felipe III y Felipe IV se inscribieron en la Real Congregación a instancias del padre Rojas. Alentó la devoción de la reina Isabel de Borbón hacia Nuestra Señora de la Almudena, venerada en la parroquia de Santa María, e intervino en su decisión de fundar y erigir dicha parroquia en Colegiata.
Fundó otras asociaciones laicales (caso de la Congregación de los Mornios en Valladolid), e intervino en la fundación de algunas otras (como la Congregación del Espíritu Santo y Nuestra Señora de la Oración del Oratorio de Valverde), siendo protagonista indiscutible en la renovación de la vida cristiana de la España de los Austrias. Su ardiente devoción mariana consiguió un deseado anhelo al obtener de Gregorio XV la extensión de la fiesta litúrgica del Nombre de María a los trinitarios de Castilla y a la archidiócesis de Toledo (1622) y a los trinitarios de las tres provincias españolas (1623), aprovechando el viaje del conde de Monterrey a Roma. Nutrió interesantes relaciones espirituales con varias congregaciones y casas religiosas; cabe destacar las mantenidas con las comunidades agustinianas de los Reales Monasterios de la Encarnación y Santa Isabel, a través de la madre Mariana de San José, fundadora de la Recolección Agustina; con las Descalzas Reales, siendo confidente de la infanta sor Margarita de Austria; con los mercedarios del Convento del Remedio, a través del místico fray Juan Falconi de Bustamante; con los jesuitas, entre quienes contó con la gran amistad del padre Jerónimo de Florencia. Fue consejero del Caballero de Gracia; a la muerte de éste, quedó Rojas al frente de su Esclavonía del Santísimo Sacramento como prefecto, e inició el proceso de beatificación del centenario sacerdote. Inició también los procesos de beatificación de los trinitarios Bernardo de Monroy, Juan del Águila y Juan de Palacios; trabajó por la canonización del Santo Niño de la Guardia e intervino en el proceso de beatificación de san Juan de Dios.
Tuvo interesantes relaciones con políticos, literatos y artistas de la época; muy íntima fue su amistad con Lope de Vega, que le dedicó varias obras.
Desarrolló una gran actividad en favor de los pobres.
Su gran obra, en este sentido, fue la fundación del Ave María. Además, se prodigó en favor de las más diversas clases de personas desfavorecidas: niños expósitos y vagabundos, presos, soldados cesantes, pobres vergonzantes, prostitutas. Intervino en la voluntad de Isabel de Borbón para erigir una casa para niños expósitos. Para rescatar a las prostitutas acometió varias iniciativas, entre ellas la celebración de las fiestas de Santa María Magdalena. Ayudó mucho a la redención de cautivos, recabando crecidas sumas, en dinero y en especie, para ayuda de los redentores trinitarios en Argel y para asistencia de los hospitales de su Orden en el norte de África. Visitaba semanalmente la Cárcel de Corte, charlando con los presos más pobres, comprándoles comida y medicinas que les repartía personalmente. Su trato continuo con los más pobres de la Villa y Corte molestó al principio a Isabel de Borbón, quien, habiéndoselo hecho saber a través de Felipe IV, tuvo que acabar aceptando la situación; en efecto, Simón de Rojas respondió al Rey con la célebre frase de que “si bien las almas de reyes y de los pobres valen lo mismo, si me dan a escoger, prefiero a los pobres”.
Dentro de su Orden, los cargos y ministerios se sucedieron en los últimos años de su vida, alternándolos con sus múltiples ocupaciones en Palacio y en Madrid. Así, en 1615 fue elegido superior del convento de Valladolid, cargo que ocupó durante pocos meses, y al que tuvo que renunciar por no consentir sus ocupaciones madrileñas la lejanía de la Corte. En 1618 fue elegido nuevamente superior del Convento de Madrid, cargo que desempeñó hasta 1621. El 8 de mayo de 1621, en el capítulo provincial celebrado en el Convento-santuario de Nuestra Señora de Virtudes, fue elegido ministro provincial de Castilla. En 1621 realizó la vista canónica a los conventos de la provincia. Al año siguiente, siendo ya confesor real, inició la visita; sin embargo, la oposición de la Reina a que se alejara de Madrid, hizo que presentara la renuncia al cargo de provincial; el ministro general, Luis Petit, no la aceptó, indicándole que cumpliera la visita por medio de visitadores nombrados al efecto.
Así pudo concluir el trienio de su mandato en 1624.
Murió en Madrid el 29 de septiembre de 1624, conmocionando a Madrid y a toda España. Sus funerales fueron uno de los espectáculos más fascinantes del Barroco. Baste decir que lo retrataron muerto Velázquez y Bartolomé González; que se representaron, en los días inmediatamente posteriores a su muerte, varias comedias sobre su vida, entre ellas La niñez del Padre Rojas, compuesta por Lope de Vega; que en sus honras fúnebres, predicaron diez de los mejores oradores del momento, entre ellos Paravicino y Florencia.
Los funerales se multiplicaron en España y Europa, destacando los celebrados en Valladolid por todas las instituciones de la ciudad, en París por la Universidad, y en Lisboa por las instituciones portuguesas.
La honda veneración por Simón de Rojas, muy viva en la España de los siglos XVII y XVIII, hasta el punto de haber sido uno de los santos más populares en esas dos centurias, tanto entre las familias reales, la nobleza y el pueblo, se manifiesta en el alto número y la calidad de las obras artísticas dedicadas a su persona, firmadas las más famosas por Velázquez, Claudio Coello, Gaspar de Crayer y Preciado de la Vega; en las incontables ediciones de grabados; en las copiosas ediciones de biografías y libros de devoción dedicados a su memoria; y sobre todo, en la pervivencia de las devociones más típicas de san Simón, como el saludo del Ave María (verbal y en rótulo para colocar sobre las puertas) y el “rosario del padre Rojas”, de setenta y dos cuentas, en honor de los años que habría vivido la Virgen María, según la tradición.
Giulio Sacchetti, nuncio en Madrid, abrió el proceso de beatificación seis días después de la muerte de Rojas; proceso para el que se desplegó una intensa actividad diplomática ante la Santa Sede por parte de Felipe IV, Isabel de Borbón, el cardenal-infante Fernando de Austria (que atribuyó a la intercesión de su preceptor varias victorias bélicas en Flandes), y más tarde por Carlos II. Fue beatificado por Clemente XIII en 1766 y canonizado por Juan Pablo II en 1988.
De los escritos de Simón de Rojas cabe destacar el Tratado de la oración y sus grandezas, compuesto para iniciar y profundizar en la oración. Abundantes sermones autógrafos se conservan, inéditos, en el archivo del Convento romano de San Carlos de las Cuatro Fuentes. De los escritos menores hay que citar los Dictámenes para una reina, compuestos para Ana Mauricia de Austria, la crónica de la agonía y muerte de Margarita de Austria (escrita, según parece, a petición de Felipe III) y varias censuras y aprobaciones de libros. De su riquísimo epistolario se conocen sólo algunas cartas publicadas en biografías antiguas y en varios títulos bibliográficos del siglo xvii.
Obras de ~: Due relationi una dell’infermità et morte della non mai a bastanza lodata cattolica reina di Spagna, la serenissima donna Margarita d’Austria n.s. inviata dal p. Simone Roxas, ministro del convento della Santissima Trinita di Madrid, il quale si trovó presente nella camera di s.m., Milano, 1611; Dictámenes para una reina, en F. de la Vega y Toraya, Vida del Venerable Siervo de Dios [...] Padre Maestro Fray Simón de Roxas, Madrid, 1715, págs. 262-266; Tratado de la oración y sus grandezas (Buenos Aires, Cursos de Cultura Católica, 1939. Madrid, Postulación de la Causa de Canonización. 1983).
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Pedro Aliaga Asensio, OSST