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Carmine Nicolás Caracciolo

Biografía

Caracciolo, Carmine Nicolás. Príncipe de Santo Buono (V), en Nápoles. Bucchianico (Abruzzo, Ita­lia), 5.VI.1671 – Madrid, 26.VII.1726. Vigésimo sexto virrey de Perú.

Hijo de Marino Caracciolo, IV príncipe de Santo Buono, y de Giovanna Caracciolo di Capua.

Descendiente de un antiguo linaje napolitano. Contó con los títulos de príncipe de Santo Buono, duque de Castel di Sangro, VIII marqués de Bucchia­nico, conde de Capracotta y Schiavi, barón de Caste­llone, Fraiano, Belmonte, Rocca Spinalveto, Monte­ferrante, Lupara, Calcasacco delle Fraine, Moro, San Vito, Roccaraso, Frisa, Grandinara, Castel Collalto y Gaudioso. Su nobleza se veía realzada por ser caba­llero de la Orden del Toisón de Oro, patricio napoli­tano y gran senescal del reino de Nápoles.

Contrajo matrimonio con Constanza Ruffo y Lanza, hija del duque de Bagnara; tuvieron trece hijos.

En 1701, la ciudad de Nápoles lo eligió portador del homenaje y el donativo a Felipe V, quien, al reco­nocer sus habilidades diplomáticas, lo designó, al año siguiente, su embajador extraordinario ante el papa Clemente XI y lo elevó a la condición de grande de España. Dos años después, el mismo monarca lo nombró su embajador ordinario en Venecia, donde permaneció hasta 1711, año en el que pasó a residir a Madrid. Su demostrada fidelidad al soberano Borbón le costó, en septiembre de 1707, el secuestro de sus posesiones napolitanas por parte de la armada de Car­los de Habsburgo, entonces archiduque de Austria.

En 1713 fue nombrado virrey de Perú, en sustitu­ción de Fernando de Alencastre Noroña y Silva, du­que de Linares y marqués de Valdefuentes, que había sido vicesoberano en la Nueva España. Se embarcó en Cádiz el 14 de noviembre de 1715 rumbo a Carta­gena de Indias con parte de su familia y un numeroso séquito, en el que se incluía al célebre médico Fede­rico Bottoni. En la travesía, a la altura del golfo de Las Damas, su consorte Constanza murió de fiebres puerperales, después de que diera a luz a su hijo, Juan Constanzo Caracciolo y Ruffo.

Llegó al Callao el 5 de octubre de 1716 y entró a la ciudad de Lima, donde recibió los poderes del arzo­bispo de Charcas, fray Diego Morcillo Rubio de Au­ñón, que había ejercido de vicesoberano interino du­rante cincuenta días por la partida de Diego Ladrón de Guevara, virrey de Perú y obispo de Quito. Su recibimiento motivó la publicación de un libro que narra los detalles de su recepción e incluye poemas en su homenaje, titulado El Sol en el Zodíaco, que fue impreso en la capital peruana al año siguiente de su arribo y estuvo al cuidado de Pedro José Bermúdez de la Torre y Solier.

Entre sus primeras medidas en Perú se debe destacar el combate contra el comercio francés en las costas del Pacífico sudamericano, que afectaba notablemente a la Real Hacienda. Para tal fin ordenó que las naves francesas abandonasen todos los puertos del virrei­nato, y mandó perseguir, aunque sin éxito, al navío San Francisco cuyo capitán había hecho caso omiso a sus disposiciones. A pesar del propósito de erradicar la invasión comercial, sus esfuerzos resultaron nulos, pues la injerencia de productos extranjeros era tan in­controlable, que se llegó a demostrar que los mismos miembros de su Corte habían adquirido mercaderías a los comerciantes galos.

También, con el deseo de proteger la economía virreinal, se mostró enérgico, desde el inicio de su gobierno, en la lucha contra el contrabando de oro y plata, que salía del territorio peruano sin pagar quintos.

Al inicio de su administración, en 1717, fue creado el virreinato de la Nueva Granada, y para su organi­zación fue enviado a Santafé de Bogotá el consejero de Indias Antonio de la Pedrosa Guerrero, señor de la villa de Buxes. Fue designado como primer virrey el general Jorge de Villalonga, conde de la Cueva, caba­llero de San Juan y gobernador del presidio del Callao. Como consecuencia de la erección de la Nueva Gra­nada fueron suprimidas las audiencias de Panamá y Quito, no obstante el territorio del istmo no se incor­poró al virreinato neogranadino. Desde el inicio del funcionamiento de la Nueva Granada se produjeron varios litigios de jurisdicción con Villalonga, lo que determinó la extinción de este vicerreino en 1722.

También en 1717 nombró para la gobernación de Chile al oidor limeño José de Santiago Concha y Salvatierra, para que reemplazara a Juan Andrés de Ustáriz de Vertizberea, que había sido destituido, y desempeñara el cargo de forma interina de esa capi­tanía entre mayo y diciembre de ese año, hasta la lle­gada de Gabriel Cano de Aponte.

Por sugerencia de los provinciales de las órdenes de San Agustín, de Santo Domingo y de la Compa­ñía de Jesús, consultó al Consejo de Indias la posi­bilidad de abolir la mita de Potosí. No obstante, el informe de José Rodrigo, redactado en 1718, impi­dió que esta justa decisión fuese tomada. También en torno a la minería se esforzó por cerrar las minas de azogue de Huancavelica, cuya explotación gene­raba grandes padeceres a los indígenas. Esta vez, el informe de Dionisio de Alcedo y Herrera, contrario a este proyecto, y que fue enviado a la Corona en 1719, frustró su plan.

Durante su mandato, en 1719, procedente del te­rritorio de la Audiencia de Charcas, se extendió en la ciudad de Cuzco y su entorno una epidemia de tifus, que llegó a durar tres años y le quitó la vida a cerca de sesenta mil indígenas. El 17 de junio de ese mismo año se produjo otra desgracia: un terremoto en Hua­manga que causó gran destrucción y varias muertes.

Entre otros sucesos que acontecieron a lo largo de su gobierno, se debe mencionar el inicio de la impor­tación del trigo de Chile, pues en 1715, siendo virrey Diego Ladrón de Guevara, había empezado el declive del cultivo de este cereal en Perú; y el eclipse solar que los habitantes de Lima presenciaron el 15 de agosto de 1719, el que más tarde fuera descrito por el poeta Pedro de Peralta Barnuevo, entonces cosmógrafo ma­yor del virreinato peruano.

En el aspecto religioso mostró interés por la evange­lización. Además de traer desde Cádiz a dos sacerdo­tes de la Congregación de San Camilo de Lelis, para que apoyaran a su amigo el padre Goldoveo Carami, el primero de este instituto en Perú, apoyó a los je­suitas en el desempeño de sus misiones en Mojos. De otro lado, favoreció a los franciscanos con su empresa cristianizadora del Cerro de la Sal con seis mil pesos anuales. Entre los frailes de San Francisco en esta doc­trina, figuró desde su inicio fray Francisco de San José Jiménez, más tarde fundador del Colegio de Ocopa.

Su afición a la erudición humanística y a las bellas letras, inculcada por su madre y que había cultivado en la academia del virrey de Nápoles duque de Me­dinacelli, le llevó a continuar el círculo literario, que su predecesor, el marqués de Castel dos Rius, había congregado en el palacio virreinal. A este cenáculo concurrieron, principalmente, Pedro de Peralta Bar­nuevo y Pedro José Bermúdez de la Torre y Solier, con quienes entabló una gran amistad.

Siguiendo la política monárquica de vigilar a la nobleza, en los últimos días de su mandato, ordenó redactar una lista de nobles titulados, caballeros de órdenes militares, cabildantes de Lima y corregidores del virreinato peruano y su capital, con la finalidad de informar a la Corona sobre los grupos locales de poder, su ubicación en el cuerpo social y situación económica, así como su estado civil.

Después de más de tres años de gobierno en Perú, solicitó su relevo al Monarca. Su juicio de residen­cia mostró tantos vicios procesales que fue necesario iniciar otro. Fue cuestionado por mostrar favoritis­mos hacia los miembros de su Corte, tanto españoles como italianos, por la imposición de costumbres forá­neas, por ser susceptible a las dádivas y por un inocul­table desdén hacia los vecinos principales de Lima y la nobleza local. Aceptado el cese de su cargo, la suce­sión recayó nuevamente en el arzobispo Diego Mor­cillo Rubio de Auñón, a quien le entregó el mando el 26 de enero de 1721.

A principios de febrero de 1721 se embarcó en el Callao, con su familia y algunos componentes de su séquito, en la nave La Peregrina del Congo. Arribó a Acapulco, cruzó el virreinato de la Nueva España y zarpó de Veracruz rumbo al puerto de Cádiz, al que llegó a fines de ese año. Pasó luego a residir a Madrid. En esa capital redactó su testamento el 26 de julio de 1726 y expiró el mismo día. Su cuerpo fue se­pultado en el templo de San Pietro a Maiella, en su Abruzzo natal.

 

Obras de ~: Della vita di Cesare Augusto, Nápoles, 1699 (ms.); Discorso sull’ utilitá delle scienze e delle nuove arte, Nápo­les, 1699 (ms.); Memorial de los caballeros y particulares del Perú. Enero 1721. Memoria de los títulos que se hallan en la Ciudad de los Reyes de Lima [sic], Nápoles, Archivo del Estado 1721 (ms.).

 

Bibl.: L. de Salazar, Relazione e giornale del viaggio dell’ exmo. pnpe. di Santo Buono vice re del Piru con li vascelli che partirono dalla bahia di Cadice li 14 9embre 1715 sino a Car­tagena dell’ Indie occidentali [sic], Nápoles, Biblioteca de San Marino, 1814 (ms.); D. de Vivero y J. A. de Lavalle, Galería de retratos de los gobernadores y virreyes del Perú (1532.1824), Barcelona, Maucci, 1909; C. B. del Balzo, “Familias nobles y destacadas del Perú en los informantes secretos de un virrey napolitano (1715-1725)”, en Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas, 14 (1965), págs. 107-133; R. Var­gas Ugarte, SI, Historia general del Perú. Virreinato (1689-1776), t. IV, Lima, Carlos Milla Batres, 1966, págs. 95-119; J. A. del Busto Duthurburu, “Los virreyes: vida y obra”, en Historia general del Perú. El virreinato, t. V, Lima, Brasa, 1994, págs. 190-192; S. Patrucco Núñez-Carvallo, Italianos en la Lima borbónica: 1701-1800, Nueva York, Hobbel, 2006.

 

Rafael Sánchez-Concha Barrios

 

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