Bernaldo de Quirós, Luis. Torrelaguna (Madrid), 1549 – Salamanca, 1629. Cisterciense (OCist.), reformador general de la congregación de Castilla, biblista, teólogo y escritor.
Luis Bernaldo de Quirós, monje cisterciense en el monasterio de Santa María de la Espina, “fue un varón famosísimo en toda España por su santidad y por su sabiduría”, según afirma el padre Yepes.
Como otros monjes coetáneos suyos y de la misma congregación, que posteriormente destacaron junto a él, recibió una formación humanística, filosófica y teológica completa de parte de los discípulos inmediatos de Cipriano de la Huerga, resultando un maestro consumado, según lo demostró en el desempeño de los diversos cargos que le fueron confiados.
Y aunque fueron grandes los proyectos que hizo en el estudio de la Filosofía y de la Teología, y fue muy experimentado en discernir las cuestiones y controversias escolásticas, sin embargo se entregó por entero al conocimiento y la enseñanza de la Sagrada Escritura.
Fue tan constante en el estudio de la misma que era voz común que era el maestro de todos cuantos se destacaron y fueron famosos en esta materia.
Siendo esto así, conociendo la Universidad de Salamanca la sabiduría de fray Luis, puso todo su empeño en que ejerciera su docencia en ella y, con el sufragio de todos los doctores, fue nombrado públicamente maestro general, en propiedad, de Sagrada Biblia en esa universidad, en cuyo cargo permaneció varios años.
No sólo fue eminente en el estudio, sino también se destacó en el gobierno espiritual y temporal, como su Orden pudo experimentar muchas veces, pues además de las dignidades a las que le llevaron su sabiduría y prudencia, fue elegido reformador general de la congregación.
También el rey de las Españas, Felipe III, le confió cargos de suma responsabilidad y por la autoridad apostólica y orden del rey Felipe fue enviado como visitador y reformador de todos los monasterios de Portugal, en cuyo cometido y otros muchos negocios que le fueron confiados brilló por su celo y por su prudencia.
Llegó a una larga ancianidad, a diferencia de otros monjes coetáneos suyos, en las universidades de Alcalá y Salamanca, lo cual no le apartó de enseñar con gran fruto de sus oyentes y nombradía de la Orden Cisterciense.
Henríquez le cataloga en esta breve frase: “Vir ob pietatem et eruditionem per totam Hispaniam celeberrimus fuit” (fue hombre celebérrimo en toda España por su piedad y sabiduría). Fue el primer graduado de la congregación en la Universidad de Salamanca, donde obtuvo la cátedra de Prima de Escritura.
Manrique le llama: “claro sin segundo, de ingenio fácil y lleno de erudición y noticias;” y el maestro Álvarez: “eminentísimo en erudición sagrada”.
Aunque brilló en Salamanca como eminente filósofo y consumado teólogo, entre los más afamados maestros de su tiempo, sin embargo, su fuerte principal, el que le hizo más célebre, fue su entrega total a profundizar en el conocimiento y la exposición de los libros sagrados. “Tanto sobresalió en este campo, que era voz general en la Universidad que no hubo persona en su tiempo que le ganase en sabiduría”, dice de nuevo Yepes.
Pero, quizá, uno de los timbres de gloria que más enaltecen su memoria fue la comisión que el Rey —de acuerdo con la santa Sede— le confió: “Le embió por visitador de todos los Monasterios de Monges y Monjas de la Congregación del Reyno de Portugal: y llevó por su compañero al Padre Fray Miguel de Sada, Abad que era a la sazón de Santa María de Loreto de Salamanca (que llaman el Colegio de los Bernardos de aquella Ciudad) hijo también desta casa de la Espina que es como el Cauallo Troyano, que a pares da a la Religión personas eminentes”.
Añade Henríquez que se le confiaron otras muchas misiones de alto nivel y en todas partes demostró una prudencia y un celo excepcionales. Aún en el atardecer de su vida, cargado de años, no por eso dejó de seguir brillando en las cátedras, con gran concurso de oyentes que se disputaban el honor de poder escuchar las sabias enseñanzas del maestro. Por fin, hallándose en el colegio de Salamanca, se durmió en el ósculo del Señor, el año 1629, a la edad de ochenta años. Tal es la fecha que señala Muñiz, calcada en el epitafio de su tumba. Enríquez, en cambio, indica, por dos veces consecutivas el año 1624, bien que en la primera pone en duda la fecha: “ad annum 1624, quo (ni fallor) vita excessit”. Es extrano que se equivocara, por cuanto fue contemporáneo suyo. Sobre su tumba se colocó el siguiente epitafio: “Hic jacet R.D. Fr. Ludovicus Bernaldus de / Quiros, Cist. Ord. Generalis emeritus, / Sacrorum Bibliorum in Salmanticae Aca / demia Primarius Interpres. Obiit anno/ 1629”.
Obras de ~: Reipublicae Monasticae, sivae Commentariorum in Regulam Sancti Patris Benedicti libri XII; Commentaria in omnes S. Pauli Epistolas; Commentaria in omnes Prophetas minores; Sermon que en las honras que la Ciudad de Salamanca hizo al Rey Felipe II. predicò el P. Mro. Bernaldo de Quiros, Salamanca, 1598.
Bibl.: Fr. A. de Yepes, Corónica General de la Orden de san Benito, t. VII, Valladolid, Francisco de Córdova, 1617, pág. 225, col. 3.ª; C. Henríquez, Phenix reviviscens, Bruxellae, Typis Joannis Meerbecii, 1626, págs. 419-421; R. Muñiz, Biblioteca Cisterciense española, en Burgos, por Don Joseph de Navas, 1793, págs. 44-45.
Francisco Rafael de Pascual Rubio, OCist.