López, Gregorio. Madrid, 4.VII.1542 – Santafé (México), 20.VII.1596. Cortesano, primer ermitaño del Nuevo Mundo, escritor.
Un halo de misterio envuelve los orígenes y la vida de Gregorio López, “primer ermitaño del Nuevo Mundo”. Los hagiógrafos portugueses lo suponen natural de la propia nación. Las fuentes históricas sobre su vida son: la biografía escrita por su amigo Francisco Losa, del Cabildo Eclesiástico de Ciudad de México (1613); los procesos instruidos por el Tribunal del Santo Oficio de México a los grupos “alumbradistas” del país a finales del siglo XVI y principios del XVII (Archivo General de la Nación [AGN], Inquisición, legs. 176, 180, 209 y 210); y los procesos de beatificación del mismo Gregorio López (treinta y tres volúmenes del Archivio Segreto Vaticano, sign. Riti, 1704-1736).
Según esa documentación, nació en Madrid el 4 de julio de 1542; pasó su juventud en la Corte y emigró a Nueva España (México) en 1562, con el propósito de hacer allí vida eremítica. Francisco Losa refiere que abandonó la vida cortesana y se encaminó a Sevilla para embarcarse rumbo al Nuevo Mundo; en el viaje, se detuvo en Guadalupe, donde veló las armas de caballero “a lo divino” a los pies de Nuestra Señora, y en San Juan de Ulúa repartió sus haberes y sus enseres entre los pobres y con hábito de ermitaño viajó a Ciudad de México. Allí sirvió algunos días como amanuense —tenía una letra de consumado calígrafo: “parecía de molde”, dice Losa— al escribano San Roma, y Luis Zapata lo albergó en su casa. De allí partió para Zacatecas. No le impulsó a ir a la zona de Zacatecas la codicia de riqueza, sino la de servir a Dios. Se acomodó en la hacienda de María Vázquez de Mercado, que le dio un pedazo de tierra para construir una estrecha ermita, en la que hacía vida solitaria, vacando a la oración y al cultivo de un huertecillo. La donante lo cuenta, admirada (AGN, Inquisición, leg. 210, 2, fol. 28r.). Residió algunos años allí, y pasó después al valle de Amayac, ocho leguas más lejos, donde prosiguió su austera y meditadora vida de ermitaño. Fray Domingo de Salazar, futuro primer arzobispo de Filipinas, fue a misionar en las minas de Zacatecas, y tuvo ocasión de conocer al ermitaño, y le aconsejó que fuese con él a Ciudad de México, al convento de Santo Domingo, donde podría continuar su retiro espiritual y frecuentar los sacramentos. En la ermita no tenía oportunidad ni de oír misa, ni de confesar. Accedió de buen grado a la invitación. Estuvo algunas semanas en el convento, pero su talante no era hacer vida comunitaria, sino vivir en soledad. Y se marchó a la Guasteca a continuarla. Allí conoció a Francisco Losa, su futuro biógrafo. Losa cuenta que “conoció al siervo de Dios G. L. y lo comenzó a tratar el año 1579”. A partir de entonces, la biografía es muy precisa en noticias.
A pesar de cambiar Guastepec por Atlisco, el ermitaño adquirió fama de santo, y acudían muchas personas a verlo y consultarlo. La vida penitente agotó sus fuerzas físicas, y Losa lo llevó primero al hospital de Nuestra Señora de los Remedios, a unas doce leguas de Ciudad de México. Y, más tarde, al pueblecito —hoy absorbido por la gran metrópoli mexicana— de Santafé, donde se instaló en una casita del hospital fundado por Vasco de Quiroga. Desde el 22 de mayo de 1589 hasta el día de su muerte vivió en Santafé; en mayo de 1596 le dio “un aire” (apoplejía), y el sábado, 20 de julio, falleció. Losa lo asistió, y antes de que muriese le pidió que revelase el “secreto” —su lema era “secretum meum mihi” (“mi secreto es para mí”, Isaías, 24, 16). El ermitaño le contestó: “Ya no hay secreto. Todo es claro mediodía” (Losa, 1613: 93v.).
Gregorio López fue, amén de ermitaño, escritor. Su legado literario, descontando apócrifos, se reduce a dos obras: Tesoro de medicina y Declaración del Apocalipsis. Ambas se han publicado, discutido y estudiado en diferentes ocasiones. En primer lugar, fueron sometidas a examen teológico por la Inquisición, y el resultado fue “absueltas de la instancia”, es decir, declaradas horras de herejías; luego en los interminables procesos auspiciados por la Corona en orden a su anhelada beatificación y canonización. En los legajos del Archivio Segreto Vaticano se conserva el manuscrito más auténtico del Tratado de Medicina, ya que las ediciones hechas adolecen de manipulaciones.
Se trata, en sustancia, de un herbolario, que Gregorio López compuso a base de curiosa observación de las plantas de su huerto y sin duda de las “noticias” que le daban los indios chichimecas. El otro libro, Declaración del Apocalipsis, es quizás más interesante, y hay que enmarcarlo en el ambiente “apocalíptico” que floreció en México a finales del siglo XVI. Gregorio hace una explosión en clave histórica, que parece ser la más genuina, del famoso texto con que se cierra la Biblia.
Obras de ~: Tesoro de Medicina, ed. de M. Salcedo, México, 1672 y 1674 [Madrid, 1708; 1727; Madrid, 1727; ed. de F. Guerra, Madrid, Cultura Hispánica, 1982 (a partir de la copia autentificada del ms. orig., que posee el Archivio Segreto Vaticano, Riti, 1716)]; Declaración del Apocalipsis, Madrid, 1678 [Madrid, 1727; trad. lat. de B. Membrive, Roma, 1756; Madrid, 1787, 1789 y 1804; ed., est. prelim. y notas de Á. Huerga, Madrid, Fundación Universitaria Española- Universidad Pontificia de Salamanca, 1999 (col. Espirituales Españoles, serie A, t. 46)].
Bibl.: F. Losa, La vida / que hizo / el siervo de Dios / Gregorio López en / algunos lugares de esta / Nueva España, México, Juan Ruiz, 1613 (vers. port., Lisboa, 1675; vers. it., Roma, 1740; vers. lat., 1751); E. Abreu Gómez, La vida milagrosa del siervo de Dios Gregorio López, México, Carlos Rivadeneira, 1925; F. Ocaranza, Gregorio López, el hombre celestial, México, 1944; F. Fernández del Castillo, “La vida de G. López”, en Memorias de la Academia Nacional de Historia y Geografía (México), 2 (1945), págs. 25-29; A. Orive, “López, Gregorio”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1336; F. Guerra, “The Parados of The Treasury of Medicines by G. L.”, en Clio, 1 (1996), págs. 273-288; J. Fradejas Lebrero, El venerable Gregorio López, Madrid, Artes Gráficas Municipales, 1999; Á. Huerga, “Gregorio López (1542-1596), primer anacoreta del Nuevo Mundo”, est. prelim. en G. López, Declaración del Apocalipsis, op. cit., págs. 1-150.
Álvaro Huerga Teruelo, OP