Benavides, Bernabé de. San Martín de Valdeiglesias (Madrid), c. 1540 – Oseira (Orense), 27.X.1606.
Cisterciense (OCist.) y abad general de la congregación de Castilla.
Nacido en la villa en cuya circunscripción se hallaba el monasterio cisterciense del mismo nombre, sin duda su vocación surgió al contacto con los monjes, por lo que ingresó en el monasterio y llegó a ser uno de los monjes más distinguidos forjados en aquella casa, según se puede constatar por la hoja de servicios que se va a ofrecer. A los pocos años de profesar le nombraron prior del monasterio, y en 1584 fue sublimado a la dignidad abacial, siendo innumerables las noticias que se conservan de su tiempo sobre su actuación en beneficio de la casa, pero se pasan por alto, ciñéndose sólo a lo relacionado con su persona. Para llegar a conocerle un poco, nada mejor que aducir testimonios de quienes le conocieron a fondo.
A los pocos años de ser ordenado sacerdote, y acabados los estudios, el abad fray Francisco Vázquez le hizo prior y le sucedió en la abadía de esta casa, y después del monasterio de Sacramenia en el obispado de Segovia. Posteriormente, fue abad de Monsalud, en el obispado de Cuenca, y de allí vino a ser abad de San Bernardo de Toledo, de donde salió general de la Orden (1596-1599), después abad del colegio de Salamanca, y por último abad del monasterio real de Osera, en el que murió a la mitad del trienio. “Fue persona de venerable presencia y de singular composición, y asi cuantos le trataron se le aficionaban. Dejó gloria del santo padre San Bernardo, se escribe en su vida que fue la primera virtud suya y que resplandeció a los ojos de los hombres y a todos edificaba, era la composición exterior: ‘Prima virtus...’, y así fue la de este santo varón. Su humildad fue profundísima y grande, su mansedumbre y apacibilidad, y asi en Toledo y Salamanca todos le llamaban el Abad Santo, y como tal le veneraban todas las personas graves como el maestro Curiel, el maestro Antolínez y el Padre Maestro Yañez y el obispo de Salamanca Junca Posada.
Gobernó las sobredichas abadías y el generalato de la Orden con grande aceptación de ella. Fue grande la rectitud que tuvo siendo general en elegir para las abadías y para los demás oficios a las personas más beneméritas, sin dejarse arrastrar por intercesiones ni pavores de príncipes. Sus penitencias fueron grandes, que conservaba ya viejo y de mucha edad cuando fue abad de Salamanca. Rezaba muchas oraciones y se daba a muchas disciplinas y traía a raíz de las carnes un trozo de hoja de lata de un palmo de ancho, de todo lo cual fui testigo siendo colegial de aquel Colegio y su compañero de celda. Al fin siendo Abad de Osera, 1605-1606, murió muerte tan santa como fue su vida”.
Concuerdan con estos testimonios elogiosos los demás autores contemporáneos: “Por fin falleció en Osera a la mitad del trienio muy santamente el año 1606 el qual fue muy observante en todo. Hombre de gran exemplo, muy compuesto en sus acciones, pues en solo mirarle hazía a todos componerse”.
Añade este mismo autor que en cuatro años que le tuvo de superior en Salamanca, no pudo sorprender en él un mal humor ni la menor falta reprensible. Todavía le tributa más elogios: “Riguroso observante de la disciplina monástica, amante de la paz y caridad, a quien jamás se le vio turbado, a no ser cuando veía atropellados la observancia y la justicia, por el celo que sentía por la gloria de Dios. Aun me atrevo a decir que en los muchos años que tuve la suerte de vivir bajo su gobierno, por más que lo observé, con atención, nunca le vi fuera de si o alterado, siempre vivía entregado a la piedad, sin que pudiera sorprenderle en la más leve acción o palabra de censura”. Aludiendo a su elección para el mando supremo de la congregación añade: “Varón enteramente santo, y que si hemos de dar crédito a su porte exterior, se asemejaba a los primeros Padres del Císter”.
Lo mismo viene a decir Yepes: “Yo le traté y conocí en Salamanca, y me parece que era de las más nobles criaturas y de agradable trato que he conocido en mi vida. Era hombre de mucha prudencia y santidad, y tanto que le codició toda la Religión para hacerle su Reformador General”. Fray Tomás de Peralta señala su muerte el 27 de octubre de 1606, lamentando que no se le diera sepultura en lugar honorífico, como merecían sus grandes méritos.
Fuentes y bibl.: Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Tumbo del monasterio de Valdeiglesias, s. f., sign. 9/3589.
A. de Yepes, Coronica General de la Orden de San Benito, t. VII, Valladolid, 1621, fol. 284; A. Manrique, Anales Cistercienses, t. IV, apéndice (“Compendio de la Observancia española”, abad 74, n.º XI), Lugduni [Lyon], 1642; T. de Peralta, Fundación, antigüedad y progresos del [...] monasterio de Osera, Madrid, Melchor Álvarez, 1677, págs. 314-315; D. Yáñez, “Catálogo de monjes Santos desconocidos”, en Cîteaux, XXXVIII (1987), págs. 329-330; “El Monasterio de Oseira cumplió ochocientos cincuenta años”, en Archivos Leoneses, 85-86 (1989), pág. 206.
Damián Yáñez Neira, OCSO